Gisele Sapiro es una socióloga francesa que se formó con Pierre Bourdieu y que lleva décadas investigando cómo circulan las ideas en eso que su maestro denominó “el campo intelectual”. En sus trabajos, Sapiro revisa cómo se construye la ética profesional, cuál es la historia de la libertad de prensa y, en su último libro, recientemente editado por Capital Intelectual, indaga sobre una una pregunta que atraviesa los tiempos que corren: ¿se puede separar la obra del autor?
La pregunta está tan en el centro de su trabajo que ese es el nombre del libro: ¿Se puede separar la obra del autor? En plena era de la cancelación, reflexiona sobre casos como los de Roman Polanski, Michel Houellebecq y Louis-Ferdinand Céline, entre otros. Es un intento por responder a esa pregunta sin el apuro y la superficialidad que gobierna en las redes sociales cuando “estalla” algún caso así. Sapiro evita el panfleto y acepta los matices.
Apenas detrás de la pregunta-disparador, la bajada del libro pone en contexto: “Censura, cancelación y derecho al error”. Ese es el clima de época en el que surge esta pregunta, vinculada a artistas que cometieron delitos sexuales, promueven la pederastía o defienden visiones xenófobas o antisemitas. Para la edición que acaba de publicarse, la periodista y escritora Hinde Pomeraniec se ocupó del prólogo que introduce el ensayo de Sapiro.
El prólogo completo
A medida que incorporamos el concepto como tendencia de época, confirmamos que la llamada “cultura de la cancelación” no cumple con su propósito de eliminar el supuesto daño que infligen una obra o un creador sobre la cultura. Retirar el apoyo de manera más o menos estridente o quitar el soporte económico a un artista o a una obra no termina con los efectos dañinos que pueden provenir de ciertas producciones artísticas, ni tampoco con la influencia de las ideas o las declaraciones de creadores y artistas enfrentados al pensamiento dominante y a la moral de nuestra época. La censura y los boicots −históricamente asociados al fascismo y que ahora surgen también de sectores que se autodenominan progresistas− no resuelven ni la violencia ni el machismo ni el racismo ni la pedofilia ni la discriminación. Y entonces: ¿qué hacemos cuando advertimos que hay obras y autores que provocan daño o afectan a minorías discriminadas o a colectivos históricamente aplastados y ya no podemos dejar de reconocer que eso está mal?
Imaginar un mundo del arte construido por personas de bien no solo es ingenuo, es inútil. La decencia, como la ideología, no son garantía de calidad estética. Por eso, una de las propuestas con la que buscamos tranquilizar la ansiedad que nos provoca seguir disfrutando de la obra de un autor cuestionado, con el riesgo de cancelación hacia uno mismo que eso conlleva, es dar argumentos a propósito de la separación entre la obra y su creador; es decir, entre las ideas y los actos de los seres humanos y la calidad de sus obras. Ahora, bien, ¿eso es realmente así? ¿Es posible pensar ambas cosas por separado? En medio de “un debate confuso donde el estilo panfletario, que privilegia el ruido y la mala fe para descalificar al adversario, prevalece a menudo sobre la argumentación racional”, la socióloga francesa Gisèle Sapiro (1965) se propuso analizar si es posible esa distinción.
El objeto de este libro no es un tema nuevo para la ensayista francesa, quien ya lo abordó en textos anteriores como Escritores y política en Francia y La sociología de la literatura. En esta ocasión, el tratamiento se da a partir del estudio del vínculo entre artista y obra para, desde allí, estudiar el alcance de la responsabilidad del creador, y también preguntarse hasta qué punto la conducta y la ideología de un artista pueden invalidar su producción.
Sapiro intenta diseccionar los argumentos que se utilizan en las diferentes posiciones acerca del vínculo entre la producción y su creador y reflexiona sobre lo que llama las “construcciones sociales de las nociones de autor y de obra”, que son siempre afectadas por las creencias de su época, lo que hace que aquello que era socialmente aceptado en cierto momento histórico sea rechazado en otro. Lo explica así:
“Las nociones de autor y de obra son construcciones sociales a las que se asocian creencias que varían según la historia y entre las culturas [...]. Cuando las obras se desligan de su contexto de producción y circulan en el espacio y en el tiempo, corren el riesgo de deshistorizarse y de generar, por lo tanto, algunos malentendidos. Sin embargo, la alteración del ‘horizonte de expectativas’ puede llevar también a que se detecte en ellas una visión del mundo racista, antisemita o sexista que resultaba tolerable en la coyuntura que las vio nacer”.
Ocurre que en la era de la cancelación el foco no solo está puesto en el presente sino que extiende su derecho a veto hacia el ayer, con el riesgo implícito de forzar una reescritura de la historia que ignora las diferencias culturales e ideológicas entre el hoy y el tiempo en que esas obras fueron concebidas. Así, el juicio al pasado en nombre de la defensa de las minorías termina pareciéndose peligrosamente al intento de reescribir la historia que caracteriza la voluntad autoritaria. La moral, se sabe, es una cuestión relativa, y desde esa perspectiva parte la autora de este libro quien, por otra parte, cree en “el nexo íntimo entre la moral del autor y la moral de la obra”, es decir, en la indisociabilidad entre una y otra.
Sapiro es cuidadosa a la hora de hablar de cómo se producen los cambios y las diferencias culturales a lo largo de la historia y sostiene que la aceptación social llega también por medio de la lucha. Así, explica por ejemplo cómo “la violencia contra las mujeres no era tabú en ninguna parte antes del movimiento #MeToo”. Para la autora, “el umbral de tolerancia no se debe tanto a los cambios de época como a la historia de las luchas por la libertad de expresión y contra las discriminaciones”.
Aunque defiende abiertamente el derecho de los individuos y de los diferentes colectivos al rechazo y a la protesta (que apuntan a la visibilización de “las formas de violencia simbólica que se ejercen en nuestras sociedades” a partir de producciones de los campos artísticos, intelectual y literario con la “complicidad” de determinados poderes como la justicia y la prensa), Sapiro busca arrojar luz a cuestiones extremas que conducen a la censura, como el boicot y el linchamiento público a determinadas figuras a través de los medios y las redes sociales. Para eso, analiza algunos casos particulares con el objeto de centrarse en la pertinencia de la circulación pública de ciertas obras y de los premios otorgados a algunos artistas.
Así, analiza las figuras de Roman Polanski y Peter Handke. El primero, uno de los grandes cineastas contemporáneos, hallado culpable en casos de abusos a menores y violación, quien recibió varios premios europeos por su película J’Accuse en pleno auge del movimiento #MeToo; el segundo, galardonado con el Nobel de Literatura 2019 pese a ser objeto de cuestionamientos severos por su defensa de la actuación serbia durante la guerra de los Balcanes y sus críticas a la cobertura del conflicto por parte de los medios mainstream en los años 90 del siglo pasado.
Los protagonistas de los análisis de Sapiro son naturalmente los creadores (pintores, escritores, cineastas, filósofos), pero de manera original la ensayista extiende su mirada hacia lo que llama los “mediadores”, aquellos que contribuyen a la consolidación de la figura de un autor y también de su obra, como es el caso de los periodistas, los docentes, los investigadores y los críticos. En este punto, analiza en detalle el caso del escritor francés Gabriel Matzneff, quien durante muchos años no solo escribió libros autobiográficos en los que narraba sus encuentros sexuales con menores de edad sino que con absoluta complacencia de críticos, periodistas y poderosos del mundo editorial, hacía declaraciones públicas a modo de celebración de esos delitos. El punto final de tanta algarabía impune −tribunales mediante− llegó a través del testimonio escrito de una de sus víctimas, Vanessa Springora, quien en su libro El consentimiento contó su traumática experiencia con el escritor, cuando ella tenía 14 años y él 50.
Así como los medios o los integrantes del campo intelectual (para usar una categoría de Pierre Bourdieu, el maestro de Sapiro) pueden proteger a uno de los suyos, como el caso de Matzneff, también inciden en los linchamientos, la mayoría de las veces más preocupados por conseguir audiencia que por informar o actuar con rigor y claridad. A lo largo de su ensayo, Sapiro despliega las tomas de posición asumidas desde los campos periodístico, judicial, literario y académico en cada uno de los casos, incluyendo antecedentes históricos como el juicio a Gustave Flaubert por Madame Bovary, y señala particularmente la relevancia de un término: consagración. Para Sapiro, es importante en cada caso “el grado variable de consagración de los autores implicados, que incide en la repercusión local, nacional o internacional de la polémica y en sus implicaciones”.
“¿Se puede separar la obra del autor? Sí y no. Sí porque, como se ha visto, la identificación de la obra con el autor jamás es completa, y porque a este la obra siempre acaba ‘escapándosele’. Se le escapa, primero, en el proceso mismo de producción: de entrada, porque cualquier proyecto creador está formado por el espacio de posibles y de lo pensable y, después, porque la producción del sentido de una obra es el resultado de un trabajo colectivo que implica a una serie de intermediarios. Se le escapa todavía más en el proceso de recepción, puesto que este no es pasivo y pasa por formas de apropiación que pueden resultar contradictorias.”
Por todo esto, entre el arco que va de la censura a la circulación sin límites de una obra cuestionable por su discurso violento e inadmisible en el presente, para Sapiro una buena solución pasa por la exhibición de las obras cuestionadas con mensajes de advertencia. El ejemplo es la decisión de HBO, que retiró de su catálogo transitoriamente Lo que el viento se llevó, con el objeto de preparar la contextualización apropiada para volver a exhibirla, una acción que Sapiro considera una iniciativa buena y más eficaz que cancelar, ya que la cancelación permite que la violencia simbólica de las obras permanezca −en este caso el racismo−, mientras que ponerla en palabras y hacerla explícita aseguraría en cambio que el público entienda por qué es problemática y cuestionable. Esto es especialmente útil cuando se trata de obras antiguas o clásicas.
Su propuesta final es que, sin negar las relaciones entre la moral del autor y la moral de la obra, “las obras sean juzgadas de manera relativamente autónoma [...] siempre y cuando no comporten ni una incitación al odio contra ciertas personas o grupos a causa de sus orígenes, su género o sus preferencias sexuales, ni una incitación a la violencia física o simbólica”. Para Sapiro, estos últimos deben directamente estar prohibidos, es decir, no se debería permitir su circulación.
Sin escaparle a las definiciones y a través del despliegue de casos puntuales y abundante marco teórico, con este libro Sapiro interviene en una discusión que tiene lugar en el campo artístico e intelectual y también en la escena pública. Su lectura propone análisis que hasta ahora no habían sido tenidos en cuenta y, sobre todo, reflexiones alejadas del bombardeo sistemático de linchamientos arbitrarios y de acciones que con el argumento de la defensa de la libertad de expresión de las minorías terminan abonando el camino para la censura.
Quién es Gisele Sapiro
♦ Sapiro es una socióloga francesa especializada en Literatura Comparada y Filosofía.
♦ Fue discípula de Pierre Bourdieu.
♦ Sus investigaciones ponen foco en la circulación de ideas en el llamado “campo intelectual”.
♦ Publicó La responsabilidad del escritor, una obra sobre la historia de la libertad de prensa y la construcción de la ética profesional.
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