Agustín Laje: “La cultura se ha vuelto muy aburrida y está totalmente dominada por la izquierda”

El autor de ‘La batalla cultural’ habló extensamente con Infobae durante su visita a la recièn terminada Feria Internacional del Libro de Bogotá

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Agustín Laje dio sus opiniones
Agustín Laje dio sus opiniones sobre algunos temas de coyuntura y presentó detalles de su nuevo libro. Crédito: María Andrea Torres Pachón.

El escritor y politólogo argentino Agustín Laje (Córdoba, Argentina, 1989) llenó el principal auditorio de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, con cientos de personas que hicieron fila durante hora para escuchar su charla; su libro La batalla cultural: reflexiones críticas para una nueva derecha se ubicó entre los títulos más vendidos del pasado encuentro literario colombiano y estuvo dictando charlas sin pausa ante escenarios repletos en Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira y Bucaramanga.

La página legal del texto, sin ninguna lisonja, dice:

“Todos los comentarios, ideas, descripciones y expresiones que aparecen en esta obra corresponden al autor y no son responsabilidad de la editorial ni representan necesariamente su punto de vista”.

Un lector avezado no necesitaría que le recuerden su responsabilidad de comprender lo que tiene entre las manos, analizarlo y tomar de él lo que le parezca constructivo o retador. Harper Collins tuvo que subrayar lo obvio para no meterse en problemas, aunque intuyen que los tendrán de todos modos.

A Agustín Laje le tomó unos siete años escribir el medio millar de páginas —incluidos sus extensos pies de página con citación latina— del libro que presentó en la FILBo 2022 y se vendió como pan caliente. Su forma de dar la batalla cultural desde la derecha es seguir estudiando, publicar libros como este e invitar a sus seguidores a que lo hagan también, así como retar a sus detractores a que lean el fruto de su esfuerzo y lo desmientan.

¿Por qué politizar la cultura hacia la derecha?

— Porque ya está politizada hacia la izquierda y ya se vuelve muy aburrida. Es aburrido cuando entrás a la Feria del Libro y todos los títulos son de izquierdas, cuando todo el lanzamiento de la derecha en el mundo de la literatura que ha habido este año creo que ha sido este libro y hay gente que lo esconde.

¿Por qué la derecha tiene que dar una batalla cultural? Porque la cultura se ha vuelto muy aburrida y está totalmente dominada por la izquierda. Es muy aburrido cuando en la cultura no hay debate y hoy no lo hay: lo han censurado con ese latiguillo, ese eslogan que ahora utilizan, que es el discurso de odio, que no es ni más ni menos que una vieja palabra que uno decía antes como herejía.

Entonces, cuando todo lo que la derecha dice es discurso de odio y cuando todo lo que la izquierda dice es discurso de amor, la cultura se vuelve muy aburrida.

Además, la derecha debería dar una batalla cultural porque la cultura es estructurante de la vida social y política. La cultura hoy está politizada porque se ha entendido que la cultura es un factor de poder. Nunca hemos vivido en un mundo tan abarrotado de cultura como hoy, ¡nunca!

Imaginate vos el gran camino que ha habido desde la imprenta en el siglo XVI, la máquina de Gutenberg, el cine a fines del siglo XIX, a radio a principios del siglo XX, la televisión a mediados del siglo XX, internet a fines del siglo XX y, en nuestro siglo, las redes sociales, la web 2.0 y próximamente el metaverso.

Entonces, hoy vivimos totalmente rodeados de un esquema de hipercomunicación, de infocracia, diría Byung-Chul Han, y de hipercultura, diría yo. ¡Vivimos en un mundo hipercultural! ¿Y qué pasa con la cultura? Bueno, que la cultura, en definitiva, son tus anteojos para ver la realidad.

El hombre no mira la realidad de forma directa: siempre se pone unos anteojos, que es lo que llamamos cultura. Esa forma en que vemos la realidad está mediada por nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestros valores, nuestras normas, nuestro lenguaje, nuestras historias, nuestros ritos, nuestros mitos.

La derecha siempre ha creído que eso era cuestión de hippies. Siempre ha pensado que eso de la cultura, los artistas, los músicos, los filósofos, las universidades, las facultades de humanidades, los antropólogos, los sociólogos, los politólogos, son todos hippies que hacen cosas intangibles que a nadie le interesan.

Pero esa gente es la que pone en marcha la cultura, mientras el empresario pone en marcha el capital. Ahora, la cultura se pone en marcha en otro lugar y la derecha se convierte en nueva derecha cuando entiende cabalmente eso.

En su libro hace una discusión sobre los alcances del término cultura; dice que ha crecido tanto que ya no significa nada. ¿Ahí no entraría a jugar el concepto de continuo? Es normal que un concepto, ya sea cultura o cualquier otro, empiece a crecer. ¿Por qué eso sería malo?

— Yo lo que digo es que el concepto de cultura empieza a dejar de significar algo concreto, sobre todo a partir de la noción antropológica de cultura, porque los antropólogos han entendido por cultura todo aquello que no depende de la herencia genética humana, que no depende de la biología, digamos así.

