¿Las mujeres que leen son peligrosas? Eso parecían pensar autores, moralistas y clérigos que, a lo largo de la Edad Moderna, escribieron y predicaron sobre los riesgos que ciertas lecturas tenían para las mujeres.
Sin embargo, durante el siglo XVIII, este discurso convivió con los cambios y los nuevos intereses del mercado editorial, en el que sus diferentes agentes imaginaron nuevos públicos a los que dirigir sus impresos. De este modo, un sector de la prensa y la literatura que circuló durante la Ilustración se planteó que las mujeres podían ser las receptoras de los textos que publicaban y en mayor grado que en los siglos anteriores.
Una mirada sobre el público femenino
En lo relativo a la prensa, progresivamente salieron a la luz periódicos especializados como The Lady’s Magazine o The Female Spectator en Inglaterra, La Pensadora Gaditana o El Correo de las Damas en España, La donna galante ed erudita en Italia o El Correo de las Damas en Cuba. Fueron muy frecuentes también los artículos específicos dentro de otras publicaciones periódicas.
En lo que respecta a la literatura, los textos de carácter religioso siguieron siendo habituales entre las lecturas preferidas por las mujeres (laicas o religiosas). Pero hay que destacar otras más propias de este periodo como la literatura de carácter pedagógico. Entre los autores que más atención recibieron se cuentan François Fénelon, que en Las aventuras de Telémaco desarrolló una cruda crítica a las políticas de Luis XIV, y Madame LePrince de Beaumont, autora de la versión más difundida de La Bella y la Bestia.
También recibían atención las obras de literatura científica de divulgación, como los estudios sobre la naturaleza de los que se ocupó el sacerdote francés Nöel-Antoine Pluce, o los trabajos de Tissot, el neurólogo suizo que escribió sobre las enfermedades que golpeaban a la población más pobre y también sobre la masturbación.
Asimismo, el auge de la novela durante el setecientos encontró entre el público femenino un grupo especialmente interesado en sus historias, amoríos y desventuras, lo que también preocupó a las autoridades por el carácter “influenciable” de las lectoras. Por ejemplo, el arzobispo de México, Alonso Núñez de Haro, en sus sermones culpaba a las mujeres de la relajación de costumbres a finales del siglo XVIII, por haber sustituido los libros sagrados y devotos por otros de comedias, novelas y amores.
Pese a la existencia de un discurso similar en cuanto a los peligros de la lectura para las mujeres en Europa y América, hubo algunas diferencias en el proceso de construcción de nuevos públicos en los distintos países. Esto se ve si observamos, por ejemplo, la producción propia en España o en México durante el siglo XVIII, sobre todo en relación con otros países del continente europeo.
En ambos territorios la publicación de textos de carácter religioso orientados a monjas o a mujeres laicas fue muy significativa, especialmente en el Virreinato de Nueva España -cuyo epicentro era el actual territorio de México-, donde encontramos muchos sermones, oraciones panegíricas, manuales y textos hagiográficos (originales o reediciones de textos europeos) que se ofrecen como ejemplo para las mujeres en religión.
En el espacio conventual hay una mayor presencia de mujeres alfabetizadas, aunque los niveles de analfabetismo siguieron siendo muy altos entre la población femenina a lo largo del siglo XVIII. Asimismo, es fundamental valorar que en México, durante el periodo virreinal (es decir, desde su conformación como Virreinato de Nueva España bajo el control de la Monarquía Hispánica en el siglo XVI hasta la independencia del territorio a principios del siglo XIX), la mayoría de los impresos que salían de las imprentas locales eran de carácter religioso.
Instrucciones para las “señoritas”
Pero más allá de la producción local, fue esencial la circulación de numerosas obras dirigidas a las mujeres de otros géneros y de autores extranjeros, que en su versión original o traducidas se movieron por los circuitos del mercado del libro entre ambas orillas del Atlántico.
En este contexto España desempeñó un rol fundamental, pues tuvo el monopolio del comercio con Hispanoamérica durante todo el periodo virreinal hasta principios del siglo XIX.
Por este motivo, la literatura europea que se publicaba en imprentas potentes como las de Ámsterdam, Londres o París, y por supuesto la que salía de las prensas españolas, se dirigía a América a través puertos como el de Cádiz, tras pasar los controles necesarios de la aduana y de la Inquisición (1478-1834).
Durante la segunda mitad del siglo XVIII se produjo un incremento importante de las obras que llegaron a América, especialmente procedentes de Francia. Así, encontramos anuncios de venta en periódicos como la Gaceta de México de obras francesas como Conversaciones sobre diferentes asuntos de moral, muy a propósito para imbuir y educar en la piedad a las señoritas jóvenes, de Pierre Collot, o Las Veladas de la Quinta, o novelas e historias sumamente útiles para que las madres de familia puedan instruir a sus hijos juntando la doctrina con el recreo, de Madame de Genlis. La educación, como se puede apreciar, fue uno de los temas estrella de la literatura de la Ilustración, que se preocupó por potenciar el rol de las madres como educadoras dentro del espacio familiar, y la formación de las niñas y los niños.
El papel de las mujeres como cuidadoras y sanadoras en el hogar también fue muy explotado por autores y autoras. Vinculada con esta cuestión estaba la labor de comadronas o matronas, cuyo oficio fue descrito en obras como la Cartilla nueva útil y necesaria para instruirse las Matronas, que vulgarmente llaman Comadres, en el oficio de partear, de Antonio Medina e impresa tanto en España como en México.
Toda esta literatura, por lo tanto, produjo imágenes de diferentes categorías de mujeres como potenciales lectoras: madres, educadoras, cuidadoras de la salud y la economía doméstica, religiosas, aficionadas a la ciencia o comadronas.
Teniendo en cuenta estas tendencias, algunos autores o autoras realizaban recomendaciones específicas sobre los libros más adecuados para la formación de las mujeres. Josefa Amar (escritora española preocupada por la educación femenina) o Erasmus Darwin (médico y filósofo británico), por ejemplo, incluían en sus obras listas muy completas de libros especialmente útiles para un público femenino.
¿Tuvieron las mujeres un especial interés en estas obras que los demás dibujaron para ellas? Esa, sin duda, es una cuestión más difícil de responder.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
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