José Emilio Burucúa es ensayista e historiador del arte, doctor en filosofía y letras, investigador y profesor universitario, e integra la Asociación Nacional de Bellas Artes. En el stand de Infobae Leamos dialogó con Hinde Pomeraniec
—¿Por qué te llaman Gastón?
—Mi padre me quería poner ese nombre, y fue al registro civil en 1946 y le dijeron que no se podía porque es un nombre extranjero. Lo cual no era así, pero existía una lista de nombres posibles donde no estaba Gastón. Mi padre no tenía otro nombre para ponerme, y mi abuelo le sugirió que repitiera su propio nombre, y así quedó. Pero en mi familia siempre me dijeron Gastón.
—Y podrías haber sido doctor, pero no en historia como lo sos, sino en medicina.
—Sí, mi gran vocación sigue siendo la medicina. Si yo tuviera unos años menos, hasta podría pensar en estudiarla.
—¿Y por qué la medicina quedó en el camino?
—Porque quizás hubiera sido una sombra de mi padre. Él era médico y era una figura poderosa. Nos queríamos mucho, y tal vez hubiéramos chocado con mucha frecuencia. Y cuando le dije que abandonaba medicina, mi padre cambió mucho, se convirtió en otra persona. Había sido muy exigente hasta ese momento y se sintió mucho más libre con respecto a mi destino y a mi educación, y se convirtió en otra persona completamente distinta, fue un gran amigo mío a partir de ese momento. Y luego él fue distinto con mi hermano más chico, así que eso algún efecto tuvo en las relaciones intrafamiliares.
—¿Cuándo aparece el arte en tu vida como un futuro posible?
—Aparece en un viaje al que me llevó mi abuela, que era española, ella era una mujer muy moderna y viajaba siempre que podía al África, a Europa. y en 1960 me llevó a España, al Prado, al Escorial, al Palacio Real de Madrid, y ahí empezó a fascinarme todo el mundo del arte. Pienso que mi visita al prado fue el momento auroral de todo eso, los cuadros del Bosco, los de Velázquez. Era muy escenográfico cómo se exponían los cuadros en ese momento; Las meninas estaba expuesto de tal manera que uno entraba y no se topaba con la pintura sino con un espejo en el que se reflejaban las imágenes del cuadro. Entonces uno tenía la impresión de que todas esas imágenes se habían dado vuelta para verlo a ingresar a uno, era una sensación muy vívida y poderosa. Creo que eso determinó mi amor por el arte.
—¿Qué leías por esa época?
—Lo que me daban a leer en el colegio. En el Nacional Buenos Aires se daba latín, nos daban literatura latina, literatura española clásica, Bioy Casares. También por fuera de la escuela había leído ficción contemporánea, los latinoamericanos, La muerte de Artemio Cruz, algo de la literatura argentina que me daba mi madre, ella era muy amante de la poesía, le gustaba mucho Rabindranath Tagore.
—A Tagore lo había traído Victoria Ocampo.
—Exactamente. Y había unos tomos de Aguilar de los premios Nobel. De ahí leí esos textos.
—¿Y cuándo empezás a escribir?
—Me costaba muchísimo escribir. Fue en el Buenos Aires que tuve que ejercitarme para escribir los parciales de castellano y de literatura. No estaba bien lo que escribía, la puntuación era confusa. Fue mi madre la que me orientó en eso, me hacía hacer ejercicios, me hacía leer y después escribir con el estilo de lo que había leído. Eso fue fantástico. Pero a escribir escribir yo empecé tardíamente, cuando ya me había graduado en historia y empecé a escribir artículos de historia, siempre con mucha dificultad. El fluir de la escritura es algo muy tardío en mi vida, a los 50 años, diría.
Ahora no tengo gran dificultad para escribir, pero hasta los 50 años me costaba mucho. yo la escritura la asocio con el deber; en cambio, la lectura es puro placer. como el precepto horaciano, la lectura es delectare, sirve para deleitar. Después me siento muy feliz cuando completo algo que escribo, pero la gran alegría tiene que ver con la lectura.
—En tu casa leés de a dos, tenés una persona que lee al lado tuyo.
—Sí, por supuesto. Hay textos a los que yo no hubiera llegado nunca si no los hubiera leído primero mi mujer, Aurora. Inclusive, cuando viajamos, hay momentos donde le pido que me cuente una novela, y después yo digo que la he leído.
—En Enciclopedia B-S hacés un repaso de lo que tiene que ver con las historias familiares. ¿Qué vinculo tenés con la cultura judía a partir de tu vida con Aurora?
