El escritor mexicano Hiram Ruvalcaba no solo transporta al lector a lugares remotos, sino que su crónica transmite los sentimientos que arrastra y que van de un lugar a otro. En este caso, Japón fue el país que llevó a este escritor mexicano a revisar gran parte de su vida y de su pensamiento y narrarlos en su nuevo texto “Los niños del agua”.
En este libro de crónicas muestra su vivencia en tierras niponas, las enseñanzas que logró obtener y descripciones de su cultura.
En entrevista con Infobae, Hiram Ruvalcaba habló de la creación de este libro, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).
— ¿Cómo inicia su interés por la cultura japonesa?
— Yo tengo una conexión emocional, con Japón, desde muy pequeño. Yo crecí con las caricaturas japonesas, como probablemente creciste tú y nuestra generación en general de milenials. Se tuvo un contacto intenso con la cultura popular y eso fue generando un interés.
Desde el punto de vista familiar, mi familia y yo hemos estado conectados a Japón de formas bastante extrañas. Por ejemplo, yo nací en Zapotlán el Grande, pero esto se debió a que mi abuelo paterno, Don Juan Ruvalcaba, se fue a trabajar a Zapotlán porque se lo levó un japones que se llamaba Agustín Naito que todavía tienen sus hijos la rectificadora que él tenía y por eso estamos en Zapotlán, ahí estaba ya Japón en mi vida sin que yo lo supiera y me enteré más tarde.
Cuando yo tenía quince años una señora japonesa se quedó en mi casa, como parte de un intercambio cultural y de ahí fue el “boom” para mí. Me quiero ir a Japón, quiero conocer y de hecho, cuando fui, casi diez años después, me quedé en su casa.
En la crónica de Gutsuban, los Momose son los que se quedaron con nosotros, por eso aparecen en la crónica, es una especie de homenaje de su presencia en mi vida.
Desde mi punto de vista literario yo empecé a leer literatura japonesa desde los diecisiete años, leía a Kawabata y a Oe, principalmente. Antes de eso ya leía mucho manga y todavía leo manga.
Leo “One Piece” que es muy popular, algunos otros que leo desde morro (pequeño). El manga que sigo frecuentando es el que leía a los 13 años y son impresionantes porque tienen 20 años escribiendo la misma historia.
Ahorita está muy de moda “Game of Thrones” y la gente se impresiona con George Martin, pero los mangakas lo hacen desde hace décadas.
— ¿Cómo fue su acercamiento a esta ceremonia llamada Misuko Kuyoo de la que habla en su libro?
— El contacto con Jizo fue en una clase del Colmex, estábamos con el profesor Kuartuchi, que sale en estas crónicas también, él nos platicó de los Jizos de piedra en la Ciudad de México, en el jardín de viveros. Yo nunca fui a verlos, pero algunas compañeras que vivían ahí cerca si fueron y nos dijeron que estaban bonitos.
Él nos platicó que era el “budisaba” que cuidaba a los niños y desde en ese momento tenía el tema de Tristán muy clavado en el alma y dije: bueno, necesito conocerlo. Yo soy de la idea, un poco ingenua, que de las cosas que nos pasan siempre ocurren como una manifestación más allá de la simple coincidencia. Yo si creo en el trato simbólico de los eventos y pues cuando me platicaron de esto yo pensaba que por eso estudié la maestría, para conocer a este personaje, pero Jizo siempre fue una presencia particular para mí.
Cuando fui a Japón me quedé en una zona del norte de Tokio y cerca de mi casa, donde estaba rentando, había un altar chiquito donde estaba un Jizo de piedra y fue el primer contacto. Justo en frente de ese Jizo vendían una comida deliciosa.
Ese fue mi primer contacto y después platicando con Mariko de mi situación. Cuando vi el altar de la niña quedé impresionado y le dije: yo tengo un bebé que no pudo nacer y me dijo: voy a ir en estos días a una ceremonia, si gustas me puedes acompañar. Es una ceremonia de incidencia femenina aunque si había do o tres vatos (hombres) y me recibieron muy amables porque finalmente esa ceremonia es de respeto que todos conoces, es muy empática.
