Pablo de Santis es escritor y guionista, e integra la Academia Argentina de Letras. Tiene publicados más de 30 libros entre novelas, cuentos e historietas.
—Sos autor de una obra muy vasta, ¿cuántos libros tenés publicados?
—Tengo más de 30 entre novelas para grandes, para chicos, cuentos, historietas.
—Son muchos libros para distintos públicos. Entre los últimos están Hotel Acantilado y Academia Belladonna, y en ambos hay algo que tiene ver con tu narrativa, que es el policial, el enigma, y que es también como tomar historias de la literatura más clásica y darle una vuelta de tuerca. Hay algo del policial que siempre aparece en tu obra, ¿dirías que toda literatura puede ser leída como la resolución de un enigma?
—Creo que el secreto está muy presente en toda literatura, uno lee para saber bien qué pasó en el pasado de los personajes y qué va a pasar con ellos. En la literatura policial es muy fuerte la incidencia del pasado. En Agatha Christie el relato comienza cuando entra el detective y pocas páginas después se comete un asesinato, pero las razones de ese crimen son anteriores. A lo mejor por una herencia, o una vieja pasión. Y creo que hay una especie de psicología en el policial que es una psicología de la sospecha, la duda, la vacilación, de que la gente no dice todo lo que sabe, que todos tenemos secretos, y que eso es muy atractivo. Me parece que el policial tiene una linda manera de mirar los secretos que todos tenemos.
—Tenemos secretos y también traumas, lo que aparece en Academia Belladonna es un joven que necesita aprender a asesinar porque quiere vengar la muerte de sus padres. Ahí habría un trauma que también es un secreto.
—Sí, también en la literatura en general. Ha habido mucha relación entre el policial y el psicoanálisis, esa idea del secreto y de que el secreto aparece de manera involuntaria. Poirot es un investigador de la palabra, no se pone a buscar cosas en el suelo, en los cajones, no le interesa tanto eso sino la palabra, como un psicoanalista. Y él está convencido de que los asesinos de alguna manera se delatan, por eso conversa con todo el mundo.
—¿Cómo empezaste a leer policiales argentinos, qué autores te gustan, cuáles recomendás?
—Empecé de adulto a leer los policiales argentinos. El policial argentino tiene muchos años. Hace unos años un investigador publicó la primera novela policial argentino que es La huella del crimen, de Raúl Waleis, una novela del siglo XIX que es anterior a Sherlock Holmes, aunque posterior a Poe. O sea que tenemos una larga tradición de policiales, Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Rodolfo Walsh.
—¿A partir de qué surgen historias como la de Hotel Acantilado?
—Creo que estábamos en una estación de trenes en Italia, y teníamos que esperar mucho, y ahí se me ocurrió ese argumento, quizás porque había visto alguna edición de Julio Verne, y creo que siempre me fascinó el personaje del capitán Nemo, por esa ambigüedad. Es un personaje con el que uno descubre la ambigüedad moral. Y a la vez tiene el tema de la obsesión, un personaje fascinante. En base a eso y al recuerdo de las viejas lecturas escribí Hotel Acantilado, donde el capitán Nemo llega a la Argentina.
—¿Y Academia Belladona cómo surge? ¿Es un Hamlet ese personaje?
—No es una novela de enigma. Acá hay una pregunta sobre el pasado del personaje pero no tanto de quién es el asesino sino como un enigma personal de él.
—¿Cómo se ordenan en tu cabeza esas series de trabajo entre literatura para adultos, para adolescentes o para chicos?
—Creo que mis libros para grandes también les pueden gustar a los chicos. Yo los veo a todos como libros para chicos, que les pueden gustar también a los grandes.
—¿Cómo decidís que un libro va a ir a una editorial más dedicada a libros infantiles o a otra orientada al lector adulto?
—Me voy dando cuenta porque a lo mejor en un libro para adultos me permito otro tipo de trabajo. Por un lado, confiar en un lector que conoce una cantidad de cosas. Uno tiene que saber si se dirige a un lector que no tiene experiencia no solo lectora sino del mundo, a contar con un lector que ya ha leído y vivido. Lo hago de una manera más bien intuitiva.
—¿Tenés historias que hayan tenido su versión para grandes y su versión para chicos?
—No, pero tengo un libro de cuentos para adolescentes donde había cuentos que yo los publiqué sin pensar en chicos, y la mayoría podrían haber ido para adultos, pero están ahí en un libro para adolescentes.
—¿Cuándo te dijiste por primera vez quiero ser escritor y cuándo dijiste soy un escritor?
—A los 12 años yo ya decía que quería ser escritor. Pero nunca me planteé ya soy escritor. En un momento yo trabajaba en la editorial Abril y había publicado mi primera novela en Ediciones de la Flor, y ahí trabajaba Homero Alsina Thevenet, y cuando él leyó mi libro me dijo ‘usted es un escritor’, yo tendría 24 años
—¿Hablabas de cine con él?
—Sí, y de todo, de literatura. Él había sido muy amigo de Onetti y trataba de sacarle alguna anécdota.
—¿Cómo te sentís integrando la Academia de Letras?
—Muy bien, hay gente que sabe muchísimo, siempre estoy aprendiendo. Me encanta ese lugar que conserva toda la tradición. Yo no tengo demasiado culto por la novedad, me encanta siempre el pasado, la biblioteca esa que es fabulosa de la academia, me encanta ese mundo con esa fe en el saber, en la custodia de la lengua.
—¿Estás todo el tiempo escribiendo?
—Como todo aquel que hace mucho de algo, uno tiene la sensación de que es muy lento y que no hace nada.
—¿Tenés períodos de mucha intensidad de trabajo, o es algo que está permanentemente como un trabajo?
—Todos los días escribo algo, pero no necesito demasiada concentración. Puedo concentrarme en las situaciones más adversas.
—¿Y las lecturas te influyen, te contaminan o te estimulan para lo que estás escribiendo?
—Creo que siempre me están pesando viejas lecturas. Creo que a los escritores nos marca mucho la lectura de la infancia y la adolescencia. Creo que ahí la memoria está más libre y ahí se graban esas impresiones.
—Cuando leés, ¿volvés mucho a las novelas que te gustaron?
—A veces releo viejas novelas. A la que siempre vuelvo es a Agatha Christie.
—Los promotores de la lectura siempre decimos que la literatura te ayuda a pensar, te ayuda a hablar mejor, cura, te cautiva. ¿Para vos qué provoca la literatura?
—No sé si leer tiene un efecto terapéutico, pero para mí sí lo tiene el escribir.
—¿Vos soñás historias que después escribís?
—Tengo sueños bastante tontos. a veces sueño con argumentos. Una vez soñé un argumento y lo escribí, es una historieta que se llama Cobalto.
—¿Les leías cuentos a tus chicos?
—Yo leía pero también les inventaba muchos cuentos. A los mayores les contaba cuentos de un detective gaucho en Londres, Saturnino Reyes, que tenía un ayudante uruguayo, y los dos resolvían casos. Y a los más chicos les gustaba Scooby Doo, les inventaba historias con esos personajes pero que ocurrían en Argentina.
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