Cómo lo escribí: Graciela Ramos cuenta la cocina de su libro sobre el incendio fabril en Estados Unidos que gestó la lucha por los derechos de las mujeres

En “Las tejedoras de ilusiones” la escritora argentina vuelve al género histórico romántico, cuyo telón de fondo es el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, en Manhattan, a principios del siglo XX. Inmigración, amor, resiliencia y solidaridad también son los ejes de la trama.

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Graciela Ramos
Graciela Ramos

Las Tejedoras de ilusiones es una historia que nace del corazón de mi familia inmigrante, un tema presente en cada una de mis novelas. No puedo dejar de pensar en todos los migrantes del mundo. Y me pregunto, ¿por qué se van?, ¿por qué vienen? ¿Qué pasa con la familia? Tantas preguntas que trato de responder en cada libro.

Luego de terminar Hijos de la sombra, una novela que consumió mi corazón y alteró mis emociones, me propuse que era tiempo de salir del relato histórico y, tal vez, redondear el proyecto que venía trabajando en una novela alegre, romántica, liviana.

Pero, otra vez, caí en mi propia trampa. Un artículo viejo, que tal vez imprimí alguna vez por algo que no recuerdo, se posó en mis manos de una forma ¿sincrónica?, ¿mensaje del más allá? Tal vez. Versaba sobre el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist en Manhattan, episodio que inmediatamente aparece entre los motivos por los cuales se conmemoran los derechos de la mujer en el mundo. Me conmovió. Y entonces dije: yo tengo que contar esto.

¡Listo! A investigar. Es lo que más me gusta de este hermoso oficio que me contiene.

Y así fue como empecé a tirar de ese hilo de lana que pendía de un ovillo exorbitante y comencé a tejer la historia de Raffaella y Giusseppina. Inspirada en mis tías, abuelas, bisabuelas que un día dejaron su tierra y se aventuraron a caminar detrás de una ilusión, obligadas o no, subieron a un barco con destino a lo desconocido.

"Las tejedoras de ilusiones", de Graciela Ramos
"Las tejedoras de ilusiones", de Graciela Ramos

Y me preguntaba: ¿Cómo eran cuando tenían doce, trece, catorce años? ¿Qué pasaba cuando se enamoraban? ¿Qué hacían con sus sentimientos acorralados sin tiempo para disfrutar de una buena y complicada adolescencia? ¿Y su primera menstruación? ¿Y su primera relación sexual? Las imagino solas. Las más inquietas, preguntando. Las más tímidas, calladas, miedosas sin saber qué hacer. Todo eso fue poniendo voz a mis personajes Giusseppina y Raffaella, luego a sus amigos, y así…

Cuando preparé mi valija virtual para mudarme a Manhattan pasó algo: me topé con la Isla Ellis en el río Hudson, donde desembarcaron millones de inmigrantes buscando hogar y una nueva vida en Nueva York. Y las preguntas comenzaron a mellar, y mis ojos, a leer documentos, videos, en un idioma que apenas podía balbucear. Con una variedad de apodos como “La isla de las lágrimas”, “La puerta del sueño americano” y quedé atrapada, otra vez. Me sumergí en los pasillos arrebatados de personas que acababan de desembarcar de algún barco a vapor, provenientes de alguna parte del mundo. Y caminé por los consultorios entre los médicos. Las mujeres por acá, los hombres por allá y, por supuesto, seguí con las mujeres.

Aquel era un espacio prolijo, grande, ordenado y controlado. No todo el mundo podía ingresar libremente a Estados Unidos, sino que debían pasar por la supervisión y posterior aprobación. Un lugar antagónico a nuestro Hotel de Inmigrantes. Esto también tengo que contarlo, pensé.

Graciela Ramos en el auditorio de Infobae en la Feria del Libro (Foto: Luciano González)
Graciela Ramos en el auditorio de Infobae en la Feria del Libro (Foto: Luciano González)

Giusseppina y Raffaella con sus recuerdos, sus fantasmas, sus miedos, sus inquietudes, se perdieron en la ruidosa calle Mulberrys. Se perdieron entre los vendedores, los carros, los autos, los aromas y el bullicio, y comenzaron una nueva vida. Entonces, todo fue real. La “mano negra” que narra los comienzos de la mafia Siciliana en Estados Unidos, también. Una vez más pensé que esto tenía que contarlo y no pude parar más.

