Periodismo gonzo -ese en el que el periodista se mete en la noticia- y poliamor son algunas claves para (tratar de) definir a la indefinible Gabriela Wiener. Escritora peruana que vive en Madrid, cronista, maestra de cronistas, integrante de una pareja amorosa constituida por tres (poliamorosa, sí), activista y performer en contra de colonialismos varios y a favor siempre de la producción de la imaginación y la literatura. Wiener es autora de Nueve lunas. Viaje alucinado a la maternidad, que publicó Marea Editorial y es una crónica en primera persona de su embarazo. Y también, entre otros, de la magistral pieza “Adiós, Ovocito, adiós” compilada en Sexografías, un libro entre el periodismo narrativo y las memorias sexuales. Wiener escribe desde la experiencia, desde el riesgo del cuerpo, desde la vivencia personal y hacia nuevos horizontes.
En Huaco retrato, su novela de inminente publicación en Argentina -y que se lanzó en Chile, Colombia, México, Ecuador, Bolivia, Perú y España- la autora se lanza a escribir ficción en el borde de la no ficción. ¿O es autoficción? ¿Y acaso importa? En definitiva, Gabriela Wiener lo hizo de nuevo: literatura de la mejor que desafía a la crítica, los géneros y formatos. Y llama a pensarlo todo otra vez.
“Lo más extraño de estar sola aquí, en Paris, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido”. Con esta rizomática frase comienza Huaco retrato, la novela de Gabriela Wiener que parte de la pregunta sobre un antepasado colonial que lleva su mismo apellido (el de la narradora y el de la autora) y se expande por la historia familiar, de traiciones y conquistas (de América y de mujeres), de saqueo patrimonial y cultural, de Europa y América y cuentas nunca saldadas. ¿O sí?
“¿Quiénes son los autores que ahora destacan? Son mujeres, pero son mujeres blancas.”
Pero empecemos por el título. ¿Qué significa huaco? “Aunque haya sido la misión científica del típico explorador del siglo XIX, suelo bromear en las cenas de amigos con la idea de que mi tatarabuelo era un huaquero de alcance internacional”, cuenta la novela. Y sigue: “Les llamo huaqueros sin eufemismos a los saqueadores de yacimientos arqueológicos que extraen y trafican, hasta el día de hoy, con bienes culturales y artísticos. Pueden ser señores muy intelectuales o mercenarios, y pueden llevar tesoros milenarios a museos de Europa o a los salones de sus casas criollas en Lima. La palabra huaquero viene del quecha Huaca o wak’a, como se llama en los Andes a los lugares sagrados que hoy son en su mayoría sitios arqueológicos o simplemente ruinas. En sus catacumbas solian estar enterradas las autoridades comunales junto a su ajuar funerario. Los huaqueros invaden sistemáticamente estos recintos buscando tumbas u objetos valiosos y, a causa de sus métodos poco profesionales, suelen dejarlas hechas un muladar. El problema es que semejante procedimiento no permite ningún estudio posterior fiable, hace imposible rastrar cualquier seña de identidad o memoria cultural para reconstruir el pasado. De ahí que huaquear sea una forma de violencia: convierte fragmentos de historia en propiedad privada para el atrezo y decoración de un ego”.
Gabriela Wiener estuvo en Buenos Aires días atrás para dar talleres de periodismo y charlar del lanzamiento de su novela. Además de encontrarse con amistades de la Argentina: “Que me cargan porque tomo Coca Cola, y soy negra y tomo cerveza rubia, es decir, no estoy descolonizada: el proceso es lento”, bromea.
La entrevista es en un bar de San Telmo. Coca Cola y scons de queso. Mucho para pensar.
-¿Cuál fue el punto de partida para escribir este libro?
-El libro es un viejo proyecto de abordar la vida de este antepasado presunto que tenía un lugar de prestigio en la familia y a nivel de ciertos estudios de la arqueología. Me inquietaba encontrarme a partir de esa extrañeza con mi propia identidad física corporal y étnica. Mi propio apellido me parece algo impuesto: europeo, blanco. Por supuesto que quería hacer una investigación en la línea del periodismo narrativo, que es lo que yo venía trabajando durante años, pero como materialmente no tenía las condiciones para hacerlo, me refiero a viajes e investigaciones largas, se me hacía cuesta arriba. Entonces empecé a pensar en la ficción como una posibilidad de resolver el libro.
