Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra son un team temerario a la hora de pergeñar y darle cuerpo definitivo a un guión cinematográfico. En tres de los guiones a los que refiere este libro han trabajado codo a codo. Martín (Hache), Lugares comunes y Roma. Logran condensar con notable calidad un balance perfecto entre una clara destreza intelectual y el infinito marco de emociones en el cual se mueven como peces en el océano humano. Es un cine de los márgenes y sin concesiones. No hay un interés por agradar bajo la forma del costumbrismo popular o por la búsqueda de la identificación con el espectador medio. Sus guiones, por ende, sus films, funcionan como una especie de provocación no establecida por ellos. Son artistas o artesanos, como les gusta nombrarse a Adolfo y a Kathy.
En su cine se expone a personajes expulsados del sistema por deseo propio o por las coyunturas equis en las que intentarán sobrevivir. En mundos donde crearán sus propias leyes, que no siempre resultarán efectivas o a su favor. Los personajes del universo Aristarain-Saavedra son criaturas a la deriva. La mano maestra está en que todos, casi sin excepción, se quiebran y todos los argumentos sostenidos por ellos mismos son interpelados por las circunstancias dramáticas del texto. Sus personajes se ven envueltos en dispositivos emocionales altamente complejos, donde nadie termina actuando o sintiendo muchos de los axiomas que postulan.
No es mi turno de adelantarles aquí ningún extracto de estos guiones sino de presentarle al lector neófito una parte de la constelación de decisiones tomadas con mucha rigurosidad por parte de Kathy y Adolfo. Podría decir, sabiendo del posible rechazo a esta teoría doméstica por parte de la pareja en cuestión, que en cada uno de los personajes de estos guiones se esconde una guía oculta y no tanto, de sus propias vidas. La nobleza de estos escritores está ligada a un alto sentido de la justicia y la solidaridad.
Valores humanos en franca retirada. Materias no aprendidas en capillas políticas. Es una nobleza no heredada de ningún trono ni por sangre real. Es la nobleza del corazón humano, máquina compleja si las hay. No por esto sus personajes dejarán de cometer alguna canallada aquí o allá o incluso de padecerlas. Es un cine sin hipocresías. Encuentro un fuerte sentido aristocrático en el cine de Adolfo y Kathy. Sus mujeres y hombres luchan por sus ideales en un mundo que les es hostil y defienden valores considerados muchas veces anacrónicos en la vida moderna.
Esto mismo se podría aplicar al extraordinario libro escrito por Adolfo junto a Mario Camus, Al norte de Marrakesh. Una historia recordada por un general francés en el norte de África, entre marchas y contramarchas en el exótico marco de la Legión extranjera española, donde hombres y mujeres desandarán pasiones y contradicciones bajo la inapelable fuerza de las circunstancias donde se los ha plantado a vivir en el cinematógrafo. Adolfo debe realizar este film. El cine lo merece. Amo a estos dos locos entrañables, Kathy y Adolfo. Y a Bruno, su hijo. Mi vida fue otra después de conocerlos. Encontré hermanos de viaje. Familia. Personas implacables, amorosas, siempre cerca de lo esencial. Lúcidos, presentes, generosos, contradictorios, sobrios, borderlines y eruditos. Juntos y por separado. En su casona de Villa del Parque o en su departamento del barrio de Montserrat. En los sets de filmación y en las cocinas de sus casas. Abrazados en el viaje de la vida desde hace ya no recuerdo cuanto tiempo. Bebiendo, discutiendo y riendo entre amigos. Así en la vida como en el cine.
Lean estas páginas con la seguridad de que no serán defraudados. Es un arte que no tolera la especulación, ni la falta de rigor, ni los programas de guiones de Windows, ni los plots de introducción, nudo y desenlace, ni ningún otro artificio. Solo la sangre fluyendo, el amor por el cine latiendo en cada escena y la inteligencia borrando todo tipo de certezas conocidas en pos de hacernos vivir fabulosas aventuras.
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