La “trilogía Labruna” de Diego Borinsky fue presentada en una noche futbolera y bien riverplatense

Junto a Omar Labruna, hijo del ídolo, y varios ex jugadores y periodistas, el autor contó la historia detrás de sus tres libros escritos sobre Angel Amadeo Labruna, el hombre que tiene una estatua y un puente con su nombre junto al estadio Monumental

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La derrota y eliminación del miércoles frente a Tigre por los cuartos de final de la Copa de la Liga, nada menos que en el mismísimo estadio Monumental, caló hondo en el sentimiento del hincha de River, acostumbrado a celebrar tantos éxitos consecutivos en estos ocho años de la era Gallardo. Sin embargo, hubo cosas peores, como el descenso de 2011 y los 18 años sin salir campeón, desde 1958 hasta 1975. El hincha bien lo sabe.

De eso también se trata el fútbol, de alegrías y tristezas, de la rica historia del Club Atlético River Plate atravesadas por un personaje único: Ángel Amadeo Labruna (1918-1983), el ídolo más grande de la institución millonaria. Y no solamente de River, porque Labruna fue un símbolo en el fútbol argentino: en 1961 jugó dos partidos en el ascenso para Platense antes de su retiro, también fue el primer director técnico de Rosario Central en salir campeón en el Nacional de 1971, torneo que se recuerda por aquel gol de “palomita” de Aldo Pedro Poy frente a Newell’s en el Monumental. También se lo recuerda por sus grandes campañas como entrenador de Defensores de Belgrano, en los setenta dejó su huella cuando fue entrenador de Talleres de Córdoba, y también cuentan que fue el mentor del Argentinos Juniors que más tarde ganaría el Metro ‘84, el Nacional ‘85 y la Copa Libertadores de 1985, la época de oro del Bicho.

Así, y con tantos sentimientos encontrados, el periodista Diego Borinsky presentó su trilogía Labruna en la 46° edición de la Feria del Libro. Lo hizo a sala llena en el auditorio Ernesto Sabato. Junto a Borinsky, compartieron la charla Omar Labruna (exfutbolista de River, hijo de Angelito), Daniel Onega (otra de las glorias del Millonario de la década del ‘60), José Antonio “Pepe” Castro (exjugador y uno de los grandes ídolos de Argentinos Juniors, campeón de la Copa Libertadores de 1985) y José Luis Barrio, experiodista de la desaparecida revista El Gráfico. También estuvieron el vicepresidente de River, Matías Patanian, personalidades del ambiente futbolístico y destacados periodistas, entre el público presente. Es más: Marco y Vitto (Vittorio), ambos jóvenes futbolistas, dos de los cuatro nietos de Ángel Labruna, tampoco faltaron a la cita.

Borinsky es uno de los principales referentes al momento de hablar de la historia de River. Sus 25 años como periodista de El Gráfico avalan su trayectoria y también ahora, ya que sus consagrados Gallardo Monumental, Gallardo Recargado, Almeyda Alma y Vida y Cabezón -las biografías oficiales de Matías Almeyda y Andrés D’Alessandro, respectivamente- son lectura obligada para cualquier hincha riverplatense. Es que sus libros lo han consagrado en un verdadero especialista.

Angel Labruna en andas de
Angel Labruna en andas de sus jugadores, en el ansiado festejo del campeonato de 1975 que rompió una sequía de 18 años

En este caso, el periodista deportivo y confeso hincha del Millonario lanzó tres libros en simultáneo sobre la vida y obra de Ángel Labruna, el máximo ídolo de River Plate en toda su historia: Labruna (El Jugador), Labruna (El Técnico) y Labruna (El Personaje). Todos, de editorial Galerna, que acaba de publicarlos. Esta trilogía consiste en un análisis exhaustivo sobre la vida de “Angelito”. Contiene 140 entrevistados más un repaso minucioso por el archivo. Son unas 900 páginas distribuidas en tres libros El Jugador, El Técnico y El Personaje.

El libro, que la semana pasada desembarcó en el stand de la editorial, se vende como pan caliente: los dos primeros salen 3.400 pesos y el otro, 3.000. Eso sí: comprando los tres juntos hay una “promo” por 9.000 pesos, lo que equivale a un ahorro de 800 pesos.

Borinsky, quien además ofreció de mediador, abrió el juego: “agradezco a mi familia, a los presentes y sobre todo a Omar Labruna, quien en septiembre de 2020 me dijo ‘quiero que hagas el libro del viejo’. Me dio una alegría muy grande”.

