Martín Felipe Castagnet nació en La Plata en 1986. Escribió Los cuerpos del verano, Los mantras modernos y también un libro sobre su amor a Gimnasia y Esgrima de La Plata, Un golpe en el pecho antes de salir a jugar, exclusivo de Bajalibros.
—Tenés sangre francesa en las venas, ¿cuánto influyó eso?
—Tengo sangre vasco-francesa, pero eso se remonta a mucho tiempo atrás, porque el primero de mis antepasados que llegó al Río de la Plata lo hizo en 1808, así que está bastante diluido. Pero quedó en algo más que el apellido, porque la cultura francesa está muy impregnada en mi familia. Mi abuela fue profesora de francés.
—¿Y cómo influyó eso en tus lecturas?
—En mi casa hay un ambiente dedicado a la biblioteca, en mi casa la biblioteca no era un mueble sino un ambiente. Ahí estaba lleno de literatura francesa, para empezar Asterix, que fue un pilar importante en mi vida, y también lo franco-belga, Tin tin. También escritores de literatura fantástica del siglo XIX, Rimbaud, Baudelaire y los surrealistas, Proust.
—El título de esta charla es “la joven promesa de la literatura latinoamericana”. Fuiste seleccionado por Bogotá 39 y por la prestigiosa revista Granta como uno de los mejores narradores sub 35 en español. ¿Te hace sentir presión?
—No, ya hay presión suficiente por otros lados. Hay algo que se parece mucho en estas selecciones, que hay una cuestión de orgullo, no de presión. El orgullo es muy parecido a formar parte de la selección argentina. Además en un momento uno siente que está representando al país porque todas las notas que salen al respecto dicen ‘tantos autores de Argentina, tantos de México’. Y a veces pasa que es bastante polémico, que no hay de determinado país. Y si hay tres autores argentinos, eso tiene una implicancia geopolítica. Entonces uno se da cuenta de que sí está representando al país. Pero no llega a ser una presión, porque, a diferencia de los futbolistas, nunca estamos en un estadio frente a sesenta mil personas. El escritor trabaja solo, y llega a mostrarlo al público cuando eso ya fue probado.
—Hablabas de orgullo, ponerse la camiseta. Y también corre por tus venas el amor por Gimnasia y Esgrima de La Plata. ¿Es difícil escribir sobre algo tan cercano?
—Diría que sí, pero la verdad es que no. Esto es una experiencia personal. Uno cree que le va a costar, pero después eso no sucede. Cuando escribí el libro sobre Gimnasia, nunca había escrito nada sobre mi vida privada, siempre me había refugiado en el fantástico. Entonces ahí ni siquiera se menciona el nombre del país, me gusta inventar lugares nuevos que tengan sus propias reglas sociales. Las novelas que yo escribo tienen que ver con la libertad de inventar la sociedad que yo quiera, y a partir de esas reglas que yo invente, hacerme preguntas y cuestionamientos que con suerte interpelarán al lector. Entonces, pasar de eso tan amplio a escribir sobre la propia vida mediante un pacto en el que el lector espera estar leyendo sobre algo que es genuinamente cierto, yo creía que no iba a poder. Pero fue fluido, no me costó para nada.
—En tus otras novelas hablás de internet, tecnología. ¿Cómo dialoga esa novela que escribiste hace diez años con la actualidad?
—Un libro de no ficción como el de Gimnasia, parece que no tiene nada que ver con uno fantástico. Pero sí tienen algo que ver. En el libro sobre Gimnasia, yo escribí sobre mi infancia. Porque ¿cuánto puede escribir uno sobre un equipo de fútbol? En realidad no se escribe sólo de eso, uno escribe sobre cómo fue su vida en relación con cosas que lo marcaron. El club de fútbol es una excusa, en mi caso fue una excusa para hablar sobre cómo fue criarse en City Bell, con un grupo de amigos, y seguir a un equipo de fútbol, en esas circunstancias donde no había internet, sino que seguía los partidos por la radio. Dicho así, ese es un libro sobre mi adolescencia, porque mi generación vivió la emergencia de internet, tuvimos una infancia completamente analógica, y de pronto empezamos a coexistir con gente que no estaba ahí, por el MSN, los foros. Yo encontré la forma en la ficción de comunicarse con los muertos, pero lo que estaba en el fondo de eso era lo que se siente tener una vida analógica y de pronto empezar a relacionarse con personas que no forman parte de nuestro mundo.
—¿Creés que la ciencia ficción está muy relacionada con lo tecnológico y podría relacionarse con otras cosas?
—Cada vez menos. La relación de la ciencia ficción con las máquinas fue muy clara en los 40, los 50, por ejemplo en Ray Bradbury. Pero a partir de los 60 apareció una nueva ciencia ficción más ligada con las ciencias humanas. De una manera natural se empezó a dejar de lado la importancia de la máquina y la tecnología y se empezó a trabajar con los mundos posibles, qué pasaría si los seres humanos no tuviéramos un sexo definido por nacimiento sino que pudiéramos elegir una vez por mes a qué genero pertenecer. Esto se ve mucho en Ursula Le Guin, que es una de las autoras más maravillosas.
—Si hoy tuvieras que escribir sobre el futuro, ¿con qué tres elementos o tres palabras te imaginás que podrías narrar?
—Me parece que lo primero que habría que diferenciar es si hablamos de un futuro posible o de un futuro que uno imagina. Si pensamos en lo posible, es bastante claro, falta de agua potable, superbacterias, etc. Yo prefiero trabajar con otro tipo de hipótesis porque me resulta más placentero e imaginativo. La primera que pienso es la fluidez, que es algo que estamos empezando a ver, la fluidez de género, una bandera levantada por muchas personas, incluso como una política. Para mí eso va a ser completamente normal.
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