Al presentar a Ricardo Gil Lavedra, Patricia Kolesnicov cuenta, con emoción, que una persona se acercó al invitado para que le firmará un ejemplar del Nunca más. Es que Gil Lavedra es un ícono de la transición democrática, ya que fue uno de los miembros del tribunal que en 1985 realizó el Juicio a la Juntas.
Fue, además, diputado y ministro de Justicia de Fernando de la Rúa. Hoy es el flamante presidente del Colegio de Abogados. Aquí algunos de los momentos destacadas del encuentro:
—La idea de esta charla es empezar a hablar de libros para acercarnos a la idea de la Justicia y contar, un poco, cómo fueron esos días y como se ven hoy. Pero lo primero que te quiero preguntar es si en tu casa había libros, cómo era era tu relación con los libros, de chico.
—Yo creo que bastante intensa. Recuerdo que el primer libro me lo compró mi mamá. Ella había quedado viuda, porque mi papá había fallecido en un accidente de aviación, y fuimos a vivir con mis abuelos a Paraná, y mi abuelo fue una figura muy importante para mí. Mi abuelo era juez, del Superior Tribunal de Paraná, y él me inculcó mucho el hábito de la lectura. Hasta recuerdo el primer libro que me compró, que era Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Yo no sabía leer bien todavía, y me lo leían, tenía seis años. Era de una colección de Sopena para chicos, buenísima, donde estaban los mejores títulos; La cabaña del tío Tom; Corazón, de Edmundo de Amicis; El pequeño vigía lombardo, bueno, cientos. Y a la vez alternaba con la colección Robin Hood, que ha tenido un papel, yo creo, muy importante en aquella época. Atrapante todo, Salgari, con Sandokán. Lo notable es que leer, sobre todo cuando uno se está conformando, abre un mundo de fantasías extraordinarios; uno recrea todas esas aventuras, esos paisajes. Cuando ya entré el secundario, me gustó más la ciencia ficción, comencé con los clásicos, los he leído bien de adolescente. Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Dostoievski, lo mencionó aquí porque me impactó mucho, y tiene que ver con la justicia, en las cuales se reproduce mucho esto.
—¿Vos pensás que alguna de esas lecturas te hizo empezar a pensar en el derecho?
—No. Pienso que a lo mejor por mandato familiar, mi abuelo era abogado, juez, y bueno, seguí lo que me parecía que era que era lo más convencional.
—¿Había una biblioteca en tu casa?
—Sí, por supuesto. En la casa de mi abuelo había una buena biblioteca, y después fui formando la mía, que llegó a tener mucho. Lo que pasa es que este he tenido varios matrimonios y he ido perdiendo libros con el transcurso del tiempo, pero sí, me precio de tener una muy buena biblioteca jurídica, que también se ha ido conformando con el tiempo.
—¿Qué leés ahora?
—Trato de leer ficción, pero obviamente, por razones profesionales, siempre tengo que estar leyendo cuestiones de derecho, y muchas que me gustan y me interesan. Pero trato, cuando puedo, de devorar ficción, no me entretengo tanto en los ensayos, pero sí mucho con la ficción. Ahora estoy leyendo a un muy buen escritor, que es austríaco, del fin del siglo pasado, que es Stefan Zweig. El que estoy leyendo de se llama Momentos culminantes de la humanidad y el desarrollo es una serie de capítulos-momentos que han sido trascendentes y que ha cambiado la historia del mundo. Para no extenderme y dar un ejemplo, el sitio de Constantinopla.
—¿Cómo se vivió ser parte del tribunal que juzgaba las juntas? Porque eras joven.
—Sí, yo era muy chico, era el más joven del tribunal, tenía 35 años. Yo creo que en el momento, cuando uno está viviendo estos acontecimientos no pensás en ellos, los mirás ahora a la distancia. Pero en ese momento eran tantos los problemas que había, tantas las dificultades, tantas cuestiones por vencer, que uno está metido en poder hacerlo, y hacerlo bien. Después, cuando termina, uno lo ve la distancia. Yo te digo sinceramente, ahora, mirándolo la distancia, digo “la pucha cómo pudimos”.
–Contame cómo era el día a día de eso.
—Lo que se recuerda del juicio es la parte de la audiencia oral y pública. Fue un juicio oral, como todo el mundo ve en las películas, en las series, etcétera, con su fiscal, con su defensor, con los testigos. Estaba organizado de modo que todos los días a las tres de la tarde comenzara el juicio, hasta que terminara la agenda. Algunas veces nos quedábamos hasta las cinco o seis de la mañana del otro día, y lo normal era que terminaran después de ocho o nueve horas de audiencias. Con lo cual, durante la mañana, yo iba al tribunal, porque seguíamos haciendo la tarea normal del tribunal, y a la tarde, el juicio.
—Por qué fue posible ese juicio?
—Porque los argentinos habíamos padecido una dictadura muy cruel y sanguinaria; y ese consenso de nunca más decía no a la violencia política, no a los golpes militares; sí una apuesta a la ley y a la democracia. Por eso yo creo que con el juicio pudimos ponernos de acuerdo todos en que esto había que hacerlo sin baterías, porque en realidad esto pertenece a todos los argentinos, no a voces.
—La Justicia hoy en día, y a cada rato, en nuestro país es uno de los aspectos más cuestionados, ¿cómo la ves?
—Bueno, me parece que la Justicia hoy tiene una crisis política, porque se duda de la imparcialidad de los jueces, y una crisis de funcionamiento, porque los procesos son muy largos, tardan, no dan respuesta. Pero lo que tenemos que pensar, y las autoridades políticas tendrían que ser las primeras en respaldar a la Justicia, es que el Estado de derecho es la columna vertebral de un sistema democrático, que es el que establece los derechos, los límites, también. ¿Y quién hace eso? Los jueces. Por eso yo creo que tenemos que seguir empujando para reestablecer esa confianza en los jueces, para que se aplique, objetiva e imparcialmente la ley. No hay futuro en una democracia que no tenga Justicia.
Mirá la entrevista completa en el video.
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