Adelanto de “San Miguel”, de María Lobo

Infobae publica un fragmento de la novela de la autora tucumana, que narra la historia de un amor imposible que comienza cuando dos escritores llegan a un Chaco frío y nevado

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 “San Miguel” (Qeja), de
“San Miguel” (Qeja), de María Lobo

Hay dos camas aquí. Están demasiado cerca entre sí; por qué habría de mentirte. Dormiré sobre la que está más lejos de la puerta y que al mismo tiempo cae justo debajo de la televisión. En el ropero solo hay espacio para colgar algunas camisas. Una campera liviana y un abrigo pesado. Ya te harás idea; tiene una pequeña estantería y dos cajoneras. Espacio para las botas específicas. La habitación tiene un televisor, aunque esta sea una residencia para escribir. Puedo imaginar cómo serán mis días en este lugar: la ropa que haya usado cada día quedará sobre la cama sin ocupar y así, desordenada, cobrará la forma de un cuerpo que se ha quedado sin aire y así, en la oscuridad, me despertaré pensando en globos desinflados o en películas de terror. De todas maneras, ninguna de las dos camas está realmente lejos de la puerta. En verdad es lo mismo decidirse por la izquierda o la derecha; eso es lo que pensé al entrar. Abriré los ojos en medio de la noche y en pocos segundos estos ojos, mis ojos, se habrán acostumbrado a la penumbra. Lo primero que alcanzaré a ver serán los bultos de la cama de al lado. Pulóveres que alguien ha dejado tirados en alguna calle de Praga. Y tendrán una forma fantasmal. Y recordaré aquellas películas; paisajes de cementerio; habitaciones solitarias; un personaje; violinistas junto al lago; personas a punto de separarse; muertos que vuelven a la vida y se levantan de entre despojos de ropas que alguien ha dejado amontonadas sobre una cama vacía. Al menos estaré cerca de la puerta para huir. De todas maneras no he traído tanto equipaje. Me las ingeniaré para encontrar una salida cuando necesite salir de esta habitación.

La residencia se parece al hotel de Mestres donde dormimos alguna vez. Ese hotel, aquel jardín; jardín adelante y, detrás, escaleras exteriores que comunican los pasillos. Estoy segura de que hablaríamos acerca de ese lugar, si acaso estuvieras aquí. Mestres. Habíamos viajado en auto todo el día. Cuando llegamos, los de la recepción nos dijeron que teníamos que subir la valija a pie hasta el segundo piso. Al menos ahora yo estoy pensando en Mestres. Al menos me tocó una habitación individual. Oí que a las escritoras que vinieron desde la provincia les han dicho que tendrán que compartir. Esto no es un hotel. Hay una sola planta y un jardín. Por eso estoy pensando en Mestres. No por los dos pisos, sino a causa del jardín. A las escritoras que vinieron desde la provincia les han dicho que es temporario: allá ellas si se lo van a creer. Aquí también, como esa vez en Mestres, he llegado de noche; es decir, no tengo una idea completa acerca del Chaco. No ahora; no todavía. Mientras venía en el taxi desde el aeropuerto vi una avenida que me recordó a San Miguel. De platabanda ancha; hicimos un desvío. Vinimos a parar a este boulevard que también me suena a San Miguel: árboles de copas expansivas y asfalto seco,

¿tenía una pileta aquel hotel de Mestres?,

aquí no hay pileta o al menos todavía no lo sé,

está el famoso riacho,

cosas que sabemos porque nos han dicho,

imaginamos las ciudades,

y tengo un boulevard y un río;

pileta,

no lo sé.

Desde la ventana puedo ver las estrellas. Imaginar lo oscuro; escuchar el río. Pensé en Mestres; eso es lo que hice. Las televisiones nunca han jugado un papel preponderante en nuestros hoteles. Estarás de acuerdo con esta afirmación. Aquella vez en Mestres me di cuenta de que la habitación no tenía tele.

No tienen televisión, te dije.

Estábamos en una habitación en Mestres y yo quería que cayeras en la cuenta de la falta de tecnología.

Para qué querés televisión, me respondiste.

Por el ruido, te dije.

Pero nunca vemos televisión, me dijiste.

Dije que me gustaba encender las televisiones en los lugares.

Me gusta ver lo que hay.

Dijiste “televisiones en los lugares”; ese es un modo Keylor: repetir algunas de las frases que yo digo. Repetirme; esa es tu costumbre. También estarás de acuerdo con esta afirmación.