—Mi interés por la cultura judía empieza antes, yo tengo un amici per la pelle, como dicen los italianos, nos conocimos en el jardín de infantes y todavía somos como hermanos. Él me introdujo en la cultura judía, por la que sentí siempre una gran atracción. Después en la facultad cuando hice los cursos de filosofía me atrajo la figura inmensa de Spinoza, entonces ahí había habido un contacto importante con la cultura judía. Mi madre había leído a Sholem Aleijem, entonces yo también lo había leído, y cuando conocí a mi mujer también tenía la cultura judía de Europa oriental todos los días de mi vida.
—Los intelectuales también intervienen en la escena pública, en la discusión pública, y en los últimos años no te satisface lo que tiene que ver con el colectivo de los intelectuales. A veces hay como una soledad en relación al poder criticar…
—Hay personalidades del mundo intelectual por las que tengo una gran admiración. Beatriz Sarlo, por ejemplo, Hilda Sabato, Juan Carlos Torre, entre otros. Son intelectuales que participan en el debate público por los que siento gran admiración porque han tenido el coraje de decir lo que piensan, además de hacer un ejercicio de la crítica y la autocrítica permanente. Y creo que eso no es general. En general ha habido claudicaciones de los intelectuales en el siglo XX y ahora. En los años 30 los intelectuales que se pliegan al nacionalsocialismo en Alemania… personas lucidísimas que se convirtieron en aliados del régimen. En Italia quizás hubo más intelectuales que adhirieron al fascismo, incluso entre los artistas. Luego en los 50 está el estalinismo; Sartre, Neruda, tenían esta especie de fascinación con el estalinismo y no fueron capaces de ver las atrocidades que después fueron denunciadas por el propio régimen soviético. En la actualidad también sobre todo en lo que se refiere a cierta izquierda latinoamericana, y en la guerra de Ucrania, que no se puede entender cómo al agresor de Ucrania se lo considera un gran político.
—Eso lo vemos más en Latinoamérica, porque en Europa no está pasando eso, hay un apoyo mayoritario a Ucrania.
—Exactamente. También hay cosas del lado de los que se supone que apoyan a Ucrania que son absurdas, no se puede condenar toda la cultura rusa. En Bolonia le hicieron dar de baja un programa a un profesor porque hablaba de Dostoievski…
—Lo que ocurrió con el coronavirus y la pandemia significó que personajes relevantes del mundo como Agamben tomaran partido en relación al atentado a los derechos civiles que implicaba la pandemia. Vos tuviste también una intervención en esa dirección, sobre algunas directivas en la ciudad de Buenos Aires. ¿Te arrepentís?
—Sí, me arrepiento de haber utilizado la estrella de David para simbolizarlo porque detrás de la estrella de David hay un enorme dolor que no podía yo compararlo con mi furor. Pero no me arrepiento de haber reaccionado hasta con violencia frente a lo que era un abuso escandaloso del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pero tendría que haber encontrado otra manera de expresarlo. Con respecto a la pandemia, no comulgué con ideas como las de Agamben. Después de la pandemia he renovado mi admiración por el pensamiento científico y la capacidad de la ciencia para hacer frente a este drama de la peste, y en el plazo que se obtuvieron las vacunas que están salvando millones de vidas. Eso es una reapreciación de la ciencia moderna que me complace hacer. Pero en cuanto a lo que han hecho los Estados frente a la pandemia, han aprovechado para aumentar ciertas formas de control social, o un deslizamiento hacia la informatización de nuestras vidas, a la que no le auguro un buen fin. Hay abusos en ese sentido. no puede ser que se nos exija hacer ciertos trámites corrientes siempre en la web, que no haya una voz humana a quien podamos preguntar, y encima lo que dice la publicidad del gobierno de la ciudad, estamos trabajando para mejorarle la vida. No. La informatización de nuestra vida no es mejorarnos la vida.
—¿Cuál es el libro que más veces leíste o al que siempre volvés?
—El Quijote, siempre le encuentro cosas diferentes. Hay un colega chileno, profesor de literatura de la Universidad Católica, que ha hecho un Quijote para los tiempos actuales. Es la misma historia pero con un vocabulario de hoy, una adaptación a nuestros tiempos, a nuestro lenguaje. Tendríamos que hacer lo mismo con otros clásicos.
—Si viene alguien de afuera y te dijera que quiere ver obras de arte que sólo están en Buenos Aires, ¿a dónde lo mandarías?
—Al Museo Nacional de Bellas Artes y al Malba.
—¿A qué salas los mandarías del Bellas Artes?
—A las que tengan que ver con la pintura argentina. Sin pan y sin trabajo, de De la Cárcova, un punto culminante del arte argentino. Y después alguna pieza de Juanito Laguna de Antonio Berni. Podemos agregar algo de Cándido López, Manuelita Rosas.
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