Allí donde hay humanidad, hay música. A partir de ese concepto, esa idea universal, el francés Francis Wolff decidió indagar en los matices de esa revelación, en un ensayo publicado originalmente en 2015 y que ahora publica Serie Gong en español con el título ¿Por qué la música? Cómo juegan las emociones, las divisiones entre música popular y música culta, el modo en que la música se vincula con los recuerdos y con el placer, la necesidad de música en la infancia y las reflexiones sobre por qué un arte así de abstracto puede tener efectos concretos en los cuerpos y en las mentes son algunos de los temas que el autor desarrolla de manera amena y rigurosa.
Francis Wolff nació en 1950 cerca de París. Es filósofo y profesor emérito de Filosofía en la prestigiosa École normale supérieure de París. También ha sido profesor en las universidades de São Paulo (Brasil), París-Nanterre y la Sorbona. Conocido en todo el mundo por sus trabajos sobre el pensamiento antiguo (en particular, el de Aristóteles), la suya es una obra personal centrada en la singularidad del ser humano. Por estos días se encuentra de visita en la Argentina, para participar de actividades en la Feria del Libro y habló con Infobae.
-Usted trabajó once años en este libro, imagino que con diversos propósitos. ¿Hay alguno de ellos que sobresale?
-Durante todo este tiempo, sólo tenía un hilo conductor, el recuerdo infantil de una definición simple e incluso ingenua de la música: “la música es el arte de los sonidos”. A partir de entonces, me enfrenté a dos tipos de preguntas: ¿qué es el arte? y ¿qué significan los sonidos? En la vida práctica, para todos los seres vivos, los sonidos no son signos de las “cosas”, sino de los acontecimientos. (“¿Qué está pasando?”) Nuestro sistema auditivo es un sistema permanente de alarma. Nos dice casi al instante lo que está ocurriendo, cuando ocurre algo, y nos dice si este acontecimiento nos amenaza, nos reconforta, nos interesa. Por eso el universo sonoro es inmediatamente un universo emocional: tensión de la escucha, distensión de la vuelta a la tranquilidad.
-¿Qué se propuso divulgar y a qué público imaginaba llegar?
-Yo podría resumir mas o menos el libro como hacía Woody Allen con el sexo: todo lo que siempre quisieron saber sobre la música y nunca se atrevieron a preguntar. ¿Por qué, dondequiera que hay hombres, hay música? ¿Por qué en cualquier cultura los niños necesitan música? Buscan la regularidad del ritmo, o la suavidad de la melodía. ¿Por qué un arte tan abstracto (sin imágenes, sin palabras) tiene tantos efectos concretos, sobre el cuerpo, sobre la mente? La música nos hace bailar, nos hace marchar a la batalla, o nos duerme, o nos emociona hasta llorar. Y ¿que es la música? ¿que es la belleza? ¿Y cuál es la relación de la música con las demás artes?
Se trata de un ensayo de filosofía de la música, pero he tratado de evitar en lo posible cualquier jerga o cualquier tecnicismo filosófico o musicológico. Me dirijo a todos los públicos, en primer lugar a los melómanos, y más ampliamente a todos los amantes de las artes, pero he intentado no escribir nada que pueda trastornar al filósofo o al músico profesional.
-Muchos escuchamos música desde siempre, tenemos nuestros gustos pero al mismo tiempo no somos expertos ni en música ni en teoría del gusto y hablar de música hasta se nos aparece como un tema solo para especialistas. ¿Su libro puede ayudarnos a perderle el miedo a hablar de música?
-Un profesor de literatura me hizo entender una vez algo muy importante: un bello análisis de un poema no disminuye nuestra emoción, sino que, por el contrario, debe aumentarla y profundizarla. Esto es lo que espero para este libro de música. Algunos críticos han escrito que, después de leerlo, no se puede escuchar la música como antes. Esto es exactamente lo que buscaba: poner palabras a nuestras emociones para que seamos conscientes de ellas. Pero lo que me hace aún más feliz es cuando los músicos me dicen que, al leerme, entienden mejor lo que hacen.
