Pidió ir al baño en la escuela y nunca volvió: Sonia Almada reconstruye el crimen de una niña en 1974 que se llegó a atribuir a Montoneros

En “La niña del campanario” la psicoanalista y activista por los derechos de las infancias hace una investigación sobre el asesinato de Ana María Rivarola, una nena de ocho años violada y ahorcada en una iglesia de Don Torcuato. Cómo resuena a más de 40 años.

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Sonia Almada. La psicoanalista y
Sonia Almada. La psicoanalista y una dura investigación. (Gustavo Gavotti)

Ana María Rivarola, Anita para su familia y amigos, esa niña buena, dulce y a la que le gustaba vestir de blanco, tenía ocho años cuando la situación política se había enrarecido tras la muerte de Juan Domingo Perón y la asunción de María Isabel Martínez de Perón, Isabelita, como presidenta. El pelo de Anita, largo, oscuro y esa sonrisa luminosa, como sus ojos, destacaban. El 24 de septiembre de 1974 era un día particularmente frío. De todos modos, fue al colegio en el colectivo que manejaba su papá, como cada mañana, en Don Torcuato. Durante la clase, pidió ir al baño pero nunca más volvió. Su cuerpo apareció más tarde, inerte, en el segundo descanso de la escalera que dirige al campanario de la iglesia San Marcelo. Anita había sido violada y silenciada con dos vueltas de soga en el cuello hasta la muerte. Una niña asesinada delante de los ojos de Dios. Y como Anita, niños que callan para siempre.

Este “feminicidio infantil” es el que retoma e investiga la psicoanalista, especialista en defensa y promoción de los derechos de niños y adolescentes y creadora de la asociación civil Aralma, Sonia Almada para escribir La niña del campanario, su primer libro. “Es un caso ejemplificador de lo que siguen padeciendo los niños hoy”, dice la autora a Infobae Leamos.

A casi 50 años del cruel asesinato de Anita, este femicidio resuena en otro, más cercano en el tiempo, pero igual de atroz: el de Chiara Páez, una joven de 14 años embarazada y asesinada cruelmente, que da origen al movimiento #NiUnaMenos. Ante el hartazgo de la violencia machista, de la naturalización cuyo punto más alto es el femicidio, hace siete años el piso comenzó a temblar y la explosión con fuerza imparable de otro volcán fue inevitable: el de las mujeres en las calles para decir basta.

"La niña del campanario", el
"La niña del campanario", el libro de la psicóloga Sonia Almada, publicado por Editorial Bocaspintadas

Según los datos del Registro Nacional de Femicidios de la Corte Suprema de la Nación, hay uno cada 35 horas. Y, mientras escribo esta nota llega un nuevo informe del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, coordinado por la asociación civil La Casa del Encuentro. Los números queman como lava en las manos: desde el 3 de junio de 2015 al 27 de mayo de 2022 se registraron 2041 femicidios, vinculados de mujeres y niñas y trans/travesticidios y 191 femicidios vinculados de varones.

“A lo largo de los años las mujeres hemos sido objeto de cualquier tipo de violencia”, asegura Almada y agrega otra capa: “me parece que es interesante ubicar en el eje de la discusión que los niños son víctimas muchísimo más vulnerables”. En sintonía con esto, Almada adelanta su próximo libro: los huérfanos de los femicidios, con testimonios de hijos que vieron cómo asesinaban a sus madres. Una nueva forma de orfandad olvidada por el sistema. Y otro número de este informe dispara la alarma: 2361 hijas e hijos quedaron sin madre, de los cuales el 64% son menores de edad.

Con prólogo de la escritora e investigadora argentina María Rosa Lojo, La niña del campanario es una investigación exhaustiva de más de dos años y medio de entrevistas a familiares, compañeros, autoridades, amigas y al reconocido perito Raúl Torre, a quien el caso de Anita lo marcó por hacer sido el primero de su carrera. Y aporta un dato revelador: “nadie en la comunidad sabía de la violación”. ¿Cuántos saben que viven arriba de un volcán con posibilidad de erupción? El desconocimiento también forma parte del caso.

Sonia Almada (Gustavo Gavotti)
Sonia Almada (Gustavo Gavotti)

En casi 200 páginas, Almada construye un mapa complejo de recuerdos escalofriantes y complicidades eclesiásticas, desde el traslado llamativo de un cura recién llegado a San Marcelo a Italia o al hijo de la portera a Entre Ríos y un “viaje consuelo” que le otorga la Iglesia al padre de Anita para conocer al Papa. Más silencio tras la violencia volcánica.

El libro, que forma parte de la Biblioteca Ni Una Menos junto a otros 400 libros en la Red de Bibliotecas Públicas de la Ciudad de Buenos Aires, remite -aunque con otras herramientas y enfoques- a Laëtitia o el fin de los hombres, del historiador francés Iván Jablonka. Con un ritmo ágil genera rápidamente un magnetismo absoluto. Así, el lector asiste no sólo al horror de los hechos, también al dolor posterior y al linaje familiar del sufrimiento, de las vidas suspendidas.

“Estremece pensar en el recurso inicial a la violencia política para tapar la evidente violencia de género”, escribe Lojo en el prólogo, haciendo referencia a la hipótesis que se barajaba en el momento: que el asesinato había estado en manos de Montoneros. Y deja una pregunta: “¿Por qué se ejercita de tal manera el mal contra los más vulnerables de los seres?”

“Los profesionales que nos ocupamos de maltrato y abuso enfrentamos hace años y fuertemente una ofensiva que la llamamos Backlash: te empiezan a hacer juicios, a llamar, a molestar”.

Marcela, la mejor amiga de Anita, recuerda el momento como si fuese hoy. “Una señora”, relata, “me preguntó ‘¿por qué llora la nena?’ y una maestra le contestó: ‘No pasa nada’”. No hay explicaciones para la crueldad y el horror. Tampoco hay sentencia ni culpables. Y luego, un silencio ensordecedor, parecido al que se respira en los pueblos tras la erupción de un volcán. Las cenizas lo cubren todo y tapan, pero el volcán sigue activo, latente. Los recuerdos y la necesidad de justicia, también. “Con este libro quería hacer una reparación histórica”, precisa Almada y escribe: “porque nadie te oyó y para no olvidarte, Anita”.

-¿Por qué contar la historia de Ana María Rivarola 48 años después?

-Es un caso ejemplificador de lo que siguen padeciendo los niños hoy. A los niños no les creen, hay una resistencia muy fuerte del mundo de los adultos en general a escuchar. A veces es con intención porque realmente hay algo que ocultar, y a veces, no. Tampoco son escuchados en los espacios judiciales y, a veces, no se los escucha en los espacios que deberían escucharlos, como en los psicológicos. Se los silencia. Hay una mirada adultocéntrica del mundo que hace que no se les crea, que no sean buenas víctimas. Me parece muy importante contar esta historia, porque mi trabajo es tratar de visibilizar cómo viven los niños. Y no sólo hablo de niños en situación de extrema vulnerabilidad porque Anita Rivarola no estaba en extrema vulnerabilidad, era de una familia humilde, iba a un colegio parroquial, estaba cuidada y le pasó esto.

-¿Cómo dialoga el libro con la actualidad y #NiUnaMenos?

-En una fecha tan importante como esta me gustaría que se tome en cuenta que los crímenes hacia las niñas por cuestiones de género, como fue el crimen de Anita, una violación y muerte, como feminicidios, como un crimen de odio. El maltrato infantil es una una cuestión de lo más común, está naturalizado. El primer lugar donde pega el patriarcado es en la infancia, que es donde nos pueden maltratar y humillar de cualquier modo, pero también donde nos asignan los estereotipos. Aunque parezca de antaño, hay una dominación que tiene que ver con la preponderancia de los varones sobre las mujeres y los niños, pero de ellos no se ha hablado todo lo suficiente. No son tenidos en cuenta como sujeto de deseo ni de derecho por más que tenemos la Convención de los Derechos del Niño. Se ha avanzado muchísimo pero todavía falta.

