Graciosamente, le contestó: “Se necesita otro tipo de harina para hacer ñoquis”.
Allí encontraba momentos de serenidad. Conversaba humildemente con los jóvenes sacerdotes, con las monjas, con el personal del hotel. En una ocasión le pidieron que hablara sobre su encuentro con la vidente de Fátima. Luciani dijo que, después de esa entrevista, se sintió abrumado y profundamente cambiado. Y a quienes le pedían una predicción sobre el próximo papa, él les aseguraba que sería un extranjero. Por aquellos días la salud de Pablo VI se deterioraba. En ocasión del funeral de su amigo Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas, se lo había visto públicamente desmejorado.
La noche del 6 de agosto, alrededor de las diez, una llamada telefónica urgente de Roma sobresaltó a Albino: Pablo VI había muerto. Algunas versiones aseguran que recibió la noticia en el balneario, mientras que otros sostienen que ya se encontraba en el patriarcado de Venecia. Luciani, como el resto de los cardenales del mundo, debía asistir al cónclave que elegiría el nuevo papa.
En la madrugada del 10 de agosto Luciani, después de beber su último café en el patriarcado, tomó la maleta, el bolso con sus cuadernos, algunos libros y, tal como reportan distintos biógrafos, antes de despedirse les dijo a las monjas —que querían que regresara—: “Con más de cien cardenales que están allí, ¿tienen que elegirme a mí que soy el último? Por supuesto que volveré”.
Luego se subió a una de las lanchas de los carabinieri y, en quince minutos, llegó al auto que lo llevaría a Roma. Su secretario, el padre Diego Lorenzi, lo esperaba listo al volante. Albino observó los canales, la Basílica de San Marco, las callecitas rodeadas de agua como si quisiera tomar una fotografía para atesorarla para siempre en su memoria.
Llegó a la Ciudad Eterna, donde el calor era infernal, y decidió quedarse en el colegio de los padres agustinos. Durante los primeros días, no se reunió con los otros cardenales, prefirió estar solo; caminó, rezó y se apartó un poco. Luego asistió al funeral de Pablo VI y recién entonces comenzó a reunirse con los colegas para las celebraciones de todos los rituales antes de la elección del nuevo pontífice. Albino trató de no llamar la atención y pasar desapercibido.
Los cardenales que participaron del cónclave fueron ciento once; en realidad, tendrían que haber sido más, pero un cardenal de la India y otro de Polonia no asistieron por estar agonizantes. Más aun, el cardenal de Boston, apenas llegó a Roma, tuvo que ser hospitalizado. El cónclave terminó de teñirse de negro cuando el cardenal chino, Paolo Yu Pin, murió antes de ingresar, lo que se convirtió en un nefasto presagio.
Para muchos cardenales era su primera vez en la elección de un pontífice. Y la primera en que se aplicarían las nuevas reglas del Concilio Vaticano II, que excluían de la votación a los cardenales mayores de 80 años. De hecho, el más joven tenía 49 años, y el mayor, 79. También por primera vez las actas electorales no se quemaron, sino que fueron conservadas bajo llave, como había establecido Pablo VI. Más de la mitad de los participantes eran europeos; el resto, unos veinte sudamericanos, una docena de asiáticos, algunos africanos y tres de Oceanía.
Por primera vez se televisaba este evento para todo el mundo, y hasta se llegaron a levantar apuestas por los candidatos. Pero ninguna acertada, ya que, como reza el dicho entre los muros vaticanos, “Quien entra papa sale cardenal”, en alusión a que nunca gana el favorito. Albino ni siquiera figuraba entre los posibles candidatos.
