“Los caminos de Dios son infinitos, toma su mano y déjate llevar con fe, confianza y amor”. No, no teman: al columnista no le ha dado un ataque místico ni piensa promover una campaña bíblica en contra de los GPS.
La cita con la que abro tiene que ver con la infinidad de caminos que llevan a que uno, lector, se encuentre con una obra determinada. Y viene a cuento de cómo me enteré de la existencia del hermosísimo libro al que me referiré hoy. En Buenos Aires –tal vez la ciudad del mundo con mayor cantidad de psicoterapeutas por metro cuadrado–, no resultó extraño que el cajero de la playa de estacionamiento en la que dejo mi auto cuando tengo cita con mi dentista fuera psicoanalista. Casualmente, al mismo tiempo, él era hijo del dueño del parking y con esa tarea matutina completaba sus ingresos. Un día, al entregarme el ticket, me mostró el libro que estaba leyendo y me lo recomendó calurosamente. Se trataba de Reparar a los vivos, de Maylis de Kerangal (¡mucho gusto!, una autora a la que ni siquiera había oído mencionar hasta ese momento).
Algo me llevó a confiar en el joven terapeuta y a comprar el libro, publicado en castellano por Anagrama en 2015 y originalmente en francés por Gallimard el año anterior. Y su recomendación se justificó plenamente.
Si (inevitablemente) menciono el tema central de la novela, me temo que ahuyentaré a eventuales lectores, porque se trata de uno de los que, en lunfardo argentino, podríamos calificar de piantavotos: el trasplante de órganos.
“Se trata de uno de los temas que, en lunfardo argentino, podríamos calificar de piantavotos: el trasplante de órganos”.
Pero no teman quienes escapan de literatura, películas y series con temas médicos: lo quirúrgico en este caso es adyacente a los conflictos centrales, cuyos personajes principales son una madre, su hijo (víctima de un accidente mortal, cuyo corazón sigue latiendo) y un enfermero. En algún momento cercano a la aparición del libro en Francia, la autora declaró: “Conocí a un enfermero coordinador de trasplantes, encargado de obtener el consentimiento de las familias en pleno duelo. Quedé conmocionada. Hay una forma de heroísmo discreto en los donantes de órganos que me parece mucho más interesante que algunas figuras espectaculares de las que se nos habla sin cesar”.
Maylis de Kerangal (no es un seudónimo, aunque lo parece) nació en Toulon, en 1967. Publicó varias obras y un libro de cuentos (Ni flores ni coronas) no traducidos todavía al castellano, y otra novela que sí lo fue: Nacimiento de un puente, editado también por Anagrama, un texto diestramente construido pero mucho menos feliz que el posterior, a pesar de que fuera finalista del premio Goncourt y ganara el Médicis.
Reparar a los vivos también ha sido una novela muy premiada: recibió el France Culture-Télérama, el Bayley (para ficción escrita por mujeres) y el de los Lectores de L’ Express, entre otros galardones. La leemos en castellano en una muy buena traducción de Javier Albiñana, un dato a destacar, porque el lado flaco de algunos libros del excelso catálogo de Anagrama, muy a menudo es precisamente la traducción.
En 2016, esta novela tuvo una versión cinematográfica –a mi juicio, poco feliz– dirigida por Katell Quillévéré. Pudo verse en alguna de las plataformas de streaming hasta hace poco, con la actuación de Emanuelle Seigneur. La película dispersa lo que en el libro es pura concisión y construcción de personajes muy sólidos: la madre del chico accidentado, la mujer que espera el trasplante y duda si quiere vivir con el corazón de un muerto, el enfermero, el médico. El film, además, agrega una cuota de sentimentalismo del todo innecesaria.
En cambio, la novela tuvo una estupenda adaptación teatral que se dio en Buenos Aires en 2018, como parte de la sexta edición del Festival Temporada Alta, organizado por la sala Timbre 4. La versión, perfecta, estuvo a cargo de Emmanuel Noblet, quien escribió al respecto: “La donación de órganos es de una generosidad absoluta. Gratis, anónima, da nada menos que la vida. Y a menudo es una elección que se toma en la cumbre del dolor, por familiares que rodean un cuerpo que parece dormido. La pregunta que surge entonces es una elección real de la sociedad, a la cual una de las dos posibles respuestas es un altruismo heroico y secreto. Todo lo contrario de los modelos vigentes”.
Lo que tuvo de excepcional esta puesta en escena es que absolutamente todos los personajes fueron interpretados por el mismo actor, Thomas Germaine, quien, con un simple cambio de chaqueta o de voz, o hablando en off, se multiplicaba y transmutaba de modo totalmente verosímil, encarnando sucesivamente a cada personaje: a la madre del joven donante, al enfermero, a la mujer que espera el trasplante, etcétera.
¿Por qué leer Reparar a los vivos? Porque sin duda es un texto atrapante, acerca de un tema más que vigente (la relación entre lo muerto y lo vivo, y el rol de los médicos y trabajadores de la salud), construido con belleza literaria, sin artificios y que conmueve profundamente, logrando eludir todo sentimentalismo fácil.
SEGUIR LEYENDO