Y continuó con una especie humorada: “para muchos de los hinchas de River que estamos acá estamos un poquito golpeado por el resultado del miércoles, no lo vamos a negar. Y pensaba: River es el campeón vigente en el fútbol argentino, el año pasado ganó tres de seis campeonatos. Yo pensaba: lo que debe haber sido los 18 años sin salir campeón. Porque además no fueron 18 años sin salir campeón, porque en diciembre de 1957 River salió campeón y en esa época era un campeonato por año, era bastante más lógico con 18-20 equipos. Fueron 9 campeonatos anuales y a partir de 1967, cuando empezaron los torneos Metropolitano y Nacional, dos campeonatos por año, fueron 16 campeonatos más. Es decir, 16 más 9 son 25 más 4 Copas Libertadores que participó River”.

Sobre la histórica racha de River de 18 años sin títulos, Borinsky agregó que “fueron 29 campeonatos que River competía, la mayoría de las veces llegaba al final puntero, seguro, con grandes equipos, y se caía. No me quiero imaginar lo que era vivir eso. Y River, como se ha malacostumbrado a ganar casi siempre salvo en algunas etapas particulares y en estos años más todavía, de repente queda eliminado en una competencia y uno se agarra la cabeza. Eso (los 18 años sin títulos) sería terrible, está contado en el libro y quien vino a salvar a River en esa noche terrible fue el padre del hombre que tengo aquí al lado (Omar Labruna) en su tercer ciclo como entrenador”, agregó.

Más allá del periodismo, Borinsky tiene una historia, un sentimiento que lo une a Labruna y, por supuesto, a River: “Empecé a ir a la cancha en el año ‘75 -año en que River cortó la racha de 18 años sin títulos con la obtención del bicampeonato del Metropolitano y Nacional-. Y continúa su relato: “tenía 7 años, me llevaba mi papá al a platea Belgrano. Esa época me quedó muy marcada: me acuerdo subir los escalones de la Belgrano, llegar a la platea, llegar al lugar que separa la platea baja de la media y ya ver a los jugadores todos cambiados compitiendo. Era la tercera, la cancha comenzaba a llenarse. Esas imágenes que uno tiene por primera vez quedan muy marcadas”.

“Por eso a mí me marcó tanto esa etapa. Fui a los seis campeonatos que ganó River tras los 18 años sin títulos y a mí me mercaron mucho. Después fui a la popular con mis amigos y como periodista de El Grafico volví a los pupitres de prensa de la Belgrano media”, recordó. “Siempre me interesó Labruna. En 1995 hicimos una nota para el Gráfico por los 20 años del bicampeonato: juntamos a Perfumo, al Pato Fillol, a Jota Jota López, a Pedro Gonzales y al Puma Morete. Luego, hicimos una foto en el Monumental. Siempre surgían anécdotas de Angelito. Siempre había risas en el medio, era un personaje muy singular. Por eso, cuando Omar me lo propuso eso me movilizó. Labruna está vinculado a mis primeros tiempos en la cancha”, relató Borinsky.

Angel Amadeo Labruna fue (es)
Angel Amadeo Labruna fue (es) ídolo de River como jugador y director técnico

El periodista además contó los pormenores para hacer su nuevo libro: “el Museo River me facilitó toda la colección digital de Revista River, de El Gráfico y otros diarios de la época. Además, entrevisté a 140 personas, con charlas entre una y dos a cada uno. Acá está Juan Manuel Cuenca Martínez, quien escribió una saga de cinco libros como hincha de River contando todo lo que vivió y los sacrificios desde el descenso (2011) hasta la final de Madrid (2018). Un poquito me quedó dando vueltas esa idea”, reveló.

“Esto es demasiado grande la carrera de Labruna como jugador: 21 años en River, jugó un Mundial con casi 40 años cuando los jugadores se retiraban a los 30 o 31, es el máximo goleador en la historia de River y por uno podría haber sido el máximo goleador de la historia dl fútbol argentino. No se sabe si tiene 292, 293 o 294 goles porque Angelito siguió haciendo goles post mortem. Hay dos goles que se los daban en contra pero después se los dieron a favor pero a Arsenio Erico, quien es el máximo goleador, también le sumaron uno o dos goles.

“Está ahí, 21 años seguidos en la Primera de River. Es muy difícil que un jugador que haya tenido una carrera tan importante después la haya replicada como técnico. Son muy pocos”, enfatizó el autor. Luego, quienes participaron de la mesa contaron historias, anécdotas y algunos pormenores de la trilogía sobre el ídolo más grande de River Plate.

