“Ofendiditos”, un libro con las ideas bien puestas, en tiempos de embestida contra el feminismo

Lucía Lijtmaer, una hija de exiliados argentinos que creció en España, avanza contra los lugares comunes de la reacción conservadora que pretende desacreditar las denuncias de violencia y presentar a los ofensores como víctimas.

Ofendiditos. El potente libro de Lucía Lijtmaer

En el libro Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta, editado por Anagrama, la escritora Lucía Lijtmaer, nacida en Argentina y la nueva pluma de la literatura española, destierra los lugares comunes de la reacción conservadora. El feminismo no es frágil, puritano, ni correcto. Ni los varones violentos son las nuevas víctimas cuando son denunciados.

A ellos se les tira una mujer en la rueda de su auto.

A ellos les dicen que las violaron y les arruinan la carrera.

A ellos les cortan el trabajo por decir que a su mujer la tendría que haber quemado.

A ellos los dejan en la ruina por tener que enfrentar un juicio de violación.

A ellos los inhiben sexualmente por decir que no quieren tener sexo de prepo.

A ellos los amigos los cuestionan si los señalan por tener sexo sin consentimiento con una chica borracha.

A ellos los corrieron del centro, por un microsegundo en la historia de la humanidad, pasaron de protagonistas a cuestionados, pero volvieron a ser protagonistas: ahora son los pobrecitos.

El mejor hallazgo del libro Ofendiditos, de Lucía Lijtamer es que supo adelantarse a la reacción posterior al auge del feminismo y generar una argumentación sólida y contundente a la reacción conservadora que volvió pobrecitos a los varones denunciados y ridículas victimizadas y frágiles a las denunciantes de violencia sexual.

Lucía Lijtmaer acaba de publicar la novela Cauterio, de Editorial Anagrama que ya va por su tercera edición y tiene críticas como la de Javier Rodríguez Marcos, de El País, que dice “Cauterio quema y cura” y la de Jacobo de Arce, de El Periódico de España, que la exalta: “Lucía Lijtmaer se ha convertido en una de las voces más relevantes y versátiles de nuestro panorama cultural. Cauterio está destinada a colocarla en la primera línea de nuestra literatura”.

Pero cuando en España dicen “nuestra” en Argentina podemos también enorgullecernos de Lucía. No por la madre patria, si las patrias maternan (y no asumen su colonización) sino porque es hija del exilio de su madre y su padre de la dictadura militar. Lucía es argentina, aunque no se trata de un tablero de nacionalidades, sino de lo mejor de la cultura europea y el atrevimiento sudaca.

Lucía nació en 1977 en Argentina y en Santa Fe está su familia de origen. Su papá y su mamá se exiliaron en España escapando de la dictadura cuando ella era bebé. Creció en Barcelona y ahora vive en Madrid. Es autora de Casi nada que ponerte y Yo también soy una chica lista.

"Ofendiditos", de Lucía Lijtmaer, en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Lucía también hace un éxito con el podcast Deforme Semanal, junto a Isabel Calderón, en España. Pero no es solo para escuchar, también para aplaudir y bailar en vivo, como una radio show que convoca, provoca, divierte y reflexiona. Además ganaron el premio Ondas (similar al Martín Fierro) en la consagración de la intelectualidad que se atreve a hablar de Horacio Quiroga y de Britney Spears en un parpadeo de género multicultural.

El libro Ofendiditos, sobre la criminalización de la protesta, de Editorial Anagrama, es pequeño, rosa y tan corto como ilustrativo. Si hubo que gritar, pelear, marchar e interpelar –con grandes costos- para que se entendiera que femicidio es un asesinato a las mujeres por ser mujeres no es para que ahora digan que el feminismo es status quo desde el mismo status quo que no soporta ni un mínimo temblor en las estanterías de sus librerías.

Ofendiditos usa el recurso de boomerang de devolver con lengua el lenguaje que intenta ridiculizar a las mujeres y a las denuncias que provocaron el #cuentalo #metoo y #yotecreohermana. Ofendiditos es una traslación directa del snowflake que usa la ultraderecha norteamericana para burlarse de las chicas a las que tildan de “copitos de azúcar” o “frágiles” por nombrar lo que no les gusta.

En términos de Donald Trump las snowflake son la generación que se ofende por todo. Pero no es cuestión de ser sensibles, susceptibles o débiles, sino de cuestionar lo que lastima, con permiso para mostrarse lastimadas y con la fortaleza de la interpelación cultural colectiva.

Si somos fragilizadas ahora somos frágiles.

Si somos violadas ahora somos violentas.

Si no queremos sexo a la fuerza ahora somos puritanas.

Si no queremos que nos dejen afuera de la cultura ahora somos censoras.

Si nos creemos el valor de nuestro trabajo ahora somos engreídas.

Si somos críticas ahora somos conservadoras.

Si somos politizadas ahora somos políticamente correctas.

Si somos sexies ahora somos sucias.

Si somos movilizadas ahora somos exageradas.

Si somos demandantes ahora somos ridículas.

Las ofendiditas no somos chiquitas lloronas (como si llorar o ser chica en todos los sentidos de la palabra fuera algo menor o malo) pero no solo no debería ser despectivo, sino que quita la posibilidad (la necesidad incluso) de ofenderse cuando nos ofenden.

No solo no podemos criticar la violencia sino que si nos ofendemos somos entonces ofendiditas. La cultura encontró rápidamente la forma de frenar la embestida cultural del feminismo y la deglutió al plato deformando las peticiones, exagerando las consecuencias y ninguneando las razones.

Como si fuera un caramelo Media Hora que se termina de consumir en la boca, los creadores de la victimización de los pobrecitos quieren que el gusto amargo de las demandas de las diversidades y los feminismos se termine de una buena vez y que ya todo vuelva a ser como antes. Ay, antes.

Pero es verdad que la escalada de las denuncias por violencia y abuso, que comienzan en Argentina en el 2015, tienen su auge en 2018 y ahora se presentan en baja o a la defensiva del ataque de quienes fueron denunciados o tienen miedo de serlo.

“Las víctimas históricas del machismo son ridiculizadas si resaltan que son víctimas. Y, a su vez, quienes las atacan se victimizan”

Son tiempos de embestida contra el feminismo (de denuncias contra las que denuncian, de cerrojos contra las que hablan, de criminalización contra las que hablaron). Son tiempos de retroceso y de una nube que deja poco claro que la embestida busca el castigo de las que denunciaron los abuso, los acompañaron y los escribieron.

La mayoría de las ofendiditas son mujeres, pero si los varones se ofenden también son denostados, por suaves y por feminizados. Y ellas, además, si son intelectuales, son denostadas como básicas y poco complejas. Como si no hubiera sido complejo desterrar machismos y generar nuevos lenguajes. Pero sí algo se ha logrado ese logro se toma como policíaco, moralista, persecutorio y tontuelo.

Y, lo interesante, es que las víctimas históricas del machismo -las mujeres, las lesbianas, las trans, las diversidades- son ridiculizadas si resaltan que son víctimas. Y, a su vez, quienes las atacan (generalmente hombres, pero ahora también voceras mujeres del machismo) se victimizan. Ellos -que no aceptan que las mujeres son víctimas- se presentan, a la vez, como las nuevas víctimas.

“El analista callejero machote, está en los medios y las redes, tiene poder y aún así es categorizado como víctima. ¿De qué? De todo. De las feministas, de la turba, de los nacionalismos, de los gitanos, de la izquierda, de la corrección política, de los veganos”, resalta Lijtmaer.

Y, en ese sentido, la pandemia marco como un rayo que el colapso climático ya llegó. La salida, sin embargo, no solo fue de una derecha bravía, sino negacionista de la violencia de género y del cambio climático, casi como si fuera posible tapar el sol -cada vez más caliente- con las manos.

