“Hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar aguzando el oído y escuchando el susurro de las mujeres”, dice Rosa Montero en el prólogo de su libro Nosotras. Historias de mujeres y algo más, uno de los libros más fundamentales de la periodista y escritora española. Esta idea es la que retoma Gabriela Exilart en su nueva novela, El susurro de las mujeres: escuchar lo que tienen para decir las historias personales y cuánto influyen los pequeños actos en las luchas colectivas.
Posicionado como uno de los más vendidos en el stand de la Feria del Libro 2022, según cuenta la propia editorial, el nuevo libro de la escritora marplatense pone el foco en la Argentina de principios del siglo XX, entre el proceso de modernización y la majestuosidad el Centenario. Pero también es la época en la que las mujeres no votan ni usan pantalones, no manejan bienes ni dinero, no tienen cargos en ningún gobierno ni empresa, algunas pocas cursan la universidad y todas (o casi todas) pasan de la órbita del padre al dominio de un marido.
En las más de 300 páginas, Exilart innova. Porque El susurro de las mujeres implica un notable punto de quiebre en su obra. Si bien la escritora ya construía personajes femeninos fuertes en sus anteriores novelas, con su nuevo libro se mete de lleno en el mundo del feminismo. Así, narra la historia de una tía y su sobrina, Allegra y Fiorella, que llegan de Italia por distintos motivos. En Argentina conocen a una de las pioneras en la lucha por los derechos de las mujeres en el país, la primera médica y fundadora del Partido Feminista Nacional, Julieta Lanteri.
A estas mujeres se les suma Gianna, la hermana de Fiorella, y juntas se involucran en reclamos y congresos para conseguir la igualdad y el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos. Poco se profundiza en las diferencias de Lanteri con la poeta argentina, Alfonsina Storni, que solo aparece en una mención en una carta de uno de los personajes y a su poema “Anhelos”.
En esta reconstrucción, poco se mencionan las diferencias A lo largo de 72 capítulos, los protagonistas también conocen el amor y la pasión. Pero si hay algo que llama la atención de El susurro de las mujeres es cómo la escritora marplatense empuja sus límites y se anima a narrar detalladamente las escenas eróticas que hasta su libro anterior prefería dejar a la imaginación del lector. ¿Qué significa? Que hay sexo, mucho.
La autora de En las arenas de Gijón y Secretos al alba, entre otros, viene de un éxito imparable: más de seis ediciones de su libro anterior la posicionan como una de las autoras más elegidas. A pocas horas de su presentación en la Feria del Libro 2022 -este viernes a las 18.30- que, paradójicamente, será en la sala ¡Alfonsina Storni!, Gabriela Exilart conversa en exclusiva con Infobae Leamos sobre su nuevo libro, en el que el foco es, sin dudas, no el susurro sino la viva voz.
—El susurro de las mujeres visibiliza cómo fue la lucha por los derechos en un período en el que no eran consideradas, ¿qué rol juega la red de mujeres?
—La novela nos muestra y reafirma que juntas podemos lograr muchas cosas. Julieta Lanteri, Cecilia Grierson, Angélica Barreda y muchas mujeres del mundo se dieron cita en Buenos Aires en 1910 y llevaron a cabo el primer Congreso Femenino Internacional donde se expusieron ponencias y reclamos para lograr la igualdad. Sin esas mujeres unidas por un mismo objetivo, nuestros derechos hubieran quedado postergados durante mucho más tiempo. Como dice el refrán: “la unión hace la fuerza”. Bienvenidos los colectivos de mujeres.
—A lo largo del libro se leen distintas situaciones que tienen que ver con la culpa, la vergüenza y los prejuicios que tienen los personajes femeninos respecto al amor, la seducción y la relación con los varones, ¿cambió algo?
—Creo que las mujeres de mi generación aún cargamos con ciertos tabúes y prejuicios, pero no lo veo en las generaciones más jóvenes. Las chicas hoy tienen menos vergüenza, pueden hablar de cualquier tema frente a los varones incluso. En mi época a mí no se me hubiera ocurrido mencionar la menstruación delante de mi papá siquiera, y hoy las adolescentes lo toman con una naturalidad tal que nos hacen dar cuenta de que vivimos equivocadas durante mucho tiempo.
—Otro de los temas del libro es la trata de mujeres y la prostitución, ¿cómo opera lo cultural para combatirlo hoy?
—Hoy tenemos acceso a muchas herramientas que nos permiten visibilizar lo que nos pasa, que nos permiten educar, prevenir, denunciar. El cambio cultural que se viene gestando desde hace años impacta en los modelos patriarcales que incluyen a la prostitución y a la trata de personas. Sin embargo, este flagelo todavía acecha a una gran cantidad de niñas y adolescentes, en especial en países donde los derechos de las mujeres no están contemplados, como Pakistán, Siria, Arabia y tantos otros.
—¿Qué podríamos escuchar en los susurros de las mujeres de hoy?
—Creo que las mujeres de hoy no susurramos, hoy hablamos fuerte y claro, y muchas veces nuestro reclamo se convierte en grito. Hoy tenemos acceso a los medios, a las redes sociales, lo cual nos permite otra visibilidad, otro alcance a nuestros pedidos de igualdad. Porque a pesar de contar con leyes que nos igualan y protegen, en muchos ámbitos seguimos siendo postergadas. El modelo patriarcal está muy instalado y es difícil, al menos en las mujeres de mi generación, romper ese molde. ¿Quién se queda en la casa cuando los hijos se enferman? ¿Quién se siente culpable si tiene que salir a trabajar y dejar al padre de los niños al cuidado de los mismos? Es quizás por eso que muchas jóvenes hoy en día no quieren tener hijos, no quieren formar una familia modelo tradicional. ¿Será por el miedo a quedar entrampadas?
—Este libro tiene como novedad que incorporás muchas escenas explícitas de sexo, ¿por qué hiciste este cambio respecto de los anteriores?
—La historia en sí lo necesitaba, porque habla de liberación femenina, de igualdad, del sentir de las mujeres, de todo lo que tiene que ver con lo prohibido. ¿Quién dice que está prohibido? También quise abordar el tema del amor y la pasión. ¿Son lo mismo? ¿Van de la mano? A uno de los personajes le toca transitar esa duda.
—¿Cuánto influye la sexualidad en la libertad de una mujer?
—Mucho, en especial en las mujeres de mi generación, que estamos a medio camino todavía. Queremos ser libres en todos los aspectos, pero a menudo nos siguen condicionando los prejuicios y los tabúes. ¿Sexo por puro placer? ¿Sexo sin amor? ¿Nos lo permitimos?
—El personaje de Dardo encarna el machismo y le dice a Fiorella que este es un mundo de hombres, ¿crees que cambió algo?
—Sí, cambió mucho y para mejor, aunque todavía queda un largo camino. Es como Dios, que está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Con la igualdad pasa algo similar, existe, pero hay que seguir buscándola todos los días.
Así empieza “El susurro de las mujeres”:
Puerto de Buenos Aires - Penal de Ushuaia, 1912
A punto de embarcar, Fausto se miró los pies. Todavía no entendía cómo había llegado a esa situación. Apenas podía moverse, tenía los tobillos unidos por una barra de hierro que se sujetaba a los grilletes que lo apresaban. Su andar se limitaba a pasos cortos e inestables.
El día anterior había escuchado sobre las revisiones, era un rumor que corría entre los detenidos en la Penitenciaría Nacional. Los elegidos eran destinados a un sitio lejano que los penados llamaban “La Tierra”. Se realizaban las listas periódicamente, para ello se estudiaba la historia criminológica, la conducta, el aprendizaje en los talleres, si recibía o no visitas, el tipo de delito cometido y la conmoción que había producido en la sociedad. Fausto no tenía demasiado a su favor, sus antecedentes familiares dejaban mucho que desear: un padre alcohólico y golpeador y hermanos malandras que habían entrado y salido del sistema varias veces. Su apellido, ese que él había querido limpiar en los pasillos de la facultad, nunca había podido vencer su destino. Por la noche, luego de la cena, el celador le había comunicado su traslado.
—Prepara el paquete —le ordenó. Se refería a sus escasas pertenencias.
Esa mañana antes de partir lo habían revisado en el patio, por si ocultaba elementos prohibidos, como armas o herramientas. Después le habían puesto los grilletes en los tobillos. Esos tres golpes de martillo sobre los clavos de hierro habían sido tres golpes a su corazón en pausa.
No era el único que sería trasladado, la fila se engrosaba con el correr de los minutos. Algunos, los más duros, miraban con soberbia al herrero mientras este hacía su trabajo. Fausto prefirió soportar con estoicismo. Después, fueron conducidos a los camiones policiales que los llevarían al barco de la Armada. Caminar era tortuoso, había que disminuir el ritmo habitual, ante el menor movimiento rápido el hierro se clavaba y lastimaba la piel.
La bruma del puerto se sumó a las lágrimas que empañaban los ojos de Fausto, la visión se tornó borrosa. Estaba rodeado de gente, pero se sentía solo. Solo y hacia un destino que, según lo que había escuchado, era desolador. Cuando recibieron la orden, los guardias los empujaron hacia los muelles donde el transporte de la Armada los aguardaba para llevarlos al sur. El ruido de un cuerpo al estrellarse contra el agua sorprendió a todos. Uno de los condenados se había arrojado al río. El revuelo fue inmediato y se realizaron maniobras para rescatarlo, pero el peso de los cepos se lo llevó al fondo del lecho y recién se logró recuperar el cuerpo al día siguiente. Se trataba de un penado que había jurado mil veces que no iría a la tierra maldita.
Pasada la conmoción se reforzó la custodia y los hombres fueron conducidos a la bodega del barco. Además de los presos viajaba mercadería para Bahía Blanca, Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Santa Cruz, Río Gallegos y el destino final: Ushuaia. Llevaban desde víveres y medicinas hasta periódicos. Ni bien Fausto descendió supo que el viaje sería una tortura. La oscuridad y el hacinamiento serían sus compañeros de viaje. Tardaron bastante en ponerse en movimiento y durante todo ese tiempo la incertidumbre generó malestar entre los hombres. Muchos protestaban y querían escapar, entonces los guardias descendían a poner orden.
Las horas transcurrieron monótonas y asfixiantes. Humedad, calor, desasosiego, sudoración.
En Bahía Blanca el barco se detuvo para cargar hulla, que depositaron en la bodega ubicada debajo del entrepuente donde viajaban los presos. El polvillo del carbón se filtraba por todas partes sobre los hombres engrillados. Se les metía por la nariz, la garganta y los ojos. Se les pegaba en la cara, lo respiraban, lo escupían. Los rostros parecían máscaras negras.
Los días pasaban en igual rutina, con “zambullos”, unos tarros que hacía las veces de inodoro para hacer sus necesidades, la ración de comida y el escaso aseo. Una tarde el comandante del buque se apiadó de esos pobres infelices y les permitió salir a tomar aire. A un condenado le hizo retirar los grilletes por un rato, parecía enfermo y apenas podía mover los pies. Fausto perdió la noción del tiempo, suponía que hacía más de un mes que navegaban, aunque no estaba seguro. Hasta que un día llegaron a la tierra maldita.
Quién es Gabriela Exilart
♦ Nació en Mar del Plata en 1970
♦ Es abogada, docente universitaria y coordina talleres de escritura
♦Publicó como Tormentas del pasado, Pinceladas de azabache, Por la sangre derramada, Con el corazón al sur, Napalpí. Atrapada en el viento, En la arena de Gijón y Secretos al alba.
♦Sus libros recibieron numerosas menciones y galardones
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