¿Cuánto importa hoy que un escritor firme un petitorio en defensa de los humedales y de los ríos, o condenando la megaminería y los femicidios? ¿Interesan las declaraciones pomposas si no logran transformar el sentido común, las ideologías, las complicidades en masa? Gesto adusto, palabras elocuentes y asertivas: las escenas de la vida posmoderna han debilitado tanto el perfil del escritor comprometido que al fin se ha vuelto un meme mudo. La urgencia de estos tiempos bélicos invita a hablar, pero en el cambalache del presente sólo se impone el ruido. Ante la celeridad de un tuit, los argumentos y los tiempos demorados de la lectura palidecen.
En este mercadeo del espectáculo ―y la literatura, por supuesto, también lo es—, agitar banderas junto a las estrellas de cine y televisión en una reversión blanda de lo que a mitad del siglo XX, desde la filosofía sartreana, se llamó “compromiso”, garpa tanto como la mera provocación. Pero más allá del gesto, ¿cuánto derrama la exposición en verdaderas lecturas? Culpable de su indecisión, la literatura sigue en franca retirada. Se idiotiza, se repliega, balbucea. A lo sumo, se vuelve menor, habita la intimidad del musgo o del fermento, a sabiendas de que no hay obra humana que pueda levar sin mito ni relato.
En este 2022 se cumplen cien años del nacimiento de Antonio Di Benedetto y, a juzgar por la cantidad de homenajes que se anuncian, pareciera que el autor de Zama cada día escribe mejor: en la Feria del Libro se realizaron dos homenajes, el domingo 1º y el sábado 7 de mayo, y este jueves se inician unas jornadas académicas en la Universidad Nacional de Cuyo.
Cambiar la sociedad como destino de época
Como parte del grupo generacional que empezó a publicar en la década 1950, Di Benedetto fue pensado en el tándem “literatura y compromiso”, ese que la revista francesa Les Temps Modernes pergeñó desde su primer número, en octubre de 1945. En la presentación de ese proyecto editorial, Jean-Paul Sartre condenaba al arte burgués y se manifestaba a favor del compromiso del escritor con su época: “Puesto que el escritor no tiene medio alguno de evadirse, queremos que abrace estrechamente su época; es su última oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para su época”. El objetivo era, desde luego, elogiable: “Concurrir a la producción de ciertos cambios en la sociedad”.
Un puñado de rasgos se apuntaron como propios de los textos publicados a mitad del siglo XX: la propensión al realismo y la revisión total de los valores éticos y estéticos de la mano de la filosofía sartreana y el psicoanálisis, y la incorporación de técnicas provenientes de los medios de comunicación masivos, en particular de la estética del cine y del periodismo. Se los llamó con distintos nombres: para Noé Jitrik fue “la nueva promoción” (1959), para Ángel Rama “la generación del medio siglo” (1981), “la generación de 1954 o los reformistas” según Arrom (1963), entre tantos más.
La pregunta central de esos años —y también de estos— sigue sin encontrar una respuesta acabada: ya que no comprometerse es imposible, ¿con qué se compromete la “literatura comprometida”? La redundancia evidencia un error que las vanguardias intentaron reparar con la fusión de vida y obra.
Dos escritores perseguidos
En la reciente recuperación de los escritos periodísticos de Haroldo Conti, En prensa (1955-1976), realizada por Ediciones Bonaerenses, encontramos algunas reflexiones al respecto, vertidas por el autor de Sudeste (1962) a la revista Crisis, en agosto de 1974: “Como intelectual (y prefiero este término al de escritor, pues alude con mayor precisión a la conciencia y gobierno del acto) me siento obligado (no sólo inclinado) a asumir responsabilidades, a señalar este o aquel camino. De todas maneras, es lo que la gente espera de nosotros. Nuestro coraje o nuestra debilidad es el coraje o la debilidad del pueblo. Personalmente, tengo una posición tomada no sólo en el terreno político (algunos limitan el compromiso a eso y se olvidan del resto del hombre), sino en todo lo que importa una decisión del tipo moral. Con todo, considero que el arte, que es el dominio de la pura libertad, no puede recibir imposiciones ajenas al arte mismo. Tiene sus propias reglas, su mecánica, para que sea arte y no otra cosa. Esto, por supuesto, no quiere decir que, por espléndido que sea, no existan valores a los cuales estemos obligados por encima de él”.
Di Benedetto no se autopercibía como un escritor “comprometido” o “revolucionario” y sin embargo fue uno de los primeros protagonistas de la cultura que los militares fueron a buscar.
Antes de convertirse en un “escritor desaparecido” por la Junta Militar, en mayo de 1976, Conti tuvo muchos oficios (vendedor ambulante, seminarista, profesor, piloto comercial, guionista de cine, periodista, navegante, redactor publicitario, militante revolucionario). El oficio de Di Benedetto, en cambio, fue siempre el periodismo y se pensaba alejado de la militancia política. Sin embargo, el mismísimo día en el que empezó el Golpe en Argentina, el 24 de marzo de 1976, Antonio Di Benedetto es apresado en la redacción del diario Los Andes, medio que en ese momento dirigía.
Menos candoroso y expansivo que el autor de Mascaró (1975), sus simpatías con la causa socialista, de la que fue militante durante su juventud, se perdían tras una contundente trayectoria periodística que manifestaba un solo compromiso, con la verdad de los hechos. Basta comparar esa entrevista a Conti con la que se publica en Crisis al poco tiempo, en diciembre de 1974, en donde el autor de Los suicidas (1969), antes que bajar línea, se demora en recordar escenas de infancia, en el suicidio de su padre y en cómo había aprendido de su madre el arte de narrar.
