A Laura Ortiz (Bogotá, 34 años) le preguntaron en Argentina si Sofoco era un libro de terror: con sus cuerpos que bajaban por el Magdalena como embarcaciones incompletas; con sus bestias que devoraban hombres y sueños en las selvas asfixiantes del Putumayo; con sus hombres que eran animales y cauces furiosos que arrastraban rabias, sonrisas de niños y recuerdos. Los fantasmas y las brujas eran imágenes suficientes para intuir que su primer texto apelaba al horror, la angustia y el delirio. Sin embargo, Ortiz respondió que no, que esos nueve relatos eran retazos de su país, que Sofoco era un libro sobre Colombia.
Sofoco fue el producto de una largo recorrido por el territorio nacional como promotora de lectura y escritura, para entidades como la Red Distrital de Bibliotecas Públicas o la Red Nacional de Bibliotecas, en el que descubrió la dignidad y la belleza de las voces que habitan en los pliegues de una nación que no solo les da la espalda sino que les “arrincona”. Laura Ortiz habló con Infobae Colombia sobre su primer libro de cuentos, con el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica 2020, sobre la ficción y el valor del arte en medio del conflicto.
Infobae Colombia: ¿Qué representó volver a Colombia?
Laura Ortiz: Fueron muchos niveles en los que sucedió ese encuentro. Lo primero que me sorprendió fue ese primer impacto en el cuerpo. Apenas pude volver a inhalar el olor a Cerros Orientales, el olor a montaña, se me aguaron los ojos. Hay algo de los olores, de la luz y de las texturas que te impacta y te regresa a la memoria.
Otra cosa que me impresionó mucho fue la vegetación, porque incluso Bogotá es Tropical. Se nos olvida esa idea de lo exuberante que es la naturaleza. Yo veía plantas que salían de las grietas, yarumos en la mitad de los parques, árboles frutales, tabaco.. Ese verde de Bogotá que es muy intenso me hacía pensar en que el territorio tropical es una potencia incluso en Bogotá, que es una ciudad que ha arrasado con todo. Se cuela entre las ranuras y eso me conmueve mucho.
Yo no venía hace dos años. Pude ver cómo arrasó la pandemia. Mucha más gente fue empujada a la miseria. La precariedad en la que están viviendo las personas y lo rápido que se produce. Uno dice: “la desigualdad en este país no puede ser mayor”, y sí, sí puede ser mayor y lo rápido que se puede dar ese proceso.
Y también me impresionó mucho este campamento de resistencia de distintas comunidades indígenas en el Parque Nacional. Me impactó no haberlo sabido. Que no haya sido una noticia internacional. Sentir que me había desconectado mucho, o que no se estaba hablando lo suficiente. Además es el resultado obvio y evidente del conflicto armado. Ahí en carne viva y las autoridades no dan abasto ni respuesta, o no entienden estos procesos. Y hay este choque cultural muy fuerte.
Volver a Colombia fue como: “Yo amo este lugar, y lo amo desde un lugar más allá del lenguaje”. Siento que mi cuerpo está con ese territorio, pero jueputa, qué difícil. Y retornar a Buenos Aires fue: “No entiendo las estaciones, mi cuerpo no lo entiende”. Colapsa. Me dio gripa. Pero estar allá que me hizo pensar que hay algo corporal, casi que de la carne que tiene que ver con mi relación con el territorio, pero por otro lado es muy complejo. Y eso que uno está en un lugar calmado.
Infobae Colombia: Sofoco nace de su viaje por distintas regiones de Colombia siendo promotora de lectura ¿Cómo empezó el viaje de descubrimiento de ese país que terminó contando?
Laura Ortiz: Mi primer viaje iniciático fue a Nariño. Viví en Pasto como unos ocho meses. Y Nariño fue la puerta de entrada a otros viajes, porque siento que es un lugar especial en el que se cruzan muchas cosas. Es la frontera con Ecuador, pero además es un lugar en la que se condensa lo Amazónico, Andino y Pacífico. En pasto puedes bailar currulao y música andina. Coexisten lo blanco, los mestizo y lo indígena. Es un volcán rodeado de lagunas. Es un lugar muy intenso en el que se reúnen muchas fuerzas del país. Y un lugar atravesado por varios grupos armados y las lógicas del narcotráfico.
