Bronislaw Zajbert se adaptó muy rápido a Latinoamérica: tiene una pastelería en Ciudad de México y ha podido viajar varias veces con su familia a Polonia, de donde es originalmente, pero antes de tener lo que muchos podrían considerar una existencia cómoda, vivió las peores atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial.
Hambre, enfermedades, la necesidad de trabajar a temprana edad y el sufrimiento de sus padres fueron de algunos los procesos por los cuales tuvo que atravesar por causa del holocausto, cuya visión propia narra en el libro “Mi nombre es Broni”, un texto donde vierte los crudos recuerdos de lo que vivió en Lodz, a la edad de seis años. En el libro menciona que su infancia fue arrebatada en septiembre de 1939.
Asegura que el aislamiento que vivió junto con su familia en el gueto de Lodz, donde solo sobrevivieron 877 de las 200 mil personas que llegaron, fue una de las etapas más difíciles de las que cuenta en su libro, el cual terminó en medio de la pandemia.
— ¿Por qué no escribió este libro antes?
— Broni: La verdad es que ya llevaba tiempo con la idea de escribirlo y empecé un poco antes, pero fue coincidencia que se publicó recientemente. Se dio el tiempo y se publicó.
— De todo lo que vivió ¿hay algo que fue más complicado de recordar y escribir?
— No, nada en especial. Es parte de mi vida, recuerdos que siempre he tenido presentes. En muchas ocasiones me pedían que lo contara en escuelas, reuniones, porque había gente interesada en la Segunda Guerra Mundial, el holocausto. Así que no fue algo que de repente me vino en la mente de hacer.
Siempre lo tenía y tenía ganas de escribirlo hasta que, por diferentes causas o consecuencias, se dio y lo escribí tal cual lo recordaba por muchos años.
— Me llama mucho la atención del libro cuando la separación, cuando son libres y salen, usted narra que su papá rompió la relación con su familia porque su abuela no les brindó ninguna ayuda ¿hubo algún contacto posterior con él y esa parte de la familia?
— Años después, sí tuvimos contacto con la familia, pero no había mucha cercanía.
— Cuando llega a América ¿Cuál fue tu primera sensación, tanto en Caracas como en México?
— Llegar a Caracas, que fue el primer lugar, fue encontrarse con un mundo completamente diferente al que yo conocía anteriormente; tanto en la forma de actuar de la gente, como en el idioma o las costumbres fue un choque, al principio, muy fuerte.
No sé si bueno o malo, pero fue un encuentro de dos formas de vida: la vida que yo llevaba como niño y, después, llegar a un mundo donde la gente se porta completamente diferente.
— ¿Cómo fue su experiencia con México?
— En México ya no hubo ese tipo de problemas porque, en cierta forma, México tiene mucho parecido con Venezuela, son países latinos, el idioma es el mismo y muchas costumbres, sino iguales, parecidas; ya no era algo nuevo ni diferente. Había ciertas diferencias, pero no mucho.
— ¿Cómo fue empezar de nuevo en un país tan lejano?
— La pastelería la empezó mi señora, siempre le gustó la cocina y hacer pasteles, en un momento dado decidió empezar a vender. Conseguimos un local y en una ocasión vino una señora a preguntarnos si le podíamos hacer un pastel para su hijo que no podía comer azúcar.
Le pregunté a mi señora, que es la que hace los pasteles, y me dijo que podría hacerlos, pero no sabía cómo iba o qué ingredientes. Le comenté eso a la persona y me dijo que ella nos daba los ingredientes. Nos trajo los ingredientes, mi señora le hizo el pastel para su niño y, unos días después, regresó y nos dijo que estaba muy contento porque, por fin, pudo comer un pastel en sus cumpleaños. A consecuencia de eso me di cuenta de que sí había interés en esos pasteles y, dentro de la misma pastelería, empezamos a vender pasteles para diabéticos y gente que no quiere comer más azúcar; poco a poco, ahora todo lo que hacemos ahí es libre de azúcar. La pastelería tiene más de 25 años.
— Usted que padeció una guerra infame, ¿que opinión tiene sobre lo que sucede en Ucrania con la invasión Rusa?
— Creo que hay un peligro latente, vamos a llamarlo “guerra local”, que se extiende y se vuelve más amplia. Históricamente, las últimas guerras en Europa empezaron en esa parte de Europa, en la Europa central y se está repitiendo en cierta forma lo mismo. El fuerte está atacando al débil y el débil trata de defenderse y los que sufren, en consecuencia, son la población civil y los niños. Hay muchos refugiados, muchos niños desamparados, sin padres, huérfanos que serán los que van a tener que pagar el precio de esta guerra inútil e innecesaria que se realiza por razones políticas y económicas de un país.
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