La espiritualidad no necesita que tú comprendas las palabras, basta con que presencies el ritual y hay una sensación de plenitud que finalmente para eso son los rituales.
— ¿Tuvo algún encuentro donde encontrara alguna similitud con la cultura americana?
— Desde que me dedico a estudiar la literatura japonesa no tengo tanto, unos ocho años, me he dedicado a buscar puentes que conecten nuestra cultura a un nivel emocional, pero también a un nivel cultural, no tanto histórico aunque también hay coincidencias interesantes y a mi, en particular, siempre me llamó la atención que yo pensaba que los japoneses eran gente muy distinta.
La tierra del oriente es la tierra de la magia, de los misterios. Tiene esta criatura mitológica y cuando conocí a los japoneses me di cuenta que teníamos muchas cosas en común. Cosas buenas y cosas malas, hay que decir que es una sociedad con un espectro de racismo hacia el interior muy interesante, por ejemplo como tratan a los japoneses indígenas al desaparecerlos del mapa a cómo los tratamos nosotros a los indígenas mexicanos y dentro de lo bueno, de las ceremonias culturales son muy cercanas.
Pienso, por ejemplo, en el ritual del festival Obon que es el festival de los muertos. Es una ceremonia que no presencié, porque no me tocó estar allá en esos tiempos, pero sé en qué consiste y ponen altares con comida, hacen bailes, ponen veladoras.
Hay una coincidencia, pero también espiritual en el sentido de que para ambos países los muertos no terminan de irse, realmente. Eso no es común en todos los países, no en cualquier lugar del mundo vas a encontrar un festival de gran importancia dedicado a los muertos.
En la mayoría de países occidentales, por ejemplo, el respeto a los muertos está condicionado a veces por el silencio y por la ocultación. Cuando ves un cuerpo tendido en la calle y le tiendes una sábana para ocultar la muerte, es una conducta muy occidental que estamos más acostumbrados a convivir con la muerte, sobre todo ahorita.
Veo fotos en los noticieros, de muertos tirados en la calle y gente comiendo tacos a veinte metros. En ese sentido, México y Japón hay cosas que los conectan.
Literariamente hablando, el hecho de que nosotros estemos tan llenos de referencias culturales de japón, gracias a la llegada del anime, manga, también nos conecta. Nuestra generación ya entiende muchas cosas de la cultura tradicional japonesa sin saber que son de la cultura tradicional.
Goku, por ejemplo, está basado en un personaje de un texto Chino, del siglo XVI que se llama “Viaje al Oeste” y que sabemos porque en Dragon Ball lo va medio calcando y cómo de referencias llega a nosotros de una manera tardía, pero nos conecta.
— ¿Cuánto tiempo estuvo en Japón?
— Viajé en tres ocasiones y entre las tres fueron como un años. El periodo más largo fueron como ocho meses y antes de eso como dos meses y mes y medio.
Viví en varias partes porque me fui para hacer estancia de investigación entonces me andaba medio moviendo, pero la mayor parte de mi tiempo me la pasé en Tokyo, gracias a unos amigos chilenos-japoneses que me prestaron un departamento para quedarme y me quedé en Tokyo como tres meses y viví en Tsukuba, que es una ciudad universitaria, en Chino (Nagano) me quedé como un mes. Estuve rolando en mi estancia de investigación.
En Chino es donde viven los momose, pero también me quedé allá porque la mayoría de mis amigos japoneses estaban ahí y les fui a dar una vuelta a los que pudieron verme.
— ¿Cómo fue el proceso para escribir “Los niños del Agua”?