Evidentemente Di Benedetto no se autopercibía como un escritor “comprometido” o “revolucionario”, ni se presentaba como tal, y sin embargo fue uno de los primeros protagonistas de la cultura que los militares fueron a buscar cuando se hicieron con el poder.
La coherencia como base de la creación
Lejos tanto del panfletismo como de la violencia, Di Benedetto encontró el modo particular de resolver estéticamente los problemas planteados por la filosofía existencialista en el resquicio generado a partir de la famosa polémica ocurrida entre Sartre y Camus. En ese punto de inflexión es en donde se inserta la obra del autor mendocino con una coherencia poético-filosófica notable, que hace pie en la alegoría humanista elaborada por Albert Camus en El mito de Sísifo (1942) y El hombre rebelde (1951), con su reivindicación de la libertad de pensamiento y de acción del sujeto. Como sabemos, la llamada “trilogía de la espera”, conformada por las novelas Zama (1956), El silenciero (1964) y Los suicidas (1969), traza un diálogo con el pensamiento existencialista francés y contornea un nuevo principio de valor estético donde originalidad literaria y coherencia de pensamiento están mutuamente implicados.
Se observa, por tanto, que la forma en que Di Benedetto intentó resolver estas cuestiones no fue “de manual”, aceptando los altos mandos de la moral sartreana que sermoneaba: “En las obras comprometidas la evasión queda descartada, la literatura no debe ser el arte despreciable de Pensar en Otra Cosa, sino el arte de Pensar más Profundamente las cosas”.
Lejos de pensar la literatura fantástica como evasión, desde sus inicios ―con Mundo animal (1953) y El Pentágono (1955)—, fue la puerta de entrada que le permitió reflexionar sobre problemáticas ligadas a la subjetividad como “juego dramático y ficción total en el que encuentran asimilación y trascendencia tres factores esenciales: la fe, el miedo y los deseos” —según el mismo autor declaró en la conferencia dictada en 1958 en la Biblioteca Nacional, invitado por Jorge Luis Borges.
Una carta influyente y reparatoria
Por más que generacionalmente se los considerara como escritores ubicados en veredas opuestas, sabíamos ya que el vínculo con Borges y las transformaciones del relato impulsadas desde la mítica Antología de la literatura fantástica (1940) hicieron temprana mella en Di Benedetto. Sabíamos también que cuando estuvo preso, el autor de El Aleph pidió por su libertad a sus captores; nada sabíamos, en cambio, de que Adolfo Bioy Casares también hubiera realizado gestiones en su ayuda. Y aquí es donde llegamos al hallazgo que sazona este artículo, el cual comienza a caldearse en la pesquisa en torno de una carta que llegó a quien suscribe, en diciembre pasado. La carta es la siguiente:
Buenos Aires, 19 de noviembre de 1984
Adolfo Ruiz Díaz, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Cuyo
Queridísimo amigo:
Por la carta de una amiga, mi traductora rumana, me entero que Antonio Di Benedetto, a quien mucho estimo como persona y como escritor, anhela el título de doctor honoris causa de la Universidad de Cuyo. Porque el país le debe una reparación a Di Benedetto, por la espantosa y larga pesadilla que pasó, me atrevo a escribirle estas líneas, en la esperanza de que usted pueda sugerir su nombre para el doctorado. Si no puede, o no quiere, o si lo que le propongo fuera demasiado engorroso, le ruego que me perdone, que perdone también lo que haya de impertinente en esta carta y que la vea como un cordial saludo de un fiel amigo y lector.
Adolfo Bioy Casares
Esta esquela estuvo perdida entre los volúmenes de la biblioteca del profesor mendocino Adolfo Ruiz Díaz durante casi cuarenta años, sin que nadie diera con ella. La descubrió casualmente un librero y, luego de pasar por otras manos amigas, llegó a mí como si viniera impertérrita del pasado a responder esta pregunta, quizá tonta —sí— pero que toca el corazón de lo literario: ¿con qué se compromete la “literatura comprometida”? Ante todo, con las y los otros.
En efecto, la Universidad Nacional de Cuyo le concedió a Di Benedetto el doctorado honoris causa poco tiempo después de volver del exilio; pero, al parecer él nunca supo de las gestiones “reparadoras” realizadas por Adolfo Bioy Casares. Daniel Martino, quien conserva la copia en carbónico de esta nota, junto a unas cuantas cartas más, asegura que la comunicación epistolar entre ambos escritores comenzó en junio de 1982, por un tema ligado a la traducción de Dormir al sol (1973), y se continuó hasta la muerte del mendocino, ocurrida el 10 de octubre de 1986.
La carta existe como un documento insoslayable que afirma que, por sobre las contradicciones y los malentendidos, la “literatura comprometida” se forja al calor de la amistad entre escritores y lectores que habitan un presente: personas reales de carne y hueso sin las cuales esta época o aquélla otra no podrían existir.
Homenajes en la Feria del Libro y más:
-El 1° de mayo se realizó el Homenaje “El enigma Di Benedetto”, organizado por la Fundación El Libro. Disertaron Carlos Dámaso Martínez y Jaime Correas, coordinados por Danilo Albero.
-El 7 de mayo se realizó el encuentro “Mendoza celebra a Antonio Di Benedetto”, organizado por Ediciones Culturales de Mendoza. Con la participación de Sofía Criach, Josefina Delgado y Rodolfo Braceli, y concierto “Polifonía Di Benedetto”, a cargo de Javier Piccolo y Valentina Spina.
- Las Jornadas Cien Años de Antonio Di Benedetto se realizan este jueves y viernes, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, con la participación de la artista Susana Delgado y de quien firma esta nota.
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