-¿Cuál es la razón por la tendencia humana a hacer música?
-La música es, para el hombre, un modo de domar el mundo, en particular el mundo imprevisible de los acontecimientos. La previsibilidad de la música es lo que provoca nuestra emoción, lo que calma y duerme al niño o quiebra el cuerpo de los tangueros, la mano que nos hace marcar el ritmo con el pie, inevitablemente, cuando escuchamos a Duke Ellington o a los Rolling Stones. Veamos cómo el niño consigue amaestrar su entorno ajeno a través de la repetición. El ser humano necesita a ordenar el caos, transformar lo imprevisible en lo previsible, a través del ritmo, de la melodía, de la armonía.
Por supuesto, ninguna música es totalmente previsible, y mucho menos de verdad prevista. El placer musical surge siempre de un equilibrio entre previsibilidad –que depende de una regla – e imprevisibilidad –que depende de la invención de la música o de la fantasía del compositor. Lo demasiado predecible aburre. Este es el caso de las rimas infantiles; aburren a los adultos. Lo demasiado imprevisible confunde, falto de interés por falta de continuidad, se torna caótico: lo que en la música mueve sólo puede ser aquello que parece predecible a nuestro cuerpo, hasta el punto de que puede responder anticipando los movimientos de la música (cuando bailamos con nuestra pareja), conociéndolos de antemano como si estuvieran inscritos en nuestro cuerpo, repitiéndolos como un eco. De tal forma, que la música parece ser un eco de los movimientos del cuerpo y como su proyección fuera de él.
-¿Por qué es música solo aquello que intencionalmente busca ser música y no cualquier sonido que se produzca?
-Es cierto que las músicas reales, o al menos interesantes, son intencionadas. Pero hay casos en los que podemos escuchar algo “musical” (no me refiero a la música como tal) en una secuencia no intencional de sonidos. El ejemplo que tomo es el de los ruidos provocados por el movimiento de un tren. Podemos escucharlos en su función (nos indican lo que está aconteciendo, la velocidad del tren, etc.) o simplemente como un ritmo: todo lo que tenemos que hacer es empezar a escuchar a escuchar la secuencia sonora como si fuera autónoma, como si los sonidos fueran puros acontecimientos, desligados del mundo de las cosas y ligados únicamente entre sí. Escuchamos una frase musical pa-pa-pam, pa-pa-pam, pa-pa-pam; etc.
Lo que cuenta para que haya música es oír la serie de sonidos independientemente de cualquier función, de forma autónoma, en su continuidad, como cuando oímos una sola línea melódica, y no una serie de notas dispersas.
-¿Por qué un filósofo como usted eligió reflexionar sobre la humanidad y la música? ¿Hay en su vida una relación entre filosofía y música? ¿Cómo comenzó su propia relación con la música?
Mi pasión por la música se remonta a mi infancia. Y luego hice filosofía de forma académica, centrándome primero en la filosofía antigua (Sócrates, Platón, Aristóteles), antes de aventurarme a filosofar por mi cuenta, sobre la especificidad del ser humano y la búsqueda de universales antropológicos. La música es uno de ellos. Además: se dice que el filósofo debe esforzarse, a través de su razón, por curarse de sus pasiones. Como no podía curarme de mi pasión por la música, opté por convertirla en un objeto de la razón.
-¿Toca usted algún instrumento?
-He tocado piano. Me prometo casi todos los días que volveré a hacerlo…
-¿Cuál es la diferencia entre sentir y vibrar con la música y entenderla? ¿Todos pueden entender la música o no es necesario entenderla para disfrutarla?
-Sentir y vibrar con la música ya son maneras no conceptuales de entenderla. Pero entenderla con palabras y conceptos ayuda a sentirla mejor.
