Jorge Volpi vuelve al mundo de la novela con un texto en el cual reflexiona sobre la violencia, el feminicidio y los abusos a los que se ven sometidos los niños y jóvenes en América Latina La neurociencia y la violencia son los temas principales que maneja el autor en “Partes de guerra”, una trama que comienza con la investigación de un caso de feminicidio.
Lucía es la protagonista, y la encargada de contar dos versiones de la historia. Mientras resuelve qué fue lo que sucedió con su jefe empieza a adentrarse en la violencia afecta a los niños, no solo en México sino en todo el continente.
Infobae habló con Jorge Volpi sobre el proceso de escribir “Partes de Guerra”, la violencia juvenil y su interés por la neurociencia.
— ¿Cómo se siente alguien como usted, que pensó en ser científico y terminó convertido en escritor con una extensa obra?
— Se van acumulando, ya son 16 novelas. Realmente, a veces, es como un suspiro imaginar que la primera la escribí cuando tenía veinte años, que desde entonces han pasado tantos más.
Siempre muy contento, cada desafío es distinto, cada novela es nueva y es como sumergirse de nuevo y empezar de nuevo y aprender de nuevo.
— ¿Cómo llegó a la historia de “Partes de guerra”?
— Empieza por dos obsesiones que van separadas y, de repente, en esta novela se juntan. Por un lado, la ciencia y, en particular, la neurociencia. Es un tema que he querido explorar desde el lado de la literatura y la creación desde hace ya bastantes años. He dado muchos cursos, publiqué un ensayo: “Leer la mente”, y el ensayo que estoy escribiendo ahora tiene que ver también con eso y tenía la asignatura pendiente de escribir una novela sobre neurocientíficos.
Del otro, hace muchos años también, que no sé cómo explicar, me ha obsesionado la violencia entre niños y adolescentes. Justo por el misterio que representa que niños y adolescentes, que nosotros identificamos con la inocencia, pureza y el descubrimiento del mundo, puedan ser tan violentos también.
Desde hace muchos años he estado interesado y recopilando casos de muchas partes. Esto no es un fenómeno puramente mexicano, hay casos muy importantes en Inglaterra o Estados Unidos con situaciones muy distintas y luego algunos en México, que ocurren en los últimos años y, sobre todo, en el norte del país, donde ha habido una violencia vinculada con el Estado y el crimen organizado más fuerte.
De pronto se me ocurrió mezclar los dos temas que habían sido esas dos obsesiones y el resultado es “Partes de guerra”.
— ¿Qué le llama la atención de este fenómeno de violencia?
— La violencia sigue siendo un tema que necesitamos explorar y más en un país tan violento como el nuestro. Con tantas violencias soterradas, pero también con tantas violencias explícitas: 250 mil muertos desde el inicio de la llamada “Guerra contra el narco”, un número de desaparecidos incalculable, entre 40 mil y 90 mil, tal vez sean muchos más, millones de desplazados.
En un país tan violento no nos queda más que reflexionar en torno a la violencia. México tenía antes del 2000 una violencia sin duda soterrada, violencias de otro tipo: violencia intrafamiliar, de género, estaban ahí todas esas, pero, qué provocó que explotara de pronto una violencia casi generalizada y por qué se vuelve la violencia todavía mucho más drástica, sobre todo en términos de muertes, esa es la gran duda que a muchos escritores nos ha hecho volver a este tema, volver al caso de México, y en esta novela específicamente trató de entender cuál es el origen de la violencia a través de este caso específico de un grupo de adolescentes tempranos y niños que asesinan a una de sus propias compañeras.
— ¿Cómo fue ese acercamiento a la violencia juvenil?
— Yo quería unir los dos mundos y la manera de unirlos es, primero, el crimen, que ocurre en este pequeño poblado en la frontera de México con Guatemala, frontera Corozal, y luego imaginaba a un grupo de investigadores neurocientíficos de la UNAM que deciden estudiar a estos niños para tratar de entender por qué ocurre el crimen.
Yo había estado estudiando sobre todo temas de neurociencia vinculados con la creatividad y con la literatura y aquí, más bien, temas interesantes de neurociencia y violencia: cuáles son los componentes neuronales de la violencia, qué neurotransmisores se activan más que otros cuando uno es violento, qué padecimientos neurológicos o mentales están asociados con la violencia, las viejas discusiones si la violencia es innata o la provoca el ambiente.
