En el principio fue Bukowski. Eran mediados de los ochenta y Fito Páez y Fabiana Cantilo, esa ex pareja que amamos amar, estaban de vacaciones en la Isla Margarita. Fito ya conocía la obra del poeta maldito: el escritor Marcelo Figueras le había puesto en las manos Cartero, la primera novela de Charles Bukowski, unos años antes.
“Llegué a Bukowski en una época mía de muchos excesos y compartía esos excesos con muchos de los personajes de Bukowski. Eran como compañeros de arrabales para mí”, le dijo Fito a Gerardo Rozin en una entrevista que le hizo para su programa Esta noche libros hace algunos años. En las vacaciones en pleno caribe venezolano Páez leía Erecciones, exhibiciones e historias generales de locura ordinaria, que en la edición española que publicó Anagrama se dividió en dos libros: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y La máquina de follar. En esas páginas encontró “La chica más guapa de la ciudad”, el cuento de 1978 que cuenta la historia de Cass, la más linda de cinco hermanas y, como spoilea el título, de toda su comarca. Hay alcohol, angustia, marginalidad, soledad, sexo -mucho sexo- y muerte en el texto de Bukowski: Cass es una posible compañera de arrabal para quien la necesite.
“Leí el cuento, tenía una guitarra, tenía a Fabi al lado. Era como si la vida me dijera ‘dale, flaco, hacé la canción’”, contó Fito una de todas las veces que recordó cómo convirtió “La chica más guapa de la ciudad”, de Bukowski, en “Polaroid de locura ordinaria”, de Páez.
La grabó en Ey!, el disco que editó en 1988 y al que le puso ese nombre corto y medio quejoso para responderle a la discográfica, que había protestado porque Napoléon y su tremendamente emperatriz era demasiado largo. “Polaroid de locura ordinaria” lleva en su nombre un pedacito del título de Bukowski en el que Fito encontró la historia de Cass y no lleva en su letra el nombre de ninguna mujer: la canción puede ser la historia de cualquier chica. Alcanza con ponerse -o ser puesta- en ese lugar. Ese ratito de vida tan rockero que viene con la garantía de que finalmente nadie saldrá herido suena a arma de seducción masiva: he ahí uno de los secretos del éxito de la canción.
Otro secreto -esto es personal-: ninguna otra canción, ni de Fito Páez ni de nadie más, hace que el Luna Park esté tan prendido fuego como “Polaroid de locura ordinaria”. El Luna, ese estadio con gradas en falsa escuadra que amamos amar, se vuelve loco cada vez que Páez les canta a las chicas que quieran hacerse cargo de su letra.
El incendio ocurre en dos tiempos. El primero es cuando Fito deja que el público repita solito el coro: “La veo cruzar, cruzando un bosque, la veo-a-le-jánn-do-sé de mííí”. El segundo, que es el que terminará con una explosión, dura lo que dura la última estrofa: la canción sube en la escala de notas porque la historia -de Bukowski primero, de Páez después- está a punto de hacer cumbre. Hay que contar un suicidio y hay que contarlo a todo trapo, y entonces Fito grita, subido a un baterista embravecido: “Sangró, sangró, sangró y se reía como loca, no he visto luz ni fuerza viva tan poderosa”. Nunca falla: alrededor de su grito hay 5.000 personas -o 50.000, si toca en River- ofrendándole la garganta a un cuento del viejo Bukowski.
El poeta maldito no fue el único escritor que se cruzó en la creación musical de Fito Páez, que aprendió a leer con los libros de Emilio Salgari y de Julio Verne que su papá le compraba, editados por la colección Miniatura de Bruguera, y que hace treinta años publicó El amor después del amor, un disco de catorce canciones que tuvo doce cortes de difusión, del que participan Charly García, Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Andrés Calamaro y Fabiana Cantilo, y que vendió más copias que cualquier otro disco de rock argentino.
“Fue mi primer entrenamiento en eso de agarrar la obra de un artista y adaptarlo a una canción mía”, diría Fito sobre “Polaroid de locura ordinaria” cuando ya la había puesto en nuestro walkman primero y en nuestro Spotify después.
Truman Capote fue otro de los escritores que decidió tomar como inspiración. En 1980, cuatro años antes de su muerte, el autor de A sangre fría publicó Música para camaleones, que tiene ficción y también no ficción y que es el último libro que editó en vida. En el libro de Capote hay piezas de colección: el perfil de su amiga Marilyn Monroe en el que se vislumbra toda la fragilidad que se la lleva por delante cada vez que vuelve sola a su casa y el show business queda del otro lado de la puerta, su crónica sobre cómo era el día de trabajo de una mujer que limpiaba casas a la que acompañó y observó con esa mirada quirúrgica, y el autorretrato en el que escribió: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. No sólo son piezas de colección: son también muestras de la capacidad de Capote de mimetizarse -como el camaleón, que cambia de colores según la ocasión- con aquello que mira para después contarlo.
“Música para camaleones” le puso Páez a una de las canciones que grabó en su disco Naturaleza sangre, de 2003. Ahí también están, como invitados, García y Spinetta -y de paso Rita Lee-. Capote no es el único escritor que atraviesa el disco: Fito le dedicó Naturaleza sangre al poeta Juan Gelman.
“Es música para no tener miedo, para gente que sabe cambiar”, contó Páez sobre la canción a la que le puso nombre literario y que grabó un poco como si fuera un ska y otro poco como si fuera un tema listo para reventar una fiesta electrónica. “El mundo es real, lleno de miserias, lleno de ilusiones. No hay una verdad, voy de los castillos a los callejones”, canta Fito, como si avisara que se puede ser muchos en apenas un ratito: tal vez en eso se parezca ser artista y ser cronista, dos condiciones que Capote conjugaba como un alquimista.
”Cuando Dios te da un don, también te da un látigo. Y ese látigo es solamente para autoflagelarse”, escribió el autor de Desayuno en Tiffany’s y recogió el autor de “11 y 6″ y de “Brillante sobre el mic”: usó la frase casi al final de la letra de “Música para camaleones”, como para que no quedaran dudas sobre qué lo había inspirado para decir todo eso que tenía para decir.
La influencia literaria más fresquita de Páez es Roberto Arlt. Hace menos de tres meses que editó Futurología Arlt, un disco doble inspirado en Los siete locos y todo el universo porteño, lleno de preguntas sobre la vida, la muerte, la angustia y la soledad que hay en esa obra de principios del siglo XX. Es un proyecto que Fito empezó a pensar en 1995, cuando el productor teatral lo invitó a que pensara la música para un espectáculo en el que bailaría Julio Bocca. La propuesta original giraba alrededor de Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Después, Los siete locos. Finalmente, nada.
Pero la idea le quedó rondando y la pandemia puso en pausa al mundo, así que fue el momento de concretarla. Futurología Arlt tiene 22 canciones y sólo una con letra: la primera, que sirve para introducir a Remo Erdosain, protagonista de la obra de Arlt a la que Páez le rondó por un cuarto de siglo. Para contar ese mundo de hace cien años que (d)escribió el autor de las Aguafuertes porteñas, Fito compuso tangos -claro- pero también jazz, piezas para orquestas y solos para trompetas y sintetizadores. Ahí está, como un camaleón que se adapta a lo que su obra necesita, el tecladista de Charly García, el hombre que compuso La La La con Luis Alberto Spinetta, el artista que inventó la obra cumbre del rock argentino.
El libro que Arlt publicó en 1929 es una crónica de la Buenos Aires de esa época pero también un retrato -y tal vez una premonición- de cómo una sociedad se desarma, se corroe. De cómo se puede estar solo en un centro urbano de los enormes. Se ocupó de adaptarla a la música, casi un siglo después, el artista al que se le ocurrió este verso: “Buenos Aires hoy te falta mambo, te sobra muerte y pasarela”. Nada mal.