Están en la mesa de un bar, sobre la vereda. A pocos metros pasa el 15 con todo su estruendo, un chico arrastra 7 perros prendidos a la cintura, dos personas descargan cajas de una camioneta y se escucha la conversación encendida de las loras en las copas de los árboles. El café se enfría en la mesa. Ella tiene un libro chiquito entre las manos y lee en voz alta. Los ojos de la bebé van del rostro de su madre al libro y vuelven y buscan y se estremecen y se achispan con cada vuelta de página. La escena podría ser aislada, pero no lo es tanto. Cada vez más a menudo se ven libros en las mantas de descanso de los bebés, colgando de los coches de paseo y entre los móviles, osos de peluche y juguetes. Los libros para bebés tienen un espacio destacado en las mesas de novedades de las librerías, escalan en ventas y son la apuesta fuerte de muchas casas editoriales.
Desde hace ya algunas décadas académicos, investigadores médicos y especialistas aseguran que acercar libros, relatos, historias en los primeros años de vida constituye un factor imprescindible para el desarrollo del psiquismo, pero también de la capacidad de pensar y de aprehender el mundo. La lectura favorece el desarrollo cognitivo de los bebés y también su desarrollo emocional en tanto da lugar al encuentro, el diálogo y el intercambio con un otro.
La pregunta que surge de manera inmediata es ¿qué se entiende por leer cuando se trata de bebés? “Decimos que leer es construir sentidos sobre las cosas del mundo. Y hay cosas que se leen con el olfato, otras con el oído, otras con la mirada, otras con los dientes o con el movimiento del propio cuerpo, otras con el contacto corporal… Todos los sentidos están abiertos, muy sensibles, para captar la realidad y transformarla en lenguaje. Las y los bebés leen con todos los sentidos”, dice María Emilia López, especialista en Educación Temprana y Literatura infantil, en el cuadernillo de divulgación Nidos de lectura, elaborado por el Ministerio de Educación de la Nación y pensado para las experiencias educativas comunitarias que acompañan a leer a las más pequeñas y más pequeños lectores.
“En un espacio donde hay libros, los niños caminan o se sientan sobre ellos en actitud triunfal, o con orgullo se ponen un gran álbum como sombrero. Cuando les leemos un cuento, se divierten leyéndolo ellos solos, a su manera, imitando al adulto y mostrando que el poder manipular el libro a su antojo es importante para ellos. El niño pequeño está siempre en movimiento y cuando se apodera de un libro con frecuencia lo abandona rápido, pero al momento siguiente, quiere retomarlo. Se apropia en cierta manera del álbum, pero con sus manipulaciones, se apropia también de su contenido”, afirma la psicóloga francesa y especialista en desarrollo Marie Bonnafé en Los libros, eso es bueno para los bebés.
Así que, de un tiempo a esta parte, los bebés -esos sujetos sin lenguaje- empezaron a ser pensados como lectores por la industria del libro y, cuando se dieron las condiciones técnicas en el país para producir libros de cartoné -esos que resisten el uso intensivo que hacen los chicos- con materiales que fueran seguros, el mercado comenzó su expansión. “A diferencia de otros casos, la industria propuso una intervención cultural que se está instalando en la sociedad y no al revés. Ese es un proceso muy interesante porque habla de la capacidad de la industria de una intervención cultural significativa”, enfatiza Raquel Franco, directora del sello Pequeño Editor.
Judith Wilhelm, editora de Calibroscopio, cuenta que la colección Pez volador, dedicada a primeros lectores, fue la primera de la editorial, en 2005: “La idea -dice- era sumar libros para bebés y niños pequeños de calidad plástica y literaria, algo que en su momento no abundaba. Los libros para los más chiquitos estaban plagados de estereotipos televisivos y estéticas comerciales o eran en su mayoría libros de aprestamiento y aprendizaje. Nuestro deseo era contar historias”, resume.
Por su parte Franco, que lanzó la colección Los Duraznos en 2016, coincide: “Intuíamos que se necesitaba contenido literario donde la palabra fuera protagónica. Empezamos por investigar en los avances de los especialistas. Hicimos un rastreo de información y conocimiento en América Latina y de la preocupación de los Estados acerca de la lectura en la primera infancia y con toda esa información y esos saberes empezamos a buscar textos que reflejaran eso que habíamos aprendido”.
La colección tardó unos años en instalarse, pero al día de hoy cuenta con 24 títulos: “Teníamos muy clara la idea de que los libros tenían que contener música porque la sensibilidad de los bebés a la música y el ritmo en esos momentos de construcción de lenguajes es muy importante. Seleccionamos artistas que trabajan con primera infancia, buscamos canciones tradicionales y textos con mucha rima, mucho ritmo y mucha musicalidad”, puntualiza Franco.
También en 2016, Maria Fernanda Maquieira encabezó un equipo de investigación desde el sello Loqueleo para desarrollar un proyecto global con libros para el inicio de la vida que dio como resultado la colección Dadá y Lelé, con la autoría de Gabriela Keselman y Huemula. “Hicimos un libro de tela para dormir, un libro de plástico para el baño y un libro de cartoné para el paseo. Además pensamos un libro 0 que es previo a la llegada del bebé, algo así como una invitación a que cada familia arme su propio álbum y este se convierta en un ejemplar único e íntimo de la familia que espera la llegada del bebé”, repasa Maquieira. En el desarrollo de la colección se contó con el valioso asesoramiento de la escritora y especialista colombiana Yolanda Reyes, directora del proyecto cultural de formación de lectores Espantapájaros y autora del libro La casa imaginaria, de divulgación y concientización sobre la importancia de la lectura en los primeros años de vida.
“Es un segmento que ha crecido muchísimo en el último tiempo, teniendo en cuenta que hasta hace poco no se pensaba en los bebés como lectores, el cambio de ese paradigma ha dado lugar a un espacio muy interesante”, comenta la editora Paula Fernández que desde el sello Ojoreja ha dado lugar al desarrollo de colecciones como Primera poesía, con textos de autor que convidan a la experiencia poética; Charitos, que incorpora el lenguaje abstracto, y otras como Pudú, que explora el universo de los paisajes nativos, o la reciente Tiki taka que abre las puertas al juego. “Todas y cada una de ellas proponen fortalecer la diversidad de experiencias afectivo-literarias que podemos recorrer”, afirma Fernández.
En el mismo sentido, Eloise Alemany, de editorial Periplo, que tiene un extenso catálogo dedicado a los primeros años, señala que hay que medir cada nuevo lanzamiento para no saturar el mercado sino para hacer un aporte en cada título: “El desafío más importante sigue siendo el mismo: entender qué disfrutan los más chiquitos”.
Allí se juega ahora, una vez consolidado el segmento, el reto de cada creador y la apuesta de cada sello editor, en alerta por la disparada de los costos de producción. Si hace poco más de una década sólo circulaban escasos libros de conceptos, costosos ejemplares de figuras, números, letras, animales, hoy las mesas de libros para bebés no sólo han recuperado bellas ediciones de clásicos como los protagonizados por Federico o los del ratoncito Pete de Graciela Montes, sino que hay libros sonoros, poesía, cuentos circulares, rimas, juego de palabras y canciones con apuestas artísticas y estéticas diversas.
Con un mercado potente y heterogéneo, la tarea fundamental vuelve a los mediadores, a la mamá, al papá, la abuela, el tío, las docentes y bibliotecarios a cargo de la selección. Pero esa es otra nota.
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