“El sexo aparece en la primera historia porque Wiener es un viajero explorador que además de ser huaquero también folla con una mujer chola y se va”.
-Y aparecieron otras historias de familia…
-En realidad son tres historias, porque junto con este tatarabuelo, tengo la historia de la doble vida de mi padre, el hecho de que tuviera dos mujeres. Y dos familias simultáneamente sin que se conocieran entre sí, ese montaje de vida que hizo alrededor de nosotras. Y, por otro lado, el tema de la descolonización, mis notas y mi mirada descolonizadora con respecto a los cuerpos y a los contratos de pareja y la constitución de la familia. Mi trabajo fue montar estas tres historias, que a la vez corresponden a tres tiempos muy marcados: el pasado del tatarabuelo que es el tiempo colonial, siglo XIX; la historia del padre que es del siglo XX, que es ese tipo de historia de relaciones sexoafectivas, muy patriarcales, y el tiempo presente o siglo XXI, que es la historia de la narradora con su familia fundada en el poliamor, que también hace crisis para la protagonista.
-Es un libro difícil de encasillar. ¿Novela? ¿Autoficción? ¿Investigación histórica? ¿Crónica?
-El libro se va de género, es de género fluido o degenerado. Busca irse de género porque busca también en su forma reflejar esa visión desconolizadora rompiendo con estructuras típicas previas. No sé si es novela o un libro de duelo o autoficción o todo a la vez. Y eso no me preocupa.
-¿El sexo y la pareja podrían ser claves de lectura para Huaco retrato?
-El sexo aparece en la primera historia porque Wiener es un viajero explorador, muy en clave colonial, que además de ser huaquero también folla con una mujer chola y se va. O sea que esa mujer está signada por el abandono, por el exfolio, por el despojo colonial. Luego está la historia patriarcal, que es la del siglo XX, en donde aparece la amante y la hija de la esposa, no de la amante, que un día se entera que su padre ha tenido otra familia. ¿Quién ha sido entonces ese padre? es la pregunta. Y, entre tanto, la historia de la protagonista que intenta no reproducir esas historias ni patriarcalmente ni colonialmente. Y está en lucha contra el machismo, contra la colonialidad, es un personaje con ese tipo de perfil, pero a la vez está llena de contradicciones.
-“Tengo todas las ideas. Pero como me las meto en el cuerpo”, dice en un momento la protagonista.
-Y esa frase es clave. Porque ella es migrante y marrón. Es también parte de minoría silenciada. Que es la identidad marrón, que he estado explorando. De hecho sigo mucho al movimiento de identidad marrón que hay en Buenos Aires. Intentamos articular, desde los espacios antirracistas de todas partes. En España, por ejemplo, en tanto migrantes, hay espacios en los que las luchas se cruzan. Porque los árabes, por ejemplo, tienen sus propias reivindicaciones, y las latinoamericanas tienen otros temas, que son el trabajo del hogar por ejemplo, que es principalmente donde se desempeñan. O los negros y el trabajo ambulante. Hay muchas luchas acumulándose. Y de pronto la identidad marrón aparece con esa fuerza, porque está ahí en el aire y nos reconocemos. Cholas, sudacas, marrones son voces que intentan identificarnos. Y queremos dar voz a estas identidades que han sido marginadas.
-La literatura, justamente, no abunda en autores marrones.
-La literatura es elitista y clasista. Mira ahora ¿quiénes son los autores que ahora destacan? Son mujeres, pero son mujeres blancas. En Perú esto es más sangrante aún. Porque en realidad se trata de los que tienen los medios y los medios de producción, las editoriales de su parte. Entonces, así como las mujeres han empujado cosas, hay autores marrones que empujas cosas, autores negros que empujan cosas, árabes que empujan y así. Pero el medio todavía es hostil. Porque la literatura es un lugar que puede ser muy excluyente, muy discriminador. El tipo de escritura que se valora es del blanco heterosexual que siempre ha tenido una mirada condescendiente hacia el marrón. La escritura que pueden practicar las mujeres y las disidencias inmediatamente se pone en el flanco de lo que no es literario. Se etiqueta como otra cosa: es literatura feminista o femenina o marrón. No es literatura. Al canon no le interesa. Porque ellos siempre están decretando el comienzo y el fin de algo de la literatura. Es lo que les da autoridad. Pero me parece superdespectivo. Y mantener una visión de la literatura como una lucha de poder, por el poder.