Fue estando allá que me voló la cabeza. Me la voló la cabeza el encuentro con las personas, la diversidad, el volcán y la naturaleza. Todo ese entramado en unas dinámicas tan complejas, pero también tan finas, sutiles, bellas. Yo tenía 22 años, estaba en la flor de la exploración. Toda esa estimulación fue la puerta de entrada para decir: “yo lo que quiero es viajar”. Porque hay algo de lo plural que te expande. La diferencia lo que hace es expandirte, sacarte de tu yo.
Infobae Colombia: ¿Qué diferencias encontró entre ese país que había imaginado y el que se iba revelando?
Laura Ortiz: Sobre todo en la belleza. Estamos llenos de clichés, como en todo. Toda identidad fija está llena de clichés. Por un lado tenemos el de: “Colombia colorida y folclórica”. La del sombrero vueltiao, la chiva y la alegría. Y por el otro está el de: “somos malos. Estamos encerrados en un ciclo que no va a parar porque en el fondo somos unos hijueputas, porque en el fondo solo queremos el bien propio, porque este país es una mierda”.
Pero lo que yo descubrí fue que no era ni lo uno ni lo otro. Así como esta idea que la gente que vive en el campo es santa o sumisa o gente a la que no le interesan los demás. Lo que encontré fue sobre todo belleza, en unos niveles de profundidad, de pensamiento, organización, sensibilidad y creatividad. Creo que eso nos cuesta nombrarlo sin caer en lugares comunes como: “es que la gente es tan buena”.
Lo que vi fue gente muy digna. La dignidad es muy compleja en un sistema que te está arrinconando de todas las maneras, desde el socioeconómico, geográfico, hasta el desinterés, la violencia, las mega estructuras y los otros intereses gigantes. Lo que evidencié fue gente que se hacía pie en su historia. Y eso es una lección tremenda. Además porque no hay de otra. No solo porque la gente sea maravillosa, sino que tienen que cargar con su vida. Y lo hace desde unos lugares muy generosos.
Infobae Colombia: ¿Qué desafíos le representó contar las historias de la periferia desde el interior, desde el centro, desde el lugar en el cual se ha establecido el canon?
Laura Ortiz: Pude escribir así porque me fui. Yo estaba muy asustada con la idea de no poder hablar de esto, porque en Colombia sentía que se cuestionaba. Y yo me preguntaba: ¿Porqué voy a hablar de esto si no es mi lugar? Tal vez no me corresponde.
Pero siendo migrante me pasaron dos cosas. La primera es que me di cuenta que sí me correspondía, en el sentido que son historias que me habitan y me componen por ser de este país. Porque aquí yo pasé a ser “La colombiana”. Y la gente me preguntaba cosas como: “¿me puedes explicar el conflicto armado?”. En ese momento entendía que hay algo de la carne o de la memoria intergeneracional que me decía que tenemos que dejar de pensar que “esas son las historias de allá”. Y no de “acá”, pero no las podemos nombrar. O porque sentimos que no nos tocan, o porque no nos corresponden debido a que somos privilegiados. Que también ha sido la dinámica que ha hecho el conflicto con la ciudad.
Masacran gente y nosotros ¿Dónde estábamos?
Pero también entendí que lo creativo es un gesto de militancia. En el que uno dice :“yo puedo hablar también”. Que es algo que nos cuesta un montón porque lo que hace el canon es hacer creer que solo los genios iluminados de la tradición literaria occidental tienen acceso a lo que es la literatura. Y lo que yo empecé a desarmar como migrante es mi idea de canon para permitirme participar de algo. Tengo voz creativa y la exploro, y en ese gesto hay impunidad de existencia que no se vuelve solo algo egoísta, sino mi sueño es abrir eso en las demás. Esa idea que la escritura es para las élites es una mierda.
Infobae Colombia: Usted ha mencionado que la ficción permite encarnar las voces de otros, de diferentes, de los marginados ¿Cuál es su relación con este género?
Laura Ortiz: A mí me interesa la ficción. Me permite salirme del yo, que es algo que siempre he querido hacer. Claramente en un mundo imaginario. Trato que mis personajes sean el otro que me habita. Intento que no sea lo que yo me imagino que es un campesino en el páramo, sino que trato de dar un espacio hasta que empiezo a sentir una voz que ya no es Laura. Y en ese sentido me sirvió mucho escribir estos textos porque mis personajes me descentraron la narración y me llevaron a ver y a sentir cosas que tal vez no quería sentir. Creo que la ficción me posibilita eso, que creo que es lo que hacen los libros con los lectores, descentrarlos para llevarlos a otros lugares y sensaciones posibles de lo humano.
Infobae Colombia: ¿Cómo fue el proceso creativo de contar las historias de indígenas, afros, campesinos de distintas edades, géneros y lugares de este territorio?
Laura Ortiz: Esta era mi tesis de maestría. Y estuve en un lugar de aprendiz, que creo, es un lugar muy poderoso, en el que nos deberíamos situar más a menudo. Porque el lugar del aprendiz es juguetón: “voy a explorar esto”, “qué pasará si me voy por acá”. Es conectar con el espíritu de la infancia que no tiene temor frente al error, y que es algo que nos pasa mucho frente a la literatura. “Mejor no escribo por que me va a salir una vaina inmunda” o, “esta página es una porquería”. En cambio lo que yo traté de hacer fue un pacto conmigo misma en la maestría y fue permitirme ser un niña y disfrutar ese aprendizaje. Yo veía a mis compañeras con mucha admiración.
Yo creo que los cuentos son un lugar donde se condensa mucha información y también se dejan muchos silencios. La presencia más grande del cuento es lo que no está dicho. Lo que intencionalmente no se dice. Y la anécdota de la historia se construye a partir de símbolos que van ganando capas de sentido. Entonces la manera en la que entraba a los cuentos era cocinando o uniendo cosas que no tenían necesariamente que ver. Cuando unes distintos universos se dispara algo narrativo dentro de ti. Yo pongo una olla y pongo a echar elementos visibles que en su conexión generan electricidad y van armando una pequeña historia.
Luego hago una ruta. Hay escritoras que trabajan en la niebla, como que ellas mismas van descubriendo, a medida que avanza el texto, para donde van. Que es algo me parece brutal. Esa entrega al texto. Yo soy más neurótica, yo ya he puesto de antemano alguna señalización en el mapa. Y en el camino pasan cosas. Pero son aquellas partes en las que no está marcado el camino en las que pasa lo que Fabian Casas llama la voz extraña, que es cuando hay algo que no eres tú. Que es esa voz externa y rara que se empieza a colar en el texto, y ahí está pasando algo que tu ya no controlas y que viene a decir algunas cosas. Pero hay que estar dispuesto a perderse, y eso da miedo. Uno quiero escribir bien, pero por otro lado sale el inconsciente y uno no quiere ver la sombra que tiene adentro.
Infobae Colombia: La inocencia y la delicadeza parecen rasgos comunes en sus personajes ¿Cómo pueden coexistir estas virtudes en medio de entornos tan hostiles? ¿Pueden ser una forma de resistencia?
Laura Ortiz: Esto se ha dicho mucho, pero me parece muy hijueputa que la gente siga amando a otra gente después de haber vivido cosas que te podrían haber quebrado la fe absoluta en la humanidad. En mis cuentos es algo ficcional y fue algo que sentí mucho cuando viajé por el país. Escuché historias de primera mano de eso que llaman la resiliencia. Pero ¿Qué es eso?, ¿cómo es posible seguir creyendo en el otro cuando te han hecho cosas tan terribles? No nos podemos imaginar lo que nos hemos hecho. Los cuentos tratan de ir allá, pero juepucha es la gente la que ha padecido eso.
Y nos centramos mucho en el discurso de la víctima resiliente de “bueno sigamos para adelante. Es que eres un verraco”. O en la idea de “Colombia no tiene futuro, esto es una mierda, esta es la eterna repetición, etc”. Pero ahí están las personas paradas en su vida porque no les queda de otra. Por que la tienen que seguir viviendo. Yo creo que Colombia es una lección de humanidad en todo el sentido. Desde lo más oscuro hasta lo más luminoso. Es muy contradictorio. Uno dice “qué es este hijueputa país tan esquizofrénico”.
Lo que le ha pasado a la gente y lo que esa gente han hecho con lo que le ha pasado debería ser suficiente para callarnos. Nos deberíamos callar todos y escucharlos.
Infobae Colombia: ¿Cómo ha sido explicarle el conflicto a personas tan ajenas de esta realidad?