Labruna, sinónimo de River

Palabra de Omar Labruna, su hijo: “El viejo fue un personaje nacional. Diego (Borinsky) lo habrá dicho en su libro: fue un personaje muy querido, hasta los primos hermanos que tenemos (por Boca Juniors) muchas veces le decían que si tenía ganas de ir a dirigirlos. Pero el viejo con una sonrisa ya decía todo”.

“La historia de River es muy rica pero sé que decir Labruna es decir River. Hay un amor eterno de la familia Labruna hacia River y de River a nosotros. Cada vez que voy al Monumental siento un orgullo enorme de la gente. Estamos muy felices, se pudo armar toda la historia de Angelito. El amor que tenía por River era inigualable, lo que disfrutaba y lo que sufría”, recordó su hijo Omar, visiblemente emocionado.

Es que Labruna es absolutamente todo en el mundo River: “el puente Labruna que cruza las avenidas Lugones y Cantilo para llegar a la cancha, la estatua de Labruna que está en la puerta de club, en el pasillo está el vestuario Ángel Amadeo Labruna y la escuela de fútbol Ángel Amadeo Labruna, con más de 35 años. Ahí se simplifica todo lo que mi padre significó para un monstruo y un grande como es River Plate. Es más, cuando yo nacía vivía en Lidoro Quinteros 1322, a cuatro cuadras de la cancha”.

“Siempre valoré mucho el gesto que tuvo con mi hermano”

Daniel Onega, ex jugador de River y tan hincha como su hermano de Ermindo, fue otro de los participantes. Es el argentino que más goles convirtió en una temporada en la Copa Libertadores, con 17 goles, convirtiéndose además en el cuarto goleador en la tabla histórica de goleadores de la Copa. Los hizo en el River de Labruna, en 1966, aquel que perdió la recordada final frente a Peñarol, por 4 a 2 en Santiago de Chile, luego de ir ganando 2 a 0. Tras el partido, nació el mote de “gallinas”.

“Ángel vino en 1968. Ya lo conocíamos pero no como técnico, sino que muchísimas veces venia a River. Incluso, a mí me vio jugar en las inferiores. Venía a ver a las inferiores cuando no dirigía, ya que vivía a cuatro cuadras del club. Era muy común verlo en River”.

Y agregó: que, al año siguiente, River entró en un plan de austeridad y vendió a las grandes figuras, a los que ganaban más dinero: “Matosas, mi hermano Ermindo, el Loco Gatti… Hasta se momento yo había jugado de número nueve, lo hice toda mi vida, desde la novena que jugaba de nueve. En el primer entrenamiento me dice: ‘Daniel, sabés que vendieron a tu hermano y a varios muchachos más. River no va a hacer incorporaciones para suplantarlos. Nos vamos a arreglar con ustedes, con los jugadores del club. Me gustaría que jugaras en el puesto que lo hacia tu hermano Ermindo’, que jugaba de 10″.

“Yo le dije que me animaba, pero que no me sacara si juego mal en el segundo partido. A los dos, no, pero a los diez, sí, me respondió Ángel. Ahí empecé a jugar en esa posición y me retiré del fútbol profesional jugando como número diez”, recordó Onega, entre risas con los presentes.

Ermindo, un crack riverplatense que jugaba de 10, falleció en un accidente automovilístico el 21 de diciembre de 1979 en la localidad de Lima, provincia de Buenos Aires, a los 39 años. Los dos hermanos iban juntos en el auto”.

“Ese sábado anterior al partido con Unión de Santa Fe donde River se jugaba el campeonato, Labruna vino con todo el plantel al velatorio de mi hermano. Fue algo muy emocionante. Siempre valoré mucho el gesto que tuvo con mi hermano. Además, mi hermano Ermindo llegó a jugar con él en 1967″, contó Daniel Onega.

“Don Ángel, un adelantado”

El Pepe Castro, no de los grandes jugadores de Argentinos Juniors, también con pasado en Vélez e Independiente, recordó a Labruna, a quien tuvo como entrenador en 1983, un año antes de que el club de La Paternal consiguiera su primer título en el profesionalismo. “Yo arranqué en las inferiores de River. Como ocurre siempre, fui a acompañar a un amigo que se fue a probar, quedé yo, era mitad de campeonato y no se podía fichar. Yo vivía cerca de la cancha de Vélez y Osvaldito Diez dijo en un momento que no. Por eso me fui de River”.

“En 1979 también estuve muy cerca de jugar en River. Pero hoy, sentarme acá cuando se huele River Plate digo: ‘la pucha, si me hubiera gustado jugar en River’. Viví la última etapa de Don Ángel, siempre digo que a mi me eligió Don Ángel. Eso es muy valedero. Como también digo que no me eligió Bilardo, que también es valedero”.