En ese sentido, cualquier cosa es cultura: esta mesa es cultura, este sillón es cultura, esa escalera mecánica es cultura. Entonces, ¿dónde no hay cultura? Ese árbol, incluso, ha estado mediado culturalmente porque hay alguien que va y que lo poda. Entonces, cuando cuando un concepto a mi juicio ya significa todo, capaz que significa nada.

No sé si tiene que ver con el término continuo, que yo no lo manejo, pero ojo: no es una crítica a la cultura lo que estoy diciendo, sino que estoy dando cuenta de cómo el concepto de cultura se ha vuelto tan crucial para nuestra sociedad hasta tal punto que hemos invadido todo de ese concepto.

Incluso hasta nuestro sexo lo hemos invadido de cultura: pasa a ser una construcción cultural y por eso lo hemos tenido que redefinir como género. Claro, a ver, yo no quiero decirte con esto que el sexo tuvo una época de pura naturaleza. ¡No, eso sería mentira! El hombre, el ser humano, es un animal y en ese sentido es biológico, pero es cultural: él mismo crea sus mismas condiciones de existencia.

Entonces, el problema actual es que estamos borrando esa parte animal del hombre en favor de una miopía o, mejor dicho, de una forma tuerta de ver las cosas, donde todo solamente es cultura. Esto es muy paradójico, porque en el mismo momento en que queremos salvar a la naturaleza, no somos capaces de ver la naturaleza en nosotros mismos.

¿Por qué para vos un concepto que pasa a significar todo todavía puede significar algo?

Más que llegar a significar algo, inclusive podría desaparecer, confundirse con el paisaje.

Bueno, eso está pasando con cultura. Cuando uno ve el arte contemporáneo, creo que es un reflejo de eso. Es decir, que yo vaya a un museo y que termine confundiendo una obra de arte con un montón de basura...

¿Como la señora que la barrió y no era?

— ¡Exacto, exacto, exacto! Bueno, ¿me vas a decir que ahí no hay una pérdida? Yo creo que hay una perdida. Vos le llamás una desaparición del concepto de cultura —¡y sí, claro!—, pero yo lo veo de una forma más trágica: para mí hay algo valioso que se pierde.

¿Qué se pierde? La posibilidad de contemplar algo bello. Entro en un museo y veo una cama desordenada, que tiene condones usados arriba y botellas de alcohol vacías. Encima, el mercado me la vende a cientos de miles de euros. Una cama desordenada es lo que yo veo todos los días cuando me levanto, solo que no tiene botellas de alcohol ni condones usados.

Viene todo un ejército de esnobs que hacen todo un esfuerzo para mantener su ethos de clase tratando de encontrar belleza en esa fealdad, para emparentarse con aquellos que la pueden percibir o pueden hacer una buena crítica a través de eso. Obviamente, a mí se me dirá ‘es que no estamos buscando hacer algo bello’. Bueno, yo tengo una idea distinta del arte. Creo que el arte no necesariamente tendría que ser bello, pero sí debería mover una pasión.

En fin, no quiero divagar más, pero creo que la desaparición del concepto, que viene de su hinchazón, es una pérdida a mi juicio, y se están perdiendo muchas cosas. Fijate que el mismo concepto cultura, en su acepción ilustrada, mantenía una jerarquía que incluso la escuela de Frankfurt la defendió. Estamos hablando de neo marxistas —o sea, fíjate cómo yo rescato cosas también de ellos—.

Adorno estaba desolado porque la la baja cultura y la alta cultura estaban borrando sus fronteras de demarcación. Entonces, para él había una pérdida. No es lo mismo un tipo de música que otro, no es lo mismo un tipo de libro que otro, no es lo mismo los libros de autoayuda best-seller de hoy que leer la Metafísica de Aristóteles, ¿qué sé yo?

Desde la perspectiva de la derecha, ¿qué es lo inculto y qué es lo kitsch?

— Lo kitsch es lo banal, lo frívolo, yo te diría. Lo acomodaticio, lo acelerado, lo que cambia conforme al sistema de la moda. Lo kitsch es un exceso y lo inculto es una falta. Lo inculto es la ausencia de un cultivo, del fruto de un cultivo. ¿Y cuáles son los frutos? El conocimiento, la voluntad, las buenas formas. Distinguir los gustos y después poder elegir el gusto que más te llega a vos, pero habiendo conocido.

Por ejemplo, a mí me gusta el punk. Alguien podría decir ‘eso es propio de un inculto’. Bueno, yo he podido cotejar con otros gustos y a mí me gustó eso. Yo no absolutizaría el gusto, por ejemplo, pero el gusto culto sí que parte de una voluntad en el gusto. Hay una inteligencia en el gusto.

Cuando el gusto es simplemente porque está, aparece y cambia así, rápido, en verdad no es gusto, es consumo. Es consumo del top 10 de los últimos hits del mes, que el próximo mes serán otros y el próximo mes me olvidaré de los anteriores, y cuando me pregunten cuál es mi banda de música favorita, no sabré ni qué decir.

Es lo que pasa hoy, es increíble. Mirá, yo no tengo muchos años —tengo 33—, pero chicos que están por debajo mío en edad, vos les preguntás cuál es su grupo de música o género favorito y no saben qué responder. Entonces, eso es consumo, eso no es gusto. Bueno, divagué un poco.