Movimiento #NiUnaMenos (Foto: Télam)
Movimiento #NiUnaMenos (Foto: Télam)

-¿Cómo empieza la investigación?

-Conocía la historia pero no toda. A mis 8 años escuché por primera vez que habían encontrado a una nena colgada del campanario. Siempre me resultó muy cruel esa frase y me marcó de una manera realmente muy importante, tanto que definió mi elección laboral, aunque lo vocacional ya lo tenía. De chica no pensaba que los niños podían morir y menos asesinados. Cuando decidí hacer el trabajo de investigación me encontraba con muy pocos datos. Encontrar con todos estos relatos era duro porque el dolor estaba intacto. Tampoco se sabía que la nena había sido violada antes de ser asesinada, que lo encuentro en el Archivo Judicial y también me lo cuenta el perito Raúl Torre. Si el caso de Anita es un femicidio ¿por qué en Argentina cuando asesinan a una niña se lo cataloga como homicidio? En el libro quise recorrer el concepto de “feminicidio infantil”, porque también responsabiliza de alguna manera al Estado por no crear las políticas públicas de protección y amparo.

“A los niños no les creen, hay una resistencia muy fuerte del mundo de los adultos en general a escuchar”

-¿Por qué se relativizan, se denigran o se niegan los femicidios y la violencia en general?

-No sé por qué pero lo que sí sé es que no hay que dejar de luchar. Para los que somos activistas es poder contar una verdad, restituir un derecho o varios que yo que fueron avasallados. Hay que seguir visibilizando pero cuando empieza la revuelta también la ofensiva es mayor. Si nosotras nos paramos de manos, hacemos el #NiUnaMenos, decimos que no, que no le vas a pegar a los nenes, que compartamos las tareas de cuidado, la revuelta tiene consecuencias. El disciplinamiento se hizo históricamente pero hay un recrudecimiento de las formas de crueldad. Me parece que la ofensiva para que paremos es directamente proporcional. Casi todos los femicidios tienen que ver con la mujer que deja ese hombre. O la violencia vicaria, que también se castiga a los hijos para violentar a la mujer. La ofensiva siempre hay que esperarla porque todas las revoluciones tienen una respuesta del otro lado.

Las huellas de un feminicidio
Las huellas de un feminicidio infantil que permanece en la memoria colectiva de la comunidad de Don Torcuato (Gustavo Gavotti)

-¿Quisieron silenciarte como psicoanalista alguna vez? ¿Tuviste miedo?

-Los profesionales que nos ocupamos de maltrato y abuso enfrentamos hace años y fuertemente una ofensiva que la llamamos Backlash, que es como el golpe en contra de los pederastas y los maltratadores cuando te empiezan a hacer juicios, a llamar, a molestar. Hay psicólogos a los que le han hecho escraches y cosas terribles para que paremos porque silenciarnos a nosotros es silenciar al niño. A mí me han tratado de silenciar pero lo que hay que hacer es aguantar, seguir adelante y responder a esta ofensiva.

-La violación y asesinato de Anita sucede en un colegio parroquial, ¿qué rol cumple la Iglesia en el ejercicio del poder en los cuerpos?

-La Iglesia ha ejercido poder total sobre los cuerpos. Esto siempre ha sido así. Pensemos en la cantidad enorme de sobrevivientes de abuso sexual en el mundo que siguen clamando justicia y cada vez aparecen más y esas cifras, cuando las conozcamos, van a ser totalmente aterradoras. El silencio que se impuso sobre aquellos niños fue demoledor, porque no sólo es el cura que hacía callar sobre la violencia sexual que ejercía sobre él, sino también con Dios. Si habla, se traiciona a Dios. La Iglesia tiene una responsabilidad extrema sobre la violencia hacia los cuerpos, no solo hacia los niños y también hacia las mujeres. Es parte de su propia narrativa la ejercer la violencia. Además de eso, los encubrimientos en la época de la dictadura militar.