“Es falso hablar de que el poliamor solo depende de una decisión individual en la que gestionas bien tus celos, tus miedos y ya está”.
-En Huaco retrato se cruzan ficción y biografía y es muy difícil (¿imposible?) trazar el límite entre un material y otro.
-Esta es la apuesta de la novela, el pacto de lectura. Me interesan estas nuevas narrativas que puedan mezclar y en donde puedan convivir cuestiones de la experiencia y de la imaginación. Narrar lo que vives y cómo imaginas lo que vives y lo que puedes vivir. Son cuestiones que pueden coexistir, dejemos por favor de pensar en términos binarios: imaginación o experiencia, ficción o no ficción, mi ombligo o los problemas del mundo. Creo que hablamos de la misma materialidad y todo tiene que ver con la experiencia y la imaginación en literatura.
-Y después viene el suceso editorial. Una editorial grande, y podés decir estas cosas desde ahí.
-Sí. Pero yo no tengo ninguna actitud purista. Ni como escritora ni como activista. Creo en la impureza. Por eso tomo Coca Cola y cerveza rubia, siendo negra. Y estoy, como dicen mis amigas en Madrid, “para que me devuelvan el oro”. Esto en España tiene más sentido. Yo se lo digo a mi editorial multinacional: que si estamos aquí es para señalar las cosas y para que haya reparación económica y simbólica.
-Estar desconolonizado ¿es posible?
-Hablar de la deconstrucción como un proceso que tiene un final, un acabado, no existe. Son procesos que están bien porque son un cuestionamiento que se abre y se ponen en marcha, son procesos abiertos. La protagonista de la novela se cuestiona su sexualidad, sus elecciones, y vive y abraza sus contradicciones todo el rato. Porque quiere y no puede. Porque sigue enamorada de una persona blanca. Pero en medio de todo este proceso se abre hacia otros cuerpos, por fin. Y por lo que me dicen a alguna gente el libro le está funcionando en ese sentido.
-¿En qué sentido?
-Para empezar su proceso de descolonización en sentido sexual. En su relación consigo misma, en la relación con su familia. La gente me ha contado que empiezan a mirarse de otra manera. La novela abre una conversación y un debate acerca de nuestros cuerpos. O acerca de fetichizar el cuerpo del otro en tanto blanco o en tanto racializado. Podría haber hecho un libro teórico pero no es lo que me sale.
-¿Y respecto del poliamor también hay una crítica en el libro o un lugar de inestabilidad?
-Y también aparecen fisuras. Porque ¿cómo vas a pretender que haya una igualdad, incluso dentro de la propia pareja? Para que nos podamos desempeñar igual en el poliamor hay que considerar el ritmo del otro, la mochila del otro, las heridas del otro. Entonces es falso hablar de que el poliamor solo depende de una decisión individual en la que gestionas bien tus celos, tus miedos y ya está. Es una cosa que se hace con la otra persona y teniendo en cuenta los privilegios de una y la falta de privilegios de la otra. Viene de privilegio racial, de privilegio estético del cuerpo. Yo creo en una desigualdad de las parejas, aunque sean poliamorosas. Que no se resuelve. Es un conflicto permanente.
Quién es Gabriela Wiener
♦ Nació en Perú en 1975.
♦ Estudió Lingüística y Literatura en Perú.
♦ Vive en España desde 2003
♦ Trabajó en el diario El Comercio (Perú) y fue Redactora Jefe de la revista española Primera Línea y de la edición española de Marie Claire.
♦ Entre otros, es autora de los libros Llamada perdida, Sexografías, Nueve lunas, Mozart, la iguana con priapismo y otras historias, Kit de supervivencia para el fin del mundo, Ejercicios para el endurecimiento del espíritu, y, ahora, Huaco retrato.
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