Laura Ortiz: Ha sido muy difícil, pero se me volvió casi que una militancia, porque lo que llegan a todos lados son los estereotipos. Hay esta idea de: “existe una gente morena, loca, irracional, poco civilizada, que quiere vivir del narcotráfico, y que se matan entre ellos”. O también me he encontrado a gente que idealiza el movimiento guerrillero y que defiende que la mejor idea era tomar las armas. Es muy complejo. Como persona de país en guerra les digo que eso puede llevar a nada.
Se me volvió una labor para que la gente pudiera romper ese estereotipo que tenían frente a mí. “Ay la colombiana, pobrecita”. Y me volví un poco intensa, maestra ciruela, tratando de decirle a todo el mundo como: “mira esto esto es muy complejo. Esto se relaciona a la geopolítica mundial. Esto tiene causas históricas ancladas en temas mundiales. Hay muchos intereses en juego. Esto no se trata de gente bruta, maleducada, incivilizada. Acá hay seres humanos que padecen todos los días esto y a costillas de la cocaína que el resto del mundo usa de manera recreativamente. Hay gente muriendo”.
Necesito explicar de dónde soy para que los demás me entiendan, pero también necesito explicármelo para entenderme a mí. Porque en esa dislocación empiezas a pensar de dónde vienes tú. Te pones a pensar que tal vez vienes de una realidad dónde tienes naturalizado el miedo. Y también empiezas a ver las cosas que admiras del otro lugar. Acá la tradición de las movilizaciones sociales es una cosa impresionante, hay otras condiciones sociales para hacerlo. Me acuerdo que por los días del paro hubo una gran marcha en Buenos Aires y salí. No podía sino llorar, pensando en qué momento iba a pasar esto en Colombia, en el que se pudiera marchar sin poner en riesgo la vida.
Infobae Colombia: ¿Será un designio, no pedido, de aquellos que optan o se ven obligados a migrar?
Laura Ortiz: Migrar se te vuelve un lugar muy extraño, porque es la pregunta del origen desde otra mirada. Pero también es traer el origen y traducírselo a otro. Pero a su vez, es quedar atrapada en preguntas que se vuelven distintas porque desnaturalizas la violencia. Cuando estás bombardeado por la violencia, necesitas hacer algún sistema de negación, o de incivilización, pero cuando sales de ahí te das cuenta que has generado un montón de dispositivos para sobrevivir.
Se me volvía admiración por ciertas cosas de la Argentina, pero también rabia de que no nos entendieran. De ver lo solos que estamos internacionalmente, que a nadie le importara. Y es un reclamo de “por favor mírenos, estamos acá y no somos un país incomprensible”. Y me imaginaba al Salvador, Honduras, Nicaragua y otros países que no nos interesan tanto, pero con los que compartimos tantas cosas en común y que también están encerrados en estereotipos.
Ahora en medio conflicto contra Ucrania me generaba mucha indignación porque todo el mundo acá estaba triste y yo pensaba: “jueputa en América hay países que están en guerra y a nadie le importa”. Creo que por eso escribí los cuentos, también, porque era una manera de hablarles a mis compañeros y compañeras de la maestría de ‘Dónde vengo yo’, como diría Chocquibtown.
Infobae Colombia: ¿Ha tenido la oportunidad de compartir sus textos con la gente en los territorios?
Laura Ortiz: Solo he tenido una oportunidad, pero me encantaría. Es lo que más quisiera. Me invitó una profe para que hablara con unos niños de una escuela rural en Sumapaz y fue hermoso el diálogo con ellos y las reflexiones a las que llegamos. Porque creo que los lectores son quienes completan el ejercicio.
Una vez escrito el libro, el autor debería pasar al olvido, totalmente, y los que hacen el siguiente ejercicio creativo son los lectores y lectoras. Cómo dotan de nuevos significados el texto, cómo escriben sobre lo que está escrito. Lo expanden, lo llenan de otras tonalidades y texturas. Ese es mi sueño como promotora de lectura, que dejemos de tener tan centralizada la figura de los y las autoras, porque lo milagroso es la literatura, no el autor.
Infobae Colombia: ¿Cuál es el camino que recorrerán estos cuentos?
Laura Ortiz: Me contaron que los libros van a ser parte de las bibliotecas rurales itinerantes, que son una iniciativa de la Biblioteca Nacional, una idea muy del futuro porque se comprende el espacio como un lugar de itinerancia veredal y que responde a las necesidades reales y autodeterminadas de cada comunidad. Estos son proyectos comunitarios que rompen con la idea de la biblioteca como espacio físico.
