Día de locos en la Feria del Libro, se escuchó decir a un guardia de la Sala Sarmiento anoche. Mario Vargas Llosa y Javier Cercas realizaban una presentación multitudinaria justo al lado. Miles de personas daban vueltas. Imposible estacionar, trasladarse. La Sarmiento, repleta, iba a albergar una charla de escritores “-marginal”, dirán como juego–, pero que no podía concretarse. Las caras de los asistentes temían la cancelación. ¿Qué mejor que matizar la espera escuchando a Django con Sheena Easton?, pensó el escritor Leonardo Oyola, sentado en su lugar en el panel. No lo dudó, prendió su celular y lo acercó al micrófono. Hubo sonrisas y distensión. La áspera voz del cantante catalán se colaba entre los aplausos que llegan desde el megaevento cercano.
La espera se debía a que Gabriela Cabezón Cámara no podía llegar, atascada en medio del tránsito durante cincuenta minutos. Ella, Oyola y Mariana Komiseroff eran las figuras de la tercera fecha del Diálogo de Escritoras y Escritores, organizado por la Fundación el Libro y coordinado por la autora Elsa Drucaroff. Cuando Cabezón Cámara finalmente apareció pidiendo disculpas, luego de 25 minutos, el público –muchos fans, seguro– aplaudieron, contentos, y aliviados.
La consigna, esta vez, era “Narrar la marginalidad”. El moderador, el docente e investigador del Conicet, Juan Pablo Luppi, calificó a los tres escritores como “marginales a las normativas estéticas; escriben novelas políticas emocionantes; y nacieron y crecieron en el conurbano bonaerense”. Temas como la pobreza y el dolor surcaron la mesa. Sin embargo, se habló mucho sobre la función reparadora de la literatura y sus supuestos “fines terapéuticos”.
Cabezón Cámara, recordó Luppi, da voz en sus novelas precisamente a personajes silenciados, ya sea por su condición social, su género o su orientación sexual. Fue finalista del Booker Internacional con Las aventuras de la China Iron y publicó las novelas y nouvelles La Virgen Cabeza, Le viste la cara a dios y Romance de la Negra Rubia. Su obra fue traducida a varios idiomas.
“¿Qué es el centro? -disparó Cabezón Cámara–. Hablamos como si todos estuviéramos atravesados por eso, pero en el centro vive el 10 ciento. Desde una perspectiva indígena, la Argentina se vive como una amenaza, representa el exterminio. Hoy se está llevando a cabo un genocidio en los pueblos originarios. Es una vergüenza que suceda en este país, luego del juicio a los militares. Acá se está matando gente como moscas porque no es blanca”.
“Yo si fuese feliz no escribiría”. Mariana Komiseroff
“¿Es marginal o no escribir ficción? -continuó- Qué sé yo. Hoy, sentada acá, en este panel, parece que no. Todos tenemos privilegios. Parecemos rockstars. Incluso tenemos el mismo corte de pelo”. Aplausos y más sonrisas.
Presentado como un “escritor de género que trabaja con la hibridación del policial”, Oyola llevó a la charla a personajes marginales con nombre y apellido y al mejor estilo Guillermo Saccomanno, manifestó su incomodidad con La Rural, el lugar donde se desarrolla el evento. Autor de Chamamé –”novela varonera”, dijo- y de Ultra/Tumba, donde la mayoría son mujeres, y también de Kryptonita, Oyola dijo que era un honor estar la Feria del Libro, pero enseguida reveló que momentos antes, cuando quería acceder al predio, le habían impedido entrar: “No creían que fuera escritor, no me dejaban pasar. Vos, negro, no sos escritor, me repetían recién. Siempre es lo mismo, siempre la apariencia. Justo pasa acá, cuando la literatura es tan amorosa. A cuántos nos salvó. Finalmente pasé, pero el momento fue feo”, señaló.
Komiseroff fue la siguiente en hacer uso de la palabra. “Sus obras muestran el cinismo capitalista en escala barrial”, dijo Luppi al presentarla. Publicó el libro de cuentos Fósforos mojados (2014) y su novela De este lado del charco (2015) fue seleccionada por el Frente Editorial Latinoamericano para la Hot List en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt en 2017. También publicó Una nena muy blanca.
“Uno cuando escribe no lo piensa tanto, lo hace” Leonardo Oyola
Komiseroff comenzó por contestar sobre la función terapéutica de la escritura, una de las consignas lanzadas por el moderador. “Yo si fuese feliz no escribiría -soltó–. En la pandemia, no pude ni leer ni escribir. Ahora me siento muy bien porque pude terminar dos capítulos de mi última novela. Es decir, en un punto la literatura sí tiene algo de terapéutico, aunque no nos guste la palabra”.
Por otro lado, manifestó que “le dan ganas” de escribir acerca de una clase social que no es la suya: “No sé si seré capaz. No sé si uno puede escribir de los que no se conoce”, señaló.
Según Luppi, Komiseroff desbarata en su obra la “romantización” de la pobreza. La escritora, al respecto, contó parte de su historia: “Yo tuve un hijo a los 15 años, vivía en la periferia, al lado de un arroyo. Desde ahí puedo hablar de la marginalidad. Yo no tenía que escribir, pero existo Por otro lado, no me interesa pensar que todos los pobres son buenos. Me interesan las contradicciones. Somos pobres, pero lo podemos votar a Javier Milei. Quiero preguntarme eso.”
La injusta precariedad
Enseguida, Cabezón Cámara intercedió y se mostró en contra de las “romantizaciones de cualquier minoría”: “Lo que necesitamos es reconocer la injusta precariedad. No que los personajes sean buenos, pero sí ver que nadie tiene que estar ahí pasando esas necesidades. Nadie le exige al burgués que sea bueno. Yo soy torta, y mala-mala, aunque ahora no tan pobre”. Más carcajadas y aplausos.
Oyola, enseguida, cargó con el pedido de que “la Feria sea gratuita” para hacerla accesible a más personas. Y al respecto recomendó la sección Nuevo Barrio, que alberga a pequeñas editoriales que son invitadas y que de otra manera no podrían participar del evento. “Pero La Rural les cobra 55.000 pesos por la conexión a Internet y a veces no tienen para pagar y no pueden usar el posnet”, denunció.
Asimismo, retomó la cuestión de la marginalidad, y recordó que el año pasado ocurrió la ejecución del joven Lucas González a manos de fuerzas policiales. “Era un chico de Barracas que fue confundido por la policía que pensó que él y sus amigos eran delincuentes. ´Nos mandamos un moco´, dijo el policía y detrás del caso, hay una madre con intentos de suicidio. Lucas tenía un nombre casi genérico y va a pasar al olvido”.
Enseñar a escribir
Finalmente, la charla derivó hacia la enseñanza del oficio de escribir. “En un taller -señaló Cabezón Cámara–, lo primero es decirle al otro ´vos podés´ y que se lo crea. Entonces, está logrado el cincuenta por ciento del trabajo. En realidad, todos podemos escribir. Al final, es una palabra detrás de la otra. Todos podemos jugar al fútbol, pero no todos somos Maradona, claro”. También recordó el carácter particular del escritor, siempre “rodeado de un aura”. “Eso existe, es así, pero claro que después no nos quieren pagar nada”, se lamentó.
Enseguida, enfatizó que “al momento de escribir, algo del yo cae. Estás atravesado por la lengua. Que caiga el yo un rato está bueno, hay algo hermoso ahí. Hay algo de que hace bien, eso es innegable.”
Oyola, por su parte, señaló que “uno cuando escribe no lo piensa tanto. Lo hace. Siempre hay una mirada ajena y estigmatizante, por un lado; y por otro, se vive algo celebratorio de lo que no se conoce. Cada uno juega con las cartas que le tocó al escribir”. El autor da un taller de escritura en el Instituto de detención de menores Luis Agote. “Queda muy cerca de acá. Ahí encontré un germen para contar. Escribir es sanador más que terapéutico. Uno va adonde lo llevan los libros”, cerró.
El ciclo de charlas de escritores concluye este sábado con “Narrar y alucinar”, con Martín Cristal, Carlos Gamerro y Lucila Grossman, en diálogo con Enzo Maqueira, el 6 a las 20.30 en Zona Futuro. Ya sin Vargas Llosa y quizá con menos demoras.
SEGUIR LEYENDO