O sea, en las juventudes hay algo como liquidez...

— Sí, y esa liquidez es estructural. No es un efecto colateral, es estructural, es sistémica, el nivel de obsolescencia programada, tanto ideológica como técnica.

No solamente las cosas mueren porque técnicamente están programadas para dejar de funcionar, que es lo que habitualmente ocurre. Por ejemplo, un celular te empieza a descargar actualizaciones que están atentando contra tu dispositivo. O una laptop: cuando Windows empieza a actualizar, no te está dando algo nuevo sino que te está restando lo que ya tenías. Eso es obsolescencia técnica.

Ahora, también hay obsolescencia simbólica, que es cuando yo recambio tanto el sistema de moda, acelero tanto el juego serie modelo que puedo recambiar tu placard cuatro veces por año y puedo recambiar tu gusto de Spotify una vez por mes. Entonces, el gusto ahí ya no depende ni de una voluntad ni de una inteligencia, ni de una sensibilidad estética.

Insisto: tu sensibilidad estética puede estar en el reguetón, en el punk o en la música clásica, me da igual. El problema es que sea parte de una sensibilidad estética y no que sea porque se te ha metido en la cabeza a fuerza de que lo escuchás en todos lados sin cesar durante ese mes.

Las canciones sabemos que hoy las hacen algorítmicamente. En vez de cultura, que el cultivo es un esfuerzo humano, tenemos máquinas que calculan algorítmicamente cuál combinación de notas es más adictiva para el ser humano, se le pegaría más. Hasta tal punto ha avanzado la tecnificación y la algoritmización de lo estético y del gusto que yo no creo que podamos seguir hablando de gustos. Ahí es donde la cultura desaparece.

Entonces, ahí tenemos un paquete. A ver, fijate que en Asia hay unos fenómenos muy interesantes que son hologramas de anime que salen a bailar y cantar, y está repleto el estadio de asiáticos encantados, ya no con un artista sino con una computadora que está haciendo de holograma. Por no hablar del mundo de los deportes, donde estamos mirando ahora a través de transmisiones de grandes canales, que todos conocemos, videojuegos donde no juegan personas, sino muñequitos de la computadora. Ahí hay una pérdida atroz.

En La batalla cultural abordaste el tema del ocio. En sitios como Estados Unidos, por ejemplo, el hispanohablante no tiene mucho tiempo para leer porque está muy ocupado sobreviviendo. Entonces, ¿cómo se puede hacer una batalla fuerte desde la derecha teniendo en cuenta que ya la gente no tiene ocio para cultivarse?

— Es que yo disiento con vos. No creo que no tengan tiempo: es que ellos racionalizan su pereza diciendo que no tienen tiempo. Bueno, yo he trabajado en Estados Unidos limpiando hoteles y he trabajado hasta 16 horas por día, con lo cual sé lo que significa trabajar mucho.

Aún así, yo escribí El libro negro de la nueva izquierda en esas condiciones. Yo salía de trabajar, me iba a un bar, me pedía una hamburguesa con papas fritas, me tomaba una cerveza, iba con mi computadora y con mis libros de Judith Butler —que no son muy fáciles de leer tampoco—, y leía, y después me iba a dormir y después empezaba el día de nuevo.

Es un tema de cómo administrás tus horarios. A ver, vamos a hacer una operación muy simple; el día tiene 24 horas y una jornada laboral es de ocho horas. Voy a ser muy bueno: te voy a dar ocho horas para dormir —la gente habitualmente duerme menos—. Te quedaron ocho horas libres.

Yo entiendo que en esas ocho horas vos tenés que ir al baño, bañarte, hacer la comida, llevar a los hijos al colegio, buscarlos a los hijos del colegio, ¿pero eso te consume ocho horas de verdad? ¿Cuántas horas estás mirando Netflix? ¿Cuántos capítulos te ves por día? ¿Cuántas horas estás deslizando el dedo en tu celular mirando vídeos de Instagram o de Tik Tok?

Te voy a dar un dato totalmente objetivo: los últimos estudios indican que el promedio de uso de redes sociales en América Latina es de 3 horas 43 minutos. Es adictivo, está armado para eso: para que vos no puedas dejar de mover tu dedo para arriba y para abajo.

Entonces, yo no creo que sea un tema de tiempo. Más aún, la automatización de muchas cosas que antes hacíamos de otra manera nos han liberado de tiempo: hacer trámites por Internet, mandar un mail en vez de ir a mandar una carta, o hacer una videollamada en vez de una reunión. La tecnología nos ha liberado de tiempo.

Antes, además de trabajar, los hombres tenían que ir a hacer sus trámites burocráticos a una oficina gubernamental, tenían que escribir una carta y mandarla en un correo, yendo caminando hacia un buzón; tenían que hacer sus reuniones presenciales y perder tiempo en ello, caminando o yendo en un caballo. ¿Cómo es que esos hombres leían tanto y nosotros tan poco?

Te pongo un ejemplo súper interesante, que es el debate que hubo entre un juez de apellido Douglas y Lincoln. Este debate duró ocho horas y la gente iba a verlo, ¡un debate político de ocho horas! Hoy queremos que los debates tengan turnos de un minuto para explicarnos la política internacional de los Estados Unidos de Donald Trump o de Joe Biden. Entonces, no es un problema realmente el tiempo; es cómo estamos usándolo.

Por supuesto, la derecha tiene un gran problema, que ha sido su ausencia en el mundo de la cultura. Para ingresar en él, uno necesita hacerse amigo de los libros. Uno no va cultivarse mirando Tik Tok ni mirando las tendencias de Twitter o aprendiendo a través de YouTube.

Son los libros —esto está confirmado neurocientíficamente— los que activan distintos procesos intelectuales que la pantalla no va a activar en nosotros. Mi llamado —casi que desesperado— es a que las personas organicen su tiempo para poder, aunque sea, leer una hora por día.

¿Cómo convencer a las personas más empobrecidas de tomarse ese tiempo, o cómo educarlas para eso?

— Las personas más empobrecidas tienen poco para darles a sus hijos en términos materiales. Por lo tanto, son las que más les dan en términos simbólicos.

Si yo soy un millonario, a mi hijo le voy a poner una niñera, lo voy a mandar a un colegio bilingüe, voy a comprarme su cariño con una PlayStation último modelo, le voy a comprar su primer automóvil cuando tenga 16 años y lo voy a subir a un avión para que se vaya de vacaciones con sus amigos a Miami. Así compran a sus hijos generalmente las personas que tienen dinero.

Las personas que no tienen dinero no pueden darles nada de eso a sus hijos y terminan haciendo lo que realmente un padre o una madre de familia tienen que hacer. Lo más preciado que le puedes dar a tu hijo es lo que la sociología llama socialización, que es enseñarle a vivir en este mundo. Vos, como padre, no tu niñera, ni el cartoon que les pusiste en la televisión para sacártelos de encima, o el jueguito de la PlayStation.

Entonces, pasa algo: el padre o la madre que no tiene recursos materiales para darle a sus hijos, pero que puede darle lo más importante de todo, que son sus recursos simbólicos, necesitan educarse ellos para poder tener algo que dar. Yo no puedo dar algo que no tengo. Yo no puedo darte a vos un millón de dólares porque sencillamente no los tengo. Un padre o una madre que no tienen educación, que no han desarrollado su voluntad y su inteligencia porque no se han amigado con los libros, poco de esto podrán darle a sus hijos también.

Un libro es algo barato, no es un automóvil, ni un viaje a un hotel de cinco estrellas en Miami, ni una PlayStation. Un libro en una casa de segunda mano te puede salir a cuatro, cinco, seis, siete dólares —es que yo vengo con el peso argentino, que está muy devaluado, entonces quizás allá es más barato todavía—.

A ver, yo entiendo que hay gente que ni siquiera tiene para comprar un libro, evidentemente. Pero quizás esa gente que sí tiene para comprarse un televisor y que eligió comprarlo y suscribirse a Netflix y a Spotify, pudo haber usado esa plata en un libro, y ese libro podría haber generado un momento familiar de encuentro muy distinto al que puede generar Netflix, donde nos sentamos en un sillón, nos callamos la boca y escuchamos qué nos dice la pantalla.

Un libro lo podemos leer en familia, lo podemos discutir en familia, se puede generar una dinámica que cultiva a la familia. Eso hoy es accesible prácticamente a todas las clases sociales. El tema es que uno tiene que hacerlo, pero en una cultura de la pantalla que ha abandonado la cultura del texto, como la que vivimos hoy, es revolucionario, es subversivo. Depende de que uno tome conciencia y diga ‘vamos a darle a la familia esto’.

¿Qué cree que pasará si una persona de izquierdas lee La batalla cultural?

— Si lo leen con honestidad intelectual y desprejuiciadamente, yo creo que les gustaría mucho. Para empezar, la mitad o más de los autores que yo utilizo para escribir ese libro son de izquierdas. Partamos por ahí: ellos van a reconocer muchos nombres y muchos filósofos en este texto.

En segundo lugar, porque la batalla cultural es un término que viene de las izquierdas. Es un término totalmente gramsciano, el con lo cual ellos van a tener una intuición de que lo que están leyendo tiene también que ver con ellos. Se van a sentir casi que como en casa, te diría.

Ahora, claro: yo escribo desde las derechas, no oculto mis preferencias políticas y lo digo desde la misma introducción. Entonces, en el último capítulo, sobre todo, una persona de izquierdas va a ver cómo yo leo a la vieja derecha y cómo interpreto que debería ser una nueva derecha. Ahí sí, por supuesto que puede decir ‘uf, este tipo está queriendo elaborar algo que a mí no me gusta. La consecuencia política de este libro a mí no me gusta’.

No leamos los libros solo por sus consecuencias políticas, que en este caso yo quiero tener la honestidad intelectual de afirmarla de manera explícita; leámoslos también por su contenido.

Por ejemplo, a mí no me gusta la consecuencia política de un libro como Vigilar y castigar, de Michel Foucault, pero me gusta su contenido. Me parece que es sumamente valioso e interesante: elaboró una teoría del poder que ha determinado la filosofía política contemporánea de los últimos años. Tampoco me gustan las consecuencias políticas de los textos de Deleuze, pero el contenido me parece fascinante, por más que no esté de acuerdo.

