Adelanto del libro de Soledad Acuña: las negociaciones secretas detrás de la decisión de suspender las clases en marzo de 2020

La ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires relata los entretelones de las decisiones que marcaron la vida de millones de personas durante los primeros dos años de la pandemia de coronavirus. En esta nota de Infobae, un adelanto

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Soledad  Acuña - libro - tapa - el día que ir a la escuela fue noticia
Soledad Acuña - libro - tapa - el día que ir a la escuela fue noticia

La ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, publicó este miércoles su libro “El día que ir a la escuela fue noticia”, editado por Grupo Planeta. La obra, que será presentada en la Feria del Libro, promete revelar entretelones jamás contados de las decisiones adoptadas por los gobiernos nacional y porteño durante los primeros dos años de la pandemia de coronavirus.

La funcionaria de la gestión de Horacio Rodríguez Larreta se transformó en una de las caras que dio la batalla para mantener las escuelas abiertas, especialmente a principios de 2021, cuando la administración de Alberto Fernández se rehusaba al regreso de la presencialidad. Ese conflicto derivó en un litigio en la Corte Suprema de Justicia, que terminó fallando a favor de la posición porteña.

Acuña aborda sensaciones personales de un momento personal y familiar único que le tocó vivir el mismo día que se decretó la cuarentena: el inicio de su licencia por maternidad. “Estábamos entrando en una etapa inédita, nunca vivida en nuestro país. De repente y de la noche a la mañana las personas debíamos permanecer en nuestras casas, estaba prohibido circular por las calles, ver a nuestros seres queridos o ir a trabajar. Se dispusieron excepciones para las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, los supermercados, las farmacias y hasta las ferreterías. También para las autoridades nacionales y provinciales porque la situación de emergencia requería la toma constante de decisiones. Sin embargo, aunque mi actividad en el ministerio era considerada esencial, tenía que irme a casa”, recuerda.

El libro, que se vende a $2.900 -también está disponible el ebook-, tiene un prólogo escrito por la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y una reseña del nobel Mario Vargas Llosa: “Soledad Acuña se ha destacado en su país defendiendo a los niños y su derecho a la educación, y su compromiso con la libertad es de sobra conocido. En este libro ha resumido sus ideas en defensa de la mujer y de los ciudadanos. Y sus palabras nos revelan que se trata de un ser comprometido con el progreso y que piensa que un ingrediente fundamental del mismo es el derecho de discrepar y defender ideas. Este libro, sin ninguna duda, jugará un papel esencial en los debates políticos de la Argentina”.

En esta nota de Infobae, el adelanto de uno de los capítulos en donde se repasan las negociaciones de marzo de 2020 previas a la suspensión de clases dictada una semana antes del inicio de la cuarentena, cuando aún se sabía poco sobre el coronavirus y en el país había 65 casos positivos sin evidencia de transmisión comunitaria.

Esa enfermedad china

En febrero de 2020, nuestras actividades eran las habituales para esa altura del año: tener todo listo para el comienzo de clases. Los docentes ya estaban en sus puestos de trabajo, los estudiantes secundarios con sus exámenes, llevábamos adelante las capacitaciones docentes, los actos públicos para la cobertura de cargos. Es decir, el año estaba en marcha.

Faltaba más de un mes, según lo previsto, para irme de licencia. La fecha de parto prevista era principios de abril, por lo que imaginaba reincorporarme antes de las vacaciones de invierno. Esa previsión, y la naturaleza política del cargo que ejerzo, llevó a Horacio a decidir que no iba a haber un reemplazo, porque contábamos con un gran equipo, una planificación y la coordinación general de mi jefe de gabinete Luis Bullrich para garantizar la continuidad.

La primera vez que el Covid irrumpió de modo significativo en la gestión fue cuando recibí una llamada de la secretaría de Asuntos Estratégicos del Gobierno de la Ciudad:

—Horacio va a hacer una conferencia de prensa por el tema de esta enfermedad china, vamos a anunciar medidas y algunas involucran a Educación. Si podés, vení.

Mi primera reacción fue repasar la cantidad de dependencias que tiene el ministerio: 820 edificios y más de 2700 escuelas. Imaginé que se trataba del anuncio de alguna medida de control o de implementación. ¿Tendría que movilizar de un momento a otro a todas las empresas de limpieza, a todos los servicios, a todos los auxiliares en cada uno de los establecimientos? Aunque a nivel nacional los funcionarios de salud seguían minimizando la propagación mundial del virus, en la Ciudad se empezó a ver el tema con preocupación y por eso el jefe de Gobierno, acompañado por el ministro de Salud, querían actuar preventivamente. Se organizó una reunión para analizar el estado de situación con la escasa información disponible y sobre esa base se convocó a la primera conferencia de prensa específica sobre el coronavirus. Fueron, principalmente, recomendaciones de cuidado y medidas de higiene. La prevención era el único aspecto sanitario sobre el que teníamos datos e información concreta.

Para esa altura ya teníamos iniciado el curso de articulación de los alumnos de primer año del secundario, pero no en el resto de los niveles ya que habíamos acordado en el Consejo Federal de Educación que todos los distritos comenzarían juntos el 3 de marzo. En pocos días todo se fue desarrollando de manera vertiginosa, incluso caótica. Por lo pronto, en el ministerio tuvimos la primera eventualidad por fuera de nuestra planificación. A la luz de lo que sucedió después, de la suspensión de clases por tiempo indeterminado y todo lo que nos costó la pelea por la vuelta a la presencialidad, ahora resulta insignificante la preocupación con la que me fui de aquella conferencia de prensa en la que nuestro gobierno anunció medidas de higiene: ¿cómo hago para comprar la cantidad de jabón que necesitamos para todas las escuelas y todos los baños?

Las compras en el Estado no son como las que uno hace en su casa. Nosotros estamos acostumbrados a gestionar con tiempo y planificación, anticiparnos a las contingencias y tomar decisiones con tiempo, de manera previsible. Entonces, de un momento a otro, teníamos que aumentar el stock de jabón, decidir si era sólido o líquido, pensar cómo reponerlo y quiénes lo harían. No podemos ampliar una licitación así como así porque manejamos fondos públicos, seguimos procedimientos que no tienen ningún tipo de correlación con lo que uno hace, por ejemplo, cuando debe comprar jabón para su casa.

A nivel educativo, mientras tanto, evaluábamos todos los escenarios posibles. No solo debíamos garantizar la limpieza, desinfección y provisión de elementos en cada uno de los establecimientos; también comenzamos a sopesar medidas en materia educativa que deberíamos tomar ante un hipotético cierre de las escuelas. Necesitábamos anticiparnos.

Esa noche volví a casa con preocupaciones nuevas a partir de lo que se estaba escuchando, de lo que circulaba en los pasillos del ministerio y de lo que se reproducía a partir de las noticias en los medios. Cuando Diego (Nota de redacción: Diego Kravetz, jefe de Gabinete del municipio de Lanús y esposo de Acuña) volvió de trabajar, lo apabullé con un montón de cosas que me hicieron pensar en la falta de previsión para nuestra vida doméstica:

— Mirá que se está diciendo que van a cerrar los negocios, que va a faltar todo y eso significa desabastecimiento. Tenemos que prepararnos, no hay comida, no compramos nada para el bebé, no tenemos ni pañales.

Le pareció exagerada mi preocupación e intentó transmitirme calma. Sé que por su trabajo en el Conurbano se enfrenta a situaciones muy difíciles a diario, entonces me pareció lógica su perspectiva. Sin embargo, cuando me levanté al otro día, supe que Diego no había podido dormir pensando en lo que le dije y salió de madrugada. Fue al chino y compró diez paquetes de pañales y toallitas, que fue lo único que encontró para el bebé y, ya que estaba, trajo aceite, fideos, papel higiénico. Si recordamos aquellos días, vamos a caer en la cuenta de que todos vivimos situaciones similares, producto de la desinformación, los rumores y la incertidumbre frente a lo desconocido.

Soledad Acuña y Horacio Rodríguez Larreta, a inicios de 2021, cuando el gobierno porteño inició una disputa judicial con Nación por el inicio de las clases
Soledad Acuña y Horacio Rodríguez Larreta, a inicios de 2021, cuando el gobierno porteño inició una disputa judicial con Nación por el inicio de las clases

Con el paso de los días, la imprevisión y el desconcierto se hicieron más palpables. «Yo no creía que el coronavirus iba a llegar tan rápido, nos sorprendió», dijo el ministro de Salud de la Nación en una entrevista televisiva con A24 el 9 de marzo. Luego se anunciaron las primeras medidas sobre migración, se prohibió el ingreso de extranjeros al país, se pusieron puestos de control en Ezeiza, empezó a hablarse de casos y contagiados aunque no había datos y los testeos eran insuficientes porque el único centro autorizado era el Instituto Malbrán. Empezamos a tener reuniones permanentes con distintos miembros del Gobierno de la Ciudad, en las que poníamos en común la escasa información disponible con el objetivo de sopesar alternativas y tomar las decisiones correctas. O por lo menos, las que considerábamos más adecuadas de acuerdo a la evidencia que teníamos. Todos esos meses de irrupción de la pandemia en nuestras vidas fueron un desafío constante para el proceso de toma de decisiones, que se vio arrastrado fuera de los carriles de previsibilidad a los que estamos acostumbrados en la gestión. Muchas veces nos equivocamos y dimos marcha atrás con resoluciones que, al momento de tomarlas, nos parecían las adecuadas, pero claro, eso formó parte también de las cosas que aprendimos con la pandemia.

Las reuniones con algunos miembros del gabinete las teníamos en un bar por Palermo que hace años se transformó en nuestro lugar de encuentro y la historia viene desde la época en que Horacio fue papá. Necesitaba un lugar cercano a su casa para ir y venir sin pérdida de tiempo en esos primeros meses de su paternidad, entonces fuimos algunas veces a Pizza Cero, que tenía un espacio amplio para nosotros y fue quedando como espacio de encuentro. Se convirtió en una especie de tradición del grupo. Y ahí estábamos, después de aquella primera conferencia de prensa y con las nuevas medidas tomadas por el Gobierno nacional sobre la mesa, sopesando la información y buscando las mejores alternativas para afrontar lo que venía. Andábamos a ciegas pero igualmente debíamos elaborar un plan de emergencia.

Si cerramos ahora, no volvemos hasta septiembre

Empecé este capítulo recordando el momento en que me fui de licencia por maternidad, aquel viernes 20 de marzo, después del decreto presidencial de aislamiento obligatorio para todo el país. Para comprender cómo llegamos a esa situación y cómo, desde el Gobierno nacional, se tomaron algunas decisiones cuyas consecuencias todavía estamos sufriendo, quiero detenerme en lo que pasó durante la semana anterior. Retroceder unos días en el tiempo, cuando el ministro de Educación de la Nación convocó al Consejo Federal de Educación para el viernes 13 de marzo de 2020.

El Consejo Federal se creó como un «organismo de concertación, acuerdo y coordinación de la política educativa nacional para asegurar la unidad y articulación del Sistema Educativo Nacional». La competencia sobre la educación no es de la Nación sino de las provincias, entonces se supone que el Consejo es el lugar para lograr los acuerdos federales básicos que permitan garantizar que, independientemente de la provincia de donde nazcan, todos los argentinos reciban los mismos niveles educativos. La clave del Consejo es el federalismo. Lo preside el ministro de Educación nacional y lo integramos los ministros de educación de cada jurisdicción, más tres representantes del Consejo de Universidades.

La cita para ese viernes 13 era en el salón blanco del Palacio Pizzurno y éramos más, muchos más. Doscientas personas amontonadas, sin barbijos y sin ventilación. Estaban los ministros nacionales de Salud, Desarrollo Social y Educación, los ministros de Educación provinciales, los representantes de las universidades y también estaban los distintos sindicatos docentes. Cuando llegué, me acerqué a las colegas de las provincias del sur y, antes de que comenzara la reunión, empezamos a charlar de la situación en nuestros distritos. Nos preocupaba que la falta de previsión desembocara en medidas parciales como había pasado en Río Negro, donde algunas escuelas secundarias habían cerrado por su cuenta, muchas veces presionadas por la preocupación de padres o docentes.

Ante la falta de información, son los rumores y el temor los que van ganando espacio y frente a eso es responsabilidad del Estado, en todos sus niveles, aportar claridad y tomar decisiones basadas en evidencias. No podemos guiarnos por rumores del tipo: «Che, hay que cerrar las escuelas. Fulanito vino de viaje y va a contagiar a todos». Eso no podía estar pasando.

Empezó la reunión y estas fueron las palabras del ministro de Salud: «Como hace más de 24 grados, no es problema». Dijo después que el virus no estaba circulando, que los chicos no eran un problema, que solo podrían serlo en caso de trasmitir el virus, que en caso de contagiarse en las escuelas iban a contagiar a sus abuelos, pero que como el virus no estaba circulando, no se iba a tomar ninguna medida. Nos fuimos de esa reunión con una conclusión surgida de lo aconsejado por «los expertos» al Gobierno nacional: no es el momento, no nos anticipemos a cerrar antes de tiempo porque todavía no ha venido el frío.

Antes de retirarnos, algunos de los presentes fuimos convocados para acompañar en una conferencia de prensa en la que habló el ministro: «En base a las recomendaciones realizadas por el equipo de expertos que integra el Comité Interministerial, se resolvió no suspender la escolaridad».

Nicolás Trotta era ministro de Educación cuando se decidió suspender las clases en todo el país (Adrián Escandar)
Nicolás Trotta era ministro de Educación cuando se decidió suspender las clases en todo el país (Adrián Escandar)

Esa noche teníamos otra reunión. Estaban Horacio y Diego Santilli, el ministro de Salud Fernán Quirós, el secretario de Transporte y Obras Públicas Juan José Méndez, el ministro de Justicia y Seguridad Marcelo D’Alessandro y el jefe de Gabinete Felipe Miguel, con los que seguíamos día a día ajustando el plan de emergencia. Necesitábamos saber cómo seguir, delinear estrategias puntuales, priorizar acciones y seguir una planificación integral. Con la reunión ya avanzada, de pronto me sonó una alarma interna cuando Fernán dijo:

—Va a haber que cerrar las escuelas, el virus va a empezar a circular y ya hay casos que se están estudiando.

—Pero yo hoy estuve en Nación y dijeron que no vamos a cerrar las escuelas.

Yo había estado ahí y había escuchado al Ministro de Salud: «Suspender las clases tiene un impacto social muy grande y no tiene efectos considerables en la salud, dado que hasta hoy no tenemos casos autóctonos, sino importados. Los chicos no son un grupo vulnerable».

Ginés González García habló de evidencia científica que tenía el Gobierno nacional y también de las recomendaciones de los expertos que aconsejaban no cerrar las escuelas. Yo intentaba reproducir frente a los demás lo que se había conversado esa mañana, y recordé lo que dijo el Ministro en la conferencia de prensa: «Nos hemos reunido con todos los representantes del sistema educativo para asumir este enorme desafío de manera conjunta. Las decisiones adoptadas deben ser colectivas, consensuadas y dialogadas. Asumimos el compromiso de llevar, entre todos, tranquilidad a la sociedad de que la continuidad escolar de nuestras niñas, niños, Cómo me voy a ir justo cuando pasa esto a adolescentes y jóvenes es, al día de la fecha, la mejor medida para resguardar la salud de todas y todos».

Estaba convencida de que los acuerdos en el Consejo Federal de la mañana se mantenían, así que podíamos avanzar con nuestro plan de emergencia general sin focalizar en la educación, porque las escuelas no iban a cerrar. Eso quedaría para más adelante, si la situación cambiaba, si la evidencia decía otra cosa, si las escuelas se convertían en un lugar de riesgo. Si en el futuro fuera necesario suspender las clases por un tiempo, debíamos estar preparados. ¿Qué hacemos con la comida, cómo trabajamos los contenidos, qué materiales tenemos para poner a disposición, cuántas computadoras hay en la calle? El escenario era impensable ¿Qué podía significar cerrar las escuelas? Esa fue la noche que volví a mi casa pensando en el desabastecimiento, en los pañales que no habíamos comprado, y le dije a mi marido:

—Vos fijate. Yo tengo que pensar un plan por si en algún momento cierran las escuelas.

