El protagonista de La última vez, de Guillermo Martínez, es Merton, un crítico literario que tiene problemas por decir la verdad.
“Merton tiene que ver con el mundo literario al que me asomé en los años 90 y con las prácticas de la crítica literaria en los medios culturales de la época, donde había amiguismo, romances, lazos de familia, venganzas. Quise usar ese telón de fondo para imaginar a un joven crítico con una honestidad intelectual irreprochable al que le encargan leer la última novela de un autor muy famoso que vive en Barcelona, que se está por morir y teme no ver su novela publicada, pero quiere tener un último lector que dé con la clave de la obra de toda su vida, siente que hay un malentendido en cómo se lo ha leído libro tras libro”.
—¿Qué es lo que legitima hoy a un autor?
“La legitimación está en sus libros, un autor tiene que escribir lo mejor que pueda, con creatividad. Muchas veces hay libros que trascienden y reciben más notoriedad. Esto tiene que ver con algo sociológico, puede ser que el libro esté a tono con la música de época, que toque una tecla sensible a lo que la gente está procesando en ese momento. Otra razón son los valores literarios intrínsecos. No son factores excluyentes, una novela sobre la dictadura puede ser también una gran novela desde el punto de vista literario”.
—En la novela hay dos personajes femeninos que se le insinúan a Merton, una de ellas es adolescente. ¿No le tenías miedo a la corrección política?
“¡Estaba aterrado! Hay una susceptibilidad extrema en mirar con lupa la representación de las mujeres hecha por un hombre. Hay que separar lo que es la ficción de lo que es lo deseable en la vida civil. Este sí es un problema peligroso: convertir lo que nos parece deseable en una época en obligatorio para la representación literaria. La literatura es siempre la exploración de la naturaleza humana en todos sus repliegues, oscuridades, perversiones. Sin eso, no hay ficción interesante. Si no se ahonda en lo oculto, en lo que no se dice, no se llega a la verdad. Tenía cierto temor, pero uno no puede escribir con temor, la literatura se tiene que abrir paso frente a estas nuevas vigilancias de la época”.
“Las novelas con contenido sexual siempre son problemáticas. Si hay asesinatos a sangre fría, sangre, estrangulamiento, ametralladoras en las manos de los niños, todo eso pasa. Pero si hay un poco de sexo, se pone la lupa encima. No hay ninguna novela enfocada en lo sexual que haya sido celebrada por la crítica”.
—¿Cuánto influyen las redes en el éxito de un libro?
“Es cuestión de elegir los seguidores, las redes son un lugar de amistades, pero no estoy muy seguro de que un éxito en el boca a boca de las redes se refleje en las librerías”.
—Como le pasa al personaje de La última vez, ¿cuál es la marca de agua que querés que sea reconocida en tus libros?
“Wittgenstein mostró un problema que tiene que ver con la tensión que hay entre un texto, lo sintáctico, y las diferentes interpretaciones posibles. Yo seguí ese recorrido en mis libros, desde Crímenes imperceptibles. Allí el problema es definir las continuaciones posibles de una serie lógica; en Crímenes de Alicia es la dificultad de la traducción; en la novela nueva, el escritor A está desesperado porque ningún lector da con la interpretación que él quiso transmitir”.
—¿La novela policial devino novela política?
“Depende de qué clase de novela policial se proponga cada uno. Si uno ambienta una novela en la Argentina, tiene que lidiar con la clase de policías que tenemos en la Argentina. Pero a mí no me interesa hacer una representación realista de la policía”.
Tres recomendaciones: “Un libro que acabo de leer muy emocionante, que me hizo acordar un poco incluso a Wittgenstein, que es El corazón del daño, de María Negroni. Es una especie de autobiografía de la relación con la madre, pero sin contar detalles de las peripecias. Otro de un autor no muy leído pero que es un fenómeno interesante, La familia, de Gustavo Ferreyra. Tercero: Limónov, de Carrère, que permite entender cómo llega Putin al poder”.
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