Ahora no tengo planeado aparecer para la cena comunitaria de la residencia; creo que voy a interactuar con los escritores a la luz del día. Hiciste bien cuando me advertiste que debía traer mi bandeja de escribir en la cama. Tenías razón acerca del escritorio. Está junto al ropero y a la puerta que da al baño; tal como dijiste, siempre existe la posibilidad de llegar a un lugar sin luz. Este rincón de la habitación probablemente se convierta en un lugar oscuro. Qué importa eso esta noche. Estoy pensando en mañana. Tendría que abrir la puerta del baño para dejar entrar el sol, pero en ese caso debería aceptar la invasión de los ruidos que llegarán desde el jardín. Habrá ruido porque no estás aquí; si estuvieras aquí, habría silencio. Tal vez estemos signados a los hoteles sin televisores. No lo he visto del todo aún pero este lugar definitivamente se parecerá al hotel de Mestres, aunque mi habitación tenga un televisor. No creas que estoy quedándome sin cenar; me sirvieron un plato caliente en el avión. Podría aparecerme ahora por el comedor e interactuar con los tucumanos. Porque este lugar estará lleno de tucumanos; ellos son siempre mayoría. También podría presentarme a las escritoras del interior. Si me escucharas referirme a ellas de ese modo, dirías que “del interior” es una expresión etnocéntrica y que nosotros no somos así; dirías “de la provincia”; dirías que no somos como los de las ciudades. Ese también es un modo Keylor: buscar las palabras más exactas para cada afirmación. Ellas parecen dos personas normales. Parecen bien. ¿Será que viven junto a algún monumento importante? ¿Se habrán creído lo de “temporario”? Yo no me lo creería. Por qué habrían de amontonarte al principio para separarte después. Tenías razón. Tener razón también es un modo Keylor. Sin mi bandeja de escribir en la cama no podría estar ahora escribiéndote, aquí.

 María Lobo
María Lobo

***

Habrás notado que separé algunas oraciones para que la página no se vea tan llena. Transcribí un diálogo; diseñé la estructura de un punto y aparte entre dos frases que podrían tener un mismo núcleo semántico. Pensé: Keylor no se merecía que yo lo abandonara para encerrarme durante diez meses en el Chaco; que le hiciera esto solo para dedicarme a escribir. Anoche, mientras el avión se elevaba desde la pista de San Miguel y el aire empezaba a separarnos, seguí desarrollando para mí nuestra última conversación en el aeropuerto.

Volar con semejante nevada, te dije.

Dijiste qué planeta y te despediste.

Luego asumí lo irreversible de estar en el espacio exterior y aunque era de noche y aunque pasamos enseguida las turbulencias y las nubes, seguí pensando en la nevada. Cómo es posible semejante nevada. Para entonces, la tormenta en San Miguel ya había dejado de ser una conversación entre nosotros. Ahora se parecía mucho más al eco de una idea; espirales que no resuelvo y quedan tejiendo un fermento dentro de mí.

El problema no es el avión en medio de una tormenta de nieve.

La cosa es que estamos a tres de febrero.

Nunca antes había nevado para esta época en San Miguel.

A vos te parece normal.

Pero yo no puedo dejar de creer en la estabilidad,

en las estaciones,

en las épocas.

Los pasajeros lanzados al espacio fuimos dejando atrás el aeropuerto, vimos desde un punto más alto el desencadenante de la tormenta, volamos sobre las ciudades. Después decidí regalarte un poco de blanco visual. Leerás,

te encontrarás con estos blancos,

todo a causa de que vas a pasar una triste temporada sin mí.

Es una broma lo de la tristeza, no lo de los blancos.

Me pregunté cómo era posible que estuviera nevando de esta forma y cómo era posible que jamás me hubiera hecho una pregunta, ¿San Miguel no debería celebrar la navidad en julio? Tenemos nuestra navidad en diciembre, como todo el mundo. Pero, ya que las cosas han cambiado, podríamos celebrarla en la estación de la nieve. Y si de ahora en más empieza a nevar en febrero. Y si en un tiempo no muy lejano las estaciones siguen así. Y si Keylor y todas esas personas que ya no creen en los pronósticos tienen razón. Y si el clima cambia por completo, si tenemos nevadas incluso desde diciembre. En ese caso de qué dependería. La navidad, de qué dependería. Seguiría ajustándose al calendario o tendríamos que mudarla hacia algún otro mes en el que todavía hubiera vestigios de calor, para que las navidades puedan seguir siendo como siempre. Me pregunté si en San Miguel seríamos capaces de cambiar la fecha navideña para mantener la tradición de celebrar las festividades en el verano.

