—Hace poco cumpliste 50 años, sos actor, músico, escalaste el Everest. ¿Qué sentís con este primer libro? ¿La vida te sorprende o vos sorprendés a la vida?
—Me dejo sorprender por la vida. Publicar un libro y venir a la feria a presentarlo es como jugar un mundial. Tener un libro que me representa, que tiene cuentos que pude saber que gustaban, las primeras lecturas me animaron a publicarlo. Es como lo que me pasó con el teatro y la actuación, me atrevo a soñarlo con toda mi alma, pero si hubiera sabido lo que iba a pasar, no sé si me hubiera atrevido.
—¿Cuando eras chico con qué te conectabas, qué leías?
—Yo iba al colegio San Leonardo, en Belgrano. Ahí tenía un compañero que su papá había peleado en la Segunda Guerra Mundial para los aliados. Cuando terminó la guerra, vino a la Argentina y conoció la mamá de mi compañero. Ella estudiaba con Borges, que vino a la escuela a que los alumnos, entre los que estaba su hijo, le leyéramos un cuento, le leí “El cautivo”. A mí me temblaba todo el cuerpo, tenía 10 años, era muy muy tímido. Ese fue el arranque. A partir de ahí me puse a escribir un diario, porque había un libro que tenía un diario en mi casa. No importa cómo entra la literatura, no necesariamente entra con Borges o Cortázar, puede ser con Clemente o Mafalda, o con una casualidad, que fue lo que pasó en mi caso.
—Sos actor, dibujante, músico, ¿pero qué encontrás como manera de expresión en la literatura que no lo encontrás en otras vertientes de lo artístico?
—Lo encuentro en todo, tienen un punto en común. Cuando uno dibuja, la hoja se convierte en uno mismo. La actuación es igual, la música es igual, escribir es igual, escalar es igual. Y lo que tiene en común todo es que tu alma sonríe, es inexplicable. Y eso no siempre viene de la mano de un título; a veces sos el guitarrista que le alegra el camino a la gente en la calle… Gente que me conoce me ha dicho que me ven a mí en un dibujo que hice, en mi trazo. Si tu alma sonríe haciéndolo, no hay forma de que el otro no te vea en eso que hacés. Nada malo va a pasar cuando tu alma sonríe, cuando vos hacés algo para que tu alma sonría. Nadie hace algo malo con su alma sonriendo.
—La pluma de Caly, ¿de qué se trata, hay cuentos, relatos, mezcla de ficción y realidad?
—Hay de todo. En 2005 yo había escrito un montón pero nunca un cuento. Me senté a escribir y me salió un cuento muy cortito, pero que tenía sentido. Me propuse escribir otro cuento y los guardaba en un blog que nadie conocía, solo para mí. Un día me tenté para mostrarlo y puse la dirección del blog en la cuenta de Twitter. Me llegaron las devoluciones, y me sorprendió tener respuestas de España, Estados Unidos. Y eso empieza a generar curiosidad, después me puse a investigar sobre África, y escribí un cuento sobre África. Y así se empezó a generar una sinergia con mucha gente.
—Eso es algo no planeado...
—Mirá, en los primeros años de mi vida le tenía miedo a todo, mucho pudor. No podía mantener una conversación con alguien, sentía que me quedaba sin palabras. El pudor era demasiado, el miedo, la timidez. Era como caminar por una jaula de leones. Entonces resolví que yo iba a caminar toda la vida por todos lados como en la jaula de los leones, pero con los ojos cerrados, sin verlos. Entonces, escribir un libro y exponerse es un montón; grabar un disco, con el nivel de críticos que tenemos en nuestro país, con el nivel de haters que puede haber, es un montón. Lo hago para el que tiene ganas de escuchar una canción mía, para el que tiene ganas de leer un cuento mío, y ese es mi universo. Y todo el resto son leones que no existen. Aprendí que hay que saber dónde abrir los ojos y dónde no vale la pena hacerlo.
–En el título de tu libro hay un personaje muy importante, que también lo es en tu vida. ¿Quién es Caly?
—Caly es una de esas personas que cuando Dios las hizo fueron la prueba viviente de que Dios no se equivocó, y le salieron tan bien que se las lleva rápido.
—En un escrito decís que Caly se llevó tu cruz. ¿Cómo lo podés explicar más profundamente?
—Yo tenía 17 años y tenía un cáncer, y me hacía las preguntas que cualquier persona con una enfermedad se hace. Qué va a pasar, por qué me agarra esto, por qué a mí, voy a vivir, voy a morir. Y con mi amigo hablábamos de todo esto, y me dice ‘si te morís, ¿escribiste tu testamento? Le dije ‘no pienso escribir mi testamento, no me voy a morir’. Y él dice ‘yo debería escribir mi testamento’, le digo ‘no estás enfermo’. Me dice ‘me puede caer un piano en la cabeza, y me muero y no tengo mi testamento escrito. Voy a escribir mi testamento. Al año me curo, me dan el alta provisoria, y mi amigo se muere de un infarto cerebral. En su testamento, que yo nunca había visto, me deja la cruz que tenía sobre su cama, detrás de la cual escribía la historia de su vida en títulos.
—¿Tu vida honra la vida de Caly?
—Me gusta pensar que sí. Caly es el ejemplo de lo que una amistad está llamada a ser cuando esa amistad es perfecta.
SEGUIR LEYENDO