“Tenía que poner los pergaminos en blanco. Venía de una lesión muy difícil de superar en esos años cuando me rompí el talón de Aquiles cuando el Zurdo López me había llevado para reemplazar nada menos que a Alzamendi en Independiente”, relató. Y agregó: “Me acuerdo que no jugaba y el Zurdo dijo: ‘para eso lo traje a Pepe’. Debuté, hice el gol en Independiente y me rompí. Ahí conocí un tipo excelente como el Puma Morete. Yo no jugué en todo el año. El Puma me dijo ‘Vení, te voy a llevar. Vamos a ver a Don Ángel. Me llevó a la casa Omar’”.

“Cuando llego Ángel estaba durmiendo. Cuando bajó me hizo acordar a mi padre en aquella época: el pelo revuelto, los calzoncillos celestes y grandes, los anteojos, la musculosa… Me impactó verlo así a Labruna. Para alguien que fue Bicho, porque también fui Bicho, verlo a Don Ángel era todo un símbolo. Me miró y me dijo:

-Pibe, ¿cómo está de la lesión?

-Perfecto, le dije.

-Bueno, vaya, firme

“Ése era Don Ángel. Cuando llegué a Argentinos me puso cuando debía ser. Arranqué y desde entonces no paré más”.

“Don Ángel era un adelantado. Dijo que no se podía jugar más en esa canchita (en La Paternal) y no se jugó más. Entonces fuimos a jugar a Ferro o a Vélez. Me tocó la etapa más dolorosa porque yo me sentía muy protegido por él y por Anita. Yo era un tipo rebelde, era complicado, pero Don ángel me tenía bajo su ala”.

Angel Amadeo (padre) y Omar
Angel Amadeo (padre) y Omar (hijo): los Labruna, pura sangre riverplatense

El reportaje imposible y un velorio para no olvidar

Luego, llegó el turno de José Luis Barrio, ex periodista de El Gráfico: “lo conocí en Necochea en 1977, en la pretemporada de River. Me acerqué a él, yo no lo conocía personalmente, le conté que lo había visto jugar en Platense porque mi padre era hincha del Calamar y me llevaba a la cancha cuando tenía 5 años”. Enseguida, llegó otra anécdota: “con Ángel tenía una excelente relación. Le gustaba el turf, yo tenía caballos de carrera. Los últimos tres años de su vida él venía una vez por semana a la mesa con nosotros, a las carreras en Palermo. Lo curioso es que él jugaba poquito o nada, le gustaba ver las carreras de caballos, no le importaba apostar. Era un apasionado por ver las carreras o ver el paseo de los caballos antes de la carrera”.

Y otra más: “En 1981 Boca le ganó 3 a 0 a River en La Bombonera con dos goles de Brindisi y otro de Maradona. El Superclásico se jugó un viernes, en una noche de lluvia, con barro, cancha mojada. En ese partido lo echaron a Mostaza Merlo. Ese día, por un pedido expreso del taller, había que cerrar la revista después del partido. Cuando volvimos de la cancha me llamó Ernesto Cherquis Bialo, por entonces director de la revista, y me pidió que me fuera a la casa de Labruna para hablar con él. Le dije: ‘¡perdió 3 a 0 con Boca! Es una regla de oro del periodismo, la gestión hay que hacerla’. Entonces, me pusieron un remise. Cuando bajo lo veo a Don Ángel con Ana, su mujer, y un matrimonio amigo bajando por las escaleras de la casa en Lidoro Quinteros 1322. Me ve y no podía creer que estuviera ahí”.

-¿Qué haces acá?, me pregunta.

-Ya sabe. ¡Dos palabras!, le digo.

-¡Me cagaron a goles!

-Sabe qué, el hincha de River está esperando que le cuente algo.

Estábamos los dos arriba de la escalera y las otras personas estaban afuera. En principio, dudó en hablar. Luego pidió cinco minutos. Al final, entramos los dos a la casa, charlamos unos 20 minutos y me contó el partido. Me lo contó un tipo que sufría de esa manera las derrotas de River y en este caso era doble porque él era responsable. Eso no me lo olvidé nunca en la vida. Inclusive, me ayudó mucho para mi carrera profesional: haber vuelto con un testimonio del entrenador perdedor en un Superclásico y por goleada no era fácil. Debo confesar que mi mérito por convencerlo fue mínimo. Anita me ayudó.”

“Y quiero decir otra cosa más: nunca vi llorar a un hombre en el velorio de otro hombre como vi llorar al Toto Lorenzo en el velorio de Ángel Labruna En el club no podían consolarlo al Toto Lorenzo. Por algo habrá sido”.

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