Entonces, creo que es parte de la inteligencia saber separar un poco las cosas y poder valorar a los libros más allá de las consecuencias políticas que su autor busca —en este caso, de forma explícita—.

¿Por qué una persona de derecha debería leer La batalla cultural?

— Para formarse. Para utilizarlo como un material de estudio que le permita entender qué es eso que está escuchando todo el tiempo de la batalla cultural y que nadie le dijo hasta ahora qué era. Fijate: todas las derechas están hablando de ella pero nadie sabe muy bien de lo que está hablando. Leer este libro te permite saber de qué hablamos o qué debería significar una batalla cultural en el marco de una teoría política, que es lo que yo trato de articular allí.

A una persona de derechas también le va a permitir saber qué significa ser de derechas, cosa que siempre está en la nebulosa. Siempre hay muchos problemas para definir qué es la derecha y qué es la izquierda; no le pasa solamente al hombre común, sino también a la filosofía política.

Por ejemplo, Norberto Bobbio ha escrito Derecha e izquierda, un libro fabuloso, pero que se ha quedado corto en decirnos qué era la izquierda y qué era la derecha. Es una discusión muy difícil, pero que le va a permitir al lector de derechas poder ponerle palabras a lo que él piensa y a su identidad.

San Agustín decía “yo sé lo que es el tiempo, pero cuando me preguntan y me piden que diga qué es el tiempo, ya no lo sé”. Eso pasa con las personas de derechas: yo sé lo que es la derecha hasta que me preguntan qué es la derecha. Bueno, este libro te va a dar muchas respuestas sobre eso. Además, como tiene un objetivo político claro y explícito, te va a dar herramientas para entender por dónde puede pasar una articulación de nuevas derechas en el mundo actual.

“Lo peor de Colombia”

Menos de diez minutos después de salir de esta entrevista, el polémico escritor retó a un debate a la candidata vicepresidencial del izquierdista Pacto Histórico, Francia Márquez Mina, a través de su cuenta de Twitter.

El escritor retó a la
El escritor retó a la candidata vicepresidencial del Pacto Histórico a un debate.

Cuando se le preguntó durante la conversación sobre la aspirante a la Vicepresidencia colombiana, ganadora del premio Goldman, quien también entró en la lista Forbes de las 50 mujeres más influyentes del país, dijo de forma implacable —pero con una risa tímida— lo que pensaba de su forma de hacer política:

“¡Ay, lo peor de Colombia! Porque ella anda con toda esa agenda progresista radicalizada. Está constantemente tratando de generar el conflicto entre razas, entre géneros, entre los sexos. Ella depende mucho de la interseccionalidad como ideología política, donde prácticamente se plantea que acá hay una pirámide de víctimas y uno termina peleando para ver quién es más víctima que quién.

Una mujer blanca es víctima respecto de un hombre blanco, pero una mujer blanca es opresora respecto de una mujer negra, pero esa mujer negra es opresora respecto del trans autopercibido mujer de color negro. Es un absurdo que busca estar constantemente metiendo la cuña y el conflicto, llevando la dialéctica opresor-oprimido a todos los ámbitos de la vida individual y social. Para mí es lo peor que hay, hasta no sé si es peor que Petro”.

Laje tenía mucho para decir sobre lo que representa el exalcalde de Bogotá y líder actual de las encuestas. “Es un socialista populista, muy parecido a López Obrador; el típico socialista que ha estado durante muchos años representando las izquierdas tradicionales y perdiendo una y otra vez, hasta que le ha llegado el momento de ganar.

El problema con esos personajes es que después no te los podés sacar de encima; te tenés que acostumbrar a vivir con ellos en el poder. Es muy difícil, porque son muy astutos para utilizar el sistema democrático e ingresar al poder. Ellos suben con una escalera y la tiran cuando llegan al poder.

Eso es lo que nos ha pasado en Argentina. El Gobierno más largo de la historia argentina fue del kirchnerismo: doce años entre Néstor y Cristina Kirchner, ¡y ahora han vuelto cuatro años más! Fijate, ¡no te los sacás de encima!

El caso del moralismo en Bolivia es lo mismo: ¿hace cuántos años está Evo Morales o sus delfines en el poder? Incluso después de haber hecho fraude confirmado por OEA, incluso después de haber violentado la Constitución que el propio Morales redactó para su país —que no le permitía reelegirse—, y aun después de haber saltado su propio sistema electoral, metiendo fraude, los tenemos de nuevo gobernando.

Eso, por no mencionar el ejemplo más típico, que es el venezolano. El chavismo es un proyecto que desde los 90 hasta el año 2022 nos acompaña en la figura de Nicolás Maduro. A esa gente no te la podés sacar de encima una vez que entra. Ese es el gran peligro de Petro: no es simplemente su ideología política, sino que esa gente se eternice en el poder”.

Dos candidatos de derecha

Hablando de reparticiones de poder, en 1956 se firmó en Colombia el Pacto de Benidorm, con el fin de reorganizar el país tras la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Los dos partidos tradicionales acordaron turnarse la presidencia y repartirse el gabinete durante cuatro periodos constitucionales.