- En su libro habla de la relación entre la música y las emociones y señala que no es la música la que emociona sino quien la interpreta. ¿Entonces es un error hablar de música alegre o música triste?
-Se pueden distinguir dos tipos principales de emociones musicales: emociones “calificadas” (tristeza, alegría, serenidad, ira, etc.) y emociones “no calificadas” (cuando decimos, por ejemplo: “esta música me emociona”). Los primeros están bien estudiados. Existe una relación evidente entre los distintos factores musicales (tempo lento o rápido, ritmo regular o irregular, intervalos estrechos o amplios, potencia, ataques, etc.) y los distintos climas emocionales. Por ejemplo, se dice que la música es “alegre” cuando parece moverse como una persona alegre –por ejemplo, saltos grandes y rápidos, acordes armoniosos, etc. Más opacas a primera vista son las emociones musicales no calificadas. En primer lugar, está la emoción puramente subjetiva, la que provoca una pieza musical porque su escucha se ha asociado a una experiencia concreta: “¡Escucha, cariño, es nuestra canción!”. La emoción puramente estética la despierta en nosotros la “belleza”. A menudo se mezclan los dos tipos de emoción, la calificada y la no calificada: oímos con agrado que la música bella es triste. Este es el delicioso placer de las lágrimas. La emoción puede surgir de la atención a la expresividad de la línea melódica. A veces suena como una voz que habla, confía, interroga, en definitiva, expresa emociones personales. En la música clásica, suele ser la parte del intérprete, sus pausas o aceleraciones insensibles, sus crescendos y decrescendos, sus acentos, en definitiva, su forma de “frasear” como un actor “marca el tono”. Pero la música poco “expresiva” puede ser estéticamente conmovedora: el placer de una fuga de Bach nace de la comprensión auditiva del entrelazamiento de las mil causalidades internas que se entrelazan en ella, y del reconocimiento del mismo motivo que vuelve, más o menos transformado, desplazado, modulado, igual que el niño que fuimos reconocía con asombro el regreso de una melodía familiar.
- Como en otras artes, se suele diferenciar entre música culta y música popular pero también entre música buena y música mala. En un caso entiendo que tiene que ver o con el origen o con el destinatario y en el segundo, con el gusto y los circuitos de legitimación. ¿Cómo piensa usted estas categorías?
Entre música culta y popular, hay en primer lugar una diferencia de función. La mayoría de la música popular está destinada a ser cantada o bailada, cuando la música culta está destinada a ser escuchada en silencio. Hay también una diferencia de accesibilidad (la música popular es supuestamente más fácil de recordar) y a menudo, por desgracia, una diferencia puramente social; la música culta es considerada más “distinguida” y denota una pretendida superioridad cultural. Pero está claro que hay buena música popular y mala música culta. He tratado de tomar ejemplos en todos los géneros, sin excluir ninguno, como muestra mi “playlist” en la página web asociada al libro.
-Hay personas que cerca del final de su vida piden a sus seres queridos escuchar música. ¿Qué hay en ese pedido?
-Podemos ver en ello el mismo propósito de la música para el ser humano. Pues, al momento de salir de la caverna del mundo real donde no hacemos otra cosa que vivir, necesitamos forjar un mundo imaginario de puros acontecimientos sonoros, libre de cosas materiales y donde éstas no falten.
*Actividades de Francis Wolff en Buenos Aires.
Viernes 13 de mayo, a las 15: “Conversación con Francis Wolff sobre su obra ¿Por qué la música?” Modera: Pablo Vícari. Organiza: Departamento de Artes Musicales, Universidad Nacional de las Artes, Córdoba 2445, Sala García Morillo, CABA.
Domingo 15 de mayo, a las 18.30: Presentación de ¿Por qué la música?, de Francis Wolff, en conversación con Nicolás Pichersky. Sala Rodolfo Walsh de la Feria del Libro.
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