“¿Vamos a Ezeiza?”, pregunta una seductora Mimí Pons de fantasía, encarnada por una de las reinas del drag local, Soy Vedette. Radiante y despechugada, encabeza el carnaval, a la vez protesta y procesión, con el que la Feria del Libro de Buenos Aires homenajeó al escritor argentino Manuel Puig en honor a los 90 años de su nacimiento.
Con un volante-batuta en la mano y la puerta dorada de un auto colgando de su hombro como la mejor cartera de diseñador, Soy Vedette representa a Mimí Pons, la actriz y vedette argentina que, por ser la única de sus amigas que tenía auto, fue la encargada de llevar a Puig al aeropuerto de Ezeiza, escondido bajo una manta dorada, cuando las amenazas de la triple A lo obligaron a exiliarse después de la publicación de su novela The Buenos Aires Affair.
Haciendo crujir los brillos que Soy Vedette va dejando a su paso, la siguen “lxs manifestantes rosa sábana”, un grupo de músicos y militantes enmascarados, así como una serie de muñecos gigantes que representan a grandes rasgos la obra de Puig: dos cabezonas señoras chismosas, la actriz y diva hollywoodense Rita Hayworth, el propio Puig y, detrás de todo, arrastrando una larga cadena de basura como la que trae el mar a la orilla, Gladys Hebe D’Onofrio, protagonista de The Buenos Aires Affair.
Quien le da vida al inmenso muñeco de Gladys es la artista visual Flavia Da Rin, gestora del carnaval y directora artística. Además de la basura encadenada, lleva una reposera playera que ofrece como asiento a los curiosos que, tímidamente, casi pidiendo permiso, empiezan a acercarse. Tal vez el público de la Feria no esté acostumbrado a que la extravagancia de los libros se cuele, como por ósmosis o arte de magia, en la vía pública.
Pero la gente poco tarda en contagiarse. Los primeros en mostrar curiosidad son los niños que, entre gritos y risotadas, se sueltan de las manos de sus padres y se alejan de la larguísima fila. Por ser la Noche de la Feria, primer sábado en el que la entrada es gratuita, esta se extiende rectilínea alrededor de La Rural.
El carnaval, con su tradición disruptiva, empieza a alterar el orden a medida que la música, a cargo de un quinteto enmascarado de bronces, suena cada vez más fuerte. Las filas, ahora más de una, comienzan a mezclarse y, quienes prefirieron no acercarse al carnaval, lanzan algunas quejas ante el desorden. “¡Hace dos horas que estamos haciendo fila!”, grita un señor mientras su hijita se desentiende y baila. Detrás suyo, una señora, del brazo de quien parece su madre, le responde: “Debe ser una de esas cosas artísticas que hace Larreta”.
Es la hora de las fotos, por lo que todos se amontonan para que la gente pueda capturar esa escena barroca, barrosa, y que ningún personaje quede fuera. Los muñecos más grandes, el de Rita Hayworth y el de Puig, descansan vacíos mientras quienes les dan vida aprovechan el momento para fumar. Ni lerdos ni perezosos, unos niños ven su oportunidad para meterse dentro del muñeco de Puig mientras uno solo, amparado por la tradición carnavalesca, prefiere entrar al brillante vestido rosa de la Hayworth.
Después de la música y las fotos, la veintena de performers se acomoda al pie de la enorme reja, todavía cerrada, para continuar su procesión dentro del predio. Los guardias ya no saben cómo ordenar a la gente que, agolpada contra el portón, ya es una con el carnaval. La reja se abre. Mimí Pons, a la cabeza, avanza volante en mano y, tras ella, el resto de los muñecos, músicos y militantes: una marquesina marica de monstruos y monstruas a la vieja usanza.
La fila, contagiada del caos del carnaval, pierde todo orden y, haciendo caso omiso a los gritos del personal de seguridad, se desarma. Todos corren hacia la entrada. Quienes esperaban hace horas se mezclan con los recién llegados pero a nadie parece importarle demasiado. Resulta difícil bailar y quejarse a la vez.
Los guardias, preparados para cerrar la reja apenas la procesión termine de entrar, pretenden apurar a los performers que, sin querer queriendo, ralentizan cuanto pueden su paso. Última en la fila, la directora Flavia Da Rin, dentro del enorme títere de Gladys Hebe D’Onofrio, se detiene una vez dentro del predio, como si no notara que su larguísima cola de basura impide que la reja pueda cerrarse. Impávida, rodeada por guardias que intentan juntar los residuos destartalados, su cabeza gigante parece esbozar una sonrisa acartonada mientras la gente aprovecha esos segundos extra para pasar. ¡Nada de filas en este carnaval!
Para quienes no hayan podido asistir, el espectáculo volverá a realizarse por única vez el próximo viernes 13 a las 19:00.
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