Ese periodo se llamó Frente Nacional y fue respetado íntegramente por ambos partidos. El último turno le correspondió al conservador Misael Pastrana Borrero, quien se enfrentó en elecciones a Rojas Pinilla —devenido en activista político para entonces— el 19 de abril de 1970. Luego de que el general denunciara un fraude en las elecciones, se creó en 1974 el Movimiento 19 de abril (M-19), grupo insurgente al cual perteneció Gustavo Petro.

Uno de los firmantes del Pacto de Benidorm fue el polémico conservador bogotano Laureano Gómez, quien asumió la presidencia durante un año, cayó enfermo los dos años siguientes y quiso retomar su mandato cuando se recuperó. En ese momento ocurrió el golpe de estado de Rojas Pinilla.

Uno de los hijos de Laureano fue Álvaro Gómez Hurtado, copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente —con el liberal Horacio Serpa y el exguerrillero del M-19 Antonio Navarro Wolff—, creador del Movimiento de Salvación Nacional (MSN) y tres veces candidato presidencial. Sobrevivió a la sangrienta campaña presidencial de 1990, pero fue asesinado en 1995 en Bogotá, frente a la universidad que había creado y en la cual dictaba clases.

Las banderas del acuerdo sobre lo fundamental fueron recogidas por el nieto de Laureano y sobrino de Álvaro, Enrique Gómez Martínez, quien resucitó la personería jurídica del MSN y hoy está aspirando a la presidencia. Aunque es la cabeza del partido alvarista, algunas personas lo han calificado de laureanista, con la carga social que eso implica.

Agustín dijo que conoce poco a Enrique Gómez, “porque solamente pude saludarlo en una conferencia que yo di hace algunos meses. Si mal no recuerdo, fue el mes de noviembre del año pasado, aquí en Bogotá. Él fue uno de los asistentes. Estrechamos manos y nos saludamos en una cuestión de diez segundos.

Hasta donde entiendo, las coincidencias en las ideas políticas también sería muy significativa, pero ahí tendría que estudiar un poco más cuáles son sus propuestas —que yo sí he podido hablarlas, por ejemplo, con John Milton Rodríguez—. Con Gómez no hemos podido hacerlo todavía, pero quizás lo encuentre a él también en Medellín, así que ahí tendré oportunidad de dialogar con él”.

Justamente eso ocurrió el pasado 3 de mayo. Gómez llegó al encuentro de Laje con una copia de El cuadrilátero, el libro de Laureano que recoge reseñas bibliográficas de Stalin, Hitler, Mussolini y Gandhi. También discutió con él lo que considera el deporte latinoamericano: votar mal.

Otra cara visible de la derecha en Colombia es la de las iglesias protestantes. Estos cultos, al igual que las costumbres de las más de ochenta comunidades étnicas del país, fueron activamente estigmatizados por el catolicismo hasta cuando Colombia se promulgó laica en 1991, en la misma carta política que Gómez Hurtado ayudó a hacer.

En estos casi 31 años de laicismo, las iglesias cristianas no católicas han crecido significativamente en el país, y con ellas sus brazos políticos. Dos de los partidos cristianos más reconocidos, el Movimiento Independiente de Renovación Absoluta (MIRA) y Colombia Justa Libres, crearon la primera coalición política de corte religioso para defender sus intereses como bancada ante el Congreso de la República: Colombia Nos Une, que logró cinco escaños.

A este último partido pertenece el pastor caleño John Milton Rodríguez, líder de la iglesia Misión Paz, actual senador y candidato a la presidencia —muy a pesar de Ricardo Arias, líder de Colombia Justa Libres, que sintió usurpada su propia aspiración y ha hecho de todo ante el Consejo Nacional Electoral para revocar la de Rodríguez—.

“Mirá: yo a John Milton lo he conocido desde hace algunos años ya. De hecho, me he cruzado con él, curiosamente no en Colombia, sino en otros países, en eventos donde él también era uno de los invitados. Tengo una buena opinión hasta donde yo lo conozco, que como te digo, lo he cruzado en eventos y ahora voy a verlo en Cali. Lo que he podido conversar con él, políticamente, entiendo que sus ideas políticas se ajustan bastante a las mías.

Yo soy católico y él es evangélico. O sea, en términos religiosos, no vamos a la misma iglesia, pero él es una persona que defiende la libertad de mercado, un estado reducido, un estado que no se meta en la vida de las familias, que la educación de los niños no apunte a estar metiendo temas controvertidos constantemente. Es una persona que está a favor de la vida desde la concepción misma. Entonces, yo tengo un grado de coincidencia en el asunto de las ideas políticas más que importante”.

Sobre las dos vueltas presidenciales

Un par de personajes de la derecha colombiana, la cristiana Aydeé Lizarazo y el conservador David Barguil, hicieron parte de la consulta interpartidista del Equipo por Colombia, una coalición pensada para contrarrestar a Petro a todo precio. Después del 13 de marzo, ambos se unieron a la campaña del exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez, ganador de la consulta. Lo mismo hicieron los militantes de sus respectivos partidos, la dirección del Liberal y hasta el Centro Democrático.

