Tenía 20 años. Trabajaba en la sección Deportes del diario marplatense El Atlántico, “el hijo de Crónica”. Un día faltó el periodista de Policiales y le dijeron: “Pibe, andá que hay un crimen”. Habían matado una mujer. A partir de entonces, dice Rodolfo Palacios, en el stand de Leamos, en la Feria del Libro de Buenos Aires, en diálogo con Hugo Martin, “entré a un mundo increíble”. El nombre de la charla es “Los secretos de los crímenes más famosos de la Argentina”.
Periodista, investigador, autor de libros como El Ángel Negro, vida de Robledo Puch, asesino serial, Pasiones que matan, 13 crímenes argentinos, Adorables criaturas, crónicas grotescas de ladrones y asesinos y Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres. Escribe en Infobae crónicas y entrevistas sobre los casos más importantes del país. Conoció a los grandes asesinos y ladrones, a los históricos, muchos de los cuales ya están muertos.
“Me atrapó la calle y el hecho de que estás en una redacción, de repente suena el teléfono y tenés que salir”, dice y agrega: “No es mi vida. Es como una película. No es mi vida, es algo por fuera”. Cuando empezó a hablar con los ladrones y, sostiene, “crucé otro portal”. “Lo interesante es que siempre hay historias distintas, no hay una historia fotocopiada”, agrega.
¿Cómo trabaja, cómo se acerca a los delincuentes, de qué forma? “Trato de ver su mundo, de verlos en acción. Si tiene que ir a buscar los chicos, lo acompaña; si tiene que ir al cine, lo acompaño. Trato de ver su mundo por fuera de lo que creemos que es un ladrón: tirando tiros, robando. En su cabeza es probable que ocurra”.
Con Robledo Puch tuvo varios encuentros. Un día, luego de muchísimas charlas, le regala un matambre. Un perito le dijo: “Tené cuidado”. A los dos amigos que tenía antes los mató. “Si te considera un amigo te va a matar”, le insistió.
Cuando llegó a su casa con el matambre, su pareja le dijo: “O lo tirás o te vas de casa”. “Terminé haciendo algo canallesco: se lo di a alguien que vivía en la calle. Lo hubiese comido pero no me dejaron. De todos modos, yo comí unas empanadas hechas por Robledo”, dice.
“Aún la persona más malvada tiene un costado humano que puede conmover”, afirma. Sin embargo, Arquímedes Puccio, jefe del clan Puccio, “no se conmovía por nada; de hecho, se burlaba de la gente que había muerto, decía que lo tenía merecido”.
—Murió Facundo Cabral —le dijo un día Palacios; se había enterado de la noticia hacía minutos.
—Y a mí qué carajo me importa —le respondió.
“Ni siquiera su vejez era humana. Él era todo maldito hasta sus últimos días. Y tenía un ego gigantesco”, dice y recuerda una anécdota. Un día, para una revista, Palacios escribió una nota sobre él, pero no apareció en la tapa. Puccio recortó una foto suya y la puso en la portada de la revista, la fotocopió y la repartió en el penal.
Sobre Ricardo Barreda dijo: “Dudo que le hubieran dicho Conchita como él decía”. Sobre la banda del Robo del Siglo, que había “muchos celos, incluso broncas. Celos notables”, que uno le decía “La foto de él es más grande”, otro le decía “El líder no fue él, fui yo”. “Parecían un elenco de vedettes, agrega. Sobre el caso García Belsunce: “Todo me genera dudas”. Y el caso Dalmaso, sentencia: “El asesino seguro no se va a saber, el que la violó, la estranguló y la mató”.
“El gran ladrón es el que se da a silencio y nunca va preso”, concluye.
SEGUIR LEYENDO