Los temas fueron la anorexia, el cuerpo y el ballet.
En el ciclo de entrevistas de Infobae Leamos en la Feria del Libro estuvieron Luciana Cáncer, autora de Un lugar guardado para algo y Florencia Werchowsky, directora escénica y autora de El telo de papá y Las bailarinas no hablan. Conversaron con Belén Marinone.
-Las dos tienen formas de narrar cuestiones referidas al cuerpo, distintas pero sí en primera persona. ¿Qué sucede con la noción de perfección?
LC -En mi caso me parece que fue clave, en el libro que yo escribí habla de la anorexia como una distorsión mental además de física, que implica al cuerpo también. Hay algo de la necesidad de ajustarse a un patrón perfecto que está presente, no solo por la enfermedad en sí sino por las otras características de la persona, que quiere hacer todo bien todo el tiempo. Me pasó a mí pero en los otros casos que fui viendo también está. Es un mandato muy temprano y muy difícil de escaparle, como que cuando la personalidad se forja de una manera equis después es toda una vida tratando de asimilar eso y de ablandarlo.
FW -Con el universo del ballet pasa algo muy parecido. La danza clásica es una disciplina que se desarrolla y para la que se entrena el cuerpo respetando una línea estética determinada, hay una marca muy clara entre lo que está bien y lo que está mal. Hay algo en el ojo y en la formación de la mirada que deja una marca indeleble y es un prisma a través del que después se miran todas las cosas. Yo me formé como bailarina en el Colón pero dejé de bailar a los 17 años. Por algo nos sentaron acá juntas hoy, los bailarines, pero sobre todo las chicas se enferman muchas veces de anorexia, hay una estructura similar de cómo se ve el cuerpo y cómo se ven los movimientos con la que es muy difícil tener un vínculo saludable.
-Hay algo como un hilo conductor en el relato común que es la mirada del otro. ¿Cómo opera en el cuerpo la mirada del otro?
L. C.-La mirada del otro me importó siempre pero lo peor es la propia. La mirada más dura, la más restrictiva, la más difícil de complacer es la mía. Lucho con eso todos los días, no soy como soy conmigo como soy con las otras personas. Soy mucho más benévola. Conmigo soy mucho más estricta, no me conformo. Hay algo que opera en tu mente e involucra miles de factores. De tu vida, de tus recuerdos, en qué momento llegaste al mundo, cómo estaban tus padres, si te pudieron dar amor, abrazar lo suficiente, si no, es como mucho más interno que lo que está pasando afuera.
FW -En el caso de del ballet es igual. Se entrena frente al espejo, la mirada del otro es la propia todo el tiempo. Son muchas horas por día mirándose al espejo. Y corrigiendo. En los últimos años escribí junto con Alejandro Quesada una trilogía de teatro sobre ballet. La primera obra está basada en mi segunda novela, Las bailarinas no hablan, sobre las bailarinas y los bailarines del Colón en distintos momentos de sus carreras. Ellos mismos eran los intérpretes. Yo sentí que era la primera vez que se despegaba esa mirada propia que se volvió mirada ajena, sobre todo con la segunda obra, en la que trabajamos con bailarines que se están retirando o por retirar.
-¿Escribir sus libros fue una forma de hacer catarsis o de despegarse de esa mirada del otro y empezar a poner en palabras ese cuerpo?
L.C.: Pensaba “cómo voy a escribir un libro de esto que es re triste”, iba a un taller y de una manera muy lateral siempre salían las palabras “hambre” o “cuerpo”, por ejemplo. Me decían: ‘Nadie va a hablar de esto como vos porque solo vos viviste esto’. Parece un lugar común pero solo uno puede hablar de la forma que uno habla de los temas que atraviesa. No quería hacer un catálogo de tristezas, quería que fuese lindo. No reflexionar sobre la anorexia sino con honestidad. Fue duro pero también lindo ficcionalizar, construir un libro donde la enfermedad fuese un universo personal, una narración, algo orgánico. A los 20 años empecé a dejar entrar la música, el baile, los abrazos; antes no me relacionaba a través del cuerpo. Hacia el final del libro invento una escena epifánica: el personaje tirado en el agua, flotando y dejándose llevar, tratando de flotar, de no sentir el peso. Yo sueño mucho que vuelo, es como el estado ideal: de verdad mi cuerpo no me importa. Me estoy reconciliando con actividades físicas que tenía muy dormidas. Quiero liberar a mi cuerpo de mi mente, que alguna vez se sienta libre de mí.
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