Parroquia San Marcelo, en Don
Parroquia San Marcelo, en Don Torcuato.

-Una de las hipótesis del caso era que había sido Montoneros, ¿por qué desestimás esto?

-No es el accionar de Montoneros, porque no asesinaban niños y mucho menos los violaban. Si lees el crimen en contexto, una nena fue al baño y justo vino Montoneros y entró a la parroquia y la violó. Raúl Torres lo nombra como la hipótesis que manejó la policía en ese momento, pero probablemente tuviese que ver con el encubrimiento que hubo desde primera hora. La época del 74, previa del golpe militar, es una zona oscura poco investigada en la historia argentina. Quedó una marca muy muy indeleble del crimen de Anita porque no tiene respuestas, no está señalado ni siquiera el criminal. Hay más pistas que antes. Los entrevistados me decían que “uno no sabía antes lo que sabe ahora”, por ejemplo. O de los curas. Porque todos se habían quedado con una teoría de un enemigo externo que vino a atacar a la pobre comunidad y en realidad no se pensaba en un criminal sexual.

La policía manejaba la hipótesis
La policía manejaba la hipótesis que la violación y asesinato de Ana María Rivarola era un ataque del grupo Montoneros

-¿Los femicidios son políticos?

-Son políticos en el sentido de que el asesinato de una mujer lo que marca es la posición que tenemos ante los varones de la no igualdad, el lugar de objeto desechable, descartable. Un hombre violento que asesina a la mujer, primero, porque puede y también porque hay una narrativa cultural que lo permite. La narrativa nos pone en un lugar de minoridad y de necesitar tutela todo el tiempo. Entonces, si la tutela es de los varones, que nos vienen a cuidar pero también nos pueden matar, en ese sentido es político un femicidio. La marca que tiene es la que el hombre predomina sobre las mujeres y somos sujetos pasivos en relación a sus deseos y necesidades.

-¿Cómo definirías a La niña en el campanario?

-Es un libro de búsqueda de justicia, que transpirara este pedido todo el tiempo, no solo para Anita Rivarola sino para todos los chicos, para que se escuche su voz, sus pedidos, que tengan lo que necesiten. El libro es una especie de reparación histórica para todos los casos que pasaron sin pena ni gloria, como el de Anita. Es un pedido de justicia más allá de los Tribunales, que se los escuche justamente, sus deseos, sus necesidades y derechos. Y también es una interpelación al mundo de los adultos: ¿qué estamos haciendo con los niños?

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

La niña del campanario (fragmento)

Cuando el río suena.. es que agua lleva

Las redes sociales tienen, como sabemos, múltiples usos y variadas virtudes, y, como contrapartida, los defectos y los riesgos de todo aquello que se hace público: en algún momento, pueden provocar exactamente el efecto opuesto al buscado. Aun así, entre sus cualidades positivas está la de reunir a personas separadas por el tiempo y el espacio. Es el caso de quienes se conocieron en la escuela primaria o secundaria y se comunican después de décadas, a veces sólo para compartir la nostalgia.

Facebook es la red más frecuentada para estos reencuentros y, en lo que concierne a este crimen que me ocupa, el sitio en el que hace un par de años, pero más aún durante la pandemia, aparecieron personas interesadas en saber cómo había sido esa muerte, ocurrida en la parroquia San Marcelo, cuya víctima fue una nena de la que muchos de los que postean no recordaban el nombre –o, vagamente, dónde vivía su familia, o que su papá era colectivero–, en tanto alguien más cercano o memorioso escribió: “era una nena muy bonita”.

Entre esos intercambios, leí frases de personas bastante interiorizadas del asesinato y otras que buscaban información porque conservaban una imagen remota y difusa del hecho. Esas frases eran del más diverso tenor: desde que se trató de una leyenda de Don Torcuato que algunos malintencionados se ocuparon de propagar para desprestigiar a la Iglesia hasta el dato preciso del nombre de uno de los sospechosos, un diácono de la parroquia de nombre José o Giuseppe al que la congregación envió inmediatamente a Italia a poco de perpetrados la violación y el homicidio.

