Daniel Divinsky está acostumbrado a que cuando lo entrevistan hablen de él como el “mítico editor”. También se lo llama “el editor de Mafalda”, aunque también lo es de Fontanarrosa, Rodolfo Walsh, y una larga lista más. Fue durante décadas editor de Ediciones de la Flor.
“Jorge Herralde, el ‘mítico editor’ de Anagrama, decía que el libro de un editor es su catálogo, y yo me enorgullezco de haber sido el editor elegido por Quino, también por Walsh y Fontanarrosa, y también de otros menos masivos pero que también me dio mucha alegría poder publicarlos”, comienza Divinsky.
—¿Qué es lo que hace que un editor sea bueno o malo?
—Si acierta es bueno, si no acierta es malísimo. No hay ningún criterio. En los grandes grupos editoriales se aplica el mercadeo, se hace una investigación sobre lo que los lectores están requiriendo. En una editorial mediana o pequeña, donde el dueño es el que tiene la decisión editorial, lo que funciona es la crítica del gusto, si algo te gusta lo publicás; existe la posibilidad de que haya dos mil tarados a los que les guste lo mismo que a vos, lo compren y posibiliten que uno siga editando otras cosas. Ahora con 500 personas alcanza, porque las tiradas son cada vez más chicas. También se hace edición por demanda, se imprimen los ejemplares a medida que alguien los va requiriendo.
—¿Vos cómo formás tu gusto, cómo aparecen las cosas que te gustan?
—De manera arbitraria, caprichosa, ecléctica. Precisamente uno de los problemas que tuvieron los militares cuando nos pusieron presos a disposición del Poder Ejecutivo durante la dictadura del 76 a mí, a mi ex compañera y mi socia, es que no tenían cómo encuadrarnos políticamente, porque la editorial publicaba a veces libros de críticas al trotskismo, que fueron prohibidos, o Falsos Pasaportes de Charles Plisnier, que fue asesinado por los soviéticos por ser trotskista. O sea que éramos inubicables. Ese eclecticismo puede ser peligroso.
—Pero leí que los metieron presos por un libro infantil.
—Sí. El libro era un libro para chicos que se llamaba Cinco dedos. No tenía un autor individual, sino que se definía como “Colectivo de libros para niños de Berlín”. Recordemos que en esa época Berlín estaba dividida entre las cuatro potencias ocupantes. Esta era una editorial de Berlín occidental, ni siquiera de la zona manejada por los soviéticos. Era una fábula totalmente inocente, ilustrada con muy poco texto. Era una versión de la fábula según la cual la unión hace la fuerza: cinco dedos de una mano estaban enemistados entre sí, y la otra mano los maltrataba. Después descubren que siendo cinco dedos de una misma mano, juntos forman un puño y así se defienden y triunfan. Que el hecho de que la mano atacante y vencida fuera verde y la mano vencedora fuera roja se consideró el colmo de la incitación de los niños a la subversión por un coronel neuquino que encontró el libro en su casa. La denuncia siguió su curso hasta que prohibieron el libro por decreto.
Ya en la dictadura de Onganía nos habían prohibido una novela de Alfredo Grassi que se llamaba Me tenés podrido, Argentina, por el título, porque el autor era un radical, periodista. En aquel momento apelamos la prohibición, recurrí a un abogado que redactó un recurso que yo presenté en la SIDE, y Lanusse revocó la prohibición del libro ,lo que demuestra su voluntad democrática. Cuando en el 77 se produce la prohibición de Cinco dedos, aquel abogado dijo que la situación política era distinta y no quiso firmar el recurso, así que como soy abogado lo firmé yo. La primera respuesta a esa apelación fue un decreto por el que nos ponían a disposición del Ejecutivo. El decreto se cumplimentó en condiciones de privilegio para la época, porque nos fueron a buscar con policías uniformados que se identificaron…
—Pensaba el riesgo que implica ser editor, que sólo se iba a perseguir a los autores…
—Fui yo que hice un cálculo equivocado. Yo pensé que cuando llegaran a nosotros ya iba a haber habido varias advertencias, y no, empezaron por nosotros, porque éramos inclasificables.
—¿Cuáles son las diferencias entre ser editor en una editorial grande y en una editorial chica?
—Al ser una editorial chica, hay una defensa permanente de los títulos que publicás, por afecto y por razones de supervivencia. Un editor portugués decía que un editor pequeño paga sus errores con su pan y su mantequilla, o sea, con su hambre. A un director editorial de un gran grupo le pueden tolerar uno, dos, cinco errores, hasta que lo echan.
—¿Y en la manera de trabajar?
—En los grandes grupos hay una manera más colectiva de tomar decisiones. En editoriales medianas o pequeñas hay una dirección editorial visible que toma todas las responsabilidades.
—¿Cómo pensás que es el vínculo entre los autores y los editores?
—Es un vínculo variopinto, porque depende de las personas o el tipo de vínculo. En un momento me llegó un original que se llamaba “Las marcas del frío”. Estaba muy mal escrito pero era absolutamente atrapante. Hablamos con el autor, Enrique Medina, camarógrafo de un canal de TV, le ofrecimos cambiarle el nombre por Las tumbas, y aceptó hacer un editing. Se convirtió en un suceso. Él tenía pactado lo que se acostumbraba en contratos de traducción, que era un 8% que después se subía a 10%. Nosotros se lo subimos a 15% cuando siguió vendiendo mucho, pero su espíritu un poco paranoico le hacía pensar que lo engañábamos en las tiradas, lo cual era un disparate, le pagábamos el doble de lo estipulado. Nos presentó una demanda, y finalmente terminó aceptando que estaba equivocado.
—¿Ves muchas diferencias en el mundo de la edición entre la época de los 70 y la actual?
—Hay diferencias cuantitativas. En el 67, cuando empezamos, la imprenta pasaba presupuesto por 3 mil ejemplares y millar adicional. Se hacían menos ejemplares de los libros de poesía, que se vendían menos. Ahora se hacen tiradas de 800 ejemplares y con la impresión por demanda se hacen 50 ejemplares más, y si el libro funciona se hacen 150 más. Los métodos de impresión más rápidos también influyeron en que no haya que arriesgar en tiradas grandes desde el comienzo. También tiene que ver con que los costos fijos se distribuyen entre menos cantidad de ejemplares, y en consecuencia los precios de los libros son más altos. También los grandes tanques editoriales disminuyeron las tiradas.
—¿El lugar social de la literatura cambió, se les da más lugar a las series?
—Depende de la edad, en gente de mi edad se lee, sobre todo.
—¿Volverías a ser editor?
—Sin ninguna duda. Discuto con García Márquez sobre cuál es el oficio más lindo del mundo.
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