El corazón del daño, de María Negroni, me impresionó tanto que, ni bien lo terminé de leer, anoté unas palabras. Sentí que era necesario dejar registro de una lectura que había dado vuelta mucho de lo que pensaba y sentía sobre la literatura de nuestro tiempo.
Hace una década Emmanuel Carrère se quejaba de que llamaran novelas a los libros que escribió desde El adversario en adelante. Le preocupaban los hechos. La verdad. Quería que sus textos fueran entendidos como un testimonio de sus investigaciones sobre otros, que se supiera que ahí no había nada de invención, excepto lo que la memoria nos hace y no podemos evitar.
Hoy, lo que se lee bajo el paraguas de “literatura del yo” se deshizo también de esa obligación de la verdad (antes ya se había deshecho de la obligación de la historia). Bastan, a veces, escenas, diarios íntimos, secuencias de una vida. Aunque bajo esa gran etiqueta se suelen encontrar narraciones interesantes y valiosas, son pocas las que me han conmovido. En general, me parecen libros escritos en una prosa fácil para un mercado que pide una y otra vez lo mismo.
En ese paisaje siempre igual, de repente, este libro extraordinario de María Negroni.
Carta de una hija a su madre, diatriba, elegía, rabia que salva la vida. Largo poema en prosa, novela-ensayo, autobiografía, pequeño tratado de escritura, El corazón del daño es un acontecimiento en nuestra tradición literaria. Quizás la figura de esa madre dueña de la lengua a la que la niña no logra nunca satisfacer tenga un antecedente en la poesía de Pizarnik, que instauró una dinastía de reinas locas en la que las madres todavía podían ser monstruosas (no como hoy, que solo pueden ser correctas).
No hace falta ser una madre violenta para ser el centro del miedo: basta con palabras (“señora de la destrucción”, decía una oración egipcia para la diosa Ammut, “la que da orden a las palabras”). La Madre Terrible es la que reclama para sí lo que nació de ella, sangre de su sangre, el sacrificio de la hija. Es Durga, la inaccesible. Kali, la oscura, la que se come lo que dio a luz.
En un sentido profundo, para un niño, toda madre es potencialmente un monstruo: mensajera de la catástrofe, como las diosas dadoras de muerte y vida a las que no se podía mirar directamente y que fueron borradas —fatalmente edulcoradas— por los dioses solares del patriarcado. Combate la hija a esa madre terrible en El corazón del daño. Y vence con este libro como extraño tributo a la mujer que transforma en monumento, enigma jamás descifrado del que brota la escritura. Porque en esa lucha, que siempre es a muerte, la hija deviene escritora como también deviene mujer, esposa, amante, extranjera: inocente luego incluso de haber perdido la inocencia.
Como todo libro excéntrico, que no se parece a nada, El corazón del daño va tejiendo en la historia de esa madre y esa hija —y en la historia de un país y su abandono—, su propia teoría literaria. “Cuento gótico a medio camino entre el cementerio y el monólogo interior” es solo uno de los muchos modos en los que este libro se define a sí mismo. Y si alguien quiere saber más, El corazón del daño ofrece también su propia clave de lectura en relación a “la actualidad”: “Un día empiezan a aburrirnos los libros que entretienen y nos volvemos adictos a la escritura indócil, la que acentúa su rareza, se concentra en la historia de nadie, los problemas de nadie, el significado del mundo y la eternidad”.
La historia de nadie, entonces: la hija tendrá amigos pero nunca conoceremos sus nombres, militará en la clandestinidad pero no sabremos en qué agrupación, vivirá en Buenos Aires y Nueva York pero solo atisbaremos de esas ciudades el paisaje interior que dejaron en ella. María Negroni escribe una autobiografía en la que el yo ha sido borrado y sin embargo está en todos sus rincones.
Gilles Deleuze sostiene que la literatura empieza cuando aparece una tercera persona que nos desposee del poder de decir “yo”, cuando no es mi historia, mi Edipo, mi trauma sino la de una mujer, un vientre, una madre, una hija, un golpe. Sin embargo, El corazón del daño logra esto mismo sin renunciar al poder de la primera persona, tal vez, porque “cuando el desamparo es muy grande, abre la imaginación como un bisturí”.
Esto solo puede ocurrir cuando alguien toma al lenguaje muy desde adentro y al mundo muy desde afuera, cuando una autora se lanza a “la alegría de nombrar lo que no hay”. Y entonces, para quien lee, la insuficiencia de la palabra para nombrar el dolor resplandece como un consuelo. Una lección de escritura en la que, como en todos los grandes libros, hay también, un arma para la vida.
Un día de agosto del año pasado, cuando terminé de leer este libro, después de haber subrayado decenas de frases, escribí algunas palabras para no olvidar lo que me había pasado en su lectura. Entre otras cosas, anoté: “El daño primordial: ser hija, no dejar de serlo nunca, no renunciar a esa denuncia, empeñarse en esa posición”. Y ahora agrego: “¿Acaso no se escribe siempre desde la posición de hija? ¿No es la orfandad la condición de cualquier escritura?”. El resto, como dice Negroni, “es el error de entender”.
La semana próxima, María Negroni recoge el guante y recomienda otro libro.
Quién es María Negroni
♦ Nació en Rosario, Argentina, en 1951.
♦ Es escritora, poeta, ensayista y traductora.
♦ Es Doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de Columbia
♦ Le otorgaron, entre otros premios y distinciones, la beca Guggenheim en 1994 y el Konex de Platino en poesía.
♦ Entre 1999 y 2013 fue profesora en Sarah Lawrence College y, desde 2008, es profesora visitante en la Universidad de Nueva York.
♦ Dirige la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, provincia de Buenos Aires, donde también es docente.
♦ Escribió, entre otras cosas, las novelas El sueño de Úrsula y La anunciación, y más de veinte libros de poesía.
SEGUIR LEYENDO: