No hace tanto que nos ocupamos del Booker Prize Internacional, el premio inglés a un libro traducido a ese idioma. Es que antes de 2016, el premio reconocía la totalidad de una obra; ese año cambió sus bases y se concentró en un solo libro, lo que abrió la puerta a escritores contemporáneos en plena producción. Ya no hacía falta ser una institución, buscaba a los autores que estaban creando en el presente.
El Booker, además, se comparte entre escritor y traductor, lo que puso en primer plano también a quienes hacen posible que un libro atraviese fronteras. En épocas globales, el Booker Prize se fue imponiendo como un premio que va bien con el espíritu de los tiempos.
Este jueves, entre los seis candidatos a llevar el premio está la argentina Claudia Piñeiro, escritora reconocida y figura pública, autora de títulos como Las viudas de los jueves, Betibú y Catedrales, además del guion de la serie El reino, que explotó en Netflix en 2021 . Su nombre integra esa lista por Elena sabe, un libro duro, profundo y conmovedor que salió en 2007 y que no tuvo el impacto de obras anteriores.
Puede ser que este jueves el jurado diga su nombre y Piñeiro y la traductora Frances Riddle se lleven cada una la mitad de las 50.000 libras del premio -unos 62.000 dólares-. Y, claro, la alegría, la prensa, las repercusiones. Pero hay algo que ya pasó, algo que ya ganó con sólo ser parte de esta “lista corta” de candidatos. Y que empezó un poco antes.
Aunque los autores que escriben en español tienen de por sí un gran mercado por delante -unos 580 millones de personas, según el Instituto Cervantes-, es la traducción los lleva a otros países y vuelve sus obras universales, piezas de su tiempo. Y, en la práctica, el inglés es la gran lengua puente que permite que eso ocurra. Para que un editor, pongamos, de Kuwait, decida comprar lo derechos de un libro tiene que saber de qué se trata. Cuando el libro está en inglés eso es mucho más fácil. Se ve, se entiende, y luego se mandará a traducir.
Eso empezó, claro, cuando la editorial Charco Press, comandada por la argentina Carolina Orloff, decidió traducir Elena sabe al inglés. Con ese paso, la novela que habla de una mujer que tiene Parkinson y de su hija ya llegaba, de hecho, no sólo a hablantes de inglés como lengua principal, sino a cualquiera dispuesto a leer en ese idioma. Un público muchísimo más amplio.
Eso es lo que hace del Booker Prize Internacional el premio de la hora. Sin tener la pompa, el prestigio, el peso, el dinero del Premio Nobel -casi un millón de dólares-, el Booker suena porque entendió que traducir es circular, que la traducción hace un libro viral -se traduce, por ejemplo, al árabe y puede llegar después a alguien que no lee inglés pero sí árabe como segunda lengua y además, pongamos, hindi- y que llevar al mundo a autores que están vibrando con el mundo de sus lectores ahora mismo es un plus.
Lo mejor de los premios, para los lectores, es la labor de “curación” que hacen los jurados, que en el mar de textos que nos rodea eligen diez, seis, uno y te aseguran que es bueno. A veces -como pasó con Marieke Lucas Rijneveld, de los Países Bajos, que ganó el Booker Prize en 2020- es alguien desconocido y muy joven que nos abre otros mundos.
Claudia Piñeiro, de Burzaco, puede llevarse el Booker este jueves y qué alegría. Pero su Elena sabe ya está girando por el mundo. Eso no se lo quita nadie.
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