“El libro surge como desafío personal a partir de que mi mamá se empieza a olvidar. Y como su vida también es mi vida, me genera el desafío de reconstruir y enriquecer nuestro vínculo a partir de esa tensión entre el olvido, ir perdiendo la memoria, y los recuerdos. Y de mi lado, ver que esas cosas que se va olvidando mamá forman parte también de mi vida”, cuenta Carlos Balmaceda, secretario de Cultura marplatense y autor de Mi mamá y Stephen Hawking, en diálogo con Belén Marinone.
“Obviamente hubo un momento de angustia filial, lo que pasa cuando las personas que amamos dejan de ser las personas que conocemos. Y como escritor, el desafío de simbolizar el dolor, la angustia, y sobre todo la esperanza: cómo puede surgir un punto de contacto entre mi mamá y yo, y cómo ese punto puede ser una práctica activa que me genere la esperanza de mantener un vínculo amoroso”.
—¿Por qué el título del libro?
Stephen Hawking tenía una teoría sobre los agujeros negros. La física dice que si dos partículas en algún momento estuvieron vinculadas, pase lo que pase, van a seguir conectadas, aunque una caiga en un agujero negro. Esto lo tomo como metáfora de la conexión amorosa; mientras se mantenga un hilo de conexión entre mi mamá y yo, esa relación va a seguir para siempre. Entonces, ¿cómo reconstruir esa relación? A partir del convencimiento de que la mínima conexión amorosa permite otro tipo de conexiones. Ahí empezó un diálogo con mamá, que es lo que pasa cuando la visito, que es lo que cuento en el libro, y cómo funciona esa tensión entre la memoria y el olvido.
—¿Cuál fue el punto de quiebre, el momento en que te diste cuenta de que había que hacer algo?
—En general son procesos. Los olvidos se van profundizando, y la memoria juega con trampas. Pero un momento ella perdió fuertemente la noción de la realidad, decenas de llamados con la misma pregunta en un mismo día, el olvido metódico, una estufa prendida a muchísima temperatura, una tostada que quedó en el tostador y se quemó… señales que son muy claras de que algo pasa. Lo primero que hicimos fue una consulta médica, de la que surge el diagnóstico. Y ahí hubo que tomar decisiones. Hay un punto de la enfermedad en que la persona ya no tiene autonomía cognitiva. Ahí empezó otro proceso que es el de la institucionalización, dónde iba a vivir ella; fue un proceso emocional para todos.
—Cuando escuchás que el médico dice que la memoria se hunde en un agujero negro, ¿cuál fue tu primer pensamiento?
—Me pasé varias noches pensando qué hacer con esa situación, y ahí es cuando aparece como juego de metáfora la imagen de Hawking, que dice que si pasa algo con un agujero negro siempre hay una salida. Y la salida es la esperanza pero también una relación de estimulación cognitiva, de diálogo, reconstrucción. En el libro uso distintas herramientas narrativas, memoria y elementos de ficción. Porque la memoria también es ficcional, recordamos cosas que no existieron. La memoria nos juega sus trampas, reconstruimos los recuerdos en base a episodios que creemos reales. Cuento los encuentros, qué recordamos, cómo estimulo su memoria a partir de episodios del pasado. El Alzeimer hace que la gente se olvide el presente y recuerde mucho de períodos más lejanos, entonces cómo rellenar ese presente. Voy contando qué pasa con la memoria y la emoción, como reconstruimos solos y con los demás, cómo influye la memoria colectiva en la memoria personal. ¿Y si lo que se recuerda no es verdad? Por eso también apelo al diálogo con filósofos, artistas, uso cuadros, canciones, que permiten hacer evocaciones y reconstruir nuestro pasado. Esto lo explica la neurociencia, donde me sumergí para entender qué pasaba con la memoria de papá, con mi memoria y con esos recuerdos.
—¿Cuál fue el recuerdo de ella que más te impactó o que no conocías que te quedó guardado y que fue diferente?
—Los recuerdos de ella con mi papá. Cuando él se fue, hace unos años, la ultima noche tuvimos un diálogo en que él contó episodios de su juventud que yo no conocía. Me quedé asombrado y los registré. Cuando mamá contaba sus primeros encuentros con papá, me di cuenta de que sabemos muy poco de nuestros padres. Cuál fue la primera película que fueron a ver (que la encontré en internet y se la llevé para que la viera), qué música escuchaban, su relación con papá; ella contó también su infancia. A partir de este diálogo se empezó a construir una historia de ella que también era la mía, y yo la voy contando en el libro también. Las historias de inmigrantes parecen historias de aventuras cargadas de fantasías, esos episodios son los que mas asombraron.
—¿Cuánto tiempo tuviste esos encuentros con tu mamá para registrar lo que contás en el libro? ¿Cómo registrabas estas conversaciones?
—Yo empecé a tomar nota. Hace cinco años empecé a publicar en Clarín, a raíz de la muerte de Hawking, yo contaba que gracias a él había logrado conectarme con mi mamá. Después de eso me invitaron a inaugurar un congreso de psiquiatría hablando de la ficción y la intangibilidad de la memoria, luego en un encuentro de neurociencia hablé sobre cómo se construye la ficción narrativa y cómo se construye la memoria. Después de esas notas vino la idea del libro, cuyos derechos fueron donados a una institución que trabaja con familiares y enfermos de Alzheimer.
—¿Qué le dirías a alguien que atraviesa una situación similar?
—Que no se rinda, que hay posibilidad de conexión amorosa, en un diálogo, en lo sensorial, una caricia, en recordar juntos, rellenar vacíos de memoria con la emotividad como sustento de la memoria. Al revivir esa emoción, una mirada, un perfume, sensaciones que nos despiertan recuerdos. Lo que ayuda a recordar siempre vale.
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