En los setenta, antes de la dictadura, María Negroni dejó su casa y empezó a militar. “Es un milagro que estemos acá. yo podría ser una desaparecida. Tengo muchos amigos desaparecidos, muchos que se fueron al exilio”, dice ahora en el stand de Leamos, en la Feria del Libro, en conversación con Patricio Zunini.
“Esa época me toca de muy cerca y podría decirte que en algún punto, aunque ha pasado mucho tiempo y mucha reflexión, todavía hoy me enerva, me pone nerviosa, me molesta. En esa época no había tiempo para escribir. Se pensaba que había que hacer algo más importante: cambiar el mundo. Eso proyecto fracasó”, dice. Un exilio interior, en la provincia de Buenos Aires, la ubicó al borde del abismo. Tenía 30 años, dos bebés y una gran crisis. Entonces empezó a escribir.
“En democracia se produjeron dos hechos: en el 85, la salida de mi primero libro, y el viaje a Nueva York, donde viví 25 años. Ambas cosas fueron el comienzo de una nueva vida, como abrir las puertas de una jaula y respirar”, sostiene.
La charla se titula “La autobiografía como un hecho impúdico”, entonces Zunini le pregunta, con El corazón del daño en la mano, último libro de Negroni, qué tal impúdica es la literatura. “La literatura es impúdica en el sentido que es desnudez, vulnerabilidad, apertura, exposición. Toda persona que escribe se está lanzando sin red a lo que no sabe. Es una actividad difícil, tremenda, incluso podríamos decir citando a Clarice Lispector, horrible, porque uno tiene que enfrentarse con cosas que a una misma no la hace quedar bien”.
Escribiendo ese libro, confiesa, se sintió cruel; con ella misma, con su madre. “Los niños tienen una crueldad casi inocente. Entonces me permito, porque el libro es una especie de invocación a la figura de la madre, una estrategia para seguir colocada, yo como autora, en la posición de la hija. Y los hijos son en general díscolos, insolentes; me gusta más ese lugar que el de la ley”, asegura.
En un principio, El corazón del daño no iba a publicarse. Tenía otra idea: “que fuera un libro póstumo, que quedar en algún cajón y que alguien lo rescatara”.
“La literatura no se hace de la nada, es como una reescritura. Hay una idea del palimpsesto: siempre estamos escribiendo el mismo libro, que tenemos siempre las mismas cinco obsesiones, que estamos girando alrededor de cuestiones fundamentales”, dice y cuenta una anécdota. Cuando leyó por primera vez el Quijote de Cervantes tenía 30 años. Al leerlo, se sorprendió: esto ya lo leí. “El libro del Quijote está embebido en todos los libros que se escribieron después”, asegura.
“No se puede ordenar el deseo en la literatura. Por eso la poesía y la buena literatura son siempre insumisos, no hay formar de marcarlos, de encasillarlos. El deseo salta para cualquier lado. No se puede ser políticamente correcto con el deseo”, asegura.
Para Negroni, “escritura y fracaso son como una especie de dupla”. Cita a Beckett, “se puede fracasar de nuevo, se puede fracasar mejor”. “La escritura es una de las formas de preguntarse por la existencia, por quiénes somos, qué hacemos acá, por qué nos vamos a morir, en qué consiste nuestro paso por el mundo. Esas preguntas no tienen respuesta”, agrega.
“¿Para qué se escribe? Para mejorar la calidad de esas preguntas. Hay libros que ni siquiera tienen preguntas y son, de la primera a la última página, superficialidades. Y uno termina y dice: ¿y?, ¿qué me hizo pensar y sentir algo que no me había preguntado antes? Ahí está el rol de la literatura”.
“Me gustaría que mis libros se lean como una música. Uno se reconoce a un autor en el ritmo, en el latido de ese corazón, en las palabras, no en lo que dice, sino en cómo lo dice, en las pausas, en donde se para a respirar”, concluye.
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