Incluso, leí el posteo de una mujer que dice, textualmente, con respecto a ese hombre: “Era un asco cómo te miraba”.

Y dado que explorar en el pozo del pasado provoca reacciones tan disímiles, después alguien comentó que el organizador o uno de los miembros del grupo de facebook se había quejado de los comentarios porque no convenía meterse en ese tema y así desaparecieron las conjeturas sobre el sospechoso.

Entre esos testigos, directos o indirectos, también están quienes recuerdan que se culpó a las organizaciones armadas que operaban entonces ya que un enemigo lejano, abstracto y colectivo, tranquilizaba las conciencias y aplacaba los temores. Sin embargo, no faltan quienes se refieren a uno de los jóvenes que trabajaba en la parroquia, que padecía una discapacidad y al que, según aseguran, lo torturaron para que se confesara culpable.

Los datos sobre lo sucedido son erráticos, pero la calificación de crimen horrendo y las consecuencias que les deparó a ese grupo de mujeres y hombres vecinos de la parroquia o alumnos y alumnas de esos años son por demás elocuentes. Las mujeres recuerdan que el hecho había impactado de tal modo que a partir de ese momento empezaron a ir acompañadas al baño durante las horas de clase. También, que algunos padres aumentaron los cuidados y el celo respecto de las actividades de sus hijos en la escuela y que, entre los varones, más de uno dejó de asistir al grupo de boyscouts. Por las dudas.

Conversando con una amiga sobre este infanticidio o feminicidio infantil, surgieron los nombres de dos o tres señoras mayores vecinas de Don Torcuato que rondan los ochenta años y que por esa razón han tenido conocimiento del brutal crimen. Sin embargo, a pesar de que menciono a mi amiga, cuando me comunico con ellas se resisten a hablar. Una me comenta, para no mostrarse descortés: –Parece ser que la nena, que estaba en tercer grado, pide para ir al baño pero como tarda, la mandan a buscar. Trabajaba en la iglesia una persona, aparentemente la nena la conocía y bueno, la encuentran en el campanario ahorcada con la soga de la campana.

En ese momento estaban el padre Luis y un diácono del que no recuerdo el nombre. Se les hicieron las pruebas a todos y todo dio negativo. Todo, todo.

¿Qué pruebas, me pregunto, si en esos años no existía, desafortunadamente, el análisis de ADN? ¿A qué se refiere la mujer cuando dice “todo”? Después, intento con el otro número que me ha dado mi amiga, porque es probable que esa otra señora de la que me habló recuerde algo de lo sucedido. Me presento y le digo que estoy escribiendo un libro acerca de la niña del campanario. –Ah, buenas tardes. Sí, sí, Lucía me dijo que usted me iba a llamar.

Percibo su molestia, sus ganas de cortar.

–Mire, yo no sé qué quiere hacer usted con esto, como le dije a Lucía. Mis hijos fueron al San Marcelo y mis nietos van actualmente. Yo mucho no puedo decirle más que lo que me contaron y lo que no quiero es que se levante todo y tengamos algún problema ¿vio?

–Si –le digo, aunque no entiendo a qué problema se refiere. Pero, al parecer, la que no llega a comprender es ella, ya que me responde: –Yo mucho no entiendo. Lo que sé es que el colegio y las autoridades son intachables y si pasó algo, fue por alguien de afuera ¿vio? Yo hace más de cincuenta años que voy a misa y mi familia también y nos conocemos todos acá. No entiendo bien qué quiere usted. –Saber la verdad. Saber quién asesinó a Anita Rivarola. –Ah, bueno, pero pasó hace mucho tiempo y si no se descubrió en ese momento, mire si se va a saber ahora. Además, fue una época muy difícil, mucho no se podía hablar y ahora, no sé, tampoco.

Quién es Sonia Almada

♦ Es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

♦ Es Master Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar.

♦ Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica.

♦ En 2003 fundó la asociación civil Aralma, desde donde impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias.

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