Mauro Libertella es periodista, escritor, editor y crítico literario. Publicó los libros de autoficción El invierno de mi generación, Mi libro enterrado, Un reino demasiado breve y dos de ensayos, además de su última novela, Un futuro anterior. El autor pasó por el stand de Leamos en la Feria del Libro y conversó con Fernando Pagano.
—¿Por qué priorizás la autoficción, por qué lo preferís?
—Es difícil de contestar, porque no sé si fue una decisión deliberada, o si es que en un momento había transitado tanto este camino que ya no podía volver atrás. En general con las decisiones de la vida uno no sabe si lo decidió o si te fuiste metiendo por ahí y le encontraste el gusto. Mi primer libro es sobre la muerte de mi padre, fue un libro que me salió medio atropellado, tenía que escribir sobre él, sobre el miedo a escribir el primer libro. Un montón de cosas que tenía en la cabeza y no sabía bien en qué género encajarlo. Pensé en un ensayo, después en una novela más tradicional, y finalmente me salió ese libro, que es un híbrido. Y en ese libro encontré mi tono, lo que me gustaba hacer, y los libros que siguieron son variaciones o desprendimientos de ese libro fundacional. Pero el tema siempre es autobiográfico. En la última novela me fui a algo autobiográfico más crudo, por eso le incorporé elementos ensayísticos. Para mí es difícil definir qué es lo que hago. La palabra autoficción nunca me gustó mucho, pero por algo frívolo, no me gusta cómo suena la palabra, por eso le digo autobiografía. Aunque si me preguntan qué escribo, digo novela, porque hoy en día novela es cualquier cosa, es un género anfibio.
—En estos libros donde la materia prima viene de tu propia vida, ¿afecta a tu entorno el proceso de leerlos, que ellos se lean? Esa conciencia, ¿afecta el proceso de escritura a futuro?
—Diría que sí. Cuando uno trabaja con personas de la vida de uno o que han pasado por la vida de uno, siempre es difícil decidir hasta cuándo contar. En mi primer libro, que hablaba de mi padre, él ya había muerto, entonces era más fácil hablar de él. Pero no tanto, porque aunque él no pudiera leer eso, yo también me planteaba cómo cuidarlo, hasta cuándo exponer. Fui haciendo una negociación conmigo mismo y establecí una especie de vara que fui aplicando en los libros que siguieron. Tengo una especie de regla de oro que es que si yo voy a exponer la vida de los demás, del mismo modo tengo que exponer mi vida, mis bajezas, mis puntos débiles, mis temores, las cosas que hice mal en la vida. Porque si no, es muy fácil, quedo como un capo. Yo cuando estoy escribiendo tengo el poder absoluto de lo que va a quedar impreso. Entonces, voy a contar las cosas de los otros con la mayor honestidad posible, pero también voy a ser honesto con lo mío, mi interioridad, mis miedos, mis errores. No he tenido grandes problemas; ha habido pequeñas situaciones, pero bueno, dejémoslas en un paréntesis de pudor, por supuesto que hay gente a la que no le gusta verse en un libro. Pero al ser la cuarta novela autobiográfica, el que está cerca mío sabe que eso en cualquier momento puede terminar en un libro, es como un pacto tácito a esta altura.
—En tu trabajo como editor y como escritor, ¿hay diferencias en el modo de trabajar con estos textos?
—Sí, es bastante distinto. Mi proceso como escritor es más largo, más antiguo. Mi trabajo como editor es más reciente, algo que todavía estoy aprendiendo, y estoy esperando a ver qué contrabandos se van a producir entre un bando y el otro, en la medida en que yo como editor también leo textos autobiográficos, desde una mirada más técnica, menos emocional, y todavía está por verse qué de ese aprendizaje se va a volcar en mis libros futuros. Todavía no lo sé, porque desde que edito libros todavía no escribí uno nuevo. Estoy de los dos lados del mostrador, creo que es un activo que yo puedo aprovechar para que los textos sean mejores, pero también es una situación incómoda porque las relaciones entre editor y autor son conflictivas, tirantes. Siempre el autor siente que el editor le está arruinando el texto, aunque el editor haga todo lo posible por que ese texto mejore. Yo lo entiendo al autor, pero también soy editor, pero a mí como autor me rompe las bolas que un editor me proponga que cambie algo, porque siento que no entendió lo que yo quería. Estoy aprendiendo un equilibrio que es medio imposible, pero que va ocurriendo.