La queja, claro, es que ya no se puede decir nada. “Este mundo orwelliano políticamente correcto y deslavado en el que una masa informe te dicta qué pensar y qué no decir”, describe la escritora española, atenta a cada debate en Argentina, un discurso que hoy se grita en televisión y se repite como emblema de libertad.

La virtud es marcar la contradicción. ¿Qué es la libertad para quienes oprimen?No importa que sean las mujeres las que se manifiestan contra Jair Bolsonaro en Brasil: las mujeres son siempre las opresoras ante un discurso políticamente incorrecto”, destaca la autora.

Ella marca que los que se quejan de la piel fina de las defensoras de los derechos de las mujeres dicen ser linchados en los medios y las redes cuando, en realidad, no solo las víctimas de violencia son mujeres, sino que no es cierto que estos varones sean linchados. O sea, los exagerados y con piel fina son ellos. Pero dar vuelta la cancha parece ser una estrategia eficaz sumado a un arma de destrucción masiva del feminismo: la ridiculización.

Ella marca que los que se quejan de la piel fina de las defensoras de los derechos de las mujeres dicen ser linchados en los medios y las redes cuando, en realidad, no solo las víctimas de violencia son mujeres, sino que no es cierto que estos varones sean linchados. O sea, los exagerados y con piel fina son ellos.

Y, otro punto, si las mujeres, históricamente, fueron tildadas de locas y emocionales, decir que ellas se quejan y no que denuncian condiciones injustas y desiguales es volverlas al lugar de quejosas seriales que hinchan las guindas a sus maridos que deben soportar el agobio de la señora con mala cara.

Lucía entonces nos pregunta: “¿Cómo y por qué hemos aceptado que se demonice la protesta?”.

Y esta demonización no es gratuita, sino financiada. Ahí es donde, además de la reflexión, los datos dejan claro que no es un fenómeno espontáneo sino un engranaje orquestado en pos de la ridiculización del movimiento político más importante del siglo XXI.

Ella describe que, desde 1971, se lleva adelante una elaborada trama económica para generar una contrarreforma conservadora en la que familias de magnates (ella nombra a Koch, Olin, Scaife, Coors y Bradley) fundan think tanks, institutos y fundaciones para contrarrestar el avance de la centroizquierda en la vida académica estadounidense.

Ella cita el libro Dinero oscuro. La historia oculta de los multimillonarios escondidos detrás del auge de la extrema derecha norteamericana, de Jane Mayer, editado en Debate (Barcelona), en 2018, para resaltar que, por ejemplo, el lobby pro Donald Trump fue el resultado del trabajo iniciado desde los setenta por las familias ricas aportantes a la reacción conservadora.

Por ejemplo, las familias Scaife y Olin, financiaron con 39,6 millones de dólares los estudios contra el cambio climático entre 2003 y 2010. Lo interesante es que el discurso contra lo que denominan corrección política”

[8:51 p. m., 16/5/2022] Luciana Peker: parece ser creativo, superior, libre y neutral, cuando es simplemente un producto más del capitalismo estándar.

Hay intelectuales que parecen estar abriendo una etapa post feminista cuando se quejan de la corrección política. Pero solo siguen el camino iniciado por George W. Bush, en 1991, cuando, en un discurso en la Universidad de Michigan, dijo: “La noción de corrección política ha desatado controversia y reemplaza los viejos prejuicios por otros nuevos”.

Para la derecha conservadora la corrección política sería ya siempre censuradora”, define Lijtamer. Y desmiente: “Simplemente no hay datos objetivos que sustenten que las políticas de izquierda y en favor de la diversidad generen sujetos más cerrados y censuradores”.

Lijtamer critica a los analistas de derecha y declama: “Desde su tribuna todo lo diverso es histérico, y, por lo tanto, es impugnable. Por otra parte, al señalar con pataletas los cambios sociales y la mayor pluralidad de voces, enmascara los verdaderos problemas de libertad de expresión que tenemos: el fascismo”.

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