Diez minutos antes de la hora señalada para la presentación del libro de Javier Milei en la Feria del Libro, dos preguntas rebotaban en los alrededores de la sala José Hernández, en la que entran mil personas y que es la más grande de todo el predio. “¿Para qué es toda esta fila?”, querían saber los que no tenían idea de qué evento se venía pero quedaban impactados por las casi cinco cuadras de espera que serpenteaban para poder entrar al acto. “¿Creés que todavía voy a poder entrar?”, indagaban los que sí sabían de qué se trataba la muchedumbre pero se habían quedado sin uno de los mil números que equivalían a tener una silla dentro de la sala.
Al menos cien de los que no consiguieron número se quedaron en la entrada de la sala, del lado de afuera casi con la ñata contra el vidrio. Por los parlantes podían al menos escuchar la conversación entre Milei y Viviana Canosa, encargada de conducir la presentación de El camino del libertario, editado por Planeta. Gritaron “¡abran las puertas!”. Gritaron “¡pagamos la entrada para ver esto!”. Ninguna de las proclamas tuvo éxito. Pero no se fueron a ningún lado. Gritaron “¡viva!” cada vez que escucharon a Milei largar una de sus arengas de cabecera: “¡Viva la libertad, carajo!”. Y gritaron más fuerte cuando su candidato dijo: “Si entramos en la segunda vuelta van a decir que estuvieron en la presentación del libro del futuro Presidente de la Argentina”.
Ocho horas antes de la hora señalada para la presentación del libro, Miguel estacionó cerca de La Rural el Volkswagen Gol en el que viajó desde San Miguel de Tucumán y chequeó con un kiosquero si ahí iba a tener problemas o no con la grúa. “Es que yo no tengo idea acá en Buenos Aires dónde se estaciona”, le contó a Infobae Leamos al reconstruir su periplo rutero y las horas de espera en la Feria. Viajó con su esposa y con sus dos hijos, de 4 y 7 años. Estuvo entre los primeros de la fila que germinó a las 13, apenas abrió el predio. Entre él y Liliana manejaron los 1.260 kilómetros que separan su casa de la sala José Hernández.
“Salimos anoche y nos volvemos después de cenar, pero queremos escucharlo de cerca, estar en uno de sus actos, y que nuestros hijos sean parte”, explicó Miguel, que hace trabajos de electricidad y de pintura en la capital tucumana. Liliana fue la encargada de pasar por el stand de Planeta y pagar los 2.740 pesos que cuesta un ejemplar de El camino del libertario. “Lo vamos a votar porque estamos hartos de los políticos de siempre y porque no puede haber tantos impuestos. Basta de tantos impuestos y de que el Estado se meta en todo, yo no quiero que se meta más en nada. Va a ser el próximo Presidente”, se confió ella.
Tal vez por no saber que la fila iba a ser tan larga -en metros pero sobre todo en horas-, no hubo ni banquitos ni reposeras para aliviar la espera. Sí hubo camperas y gorros que aparecían de adentro de mochilas y carteras a medida que el sol bajaba y la temperatura también. Y hubo, también, escapadas al baño o a comprar un pancho y una gaseosa, siempre con la complicidad del desconocido más cercano que cuidara el lugar en la espera.
Un público cada vez más ancho
“Señorita, yo no llego a los 50.000 pesos de jubilación y los políticos se aumentan el sueldo todo el tiempo. Vine a ver al político que en vez de quedarse con su sueldo, lo sortea”, dijo en la fila Beatriz, que tiene 62 años y trabajó más de cuarenta en una farmacia de Grand Bourg, en Malvinas Argentinas. “Quiero sacar a los kirchneristas, me tienen cansada, soy cada vez más pobre y ellos se pelean entre ellos. Y los quiero sacar con Milei, no con otros, porque también hicieron todo mal y ahora se están peleando entre ellos”, contó Beatriz.
Su presencia en la fila coincidió con la de muchos jubilados más y con la de familias jóvenes enteras, especialmente con hijos chiquitos. Los actos del diputado solían estar muy dominados por adolescentes y jóvenes pero la de este sábado se ensanchó en términos generacionales, como se ensanchan sus resultados en las encuestas de intención de voto.
“A mí me hizo venir mi hija. Tiene 15 años y está dentro del espectro autista aunque no es un caso grave. Por su caso yo sé perfectamente que, por más que se viva diciendo lo contrario, este no es un Estado inclusivo. Entonces quiero que se transforme el Estado. Quiero un Estado que se meta lo menos posible entre las personas, quiero que paguemos menos impuestos”, describió Carmen. “Mi hija empezó a escuchar a Milei, a leerlo y lo sigue. Ella fue la que lo trajo a casa, y ahora lo vamos a votar todos. Insistió mucho para venir a su acto. Y todos sus compañeros de colegio están en la misma línea. Los pibes no quieren que se les metan en la vida ni mantener a otros que cobran un plan”, sumó.
En la valla que la organización de la Feria puso para señalizar el inicio de la fila para ver a Milei alguien colgó una bandera de Gadsden, amarilla, con una serpiente de cascabel lista para atacar y una leyenda: “No me pises”. Es un símbolo que la Revolución Americana usó para hacerle llegar su mensaje anticolonialista a Gran Bretaña, que fue usada como un emblema del individualismo y de la defensa de las libertades personales.
“Para nosotros tiene un significado más terrenal que histórico, aunque la asociamos al liberalismo. Es una serpiente de cascabel. Si no la pisás, no te va a morder. Pero si sí, te va a dar su veneno. Nuestro veneno es la libertad. La libertad molesta, no nos quieren libres”, dijo Juan Ignacio Boutet, presidente de la Juventud del Partido Libertario en la Ciudad. Fue el primero en llegar a la fila.
“A mí Javier me hizo interesar en economía y querer un país mejor. Me abrió la cabeza y me hizo sentir que no estoy ni tan sola ni tan loca. Quiero estabilidad económica, menos impuestos y dolarización. La Argentina estuvo dolarizada y funcionó muy bien”, sostuvo Camila, que vive en Merlo, tiene 23 años y estudia Abogacía. “Mis abuelos se compraron un terreno e hicieron su casa en los años noventa, cuando la Argentina estuvo dolarizada. Esa es la casa que me pudieron heredar a mí, yo conocí sobre esos años a través de ellos”, explicó. Ante la consulta sobre el estallido socioeconómico de diciembre de 2001 en medio de la crisis de la convertibilidad, respondió: “No, sobre eso no sé nada”.
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