Voy a mencionar aquí que acabo de dejar otros blancos, pero solo para resaltar esta delicadeza que tendré de aquí en adelante.

Escribiré,

te escribiré cartas,

cartas con mucho blanco

mientras escribo el libro que vine a escribir aquí,

será un libro y serán las cartas,

y al final de la residencia en el Chaco solo tendré que deshacerme de ellas; (descartaré las páginas que te haya escrito en estos días); (no te descartaré); (el lector no podrá encontrar las cartas porque no estarán; las cartas habrán desaparecido).

Si el calor hace su mudanza y ya no es más la realidad de diciembre, ¿San Miguel debería celebrar la navidad en otro momento? Serán,

estos espacios,

un regalo silencioso para vos.

El vuelo desde San Miguel hacia el Chaco resultó tranquilo. Encendí la luz personal y leí. Una navidad, ¿depende del clima o del calendario? Es obvio que depende de un mandato; es obvio que estamos en el mundo porque sí; es obvio cuánto aceptamos sin discutir. No leí: seguí preguntando. Volví sobre unas páginas que tenía marcadas en el libro, pero no las leí. Anoté en mi libreta. Si las nevadas se adelantan a diciembre, ¿las personas en San Miguel no tendrían que pensarse lo de la navidad otra vez? Anoche, cuando hablamos por teléfono, te presenté una aproximación repentina acerca del Chaco. Te dije “Keylor”, porque así es como iniciamos nuestras conversaciones por teléfono. Conversaciones por celular; celular no es lo mismo que teléfono. Espero a que atiendas y te digo “Keylor”. No podría culpar a la televisión por ese arrebato; hablar del Chaco cuando no sé cómo es. Tampoco podría culpar al tipo de revestimiento de las paredes de la residencia o al jardín; incluso no podría culpar al clima, o al hecho de haber llegado tarde después de un viaje largo. Tampoco al hecho de que las camas sean angostas. Anoche te hice una descripción de un lugar que no conozco porque las personas somos así. Fue una arbitrariedad pensar en el hotel de Mestres. No me había asomado siquiera a la ventana de modo que no podía saber, mientras conversábamos por el teléfono, si había posibilidades humanas de mirar desde la tierra y encontrar las estrellas que están en el cielo de esta ciudad. He abierto las cortinas hace tres segundos. Ahora sí estoy diciendo las cosas con justa razón. Se puede observar la noche desde aquí. No está nublado. En este instante me distraen algunos rumores que vienen desde los pasillos. He llegado a un lugar real; es real, tiene vista al río. Antes de aceptar la residencia imaginé un estereotipo del Chaco. El ropero donde alguien ha puesto a Robert Smith. Close to me; los The Cure encerrados en ese armario, tocando música con un peine, cayéndose hacia el mar desde lo alto de un acantilado. La vida en un placard. Un placard en el fondo del océano. Por momentos visualicé una prisión. Hablar debajo del agua; agua profunda que paraliza nuestros movimientos. Hablar sin que las palabras puedan escucharse y ser comunicación; palabras que no pueden llegar a la superficie, hacer sus juegos musicales, volutas de aire en el océano. Son risas, no rumores, aquello que escucho que proviene de los pasillos. Afuera hay gente; afuera hay tanto ruido. Habrá unas navidades cuando aquí en el Chaco sea otro diciembre. Ahora es febrero y también es posible que, lo mismo que en San Miguel, las nevadas lleguen antes de tiempo. El de anoche fue un vuelo nocturno y no pude ver el cielo del Chaco; solo alcancé a distinguir las luces de la ciudad, y en esa altura mecánica del aire, vi también las estrellas. No estaba nevando aquí. Durante el descenso se me taparon los oídos. Hice ese esfuerzo del viajero que por primera vez observa desde el cielo una ciudad, bajar la cabeza hasta la altura de la ventanilla que es ovalada e incómoda; me concentré para mirar desde ese pequeño espacio visual que nos ofrece el avión. Las estrellas. Pensé: Keylor está perdiéndose la mar de muertes estelares; Keylor está perdiéndose las luces del Chaco en esta noche.

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