—Antes de trabajar con un editor, ¿tenés alguien con quien compartís tus textos?
—Sí , yo al editor ya le presento el texto limpio, pero una primera versión se la paso a un grupo de amigos donde cada uno lee el texto desde distintos puntos de vista, algunos desde lo estilístico, otros desde la estructura, que para mí es lo más difícil de la escritura, otros que leen más lo temático. He ido conformando como un consejo asesor que para mí es muy valioso. Cuando un texto ya pasó por esa aduana, recién ahí lo propongo a la editorial.
—Como editor, ¿los libros que editas también te llegan casi terminados?
—Hay de todo. Hay algunos que te presentan algo que no está cerrado, y ahí uno va midiendo hasta dónde quiere el otro que uno se meta. Hay algunos que te dicen no le encuentro la vuelta, y entonces uno hace un trabajo más de taller literario. También hay otros que presentan un texto muy cerrado y uno hace alguna pequeña observación, nada más. Después están los textos de autores más consagrados, esos son casi intocables, pero ahí también hay algo que revisar, porque a un autor consagrado los editores no le dicen nada, y por ahí a ese autor le vendría bien una lectura más rigurosa. También es difícil plantearlo para un editor, en esos casos. Pero si el planteo es honesto, la otra persona lo recibe bien.
—El tema de la paternidad, ¿desde qué lado lo abordas? También, hay una noción de que la literatura del yo es algo femenino, exponer los propios sentimientos en un libro. Y eso es algo que vos hacés en tus libros. ¿Para vos cómo fue soltar tus sentimientos, algo que no suele ser fácil para los hombres?
—A mí me sale fácil, no siento que lo tenga que forzar. A mí en mi vida me cuesta hablar de sentimientos, me lo han llegado a reclamar. Tengo como ese pudor asociado a la masculinidad histórica, pero también me sucede eso, cuando me siento a escribir me suelto completamente. Históricamente la literatura escrita por mujeres ha sido más abierta que la literatura escrita por hombres. Eso tenía que ver con esa división de los temas políticos para los hombres, y la mujer en la casa con los hijos. A las mujeres les quedaba como una literatura chiquita, y los hombres escribían libros de ochocientas páginas. También eso tiene que ver con las condiciones de producción, un hombre podía encerrarse a escribir un libro de setecientas páginas porque la mujer estaba cuidándole los hijos. Yo siempre me sentí más cerca de esos libros chiquitos, como de fragmentos, sin género, íntimos, como robados al tiempo de la vida cotidiana. Y cuando empecé a escribir me salió algo de ese estilo. Ahora que la literatura de mujeres está siendo muy leída, y que las mujeres están escribiendo géneros que estaban colonizados por los hombres, nos dejan a nosotros el camino libre para escribir lo que antes escribían las mujeres.
—Tus dos padres eran escritores, Héctor Libertella y Tamara Kamenszain. En tu último libro decís que los libros de tus padres son como postales de un futuro anterior, citando el título de tu último libro. A la hora de escribir este libro, ¿tenés en cuenta la posibilidad de que tus hijos te lean en un futuro?
—Sí y no. Sé que eso puede llegar a ocurrir, pero no es algo que me paralizara para escribir, no me generó pudores. En el momento de escribir no me importa nada. Después cuando sale el libro, aparece el pensamiento de qué hice, esto es terrible, qué van a pensar mis hijos si leen esto. Pero en el momento de escribir no me pasa; de otro modo, no podría dedicarme a esto.
—¿Estas trabajando en algún proyecto?
—Estoy escribiendo una especie de retrato de Ricardo Piglia. No le digo biografía porque no es tan exhaustiva, es más libre, como de encontrarle algo a esa vida y a esa literatura. Es un laburo arduo, hay que leer mucho, entrevistar mucha gente, y sobre todo hay que estar metido mucho tiempo en la vida de otra persona.
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