Al otro día, sábado 14 de marzo, me reuní con el equipo del ministerio, los puse al tanto de las últimas resoluciones y empezamos a conversar sobre la necesidad de un plan ante una nueva contingencia. Debíamos estar preparados y adelantarnos a los hechos: si con el frío se complicaba la situación sanitaria y fuera necesario suspender las clases, tendríamos todo previsto. Repasamos los contenidos que teníamos en la web, el equipamiento tecnológico disponible, la cantidad de computadoras —cuánto stock hay en las escuelas, cuánto stock hay en otros espacios—, cómo estábamos de conectividad. Pensamos en los docentes y los modos de garantizar la conexión con sus estudiantes porque la mayoría estaba recién comenzando el dictado de clases, estaban conociéndose. También nos preocupaba cómo seguir garantizando la comida: 290 mil alumnos reciben todos los días algún tipo de servicio alimentario en las escuelas, son muchas raciones y hay muchos empleados, proveedores y dependencias involucrados en la logística. Sobre el final del día, Fernán me llamó y volvió a decirme que a nivel nacional estaban hablando del cierre de escuelas.

—Te repito, Fernán, que ayer estuve con Trotta, con Ginés…

— Sole, lo estoy hablando con Ginés, vos hablá con Trotta.

Eso intenté. Lo llamé y no me contestó. Le mandé un mensaje: «Llamame por favor, me están diciendo que vas a cambiar la decisión». Insistí hasta que al fin del día pude hablar con el ministro de Educación de la Nación. Fue una conversación privada y por eso no voy a contar lo que me dijo. Solo lo que ya sabemos: decidieron suspender las clases en todo el país a partir del lunes siguiente, 16 de marzo de 2020.

Si uno consulta los reportes diarios publicados oficialmente por el Gobierno nacional, puede leer un primer párrafo que se repite, idéntico, en cada uno de ellos: «A la fecha, en Argentina la mayoría de los casos son importados. Se detecta transmisión local en contactos estrechos, sin evidencia de transmisión comunitaria y el país continúa en fase de contención». También podemos ver la evolución de casos. En todo el país hubo 3 casos el 13 de marzo, 11 al otro día, 11 al siguiente y 9 casos el día lunes 16 de marzo. El informe también decía que, desde la llegada del coronavirus a la Argentina, se podían contabilizar dos personas fallecidas.

Esos eran los datos disponibles. Esa era la información que teníamos hasta entonces. Ninguna evidencia de transmisión comunitaria y la confirmación oficial de que la enfermedad estaba contenida. Cuando el ministro de Educación, primero en conferencia de prensa y después en declaraciones a los medios, el viernes 13 de marzo dijo que los especialistas en salud recomendaron no suspender las clases, también aclaró que las indicaciones podían cambiar de un minuto a otro. Cuando le consultaron sobre qué base podrían producirse esos cambios, contestó lo siguiente: «No estoy en condiciones de afirmar qué debería cambiar para que se suspendan las clases».

Por eso resulta inentendible la decisión de suspender las clases apenas comenzado el ciclo lectivo, transitando todavía el verano, con muchos meses por delante para preparar el sistema de salud y de acuerdo a las previsiones de que la circulación del virus comenzaría con los meses de frío. Había un enorme miedo a una escalada de contagios, pavor a que se replicaran en nuestro país las imágenes de muerte y hospitales saturados que llegaban desde Italia. Claramente era una decisión política. El lunes 16 a la mañana los estudiantes y docentes no irían a clases por una medida que, en los papeles, iba a durar hasta el 31 de marzo, aunque todos sabíamos que se iba a extender.

Mientras escuchaba al ministro Trotta intentando explicarme los motivos del cambio drástico en tan pocas horas de una política pública que involucra a millones de estudiantes en todo el país, tuve claro el panorama que teníamos por delante. Y así se lo hice saber:

—¿Sos consciente de que no volvemos hasta septiembre? Porque esta enfermedad se transmite con el frío y no llegamos todavía ni al otoño. Seis días después entraban en vigencia las medidas de aislamiento que nos tuvieron encerrados durante meses y yo dejaba el ministerio con más interrogantes que certezas. Una de las certidumbres que tenía era que el lunes siguiente los chicos no irían a la escuela, tampoco el siguiente, ni el otro, ni el otro. Las dudas que me empezaban a asaltar tenían que ver con cómo íbamos a hacer para recuperar lo que indefectiblemente se iba a perder.

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