Laje repara en que el uribismo ya no es quien lidera el país y, probablemente, no lo va a hacer más: “Yo soy una persona de derechas. Entonces, todo lo que se diluye al centro ya para mí pierde interés. El caso de Fico también tiene una impronta muy globalista: es el típico demoliberal tecnócrata, entusiasmado con lo que se dice en el Foro Económico Mundial, que piensa que es un gran acontecimiento traer a un sujeto como Klaus Schwab, por decir algo. Es un tipo muy recostado en esas élites internacionales que yo deploro, entonces no me entusiasma”.

Una opinión similar baraja de candidatos como Rodolfo Hernández, de la Liga Anticorrupción; Sergio Fajardo, de la Coalición Centro Esperanza, e Íngrid Betancourt, del resucitado partido Verde Oxígeno.

Del ingeniero opina que “es un globalista, ha levantado las banderas de la ideología de género y lo veo muy prepotente, además; pero sin mucho contenido”; del matemático afirmó que es ”un globalista también de lo peor, amigo de la familia Soros, totalmente aliado de estas agendas de género, aborto, LGBT, feminismo, temas ambientalistas radicalizados; celebro que le haya ido tan mal”. A Íngrid Betancourt también la percibe como una persona de centro, que “no me genera ningún entusiasmo político”.

Aunque Agustín ha aceptado que lo más probable es una segunda vuelta entre Petro y Fico —y que prefiere que el paisa gane en ese escenario—, lamenta que “la gente está demasiado atemorizada por la posibilidad de Petro, porque creo que eso les va a restar, lamentablemente, la posibilidad de medir sus fuerzas a estas personas que estamos mencionando.

La ciencia política habla de voto expresivo y de voto estratégico. A la gente ahora se le está tratando de meter en la cabeza que si no vota por Fico gana Petro, pero ese es un escenario de segunda vuelta. En la primera vuelta, la gente puede elaborar un voto expresivo.

Gómez y John Milton tampoco es que vayan a juntar tantos votos en las elecciones, pero sí que se está haciendo una buena campaña en este momento para explicarle a la gente que en la primera vuelta no gana Petro y que tiene la posibilidad de votar a quien realmente le gusta”.

Agustín Laje hablando sobre temas
Agustín Laje hablando sobre temas coyunturales del país. Crédito: María Andrea Torres Pachón.

Aborto, autodeterminación y acuerdos con micos

En algunos círculos académicos y sociales no se explican cómo una figura como Agustín Laje tiene tanta capacidad de convocatoria; él cree que esas personas ya tienen suficientes referentes. Es fácil que la cámara de eco causada por los algoritmos de las redes sociales difumine la existencia de los conservadores, pero allí siguen.

En las filas para las conferencias se vieron hermosas y femeninas mujeres de cabellos y faldas largas, varones con crucifijos y camisas fajadas, familias tradicionales que sienten amenazado su sentido de la cotidianidad, y muchachos que colgaron la bandera de Gadsden en el cuarto antes de que les espesara la barba y les cambiara la voz.

Al canal de YouTube, los libros y las conferencias de Laje acuden personas que quieren llenarse de motivos. De forma específica, dar soporte teórico —y con ello, algo de lustre— a sus posturas y creencias personales, censuradas y polemizadas por un sector de la sociedad, pero no saben bien cómo empezar.

Quieren saber qué y cómo responder cuando otras personas, o ellos mismos, los confronten. También necesitan la seguridad de que no son los únicos que defienden ciertos ideales: al ver otras caras se sienten en comunidad y satisfacen esa necesidad humana del respaldo colectivo, aun cuando muchos de ellos son partidarios de la individualidad.

Estas son las opiniones del politólogo argentino sobre tres temas de coyuntura nacional: la decisión de la Corte Constitucional sobre despenalizar el aborto hasta la semana 24 de gestación, la nueva posibilidad de los colombianos para cambiar el componente sexo con opciones no binarias en su documento de identidad y la efectividad de los acuerdos de paz.

• Despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación

Simplemente se está respondiendo a una orden que viene de arriba. Eso no depende del pueblo colombiano, como el aborto en Argentina no ha dependido del pueblo argentino, ni ha dependido del pueblo mexicano en los estados donde se está legalizando. Hay órdenes expresas de Naciones Unidas de que el aborto se tiene que legalizar en todas partes.

Eso es parte, no solamente de acuerdos establecidos en 1994, en el marco de la Conferencia sobre Población y Desarrollo del Cairo, donde ya se le pide a todos los Estados legalizar la interrupción del embarazo a más tardar al año 2015, sino que también es parte de la Agenda 2030 de la ONU, que tiene 17 objetivos y en tres de ellos encontramos la legalización del aborto.

Entonces, ¿a qué responde la legalización del aborto hoy? No responde al pañuelo verde. No es cierto que la movilización feminista haya tenido el poder como para flanquear de patriarcado de los jueces, ni los legisladores en el caso argentino. No es cierto que esto tenga que ver con con la salud ni los derechos de la mujer. Esto tiene que ver con una cosa que se llama control de la natalidad.

