Viajemos a la Buenos Aires de la segunda década del siglo pasado: a cien años de la independencia, era una ciudad abierta, veloz, con luz eléctrica y automóviles, en la que convivían tres o cuatro idiomas por cuadra. En las veredas del barrio de Flores jugaba el joven Roberto Arlt, por ejemplo, un hijo de inmigrantes que leía malas traducciones de Dostoievski, y en Palermo volvía de Europa la familia Borges. Apenas unos años después, frente a la diversidad de lenguas y procedencias, el propio Jorge Luis Borges se preguntaría qué es, en el fondo, ser nacional. ¿Hablar español rioplatense? ¿Idealizar al gaucho?
Era una ciudad con los intestinos al aire: aparecía el primer rascacielos de la ciudad y de Latinoamérica, y se creaba la primera red de subte. En los kioscos, los diarios y revistas salían como pan caliente. Los hijos de los inmigrantes, alfabetizados por la escuela pública, leían lo que llegaba a sus manos: novelas románticas, clásicos, manuales de mecánica, revistas. Y, claro, historietas. Hasta entonces, si bien proliferaban las caricaturas en revistas como Don Quijote, no había historietas de autores y temáticas estrictamente nacionales. No las hubo hasta 1916, momento en que apareció, en la revista El Hogar, Las aventuras del Negro Raúl, de Arturo Lanteri.
Las aventuras del Negro Raúl, un rescate necesario
Hoy, pocos recuerdan la obra de Arturo Lanteri y los manuales historiográficos le dedican apenas unas líneas condescendientes. Pero, en palabras de Juan Sasturain, director de la Biblioteca Nacional, su obra “es el eslabón nunca perdido pero solo ahora adecuadamente descrito que conecta las formas salvajes previas con las tiras costumbristas consolidadas de los años veinte, y preanuncia la plenitud creativa de la etapa ulterior”.
Por eso, la Biblioteca Nacional, en la serie Papel de Kiosco, reúne por primera vez la totalidad de los episodios de Las aventuras del Negro Raúl, con sus 39 entregas, junto a otras piezas del autor, anexos y estudios críticos que ayudan a reponer el contexto en que esas tiras fueron publicadas, así como sus intenciones y formas de recepción.
“Es la primera serie de historietas publicada por un autor nativo argentino”, explicó a Infobae Leamos José María Gutiérrez, responsable del Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos (CHHA). “Las anteriores eran de españoles, principalmente. Pero esta historieta es bien criolla: el autor se apropió de recursos que venían de la historieta europea, ya comenzaba a indagar en el cómic norteamiercano, y lo fue fusionando para crear una serie autóctona. No solo en la forma, sino también en la temática y las resoluciones”.
En el origen de la historieta se ve, hoy, un componente que en otros países no aparece con la misma intensidad: la sátira política. En particular, Las aventuras del Negro Raúl estuvo enmarcada por un hecho político fundamental: las primeras elecciones presidenciales posteriores a la ley Sáenz Peña, que estableció el voto universal -aunque reservado a los varones-, secreto y obligatorio, y en las que resultó ganador Hipólito Yrigoyen. De hecho, la historieta comenzaba con la proclamación de la fórmula de Yrigoyen y terminó a un mes de la asunción presidencial: se publicó desde el 25 de febrero hasta el 17 de noviembre de 1916. Ese es el lapso que duraron las publicaciones en la revista El Hogar, que no solía publicar historietas y no lo haría de nuevo sino hasta varios años después.
Las aventuras del Negro Raúl se publicaba a página entera, satinada, pensada para las grandes galerías de la sociedad porteña, y formó parte de una operación del medio vinculado a esas elecciones. “Las clases gobernantes sentían esa elección como una hecatombe, porque era la posibilidad de que el Estado argentino cayera en manos plebeyas”, indicó Gutiérrez, y agregó: “Las aventuras del Negro Raúl tiene mensajes comprometidos con una posición frente a dicha posibilidad”.
El Negro Raúl, un personaje de carne y hueso
La historieta está inspirada en una persona real, Raúl Grigera. Se trata de un joven afroargentino, un personaje muy conocido por los porteños, que se paseaba con los aristócratas y ricos de la ciudad. Muchos lo veían como un bufón de las clases altas: “Hoy, después de cincuenta y tantos años, he descubierto que el Negro Raúl no me reconocía”, escribe Adolfo Bioy Casares en su diario (1975). Y sigue: “El negro Raúl era un popular mendigo de Buenos Aires; aunque tal vez popular en el Barrio Norte, pues me parece que componía el papel de una suerte de bufón de los chicos de la clase alta”.
Sin embargo, en un estudio preliminar de la publicación de la Biblioteca Nacional, la investigadora Paulina Alberto problematiza la figura de Grigera y escribe: “¿Quién era el Negro Raúl? ¿Era, como afirmaban muchos habitantes de la ciudad, el bufón patético e ingenuo de sus ‘amigos’ de la elite? ¿O era –lo que sería más inquietante– un ejemplo de una movilidad social ascendente demasiado fácil de conseguir en los años de las ‘vacas gordas’? Algunos conjeturaban que, tal vez, era un embaucador astuto que sobrevivía gracias a la simulación”.
La investigadora señala que, en la historieta de Lanteri, la representación del Negro Raúl puede haber aparecido para “educar a los lectores de El Hogar sobre las expectativas raciales y de comportamiento codificadas en el estatus de clase media y para demarcar sus límites”.
Lanteri, un precursor invisible
No hay una escuela ni una plaza con que se llame “Arturo Lanteri”, pero su luz, como las estrellas apagadas hace tiempo, siguió iluminando el camino de las historietas argentinas durante el siglo XX.
En primer lugar, Lanteri metabolizó los recursos formales del cómic estadounidense y los adaptó al escenario local, formando una nueva estela de narrativas gráficas que combinaba la tradición nacional de la sátira con el cómic norteamericano. El gesto influyó en sus contemporáneos y también en las generaciones posteriores, sobre todo en Dante Quinterno, autor de Patoruzú, quien supo aprender de él a la edad de 15 años, cuando Lanteri dirigía la revista Humorísimo Porteño (1924-1925).
Pero hoy es poco lo que se sabe de él. Era una figura enigmática: no frecuentaba los salones y no se juntaba con colegas. No hay entrevistas ni reseñas de su obra, y Quinterno lo borró de su genealogía artística. Más adelante, en 1922, Lanteri publicó Las aventuras de Don Pancho Talero, un serie de éxito que dio origen a dos obras de teatro y dos largometrajes.
Un trabajo de recuperación
Las aventuras del Negro Raúl “es una historieta casi documental, testimonial de su tiempo. Revela muchísimas cosas en las costumbres, en los tics, en los hábitos de los porteños, recorre escenarios reales que eran muy populares, como el Teatro Colón, los teatros de varieté, y los recrea con sus faunas, de un modo muy incisivo”, señaló Gutiérrez a Infobae Leamos.
Por eso, para que el lector pueda entender las referencias y los guiños, el trabajo de la Biblioteca Nacional busca recuperar el contexto de la historieta con notas gráficas. “Hicimos un trabajo de recuperación de datos e información, sobre todo de los elementos, personajes y ambientes que se recrean en cada episodio de la serie, para que el lector pueda recuperar toda su riqueza”, explico Gutiérrez.
Para el proceso de edición hubo varias líneas de trabajo. Una fue la recuperación de todas las planchas originales a partir de los éditos, ya que no hay dibujos originales. Otra línea fue sobre la documentación anexa que permitiera el estudio contextual de la historieta. Por último, Gutiérrez trabajó seis años en la recuperación de la figura de Arturo Lanteri, de quien no quedaron herederos directos ni, a decir verdad, biografía.
La investigación, además, dedica espacio a la figura del verdadero Negro Raúl, con un artículo de Paulina Alberto, quien publicó en la universidad de Cambridge un libro sobre Raúl Grigera y las ficciones construidas alrededor de él. Por otra parte, en la sección Anexo Documental se pueden encontrar documentos valiosos: una galería de ilustraciones de Lanteri que se utilizaron como tapas de la revista El Hogar, avisos publicitarios sobre chocolates ilustrados por el autor y chistes de la sección “La página cómica”, donde se puede ver, por ejemplo, una imagen a página completa sobre la calle Florida, en la que conviven pobres, ricos, paseantes, mujeres coquetas y policías.
La presentación del libro se realizará este viernes, 27 de mayo, a las 19 en el Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502, CABA). Lo presentan Paulina Alberto, Juan Sasturain, José María Gutiérrez, Federico Reggiani y Federico Mutinelli.
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