Año 1956: algunos meses después del golpe de Estado con el que la Revolución Libertadora derrocó a Juan Domingo Perón, en Argentina gobierna el general Pedro Aramburu. En septiembre de ese año, el dictador promulga la ley 17.189 que, por cuatro décadas, prohibiría y condenaría la homosexualidad, el travestismo y el trabajo sexual.
No sería sino hasta finales del siglo XX que las instituciones y las leyes empezarían, muy lentamente, a cambiar. El ejemplo más claro es la eliminación, en 1990, de la homosexualidad de la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, motivo por el que hoy se conmemora el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia.
Pero de vuelta en 1956, cuando la figura del homosexual recién comenzaba a definirse como un problema para el Estado, dos escritores argentinos, Abelardo Arias y Renato Pellegrini, fundaron la editorial Tirso, la primera de América Latina en publicar contenido exclusivamente homoerótico.
Argentinos afrancesados
Influidos por la lectura de Marcel Proust y sus discípulos franceses, que desde comienzos del siglo XX ya coqueteaban en sus libros con la homosexualidad de manera más o menos velada, Arias y Pellegrini comenzaron a editar en Argentina a todos esos autores prestigiosos cuyos libros ya circulaban con éxito en Europa: Roger Peyrefitte, André Gide, Julien Green y Henry de Montherlant, entre otros.
El primer libro que publicaron en Tirso fue Las amistades particulares, del francés Peyrefitte. Las obras de este autor, que aunque hoy no es tan conocido fue un éxito de ventas a nivel mundial hasta la década del 80, ya habían sido publicadas en la Argentina por la editorial Sudamericana. Sin embargo, Las amistades particulares fue la única excepción: Sudamericana no se había animado a publicar una novela sobre dos jovencitos que se enamoran, sin culpas ni miramientos, en un internado religioso para varones. En la década del 40, el mundo todavía no estaba listo para asimilar este Heartstopper.
Aunque la intendencia de Buenos Aires no tardó en prohibir Las amistades particulares, seis meses después permitieron su distribución y, probablemente a causa de esa misma censura, fue un éxito rotundo. La controversia marcaría el rumbo de Tirso a lo largo de la década en que funcionó ya que, a la par que publicaban novelas extranjeras de autores legitimados a los que, por su éxito internacional, se les permitía tocar ciertos temas tabú, también comenzaron a publicar a homosexuales argentinos que, más tímida y solapadamente, incluían en sus textos relaciones entre hombres.
Solo para entendidos
“Este no es un libro para todos”, advierten los editores al comienzo de las primeras publicaciones de Tirso que, según ellos mismos aclaran, prefieren “rechazar a sorprender a un lector”. Desde sus inicios, apelan a la figura del “entendido”, es decir, del homosexual capaz de leer los códigos, en su mayoría no explícitos, que proporcionan las herramientas para entender este tipo de textos. El lector distraído, que no supiera dónde poner el foco, pasaría por alto las referencias al yire, a las plazas y baños públicos, principales focos de socialización homosexual, y a la importancia fundamental de la mirada: el idioma mudo que se hablaba entre homosexuales.
En ese entonces, no solo no existía en gran parte el lenguaje necesario para nombrar cualquier tipo de sexualidad que se corriera de la norma: intentar construirlo era también un riesgo que pocos estaban dispuestos a correr. Fue en esos años, particularmente a raíz de la ley que hasta la década del 90 prohibiría cualquier “desvío” o “perversión”, que el Estado comenzó a combatir activa y sistemáticamente a locas, putas, maricas y travestis.
Es por eso que, con la viveza cautelosa que surge ante contextos peligrosos y desfavorables, los homosexuales y el resto de los “desviados” tuvieron que encontrar las formas de comunicarse entre ellos a pesar de (y gracias a) la hostilidad a la que eran sometidos.
Tirso, por ejemplo, hace referencia al símbolo fálico asociado a la fuerza vital del dios griego Dionisio. De esta manera, Abelardo Arias y Renato Pellegrini le daban al lector “entendido” o “iniciado” algunas pistas para interpretar el catálogo: por un lado, el evidente elemento fálico, pero también la referencia a la alta cultura griega.
Homosexuales sí, maricones no
El modelo de homosexualidad que se plantea en los libros publicados por Tirso, aunque vanguardista y controversial para la época, difícilmente pueda homologarse con el discurso moderno de la diversidad.
En estas novelas, además de la ausencia casi absoluta de mujeres, el homosexual se define, en contraposición de la figura de la “loca” y la mariconería amanerada, como alguien que podría perfectamente tener una vida normal, como el resto de la burguesía a la que aspiraba pertenecer pero que, sin poder distinguir esta entre homosexuales y maricones, rechazaba todo desvío por igual.
Esta concepción del homosexual como un hombre cuyo único rasgo distintivo consiste en desear a otros hombres marcó el punto de partida para los primeros atisbos de una literatura gay argentina, que no llegaría a terminar de desarrollarse hasta romper con esos esquemas que solo intentaban imitar una heterosexualidad que nunca podría asimilarlos. No sería hasta la década del 70 que, con la aparición del Frente de Liberación Homosexual y figuras disruptivas como Manuel Puig, que los maricones y las locas empezarían a obtener su reivindicación en el plano literario.
Hoy, cuando la diversidad sexual y de género ha penetrado la literatura mundial y hasta los más jóvenes cuentan con una infinidad de modelos no heterosexuales a seguir, puede que el trabajo que Abelardo Arias y Renato Pellegrini hicieron en Tirso no brille con tanta intensidad. Pero como en una librería de saldos y usados, a veces es necesario mancharse los dedos y desempolvar esas historias que, antes que cualquier Stonewall o Ley de Matrimonio Igualitario, pavimentaron el camino o, más bien, alfombraron la pasarela para que las locas, labial en mano, escribieran en rojo sangre sus propias historias.
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