— Sí, tuve que perder muchas cosas porque no todo cabía, no todo tenía también sentido que lo metiera, pienso por ejemplo en la mamá de Tristán que es un personaje, que sale mencionado, pero que se pierde porque no me tocaba a mí o no me sentía con la capacidad de contar su historia. Que conozco algunas cosas, pero en realidad no me correspondían. Yo hablé de mi experiencia y desde mi experiencia pues cuento lo que yo considero que pasó.
También me ocurrió que hay cosas que no sabía y que me fui enterando después y resultaron verdaderamente valiosas, por ejemplo hay un libro que se llama “Los libros del agua” que se publicó en Inglaterra en el siglo XIX que escribieron para hacerles paro (defender) a Charles Darwin con la teoría de la evolución, lo hizo Charle Kingsley y este niño es que se ahoga en un río y se van a un mundo de los niños del agua donde son felices y viven con las hadas y crecen espiritualmente, es una belleza y es un clásico de la literatura fantástica en occidente, que yo no conocía.
También quiero hablar de los Kindertotenlieder, poeta alemán, que se le murieron dos niños en una semana de fiebre escarlatina y él se pone en un trance de escritura y escribe quinientos y tantos poemas en unos cuantos meses que son estos cantos a estos niños muertos. Los musicalizó Mahler y hay esas cosas que no alcanzo a tratar el libro porque no los conocía o porque no encontré el momento para hacerlo.
Yo de hecho creo que “Los niños del agua” es un proyecto que tendré que retomar en algún momento para hablar de otras infancias, porque finalmente si es un libro de amor a Japón, pero el tema principal son estas pérdidas, estos bebés que durante mucho tiempo los padres no sabemos cómo lidiar con este dolor hasta que nos encontramos con que es posible llorar por esta pérdida, este dolor, este duelo es real, es verdadero y fíjate qué terrible que lo tenga que decir así, pero de verdad yo no sabía si valía la pena sufrir por algo que no había visto, un bebé que no había cargado y que finalmente digo que sí.
Todo dolor es legítimo y todo dolor debe vivirse y creo que esto es un poco lo que yo trataba de tratar en este libro.
— “Padres sin hijos” y “Los niños del Agua” hay una importancia de los niños y me gustaría saber la relación en la narrativa y en la creatividad para escribir
— Yo los escribí juntos. Parece que es al revés, pero la verdad es que “Los niños del agua” fue un descanso emocional para la chinga que me estaba metiendo “Padres sin hijos” que me parece que el segundo es un libro más duro.
Terminaba un cuento y me sentía muy cansado, triste, no sé cómo expresarlo y me ponía a escribir “Los niños del agua”.
Hay cosas que yo pongo en “Los niños del agua” que se comunican con el otro libro. Hay un cuento que se llama “la flor del aire” que es una pareja que se encuentra un colibrí en una oficina. Eso a mí me pasó, llegó un colibrí a mi oficina y la cultura prehispánica, particularmente la mexica, dice que cuando un colibrí te visita, en realidad es un alma que viene del otro mundo para darte una checada y ver cómo estas y yo pensé en mi hijo, vino a ver cómo estoy.
También me pasó en una charla del libro, una señora me dijo: es que me visitó un colibrí y yo sabía que era mi hija que no había nacido.
Yo digo que quienes escribimos, me parece que no podemos darnos la oportunidad de perder estas referencias simbólicas, tenemos que encontrarle significado a estos eventos fortuitos que desde mi punto de vista dicen mucho más de lo que aparentemente muestran.
Ambos libros son textos sobre la paternidad y la infancia. A mí me preocupa mucho la infancia. Yo he dicho en otras ocasiones que yo creo que la infancia nos pertenece a todos y tenemos que aprender a protegerla porque el mundo que está viviendo mi hijo, que tiene tres años, es terrible. La infancia está indefensa y yo, a lo mejor desde mi trinchera es la lucha que traigo, son mensajes de reflexión, estamos reeducando las infancias y no como deberíamos de estar educando, pero sí como están las cosas para que cada quien piense ¿qué puedo hacer para vivir esta oportunidad de ser una luz para la infancia?
SEGUIR LEYENDO: