En los vientos dispersos del mundo ideológico, Mario Vargas Llosa genera un vórtice y allí erige la literatura. Una especie de pararrayos universal. “¿Por qué ciertos objetos de la realidad ficticia sobreviven en la memoria tan nítidos y sugestivos como verdaderos personajes de carne y hueso?”, se pregunta en La orgía perpetua con brío poético, y una de las respuestas que ensaya es esta: “Porque han sido arrancados al mundo muerto de lo inerte y elevados a una dignidad superior”. Es, sin lugar a dudas, un romántico de las letras, de los libros, de la ficción. Cree en la literatura y eso, de alguna forma, trasciende banderas. El Premio Nobel y el Cervantes lo justifican desde la vitrina. Pero no es sólo eso: también una figura de peso político. De joven fue comunista; de adulto, liberal. En 1990 fue candidato a la presidencia del Perú por la coalición de centroderecha Frente Democrático. En esa línea hoy permanece, a sus 86 años, a días de volver a pisar la Feria del Libro de Buenos Aires, un evento cultural masivo, el más masivo de la región, donde es el invitado estelar.
Esas pisadas, que aún no fueron dadas en la alfombra roja de La Rural, ya generaron tumultos. Hace unos días, la Cátedra Vargas Llosa y la Fundación El Libro —un conglomerado de organizaciones que llevan adelante la Feria— firmaron un convenio para realizar un concurso literario. No fue unánime: de los catorce consejeros que la integran, cinco se opusieron. Señalan la influencia de la Fundación Libertad, “el instrumento político de la derecha y el neoliberalismo”. No es Vargas Llosa, aseguran, tampoco sus libros —celebrados hasta la euforia—, sino la fundación que comulga de forma explícita con las ideas de dirigentes como Mauricio Macri o Javier Milei. Esto ya generó una de esas polémicas que seguramente se extenderá en el tiempo. Es que hay algo en Vargas Llosa —¿el escritor?, ¿el intelectual?, ¿el político?— que genera la necesidad de establecer una definición. No es fácil; basta con una simple pregunta: ¿por qué Vargas Llosa es Vargas Llosa? Jorge Fernández Díaz, Sergio Ramírez, Noé Jitrik, Elsa Drucaroff, Martín Kohan, Nicolás Mavrakis, Gabriela Saidon y Mempo Giardinelli ensayan una respuesta.
Del otro lado del teléfono, Jorge Fernández Díaz habla despacio, con una cadencia danzante, casi emocionado. “Mario Vargas Llosa es el último de una especie extinguida”, dice. Me refiero a lo que se llamó en su momento el boom latinoamericano. Es el último de los grandes-grandes que quedó vivo y, además, que está activo. Escribió libros absolutamente imprescindibles como Conversación en La Catedral, como Pantaleón y las visitadoras, como La tía Julia y el escribidor, como La guerra del fin del mundo, como La fiesta del Chivo, como La ciudad de los perros, por nombrar algunos. Alguien realmente trascendental desde el mundo de la literatura que ganó todos los premios posibles. Pero la importancia de Vargas Llosa no es solamente haber escrito una obra deslumbrante y haber sobrevivido. Es, además, uno de los escritores fundamentales en lo que se llama democracia liberal. Está dando una batalla gigantesca contra las ideas más retardatarias que él y yo y muchos hemos tenido en algún momento”.
Fernández Díaz, periodista, también novelista bestseller, subraya el abanico que hay dentro del Nobel peruano: “Su tarea como articulista, como ensayista de fuste, como agitador de ideas, en todo siempre es muy importante. No es sólo uno de los grandes exponentes del realismo del siglo XX, sino que además es uno de los más grandes agitadores de ideas de la política. Eso le trajo muchos dolores de cabeza. En ese sentido, rescato mucho el libro La llamada de la tribu, donde él, hace unos años, hace una especie de testamento ideológico, porque atraviesa las lecturas que hizo de Adam Smith, Ortega y Gasset, Raymond Aron, Popper. Es alguien que realmente ha hecho un estudio profundo, que hoy es un faro para democracias cuando las democracias representativas de la región parecen estar en jaque. Es la visita más importante que vamos a tener en la Feria. Voy a estar con él mano a mano el domingo 8 a las 18:30. Es un gran placer. Es la tercera vez que lo entrevisto en público en la Feria. Un ídolo de todos los tiempos y que fue variando: un ídolo periodístico, ensayístico, novelístico. Un verdadero faro”.
“Siempre me pareció un escritor fantástico. Me gustó mucho cuando lo leí y siempre quiero releerlo, sobre todo ahora, que tengo una mirada más feminista, algo nuevo que arrojo sobre las cosas. Eso en lo personal, que desde luego es político”. La que habla es Gabriela Saidón, escritora, periodista, Licenciada en Letras y autora de libros como La montonera y Santos ruteros. “Después están las frases desafortunadas. Tiene una mirada política con la que no comulgo para nada” y recuerda un año, el 2011, cuando Vargas Llosa iba a inaugurar la Feria del Libro. Un grupo de intelectuales de renombre se opusieron: José Pablo Feinmann, Mario Goloboff , Vicente Battista, Horacio González. Lo escribieron en una carta: decían que la visita era “agraviante para la cultura nacional y para con las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo”. La propia Cristina Kirchner, entonces presidenta, tuvo que intervenir. “No se puede dejar la más mínima duda de vocación de libre expresión”, replicó el mensaje González. Finalmente Vargas Llosa dio su discurso pero no en la inauguración, sino al día siguiente.
Para la crítica literaria, docente, ensayista y narradora Elsa Drucaroff, “Vargas Llosa es un autor indispensable en la historia de la literatura latinoamericana, al menos en sus obras iniciales que son las que leí. No es alguien a quien hoy siga mucho. Creo q se dejó llevar por las peores cosas del poder y del dinero: fue de izquierda cuando eso daba rédito a los intelectuales y después fue de derecha porque es lo que le conviene ser. No puedo decir mucho más”. Continúa Saidón: “Vargas Llosa es Vargas Llosa gracias a su obra pero también a su poder de construcción. Gracias a Carmen Balcells, la gran hacedora del boom. Porque detrás de esa idea de cofradía de hombres que fue el boom, como dijo Leila Guerriero, un boom de testosterona, sin embargo la que lo inventó fue una mujer. Además de la construcción de esa catedral que es su obra también está la construcción de esa otra catedral que es su figura de escritor. Se trata también de leer la contradicción que hay en Vargas Llosa. No me gusta pensar que por un lado está el autor, por otro la obra, sino más bien que somos un manojo de contradicciones”.
El boom latinoamericano tuvo a Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la cumbre del fenómeno editorial. La mayoría de los historiadores sostienen que la inauguración del boom latinoamericano se da en mayo de 1967, cuando se publica Cien años de soledad, con un éxito desmedido. Carlos Fuentes ya había publicado La muerte de Artemio Cruz y Julio Cortázar Rayuela. Vargas Llosa, con apenas 31 años, había publicado Los jefes y las novelas La ciudad y los perros y La casa verde. Por esta última, le acababan de otorgar el Premio Rómulo Gallegos. Caminaron juntos, forjaron una amistad, hasta que en un día ocurre un golpe —algunos dicen piña, otros cachetada— en la cara de García Márquez bajo el cielo mexicano de 1976. Había diferencias ideológicas grandes —García Márquez se ubicaba a la izquierda; Vargas Llosa ta estaba a la derecha—, pero hay rumores que indican que se trató de una “traición amorosa”. Ambos sellaron el tema con silencio. Y eso, además de las ventas, de la radiografía de América Latina, de la renovación del realismo, agigantó el mito.
En la Feria del Libro hay carteles con la cara de Vargas Llosa. Es un bestseller y cada libro que publica se ubica entre los más leídos de la temporada. A sus 86 años, ¿aun sigue siendo ese gran autor que fue? Hay una gran masa de lectores que parece decir que sí, sin embargo existen otras respuestas. El escritor argentino Mempo Giardinelli, que posee una gran y galardonada producción literaria habló con Infobae. Fue escueto: “Prefiero recordarlo siempre como uno de los grandes de la literatura latinoamericana. Fue un amigo generoso conmigo. Todo lo demás de él no me interesa”. Martin Kohan, uno de los más importantes escritores argentinos contemporáneos, y alguien que también, con sus intervenciones públicas, busca incidir en los debates ideológicos, pero desde la izquierda, dice: “Están aquellos libros buenos de Vargas Llosa, aunque con una poética más bien realista que no es la que prefiero (en esos mismos años están escribiendo Puig, Sarduy, Cabrera Infante, Saer, Elizondo). En cuanto a su figura pública y sus posiciones, esgrime esa versión de la libertad que es perfectamente funcional a las formas de dominación imperantes, como si no advirtiera esa paradoja o como si no le importara en absoluto”.
La crítica de un sector de la industria editorial no es a su obra, sino a su perfil público. ¿Hay forma de separar una cosa de la otra? ¿No hay nada en común entre las novelas que ha escrito con las banderas derechistas que se agitan dentro de la Fundación Libertad? Hace unos días, esta fundación —en sus ciclos y conferencias han participado dirigentes como Patricia Bullrich, Darío Lopérfido, Horacio Rodríguez Larreta y Martín Tetaz, por citar algunos— hizo circular un comunicado con declaraciones de Vargas Llosa sin . “Argentina es un total sinsentido. Tiene todos los recursos naturales y humanos para ser líder en lo económico, pero permanece rehén de un grupo de autoritarios, encabezados por Cristina Kirchner, que mantienen al país en el atraso, la inflación y la pobreza, haciendo flamear un anticapitalismo obsoleto y deshilachado”, se lee. La tónica del contenido parece imponerse por sobre el análisis político, sin embargo esa provocación retórica —algo profundamente literario— también explica por qué Vargas Llosa es Vargas Llosa.
Cuando Noé Jitrik atiende el teléfono y escucha el nombre de Mario Vargas Llosa dice: “No cojeo de esa pierna”. Se ríe y aclara que, si bien lo ha leído en profundidad, hace mucho que no abre uno de sus libros, sobre todo los nuevos. “El hecho de que tenga una presencia de renombre político internacional no me provoca ninguna emoción. Vivo tranquilo sin ocuparme de él. A su literatura la he leído desde hace cuarenta años. He tenido una relación personal pero su evolución política y el modo en que se lo ve me ha dejado frío. Para mi es oportunista. No está mal. Hay mucha gente que se ocupa de él. Infobae se ocupa de él. Yo prefiero no hacerlo”, dice sin vueltas. Hace mucho tiempo fueron “bastante amigos”. En Inglaterra, cuando Jitrik daba clases en la universidad, Vargas Llosa asistía. Comían juntos, charlaban, se llevaban bien. Un día se cruzaron en una reunión de editores y el autor peruano no lo saludó. “Me ignoró. Se ve que le importaba más ese universo que continuar con una relación intelectual. Es otra opción y ya”, dice el crítico argentino.
“En el mundo de la literatura lo que importa fundamentalmente es lo que se escribe. Después, la repercusión o cómo se lo lee es una cuestión secundaria. Se lo ha celebrado y hoy se lo sigue celebrando. Lo cual está muy bien. Para mí ha tenido un gran oficio, o tiene, no lo sé porque no lo seguí leyendo, pero lo que ocurre cuando el escritor pasa a la política es que contamina la literatura y su propia imagen. Lo que él hace en su plano político, en sus opiniones, destiñe la imagen que tiene como escritor: deja de interesar, deja de apasionar. Él no es el único. Si compara usted, en cierto momento Borges con sus opiniones políticos era mal visto; ahora parece siempre interesante, siempre citable, siempre dice algo. No es el caso de Vargas Llosa”, sostiene este autor de 94 años cuya producción, enorme por cierto, nuclea poesía, novelas, cuentos y sobre todo ensayos de crítica literaria.
“Yo no puedo decir ‘no estoy de acuerdo con él pero su literatura…’ —continúa JItrik—, ya no me es fácil hacer eso. Hay gente que lo hace. Me importa más pensar en Mallarmé que en Vargas Llosa, ¿qué quiere que le diga? Quiero ser claro: yo también tengo ideas políticas y las expreso, pero me parece que no contaminan, porque hay una relación. Debe haber una relación entre una cosa y la otra. En él hay una escisión. Una cosa es lo que hizo, se ha ocupado de un dictadorzuelo dominicano en sus últimas novelas, por ejemplo, pero después ha decidido apoyar a dictadores peruanos. Hay ahí una cosa que choca. Sus posiciones políticas, que ya son casi una profesión, se han tornado indefendible desde otra mirada como la mía. Es lo que puedo decir”.
Nicolás Mavrakis, narrador, ensayista, periodista, recuerda un texto puntual: “A comienzos de 2005, Vargas Llosa escribió un breve discurso que se llama ‘Confesiones de un liberal’, que luego aparecería como texto en su libro Sables y utopías. Visiones de América Latina. Creo que habría que leer ‘Confesiones de un liberal’ con cuidado antes de hacer muchas de las afirmaciones simplistas sobre el papel de Mario Vargas Llosa como una especie de ominoso ideólogo de la derecha latinoamericana. Es más, diría que lo que Vargas Llosa escribió en ‘Confesiones de un liberal’ desmiente, a veces, mucho de lo que el propio Vargas Llosa parece que hace, lo cual termina de darle al asunto un giro ligeramente borgeano que, seguro, tampoco es casual. En tal caso, lo que Vargas Llosa explica en aquel texto que recitó ante un grupo de liberales estadounidenses que le entregaban en Washington uno de esos premios oscuros que más bien sirven para estamparle en la frente al ganador un sello de pertenencia, es que, cuando se trata de defender las viejas ideas liberales, él no es ningún ingenuo ni delirante, y que ni siquiera los propietarios máximos del liberalismo podrían ponerle un sello de sumisión en la frente”.
Continúa Mavrakis en diálogo con Infobae: “Lo que Vargas Llosa dice con total claridad es que él mismo está en contra de los liberales que creen que ‘el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo’, y es por eso que quienes piensan como ‘logaritmos vivientes’ no han logrado otra cosa que ?dañar a la causa de la libertad’. De ahí que para el auténtico liberal, dice Vargas Llosa, lo más importante no sea la economía sino las ideas. Son las ideas las que tienen que mantener bajo control a la economía, de manera que ‘no se reduzca la vida a una feroz y egoísta lucha en la que sólo sobrevivirían los más fuertes’. Creo que esto es parte de lo hace de ‘Confesiones de un liberal’ un texto fundamental, ya que uno podría pensar: ‘Momento, ¿o sea que esto es lo que realmente piensa Vargas Llosa? Y si es así, ¿entonces por qué participa una y otra vez de los foros, los encuentros y las actividades ultraliberales en las que participa?’ Bueno, tal vez lo haga porque todavía cree que existe una distancia peligrosa entre el liberalismo en el que él cree y el liberalismo real en el poder”.
“Si su actividad política tuviera hoy algún sentido —concluye—, ¿no sería precisamente el de promover algún cambio entre quienes llevan adelante ese equívoco para intentar disminuir los riesgos de un liberalismo reducido a la pura economía? En tal caso, un Vargas Llosa convencido de que existe un liberalismo romántico y democrático, un liberalismo tal vez ya imposible, me parece mucho más plausible que la fantasía boba de un intelectual ruin que, habiendo ganado el Premio Nobel y viviendo como un aristócrata en España, viaja una y otra vez a América Latina con el propósito maléfico de que sea arrasada por lo peor del capitalismo”.
“Yo diría que el novelista más completo de los contemporáneos de América Latina es Vagas Llosa”, dice el escritor nicaragüense Sergio Ramírez desde España, y argumenta: “Por la diversidad de su obra y por lo prolongación después de tantos años, desde La ciudad de los perros, y nunca ha dejado de escribir novelas”. La primera vez que leyó a Vargas Llosa fue hace ya mucho tiempo. En sus manos, La ciudad de los perros, “una edición que traía un mapa de Lima despegable en las primeras páginas”. Ese mapa, recuerda, indicaba que “Lima era una gran urbe, pero también uno se daba cuenta que seguía siendo una ciudad provincial”. La primera vez que este escritor —ganador del Premio Cervantes y ex vicepresidente de Nicaragua durante la Revolución Sandinista— conversó con Vargas Llosa, que se sentaron a charlar, que se conocieron personalmente, fue en 1976, en el año en que la Feria de Frankfurt estuvo dedicada a América Latina. En aquella ciudad alemana atravesada por el Río Meno estaban también Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar. Tiene ese recuerdo intacto.
“Una de sus características es que tiene su propia manera de pensar y eso irrita. No se amolda a lo que muchas otras personas dicen que se debe hacer. Tiene una virtud: nunca calla lo que piensa. En este sentido, es un hombre comprometido con la palabra pública. No lo llamaría conservador, es un liberal a ultranza: rechaza la discriminación contra los homosexuales, está a favor de Palestina, es ateo. Insisto: es un liberal a ultranza. Es muy valiente”, dice y destaca que “un novelista que solo es recordado por su pensamiento político perdió el tiempo, por eso creo que en el futuro, en los próximos cincuenta años, la forma de pensar, políticamente hablando, de Vargas Llosa será olvidada, porque la política irá por cauces que ni siquiera imaginamos. En cambio la persistencia de sus novelas se destacará. Sus novela están predestinadas a quedarse. Son una exploración de la geografía y de la historia de América Latina”.
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