“Elegí la foto de Yabrán para honrar el trabajo de mi amigo”: claves del libro más íntimo sobre José Luis Cabezas

El documental sobre el caso que estrenó Netflix reavivó el interés por el crimen del fotógrafo. Pero antes del streaming hubo libros.

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En enero de 1997, José Luis Cabezas fue calcinado en su auto y le pegaron dos tiros. Su crimen conmocionó al país.
En enero de 1997, José Luis Cabezas fue calcinado en su auto y le pegaron dos tiros. Su crimen conmocionó al país.

“¡Es-pec-ta-cu-lar!”, le dijo José Luis Cabezas a su amigo Gabriel Michi después de sacarle una foto al empresario postal Alfredo Yabrán durante una de sus caminatas playeras en el Pinamar de los años 90. Michi, que además de su amigo era su compañero de cobertura periodística veraniega para la revista Noticias, replica en diálogo con Infobae Leamos esa línea de Cabezas sin restarle ni las sílabas separadas ni el entusiasmo de ese verano de 1996. Como si en la imitación se le jugara la posibilidad de que algo de su amigo siga más o menos cerca.

En febrero de ese 1996, con un lente de los largos, Cabezas había conseguido ponerle cara al empresario que los medios investigaban y estaba denunciado por el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, como “jefe de la mafia”. En enero de 1997, casi un año después de que la foto de Cabezas fuera tapa de Noticias, el reportero gráfico apareció calcinado en su auto, en una cava cercana a Pinamar: lo habían esposado y le habían pegado dos tiros. Su crimen, el de un periodista en democracia, conmocionó a los trabajadores de prensa y a la Argentina entera.

Todo esa conmoción, esa piel de gallina al ver cómo los fotógrafos inventaron el “camarazo” -eso de levantar sus cámaras por encima de sus cabezas y gritar “¡Cabezas, presente!”-, vuelve apenas empieza El fotógrafo y el cartero, el documental sobre el caso que Netflix estrenó hace unos días, dirigido por Alejandro Hartmann y producido por Vanessa Ragone. La historia no tardó en escalar en el ranking de lo más visto: todo lo impactante y doloroso que tuvo el caso Cabezas hace 25 años sigue cerca. Alcanza con arrancar la cascarita.

Pero antes del documental que ahora mismo pica en punta hubo libros que desmenuzaron el crimen. Uno de ellos, sin dudas el que más intimidad logra con la figura del fotógrafo, fue Cabezas: un periodista, un crimen, un país, publicado por Michi en noviembre de 2016, cuando faltaban pocos meses para que se cumplieran dos décadas del asesinato. La amistad que lo unía con la víctima y el conocimiento protagónico de todos los pasos que la dupla periodística había hecho en su investigación sobre Alfredo Yabrán lo situó en un lugar privilegiado -a pesar del dolor- para contar lo humano y lo profesional del fotógrafo. No sólo porque pudo perfilar a su compañero desde una cercanía imposible para otros, sino porque, sólo por saber qué habían hecho cada día, pudo desarmar -y después contar en su libro- cada uno de los intentos por desviar la investigación del crimen.

Alfredo Yabrán fue fotografiado por el periodista José Luis Cabezas en la localidad de Pinamar, en 1996 (José Luis Cabezas/Perfil)
Alfredo Yabrán fue fotografiado por el periodista José Luis Cabezas en la localidad de Pinamar, en 1996 (José Luis Cabezas/Perfil)

“En el libro hablan Agustina y Juan. Cande no quiso”, cuenta Michi, que pudo contar con la voz de dos de los tres hijos del fotógrafo. Candela, su hija menor, tenía cinco meses cuando su padre fue asesinado. “También hablan Cristina (Robledo, la esposa de José Luis al momento del crimen) y Gladys (Cabezas, hermana del fotógrafo)”, suma. Con ese coro de voces, la intimidad del libro está asegurada.

Por muchos años no quise escribir este libro para no sentir que lucraba con el caso, que para mí es un tema personal desde el minuto cero. Pero Gladys y Cristina me insistieron sobre la necesidad de darle dimensión humana a José Luis y de contar los detalles que sólo nosotros conocíamos. El último empujón me lo dio un profesor de periodismo, que me dijo: ‘Vos no podés privar a los estudiantes de periodismo y al resto de la sociedad de conocer todo lo que sabés sobre este tema’”, explica Michi, que pasó las tres semanas posteriores al crimen sin poder teclear ni un párrafo e, inmediatamente después, pidió a la revista Noticias que le asignaran la cobertura de la investigación del crimen.