Cuando me dijeron que iba a ser parte de estas “maletas” me puse a llorar porque también es volver a estos lugares, pero como Laura. Pensando que las bibliotecas son lugares de resistencia muy importantes en los que se puede hablar, en los que no importa quién seas puedes entrar, donde existe un ejercicio real de lo público, porque los bienes son de todos. En los que hay un acceso a la información, al diálogo. Me encantaría ver qué pasa con el texto desde la ruralidad y también estar dispuesta a que sea cuestionado, porque para eso es.
Infobae Colombia: En su libro se encuentran imágenes y reflexiones cargadas de belleza que contrastan con la sordidez de la guerra ¿Cree que la belleza puede estar presente en medio de la barbarie y la violencia?
Laura Ortiz: Eso se me ha vuelto un problema ético. La literatura, al ser un espacio de disputa política, un ejercicio tan político, está atravesado por un montón de preguntas contemporáneas. Hablar de la violencia es muy complicado si se piensa desde términos filosóficos o éticos porque se cuestiona el lugar desde donde se está narrando, para qué, por qué. Cualquier decisión que se tome sobre dónde posar la mirada es una posición política y es un problema pensar que estás estetizando o romantizando algo tan complejo.
Fue un riesgo que tomé y los lectores serán quienes lo dirán. Pero creo que en la belleza encontraba los puntos de dignidad. Lo que hacía que los personajes tuvieran la cabeza en alto, a pesar de todo. Y cuando hablamos que son personajes de las márgenes, yo igual me los imaginaba como si ellos fueran el centro de su vida. Ellos no son la margen de nadie. Y sí, estamos en un sistema absolutamente jerárquico que nos quiere decir que unos valen más y otros menos, que es la tragedia humana, pero para cada uno, en su corazón, él mismo es su propio centro. Un centro que no quiere decir que uno se vuelva indiferente a lo otro, pero todos somos el centro de nuestras vidas y esa es nuestra dignidad, si la reconocemos, y nuestra potencia de emanciparnos, así sea con gestos muy chiquitos. Lo que para uno puede ser una bobada, para el otro puede ser un trabajo interior titánico. Tener que mover fichas de su interioridad y luchar y batallar con cosas muy profundas.
Infobae Colombia: ¿Cuál es el valor de este tipo de expresiones artísticas en el momento histórico por el que atraviesa el país?
Laura Ortiz: Cuando yo estaba escribiendo pensaba que este iba a ser otro libro más sobre la guerra en Colombia. ¿A quién le podría interesar esto? Pensaba: “no más, dejen de escribir de esto”, pero por otro lado pensaba que nunca iba a ser suficiente y eso lo aprendí viviendo aquí en la Argentina. Aquí hay mucha producción cultural alrededor de la última dictadura cívico-militar. Teatro, narrativa, cine, poesía. Todo el tiempo hay un volver a ello, que no fue a hace mucho en realidad.
Por un lado es una necesidad, debido a que la gente necesita hablar de esto. El dolor es algo que hay que nombrar. Tenemos que nombrar, nombrar y nombrar, y darnos el espacio de seguir nombrando. En ese taladrar se va generando la persistencia de una lucha y es lo que veo acá, en las madres y las abuelas de la Plaza de Mayo. Creo que en un nivel profundo tiene que ver como cuando uno insiste, insiste, e insiste, que lo que está haciendo es heredar un memoria, una narrativa, un dolor, una conciencia.
Acá, en algún momento durante el gobierno de Macri, trataron de bajarle la pena a los represores militares a la mitad del tiempo establecido. A mí me impresionó la cantidad de gente que salió a la calle, y eso que acá la gente tiene esa tradición, pero esa vez fue muy masivo y me hacía llorar. Toda una conectividad que no ha dejado morir la actualidad de esa historia y que comprende que hay un riesgo de repetición, que siempre hay un riesgo de terminar matándonos unos a otros.
No sé si mi libro sea bueno o malo, pero quiero sumar a una voz colectiva que diga: “siempre hay riesgo de repetir esto y tenemos que estar muy atentos y nunca olvidarlo. Porque baja uno la guardia y se monta una ultraderecha totalitaria a acabar con lo diverso”.
Me sofoca sentir tanto.
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