Así, conocí a Max Blanck e Isaac Harris, los dueños de la fábrica Triangle Shirtwaist, que no me cayeron nada simpáticos. Desprolijos, ventajeros, irresponsables. Caminé con Giusseppina y Raffaella, nos enredamos en la mafia, nos enamoramos, ¿enamoramos? Tal vez. No sabían lo que era el amor. No lograron seguir las reglas, eran injustas, inhumanas, en un lugar desconocido y lejos de la tierra que las vio nacer. Vivieron como pudieron.

Conocieron a una jovencita que las inspiró, les mostró el valor de defenderse a sí mismas, Clara Lemlich. Con ella recorrieron la historia de la huelga laboral de las trabajadoras camiseras de 1909. Y eso también tengo que contarlo, pensé, otra vez.

Y entonces Giusseppina y Raffaella junto a sus amigos giran la historia en cada capítulo mostrando lo que ocurría en ese lugar del mundo, en una época donde el progreso de algunos se cruzaba con la pobreza de otros. Conocen el amor de la mano del dolor, la vida, la muerte, las injusticias que tiñen las relaciones, las enredan, las confunden y entonces surge una pregunta: ¿cómo seguir? Y se miran, se reprochan, se apoyan. La amistad que concluye en familia.

Las doce partes de esta novela son ficticias pero si en algo se parecen a la realidad sepan que no es casualidad. Que los buñuelos y el puchero los preparaba mi madre, que el empacho, la sangre y el dolor de muela los curaba mi abuela, mis tías y mi madre. Qué mi tía curaba con trigo y agua. Que cambiaron su apellido al ingresar. Que escondían la botella de Cresta Roja en la huerta. Que fueron jóvenes, inquietas, felices, y siempre algún caballero bondadoso, protector, las abrazó. Que percudieron sus dedos cosiendo a mano, tejieron con todas las agujas que pudieran existir, inventaron recetas, amaron, rieron, lloraron. Tuvieron esperanza.

No fue fácil ni agradable novelar ese monstruoso e injusto incendio donde muchas mujeres jóvenes perdieron la vida, la oportunidad de crecer, de cumplir sus sueños. Y un tendal de dolor cubrió el cielo para siempre. Fueron ellas, hacedoras de las mujeres que luego levantaron su voz, su mano, y que pelearon por sus derechos laborales. La historia se repite, en otro lugar, y siento como si esto ya lo hubiera escrito, ya lo hubiera contado. Nos debemos estar unidas a través del tiempo, no separadas, no enfrentadas.

Ellas tejieron ilusiones desde Italia hasta Manhattan para poder llegar a su verdadero destino: Argentina.

Graciela Ramos conversó sobre el rol del género histórico-romántico en escena literaria actual en el auditorio de Infobae en la Feria del Libro (Foto: Luciano González)
Graciela Ramos conversó sobre el rol del género histórico-romántico en escena literaria actual en el auditorio de Infobae en la Feria del Libro (Foto: Luciano González)

“Las tejedoras de ilusiones” (fragmento)

Primera parte. El viejo mundo

Capítulo 1

Las Caralione, vestidas de negro, observaban el montículo de tierra que contenía el cajón de madera barata con su madre en el interior. La muerte al fin había otorgado paz a Assunta. Ella ya descansaba en algún misterioso lugar. ¿Y sus hijas?

“La Giuseppina es la que tiene el don”. “Sí, ella me curóla sangre”. “¿Seguirá?”. “Dicen que se van a La Mérica”, rumiaban las personas mientras bajaban del cementerio al pueblo.

—Vamos, Raffaella, tenemos que llegar antes de que oscurezca —dijo Giuseppina tomando el brazo de su hermana.

—No podemos dejarla sola acá —se lamentó Raffaella.

La mamma ya no está ahí, vamos —insistió.

Giuseppina observaba las sombras que se movían sobre el piso pedregoso al ritmo de ellas, dependiente, sujetas. Tomó el brazo de su hermana y entonces era una sola sombra ancha con dos cabezas. A medida que avanzaban, la sombra variaba. Forzó a Raffaella hacia la derecha.

—¿Qué hacés?, ¿querés que me caiga? —dijo Raffaella con congoja.

—No, solo quería ver cómo se mueve la sombra —aclaró—. Yo lloré antes —dijo Giuseppina excusándose por no continuar llorando como su hermana.

—No me importa.

—Por las dudas, digo.

Desde pequeña, Giuseppina no podía controlar su genio. Llorar cuando había que llorar, callarse cuando había que callarse. Su cuerpo, su alma, su voz y sus actos hablaban cuando querían. Y eso la dejaba descolocada en algunas situaciones, muy a menudo.

Con el último rayo de sol, las hermanas cruzaron el pueblo. “Las personas son raras”, pensó Giuseppina al ver los paquetes sobre la escalera al pie de la entrada a la casa.

—Nos dejaron comida —dijo Raffaella curioseando.

—Vamos, abrí la puerta. Nos dejan la comida en la puerta como si fuéramos unos animales.

—Bueno, al menos piensan en nosotras.

—Claro que no piensan en nosotras, Raffaella, cómo podés ser tan pavota. Ellos solo quieren que siga curando como lo hacía la mamma. Si en el cementerio todos se me acercaron a preguntarme si yo seguía con el don...

—Bueno, bueno —dijo Raffaella subiendo con los paquetes acomodados en sus brazos.

—Un té nos va a aliviar un poco —dijo Giuseppina enseguida, atizonando el fogón y cargando con agua un jarro de lata.

—Me parece tan raro que la mamma ya no esté. Me parece escuchar su voz —lamentó Raffaella—. ¿Viste qué bien el Peppe y el Alfonso?, la llevaron a la mamma con los otros, menos mal, yo pensaba que, si nadie ayudaba a llevar a la mamma..., íbamos a tener que hombrear el cajón nosotras. ¿Y si se nos caía? ¿Y la mamma terminaba de boca en el piso...? Muerta y tirada... Propiamente mirá...

—¡Porca madonna, Raffaella! ¡No digas esas cosas!

Siempre exagerando vos. Al cajón siempre lo llevan los hombres —la retó Giuseppina.

—¿Habrá llegado al cielo? ¿Dónde estará? ¿Estará bien?

¿Qué pasará cuando uno se muere?

—¡Basta, Raffaella! Qué sé yo... Mirá, allá está la bolsa del tejido —indicó Giuseppina, tejer la calmaba, la sosegaba.

—Espero que la mamma ya esté viviendo con todos los muertos, con la abuela Rosa, con el papá. Seguro está feliz, ¿no? Espero que el papá la haya esperado con algún regalo especial ¿Qué regalos se harán en el cielo? ¿Será como acá? ¿Estarán juntos? ¿Serán felices? Tal vez la mamma lo extrañaba tanto que quiso irse con él...

—No sé...

—Y ahora, ¿cómo seguimos...? —preguntó Raffaella.

Giuseppina ya no contestaba—. No vamos a poder solas, no vamos a poder —continuaba Raffaella mientras tosía y lloraba.

—Lo que nos dijo la mamma. Vendemos la casa a don Enzo y nos vamos —contestó Giuseppina.

—No sé, se siente tan raro... Estamos tan solas...

La mamma dejó todo arreglado, no te preocupes.

—Pero ella no está, ¿y ahora...?

La mamma dejó todo anotado. Vamos a hacer su voluntad.

—Vamos a morir ahogadas, ¿y si el barco se hunde?

¿Cómo será La Mérica? ¿La mamma no tenía ningún hermano y ahora aparece ese tío?

—Qué sé yo. ¡Basta, Raffaella!, no tengo todas las respuestas y estoy muy asustada yo también.

—Bueno, no querés conversar. Dame el té, no le habrás puesto nada, ¿no?

—Unas hojas de tilo para que te tranquilice y un poco de tomillo para la tos. Yo también estoy cansada y preocupada. Voy a quemar incienso para limpiar un poco el polvo de la muerte. Este me lo consiguió la prima de la Pinuccia, es del bueno, tiene mirra y cedro con aceite de sándalo, romero y lavanda. Cerremos la puerta...

—Bueno, dale, nos hace bien, y así me calma un poco la tos también.

—Claro que hace bien, nos ayuda a liberar todo lo que nosotros no queremos, pero principalmente a no estar tan tristes.

El humo enturbió la visión y los aromas llenaron cada rincón del lugar. Abrieron la puerta y las ventanas y el humo escapó llevándose todo rastro de muerte.

Las hermanas, ahumadas y solas, se abrazaron y lloraron y lloraron.

Quién es Graciela Ramos

♦ Nació en Córdoba, Argentina.

♦ Es graduada de la Universidad Católica de Córdoba y ocupó distintos cargos en áreas de marketing y ventas durante muchos años.

♦ Es autora de las novelas Malón de amor y muerte, Lágrimas de la revolución, La Capitana, Los amantes de San Telmo, La boca roja del Riachuelo y La patria de Enriqueta, del género histórico-romántico. En 2021 publicó Hijos de la sombra, una novela sobre abuso sexual en la infancia.

♦ Actualmente está al frente de la Dirección de Cultura de Villa Allende.

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