El Corpus Epistolar de la Pandemia surgió como una necesidad. Yo estaba pasando los primeros meses de la cuarentena en la isla del Tigre de la primera sección. Con la Revista Ruda, con mi colega Marvel Aguilera, hacíamos cada tanto una nota por Whatsapp o correo y salía con fritas. Pero en ese momento todos hablábamos de la situación que estaba pasando. Nadie podía mover una ficha y las ansiedades provocadas por la reclusión era la moneda corriente que se manifestaba en todos los reportajes. El mundo estaba paralizado y la realidad que se veía venir parecía la novela de Orwel 1984.
Maldito capitalismo, colapsaba y nos llevaba a todos hacia el precipicio. Me acuerdo que estaba caminando hacia una despensa isleña, bordeando el arroyo Gallo Fiambre y en un instante pasó un Martín Pescador sobre el agua y se llevó una mojarra, miré para arriba y había dos pavas de monte inmensas que no se asustaban con mi presencia, seguí caminando y me di cuenta que el oxígeno que nos faltaba era el hecho poético, somos eso, como decía Bajtin, que a una persona se la conoce más por prestar atención a sus movimientos y formas, la poesía era lo único que nos podía sacar unos instantes de semejante tragedia.
Traje a la cabaña un malbec y un kilo de bondiola de cerdo, tiré el cuaderno de tapa dura sobre la mesa y le puse una lapicera encima. Sonó el celular y me puse a mirar las noticias, la gran poeta María Insúa estaba hablando de su libro Bicho Taladro y ahí pasó, me puse a escribir una carta a ella. Fue la primera. Encontré la manera de jugar y reinventar este género tan perdido como el Epistolar. Lo llamé a Marvel y le comenté, le leí la carta por teléfono y le pareció muy buena. Marvel tiene esa facilidad de encontrarle el título justo a todas las notas, cosa de jefes de redacción. Le mandé el material por wasape, le pedí una foto a María y a los dos días me mandó la publicación, se llamaba “El cruce epistolar”. Un nuevo apéndice en nuestra querida Revista Ruda que duró hasta que empezaron a llegar las primeras vacunas rusas.
Este libro, este epistolario está compuesto por las devoluciones de María Insua, Mariana Alonso, Pablo Hernán Di Marco, Adriana Santa Cruz, Marcelo Rubio, Sebastián Basualdo, Matías de Rioja, Eloísa Tarruella, Juano Villafañe y Christian Kupchik, entre otros. Cada carta, cada conversación, tiene su particular vuelo poético, porque eso permite este género, profundizar la vida con una mirada poética. Cada uno o una tan distinto al otro y tan geniales. Cuando ya estábamos por cerrar este capítulo en Ruda me encuentro con Juano Villafañe que le habíamos hecho una entrevista con Marvel. Le propongo participar del cruce y entre charla y charla fuimos encontrando el título. Juano. Otro gran poeta y otro gran editor de nombres justos a un evento en particular, terminó la conversa entre nos por encontrar este título “El Corpus epistolar de Pandemia”.
Tenía un material entre las manos exquisito. Lo sabía. Yo escribiendo desde la contemplación más enamorada de la naturaleza y ellos respondiendo desde la ciudad. No pasó mucho tiempo hasta que di, también gracias a una recomendación de Juano, con Ediciones en Danza, la editorial del Poesía que lleva adelante Javier Cofreces y su hija Constanza que es una gran laburante. De Ruda salió el diseño de tapa hecho por un colega que se llama Mercurio Sosa. Hermosa tapa, gran dibujo, un talentoso Mercurio.
SEGUIR LEYENDO