Disección del smartphone, el objeto que nos hace sentir del todo vivos

La vida ya no es la misma que antes: ahora el teléfono inteligente nos ayuda. ¿O nos gobierna? Aquí un fragmento de un libro que se ocupa del fenómeno: “El tercer cerebro, pequeña fenomenología del smartphone”

Hay consenso en la comunidad científica: los seres humanos no tenemos uno sino dos cerebros. El intelectual es el que se conoce desde siempre: está en el cráneo. El otro, el más novedoso, se ubica en el vientre y es el emocional. Pero tal vez sea momento de pensar en un tercer cerebro, ya externo al cuerpo humano aunque siempre cerca: el smartphone.

El investigador, escritor y artista plástico francés Pierre-Marc de Biasi es quien tira de la punta de esa teoría en El tercer cerebro: pequeña fenomenología del smartpohone. Se trata de una investigación publicada por Ampersand, hecha por el ganador del Premio de Crítica de la Academia Francesa que se especializa en la obra de Gustave Flaubert pero que ha escrito ensayos sobre la historia del papel y sobre la historia de las ideas.

Entre las ideas más potentes de su investigación asoman algunas que ya se han puesto en discusión, como la “amnesia” que puede producir apoyarse en un teléfono inteligente para que almacene toda la información relevante o ciertas conductas adictivas que se puden desarrollar a partir de su uso cotidiano. Sin embargo, la suma de todas esas reflexiones y advertencias invita a revisar el vínculo que se establece con un aparato cada vez más poderoso. En sus capacidades técnicas pero también en las funciones que concentra.

“El smartphone es a la vez el veneno y el remedio, un útil que nos transforma y nos formatea. Le endilgamos al aparato la responsabilidad del tiempo que perdemos con él, en lugar de admitir que es simplemente el instrumento de las patologías de nuestra sociedad que se expresan y exacerban por su intermedio”, dice la presentación de este libro.

Aquí, un fragmento

El artefacto orgánico

El 9 de enero de 2007, Steve Jobs, presidente de Apple, presenta su recién nacido: el iPhone, primer teléfono celular que contenía un navegador de Internet, un iPod y una pan talla táctil multi-touch. Es una revolución. Comercializado en junio, su éxito resulta fulgurante. Desde entonces, el smartphone (“teléfono inteligente”) supo volverse casi tan indispensable como el aire que respiramos: 65% de los franceses tienen al menos uno, solo lo apagan excepcionalmente, no se separan de él casi nunca.

El 91% de los usuarios declara no salir jamás de sus casas sin su smartphone. Nos acompaña a todas partes; incluso lo llevamos en la mano en toda ocasión, como para poder desbloquearlo más rápido en caso de “alerta” o de “notificación”. En promedio, el smartphone se consulta 85 veces por día, pero algunos lo desbloquean más de 200 veces cotidianamente, con la esperanza de sorprenderse con un SMS inesperado, por miedo de perderse algo que podría hacer su día, su noche o incluso su vida, más interesante y más intensa. Entonces, imaginemos un instante que a uno le roban el smartphone, o que lo perdemos, o incluso simplemente que la batería se descarga, o que hubiera un corte en la red: ¡pánico!

Es el síndrome Fomo: fear of missing out… Los más tenaces le consagran habitualmente hasta ocho horas de su vida diaria, y los días feriados, el doble. Algunos usuarios de Twitter, completamente adictos a ese hilo de información mundial, llegan a dormir lo menos posible, para seguir informados de los nuevos tweets que podrían aparecer, sea cual sea el huso horario de su emisión. Al punto que se empieza a hablar de patología adictiva, de pérdida de la atención, de hiperconexión, de confusión mental. En 2016, para denunciar las relaciones delirantes que estamos entablando con esas maquinitas, Aaron, un objetor, se casó con su smartphone en Las Vegas.

Los científicos ya habían reconocido dos cerebros: el racional, en el cráneo, y el emocional, en el vientre. Según esta investigación, el smartphone es un tercer cerebro.

Por otro lado, cada uno mide, a diario, la envergadura de sus servicios: comunicarse, informarse, traducir, escuchar, leer, escribir, ver, fotografiar, contar, pagar, comprar, vender, ser avisado, ser guiado, iluminar… Con Facebook, Snapchat, Whatsapp, Tinder uno ya nunca está solo, uno se hace cientos de amigos, o más si son afinidades. Con Twitter uno puede dirigirse al planeta entero: 500 millones de mensajes por día para festejar la impulsividad y la fórmula lapidaria.

Con el GPS, Google Maps, estamos geolocalizados, y ahí, depende: es perfecto para encontrar el camino adecuado; es molesto, si uno está huyendo; fatal, si uno es el blanco de un dron. El smartphone no solo lo localiza a uno permanentemente, sino que también graba la memoria precisa de los lugares y de las zonas (hitos) por los cuales pasamos, minuto a minuto.

Los asesinos seriales desconfían de él como de la peste, pero son como usted y como yo: tampoco pueden prescindir de su celular. De golpe, en el momento crucial, cuando están en lo suyo, puede darse que se olviden de apagarlo. Y eso, a la policía científica, le viene como anillo al dedo.

Fuera de eso, el smartphone vela amorosamente sobre la salud de uno, contando cada día el número de pasos que damos, de escalones que subimos, de calorías que quemamos: excelente para los adultos mayores, agravantes para los jóvenes obsesivos que contabilizan todo lo que les pasa.

Se empieza a hablar de patología adictiva, de pérdida de la atención, de hiperconexión, de confusión mental

El tiempo muerto de los trayectos en subte es ideal para explotar a fondo los recursos del propio smartphone, escuchar la música preferida o abandonarse a los placeres regresivos sobre Jeux.org. Pero en caso de hora pico, de pie, sosteniéndose de una manija o de una barra, nos queda apenas una mano para llevar el aparato y escribir sobre la pantalla: ahí es cuando uno descubre que el pulgar no es tan largo. Se alarga con una prótesis japonesa de caucho rosado que tiene dos verruguitas negras, muy aptas para una escritura ultra rápida. De hecho, no podemos prescindir de ellas. El smartphone no solo es un cómodo mediador de lo real, sino que se convierte en nuestro punto de vista, en nuestro marco, en la distancia focal que construye nuestra visión de las cosas. El smartphone adquirió una función tal de mediador en nuestra relación con el medio ambiente y los otros, que se interpone tan frecuentemente a nuestra percepción del mundo, haciendo que ese intercesor termine por adherirse a nosotros como una suerte de artefacto orgánico o de órgano técnico que vuelve incierta la frontera que lo separa de nuestro cuerpo. ¿Terminaremos fusionándonos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a dejar que se encargue de nosotros ese mínimo esclavo digital?

Para bien o para mal, ¿no estará el smartphone reconfigurando insidiosamente nuestra manera de vivir, nuestra forma de pensar? ¿Cómo vive cada uno su smartphone de los 7 a los 77 años? Encuesta de campo ante los usuarios. Al combinar la telefonía celular y la red digital, el smartphone pasó del estatus de teléfono celular inteligente al de verdadera pequeña estación de comunicación digital, a la vez individual, nómade y virtualmente abierta al mundo entero; es una central portátil de servicios inmateriales ilimitados, un instrumento politécnico al alcance universal, pero íntimamente ligado a la persona, perfilado para adaptarse a todos los gestos que solicitan nuestras vidas remodeladas por Internet.

El autor es también artista plástico y especialista en la vida y obra de Gustave Flaubert. / https://catedraabierta.udp.cl/

Cotidianamente, el smartphone ha absorbido la mayoría de las prerrogativas que correspondían a la computadora de escritorio, a la portátil, a la unidad lectora y a la tableta, integrando en sí los empleos tradicionales del teléfono celular, de la cámara de fotos, del grabador y de los antiguos reproductores portátiles (walkman a cassettes y discman a minidiscos).

Portátil y polivalente, su éxito comercial resulta considerable: es uno de los pilares del PBI mundial. La rotación de existencias es rápida. Hoy se venden más de mil quinientos millones de modelos nuevos por año. En Occidente, más de la mitad de los habitantes poseen uno a partir de los 11 años. Cerca de 150 marcas se dividen la expansión de ese mercado (+7,4% anual), pero más del 45% de las ventas corresponden actualmente a tres majors: la surcoreana Samsung (22,3%), la estadounidense Apple (12,5%) y la china Huawei (10,5 %). Bajo la presión de la competencia china, que gana en calidad practicando al mismo tiempo una reducción agresiva de sus costos y de sus márgenes, el precio promedio de los smartphones (240 euros) bajó un 53% en cinco años.

En Occidente, màs de la mitad de los habitantes poseen uno a partir de los 11 años.

Conjuntamente con una tendencia a la baja en las tarifas de abono, esa evolución de la oferta tiene recíprocamente una demanda creciente, que hace que todos los habitantes del planeta mayores de 10 años sean candidatos a adquirir uno. Los usuarios actuales (dos mil quinientos millones) podrían desde ahora duplicarse para alcanzar los cinco mil o seis mil millones de individuos en los próximos diez años. A pesar de lo elevado de su precio, el smartphone conquista zonas del mercado en todas las capas sociales. Está masivamente presente en los países ricos del norte, pero como en el caso de la televisión y de las antenas parabólicas de los años 1960-1980, conoce algunos de sus mejores rendimientos en las villas miseria de los países emergentes y en las regiones urbanas más pobres del planeta.

La atención pulverizada

Para numerosas actividades, en todas las escalas de la empresa, la difusión de los smartphones se tradujo en progresos considerables en la gestión de los recursos humanos, la fluidez de la relación con los clientes, la capacidad de movilizar sin demora al personal competente para solucionar lo imprevisto, etcétera. Esa “mejoría” se parece como dos gotas de agua a la que ya había tenido lugar en su momento con el teléfono, luego con las hojas de cálculo y la mensajería instantánea sobre la computadora. Pero con el smartphone, se trata de una “mejoría” optimizada porque está adaptada a la movilidad de los puestos de trabajo, ya se trate de que uno sea emisor o receptor. El problema consiste en que esa mejora parece tener como contrapartida una verdadera caída libre de las capacidades para movilizar la propia atención sobre las tareas a realizar.

Una investigación recientemente organizada por Kaspersky Lab revela que el smartphone nos distrae por su simple presencia y nos vuelve menos eficientes en el trabajo: enteramente privados de smartphone somos más productivos. Entonces, por un lado, el smartphone nos ayuda en nuestra actividad haciendo que estemos más sujetos a explotación, pero, por otro lado, devora una buena parte de nuestra capacidad para dedicarnos a nuestras misiones fundamentales. Lo más extraño de es que el nivel de concentración parece variar en función de la distancia física entre los sujetos y su smartphone.

Se pudo comprobar cuatro situaciones: 1. el usuario guarda su smartphone en el bolsillo, 2. lo apoya en su escritorio, 3. lo guarda en su cajón, 4. lo deja en otra pieza. Los resultados son elocuentes: la falta de concentración es máxima cuando el smartphone queda en el escritorio al alcance de la mano: la imagen del aparato requiere la atención de su propietario cuando escucha las alertas, los SMS, las notificaciones, cuando se inquieta por no recibir nada, etcétera. Su visibilidad, en sí misma, es una desventaja. Tampoco está bien que conserve el aparato en el bolsillo; pero, como no lo tiene ante sus ojos, piensa en él un poco menos y su coeficiente de atención aumenta ligeramente.

La capacidad del smartphone para desconcentrar a su usuario se estudia cada vez con mayor profundidad.

En cambio, la capacidad de concentración mejora netamente a medida que el alejamiento y la inaccesibilidad aumenta: guardado en el cajón, el smartphone perturba me nos la atención, los desempeños mejoran. Toda distancia que se añada entre el aparato y su propietario mejora los resul tados. En total, los desempeños de los trabajadores mejoran un 26% cuando los teléfonos móviles fueron directamente dejados de lado y vueltos inaccesibles al ponerlos en otra pieza. Astrid Carolus (Universidad de Würsburg) concluye: “lo que mejora la concentración es más bien la ausencia del smartphone antes que su presencia”.

El mismo estudio muestra que la privación de smartphone no se tradujo en ninguna ansiedad entre los hombres, mientras que parece haber tenido efectos negativos en el plano emocional en las mujeres. Privadas de su teléfono celular, las mujeres se sintieron cortadas de su medio familiar y sintieron que el hecho de no poder estar inmediatamente informadas de un problema o de un accidente grave que afectara a sus hijos, familia (pareja, padres, hermanos), amigos, domicilio, etcétera, era algo así como un peligro potencial. Para las mujeres, entonces, no es seguro que la privación del smartphone en el trabajo se traduzca por el menor incremento de productividad: van a estar un poco más concentra das, pero mucho más ansiosas.

Parece difícil suponer que todos los aparatos digitales personales sean eliminados de los lugares de trabajo, pero el problema parece tan serio que Kaspersky Lab preconiza de todos modos una reglamentación severa: Los empleados podrían ser más productivos si en lugar de tener acceso a su smartphone en permanencia, se consideraran períodos sin smartphone. Una de las soluciones podría consistir, por ejemplo, en aplicar las reglas en vigor para las reuniones –prohibición de teléfonos y de computadoras personales– en el ambiente normal de trabajo.

Por razones de seguridad evidente, los smartphones no siempre están autorizados en las reuniones de trabajo de las empresas privadas o públicas que temen el espionaje industrial o la divulgación de informaciones sensibles. Pero con los modelos de 5-6 pulgadas, el smartphone empezó a competir seriamente con la tableta y la computadora portátil como instrumento para tomar notas en tiempo real. Cuando el nivel de confidencialidad no lo prohíbe, los profesionales utilizan entonces cada vez más su smartphone en las reuniones de trabajo, para memorizar todo o una parte de las discusiones y de las consignas que interesan a su propio trabajo.

Hay investigaciones que proponen que se establezcan períodos sin smartphone en los lugares de trabajo para evitar distracciones.

Esta situación nos lleva a la famosa investigación de Kaspersky Lab sobre la llamada “amnesia digital en el trabajo”. Se demostró en ella que los aparatos digitales utilizados para tomar notas pueden tener en sí mismo un efecto negativo que afecta el juicio de los que se sirven de ellos sin moderación. Durante una reunión de trabajo, el hecho de tomar notas fácticas al compilar todo lo que se dice en un aparato digital (antes que sintetizar el sentido de los intercambios en algunas notas manuscritas) afecta sensiblemente la buena comprensión y la rememoración de lo que se ha podido decir.

Es cierto para las notas tomadas en la computadora portátil o sobre la tableta cuando se busca grabar fielmente las palabras pronunciadas, pero todavía más para las tentativas de grabar palabra por palabra realizadas con una pantallita y tablero de smartphone: el desempeño para llegar a ello se vuelve tan acrobático (para la memoria inmediata, los ojos y los dedos) que no deja ni una neurona disponible para la reflexión. Lo que no impide que los jóvenes, casi todos incondicionales del smartphone, se habitúen aun cuando reco nozcan que es un poco cansador para los ojos.

Interrogados sobre la mejor manera de seguir una reunión de concertación y de aprovechar los resultados de esta, el 67% de los profesionales estima peligroso atenerse a la propia memoria y preferible tomar notas digitales tan exhaustivas como sea posible. El 46% se declara listo a abandonar toda escucha activa para sustituirla por una toma de notas sistemática, estimando que la precisión fáctica de la conversación importa más que las indicaciones contextuales, emocionales o de conducta que podrían obligar a matizar el sentido de lo que fue dicho. Pero el 13% reconoce haber perdido ese tipo de toma de notas numérico y admite haberse sentido entonces incapaz de recordar una sola palabra de los intercambios que tuvieron lugar.

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