Los cardenales que, por su edad, habían sido excluidos del cónclave participaron no obstante de los encuentros preparatorios, en los que se debatieron varios temas, entre ellos el vinculado a las finanzas del Vaticano. El cardenal Egidio Vagnozzi, presidente de la Prefectura de Asuntos Económicos, informó a los cardenales que la situación económica de la Santa Sede era desastrosa y que demasiados gastos descontrolados habían creado un tremendo “agujero” financiero. Por su parte, el cardenal Pietro Palazzini pensaba que había demasiada reserva y reticencia en informar sobre los asuntos del Banco del Vaticano, presidido por monseñor Paul Marcinkus, cuyas acciones imprudentes involucraron a la institución en la quiebra del banco italiano del financista Michele Sindona. El siciliano Sindona estaba involucrado en actos fraudulentos y era cercano a la mafia, e inmiscuido en tráficos hasta aquel momento desconocidos del Banco Ambrosiano, de Roberto Calvi.
A continuación, el cardenal Jean-Marie Villot, secretario de Estado y camarlengo —administrador del patrimonio de la sede apostólica— recordó a los presentes que el IOR —popularmente conocido como Banco del Vaticano— era independiente de la Santa Sede como ya había establecido Pablo VI y que el tema no incumbía al Colegio Cardenalicio, por lo que nunca más se discutió. La carpeta con el problema, candente, terminaría en manos del nuevo pontífice unas semanas después.
No tardaron en aparecer inexplicablemente en los diarios los comunicados internos de carácter secreto entre el entonces embajador ante la Santa Sede y el ministro de Relaciones Exteriores italiano, referentes a la desastrosa situación de las finanzas vaticanas y que se preguntaban por qué el nombre de Albino Luciani resonaba entre los candidatos latinoamericanos y del tercer mundo.
En los días previos a la entrada al recinto de la Capilla Sixtina, los cardenales mantenían reuniones secretas en pequeños grupos según su idioma. Los sudamericanos y los africanos preferían un papa italiano, pero que no perteneciera a la curia de Roma, sino que fuera arzobispo activo de una arquidiócesis. Así fue como la balanza se iría inclinando a favor del patriarca de Venecia. La Conferencia Episcopal Italiana tenía preferencia por Luciani. Giuseppe Siri, arzobispo de Génova, también era uno de los papables.
En aquellos días, Albino escribió muchas cartas, especialmente a su familia. En una de ellas, decía a su sobrina:
(...) Querida Pía, hoy hemos concluido el precónclave con la última Congregatio generalis, después de lo cual tomamos la celda por sorteo y fuimos a verla. Me tocó a mí el número 60, un salón adaptado a dormitorio; es como el seminario de Feltre, en 1923, una cama de hierro, un colchón y una palangana para higienizarse [...]. Es difícil encontrar una persona idónea para hacer frente a tantos problemas, que son cruces muy pesadas. Afortunadamente, estoy fuera de peligro. Ya es una responsabilidad muy seria votar en esta circunstancia (...).
Este testimonio quedó registrado en un video de archivo de Rai Tre, uno de los canales oficiales de la televisión italiana. En esa oportunidad también escribió una carta a su hermana Antonia expresando los mismos pensamientos.
Extra omnes. ¡Fuera todos!
El 25 de agosto tuvo comienzo el ansiado cónclave. Después de haber asistido a la misa matutina Pro eligendo pontifice, Luciani almorzó, tomó una siesta, hizo un breve paseo por el jardín para estirar las piernas y respirar un poco en el aire libre. Luego fue a su habitación a ponerse su talar cardenalicio púrpura para estar listo a las 16:30 en la Capilla Sixtina.
Antes de ir a la apertura, saludó a su secretario, el padre Lorenzi, quien le comunicó que algunos diarios lo daban como favorito esa mañana. Albino respondió: “De todos modos, si me hacen, me niego”, como informa Marco Roncalli en su libro Giovanni Paolo I, Albino Luciani.
Por primera vez en la historia se filmó a los ciento once cardenales cuando ingresaban en doble fila a la Capilla Sixtina. Entre ellos estaban también Carol Wojtyla, el futuro Juan Pablo II, y Joseph Ratzinger, el futuro Benedicto XVI. A pesar del calor agobiante del verano romano, las ventanas estaban selladas y las puertas cerradas desde el exterior, en respuesta a la clausura que exigía la regla. Leo Suenens, el cardenal belga renovador, también dejó su testimonio escrito de estas horas, registrado en el archivo de Rai Tre.
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