— Aquí vemos feminicidio, acoso sexual infantil y hasta relaciones tóxicas, pero ¿qué tanto de realidad hay en esta ficción?
— El caso es imaginario, está sopesado en muchos otros que han ocurrido, algunos en México, otros fuera, pero este caso es imaginario y los personajes lo son también, pero la imaginación y la ficción nos sirven justo para explorar la realidad y, sobre todo, yo quería explorar, en este libro, todas estas guerras; es decir, todas estas distintas variedades de la violencia que conviven y se solapan en el México de hoy.
— Se menciona que los videojuegos acercan a los niños a la violencia ¿Qué opina al respecto?
— No solo aquí, sino en los Estados Unidos, como el caso de Columbine y todas las matanzas que ha habido de adolescentes que matan a otros adolescentes en su escuela con armas de fuego, hemos visto que sí, que muchos de ellos eran aficionados, constantes y tal vez adictos, a juegos de video violentos.
La correlación no es inmediata, hay millones de niños que usan videojuegos violentos constantemente y no por ello se vuelven violentos necesariamente, pero sí ha quedado demostrado que hay un cierto factor, indudablemente, de riesgo en medio.
Un videojuego es una especie de escenario de enseñanza para la vida para quienes lo practican; están todo el tiempo pensando y viviendo situaciones de violencia y es inevitable que esas situaciones de violencia empiecen a codificarse y hacerse cada vez más claras. Eso no quiere decir que un niño que está jugando un videojuego violento necesariamente va a matar a otro, ni siquiera que va a golpear más a otro, pero sí que hay cierto aprendizaje y ciertas conexiones neuronales que se van fijando, que podrían hacer que, con otros factores, eso se desate para llevar a descargas de violencia muy fuertes.
— ¿Al final hay una explicación sobre las causas de la violencia?
— La búsqueda original, el camino de búsqueda, es el origen de la violencia. Quien lo emprende es Lucía y finalmente se va a convertir en su propio camino interior, en el descubrimiento de quién es ella y qué relaciones ha tenido a lo largo de su vida, cómo ha sido víctima de violencias distintas y la manera cómo ella ha solventado o no todas esas historias.
— Lucía, la protagonista de esta historia, es víctima, pero también logra identificarse como victimaria
— Para Lucía es el conflicto multiplicado, múltiple, que no se va a resolver sino hasta el final de la novela. Ella cree que la relación más entrañable que ha tenido en su vida, después de haber sufrido tantas relaciones de violencia, es con un maestro al que admira y que considera perfecto impecable, intachable y va ir descubriendo que no lo es, que hay muchos secretos detrás y luego ella con quien va a terminar identificándose, en la otra historia, es con la asesina, porque aquí, aunque es un feminicidio, porque se mata a una chica en una situación que tiene mucho que ver por ser mujer, pero quienes la asesinan no son solamente hombres, es también su prima y con quien se identifica Lucía finalmente es con las asesina también.
Aunque ella es víctima se identifica con otra victimaria y ese tránsito es el que le va a dar a entender mejor quién es y las decisiones que terminará tomando al final.
— Hay una fuerte crítica en su libro a la situación de México
— Sí. Esta novela es una metáfora del país. Están reconcentradas en esta historia, y sobre todo en la historia de Corozal, muchísimas de estas situaciones de violencia que nos agobian todo el tiempo.
La violencia contra los migrantes, la del narcotráfico y el crimen organizado, la del Estado, intrafamiliar, de género, de los medios, acoso, etc., están todas reunidas en este pequeño pueblo que se convierte en una metáfora del país en su conjunto.
— ¿Cree que en algún momento se va a poder reducir tanta violencia?
— Seguimos en los mismos niveles de violencia altísimos desde el 2006, de esa violencia, y sobre todo de muertes, terrible, creo que la clave está en que vivimos en un país donde no existe la justicia en términos penales, criminales, simplemente no existe.
Lo repito una y otra vez y lo repito desde mi novela anterior: solo el 4% de los delitos que se denuncian, no de los que se cometen, de los que se denuncian, se resuelve en este país. Significa que el 95.5%, no. Entonces, no tenemos condiciones de justicia, de verdad, reparación, no repetición. No existen. Mientras no haya realmente una élite política y de ciudadanos volcados a transformar el sistema de justicia, esto no va a cambiar.
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