Esa es la verdad, la quiere mirar quien la mire. No es una teoría de la conspiración. Esto está en documentos públicos, tanto de Naciones Unidas como de los Estados Unidos, como del Grupo de Roma, como de la Fundación Rockefeller, como de la Fundación Open Society, como de la familia Gates, que ha hablado públicamente sin ningún tapujo sobre la necesidad de controlar la cantidad de gente que nace en el mundo. ¡Oh, casualidad! El aborto ha sido considerado uno de los métodos más eficientes para disminuir la natalidad.

Yo leo de esa manera la decisión de la Corte en Colombia y las que se han tomado en el resto de los países, al mismo tiempo, durante la pandemia. ¡Qué interesante, digo! ¿Por qué durante la pandemia? Bueno, la propia ONU te lo dice en su Agenda 2030, cuando textualmente escribe lo siguiente: ‘Hay que aprovechar los momentos de la pandemia para radicalizar puntos de esta agenda que en estos momentos, por la maleabilidad de lo social, se nos permite’.

¿Por qué todo esto pasó al mismo tiempo? ¿Porque el movimiento feminista se manifestó más este año que el anterior? ¡No, si la lucha por el aborto viene desde hace décadas! Es decir, el movimiento feminista con el tema del aborto no es algo de este año, ni del anterior, ni del antepasado: es algo que viene desde hace mucho tiempo. Lo que pasa es que ahora se ha conjugado con intereses políticos mayores.

Agustín Laje hablando sobre 'La
Agustín Laje hablando sobre 'La batalla cultural'. Crédito: María Andrea Torres Pachón.

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• Permiso para cambiar el componente sexo en la cédula de ciudadanía en identidades trans y no binarias

Que la autopercepción de la persona es un derecho, pero no es fuente de obligación para los demás. ¿Qué significa que sea un derecho? Pues, que yo tengo derecho a autopercibirme como yo quiero sin que alguien venga a agredirme por eso, a meterme preso por eso, a ponerme una multa por eso. Un transgénero, un transexual o un travesti, que no son lo mismo, tienen todo el derecho de autopercibirse y hacerse la cirugía que ellos quieran o ponerse la ropa que quieran. Yo estoy totalmente a favor de eso.

Eso no significa engendrar la obligación en los demás de compartir esa autopercepción. Cuando el Estado reconoce que en el ámbito de la sexualidad lo que define tu identidad sexual es tu autopercepción, eso trae un riesgo enorme y muchas injusticias para el resto de la población. El Estado, cuando reconoce la autopercepción de la persona, está imponiendo una obligación sobre los demás.

Te pongo el ejemplo del deporte femenino. Si a mí me han reconocido como mujer o como no binario, como vos quieras ponerle, ¿por qué no puedo ingresar en un deporte femenino y competir con mujeres en el fútbol o en una liga de natación y ganar yo, como hombre, la medalla de oro y batir el récord histórico de la liga femenina de natación —como pasó en Estados Unidos hace muy poco—, o en levantamiento de peso en los Juegos Olímpicos de Tokio —como pasó recientemente—?

Te pongo casos más extremos. Supongamos que yo cometí un crimen, voy preso y digo ‘oiga, sí, pero yo me autopercibo mujer y el Estado ha asumido que mi identidad sexual depende de mi identidad de género, que depende su vez de mi autopercepción. Por lo tanto, yo sería frente al Estado — y, por lo tanto, a la sociedad— una mujer: métanme en una cárcel con mujeres’.

Sin ir más lejos, eso ha pasado en mi ciudad, en Córdoba: alguien que estaba en prisión por violencia de género dijo que en verdad era una mujer y entró en una celda con mujeres; terminó violentándolas y dejó embarazada a una.

Esto está pasando en Estados Unidos, Inglaterra y Costa Rica. Hubo un caso de un famoso travesti que fue preso y, como su identidad frente al Estado era la de una mujer, terminó en la cárcel de mujeres y con un garrote vapuleó a una presa e intentó violarla. Entonces, esto no es ciencia ficción, estas son consecuencias reales que tiene las ideologías.

Acuerdo de paz y su implementación

El acuerdo de paz ha sido la pieza clave de la agenda globalista en Colombia. No por nada el mismo acuerdo de paz estaba inundado de asuntos de género y la gente se preguntaba: si estamos negociando la paz, ¿qué tiene que ver esto con poner políticas de género? Eso es una discusión que tiene que hacerse en otro ámbito.

No, era un paquete entero que venía allí y, de hecho, en gran medida fue por eso que se rechazó el referendo. Después, al buen modo del autoritario, Santos lo tuvo que mandar con sus lacayos políticos del Congreso, cuando en verdad había llamado a un referendo público donde su posición perdió.

Pero después, ¿quién lo premió a Santos? Lo premió el globalismo con un premio Nobel de la Paz. Esto fue el año 2016; hoy estamos en el 2022. Yo no voy a darte ninguna opinión; quisiera, más bien preguntarles a los colombianos: ¿hay paz en Colombia hoy? Porque, si la respuesta es negativa, ese acuerdo de paz fue una pantomima para meter en Colombia otras cosas.

Antes de ayer vi un video de una guerrilla que entró a los tiros dentro de un colegio y todos terminaron en el suelo. Es una cosa de locos. ¿Santos se merecía ese Premio Nobel de la Paz? Lo dejo ahí en pregunta. No me extenderé ahí porque ustedes son colombianos, van a saber mejor que yo.

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