“Escribir el libro fue como revivir todo lo que empezó cuando me llevaron a la cava a ver el auto. Tengo recuerdos muy vívidos tanto de nuestro trabajo conjunto como de la investigación. Estudié el expediente completo, que tiene más de 250 cuerpos sólo en su contenido principal. El caso me atravesó como periodista y como persona”, describe Michi.

El verano de 1997 tenía para la dupla Michi-Cabezas un objetivo principal: entrevistar a Yabrán. Era el paso siguiente tras haber conseguido su foto justo un año atrás. Hasta ese momento, Yabrán había concedido muy pocas conversaciones con la prensa y todas sin fotos que lo identificaran. “Nosotros teníamos fotos viejas: de un encuentro de egresados de su colegio en Larroque, Entre Ríos, y una foto del verano de 1995 en la que se lo veía de fondo, muy de lejos, en una fiesta de fuegos artificiales en Pinamar. Eso y una especie de identikit que hizo un diseñador gráfico de Noticias con la descripción que hicieron los periodistas que lo habían entrevistado nos sirvió para estar seguros de que era él cuando José Luis hizo la foto, en 1996. Lo siguiente era entrevistarlo”, reconstruye Michi.

La última vez que Gabriel Michi (der.) estuvo Cabezas (centro) fue unas horas antes del asesinato, en la fiesta del empresario postal Oscar Andreani (izq).
La última vez que Gabriel Michi (der.) estuvo Cabezas (centro) fue unas horas antes del asesinato, en la fiesta del empresario postal Oscar Andreani (izq).

Yabrán no accedió a la entrevista. En su declaración tras el crimen de Cabezas, Michi contó que una de sus investigaciones vigentes estaba vinculada a la intención del empresario de desarrollar un puerto deportivo en Pinamar. “Muchas fuentes de allí nos señalaban que detrás de eso había lavado de dinero o narcotráfico”, cuenta el periodista de Noticias un cuarto de siglo después. Durante la investigación del crimen de su amigo, el entrecruzamiento de llamados telefónicos entre policías y el jefe de su custodia, Gregorio Ríos, incriminó cada vez con más fuerza a Yabrán. En 1998 se ordenó su arresto y el empresario se profugó. Algunos días después, se suicidó de un tiro en la cara.

“El crimen de José Luis está directamente vinculado a la foto que le hizo a Yabrán en la playa. Fue la que le costó la vida. Con el crimen y su investigación se descubrió el entramado de impunidad y los vínculos políticos detrás de eso. Lo que le molestaba a Yabrán eran las investigaciones que hacíamos, la foto es el emblema del seguimiento que le hacíamos”, asegura Michi. Esa foto, la del verano de 1996, es la que eligió para la tapa de su libro. Esa y otra foto que a esta altura es un ícono: los ojos de su amigo, en blanco y negro, como se imprimían en los panfletos que decían “No se olviden de Cabezas”. “Elegí la foto para honrar el trabajo de mi amigo”, dice el periodista.

Escribió un libro de más de 500 páginas que hace un equilibrio permanente entre la amistad y el rigor periodístico. Hay contenido emocional -y emocionante- pero también hay datos duros y crudos: su investigación sobre qué pasó con las empresas y las off shore de Yabrán tras su muerte es un ejemplo.

El día que Gabriel Michi presentó su libro en el salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional, Gladys Cabezas se le acercó y le dijo que todas las preguntas que tenía sin resolver sobre qué había atrás del crimen de su hermano ahora habían encontrado una respuesta. “Eso pagó todo el trabajo del libro”, cuenta su autor. A él se le arranca la cascarita cuando habla de que todos los condenados por el asesinato de su amigo están libres por distintos beneficios que acortaron sus penas. La herida todavía sangra, como se ve también en la necesidad masiva de acercarse al documental que vuelve sobre el caso. Pero algo se arregla, duele un poco menos, cuando Michi es capaz de rescatar la felicidad de su amigo con la figurita difícil recién conseguida. La voz que le trae a Cabezas cerquita de nuevo, aunque sea por un instante.

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