“Cuando decidimos cruzar el océano vivíamos ya en el más estrecho alféizar. Nos habíamos quedado sin territorio”, escribe Héctor Anabitarte en su mítico libro Estrechamente vigilados por la locura, publicado en 1982 desde su exilio en España. Inconseguible, esta autobiografía colectiva queer, que describe una época en la que ese término aún no se había acuñado, pasó por años de mano en mano y de boca en boca.
Cuatro décadas después de su edición original, la editorial De Parado publicó por primera vez en Argentina esta joya de la literatura gay para que, después de ser comentada, citada y debatida por años, también pueda ser leída.
Precursores del orgullo
Héctor Anabitarte nació en Buenos Aires en 1940. Militante y escritor, abiertamente gay, fue delegado del sindicato del Correo y cuadro medio de la Federación Juvenil Comunista. En 1967, dos años antes de la Revuelta de Stonewall, fundó el Grupo Nuestro Mundo, el primer intento de organización homosexual en Argentina y América Latina que, en 1971, junto a otras agrupaciones, se transformaría en el Frente de Liberación Homosexual.
A mediados de los 60, en plena dictadura de Onganía, no existían en Argentina los conceptos de “orgullo” o “queer”. La militancia homosexual que lentamente comenzaba a gestarse no tenía un lugar dentro del contexto sociopolítico de ese entonces: mientras la derecha militar en el poder censuraba, detenía y asesinaba, la izquierda que le hacía frente tampoco dejaba que locas y maricas desfilaran entre sus columnas. “No somos putos, no somos faloperos. Somos soldados de FAR y Montoneros”, cantaría el peronismo combativo algunos años después. Y es que, como decía Fidel Castro, “la revolución no necesita peluqueros”.
El amor, siempre el amor
“Amar es un deseo, pero más que nada una decisión”, escribe Anabitarte en una época en la que, a pesar de la existencia de códigos y circuitos en los que afloraba el sexo homosexual, no había espacio para el amor entre hombres. Pero como “el sentimiento exige un lenguaje (y una política)”, su militancia se nutría, por más cursi que suene, del amor más que del sexo.
“El amor debería ser una humedad agradable, como el olor de los perfumes. Extenderse en silencio, continuamente, y dejar que esa sensación se apodere de uno, lo penetre, por todos los poros, por todos los agujeros, poco a poco”, escribe. ¿Por qué quedarse en lo instantáneo del sexo cuando hay mucho más para explorar? “El amor es también no reprimir ese deseo imposible de bailar un tango en la fuente pública o en donde sea (...) Habría que decir no hacer el amor, sino vivir el amor. Más que hacer es una necesidad difícil de contener, es algo así como una explosión con infinitas esquirlas. Esquirlas no, pétalos”.
“El tiempo es más efectivo que la penicilina”
Exiliado en España desde 1977, Héctor Anabitarte vive hoy en Aranjuez, al sur de Madrid, con su compañero Ricardo Lorenzo Sanz, junto a quien publicó los libros Homosexualidad, el asunto está caliente y Sida, el asunto está que arde.
Desde entonces, su militancia se fue abocando a las necesidades reales del contexto: cofundó la Fundación Antisida de España, fue secretario de Amnistía Internacional Madrid, miembro de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero Español y, hoy por hoy, cuando pueden apreciarse los frutos de su lucha por la comunidad LGBT+, milita por los derechos de los refugiados.
“Para seguir escribiendo necesito seguir viviendo, porque mi memoria, astuta, se niega a darme información”. Incansable, su vida, tanto como su obra, es una prueba fehaciente del poder de la voluntad, la militancia y la organización para cambiar un presente que no se adecua a sus expectativas. “Degollemos la esperanza y bebamos su sangre”, propone como alternativa a la pasividad estática de la esperanza como posibilidad de cambio.
En Estrechamente vigilados por la locura, Anabitarte construye un andamiaje de voces y personajes efervescentes que bulleron desde el fondo de los márgenes hacia una superficie que, por más resistencia que opuso, tuvo que adaptarse. Las maricas, travestis, “lesbianos” y “mujeres puto” que pululan entre sus páginas probaron que el presente, esa “brevísima eternidad”, es tan duro como maleable: “Cómo asumir un pasado tan abrumador, un presente tan conflictivo, y todo para un futuro incierto. Prefiero aferrarme a este presente de horas, de meses, y con las dos manos reunir todo lo que pueda. Castillo de arena, sí, pero castillo”.
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