Los libros de la Feria: La depresión es el desafío de nuestra época y este ensayo de Juan David Nasio da ideas para enfrentarla

En “La depresión es la pérdida de una ilusión” el prestigioso psicoanalista plantea cosas como que “la tristeza es un afecto normal”, que hay una desilusión infantil que se aparece y que no hay que discutirle su dolor al deprimido.

Juan David Nasio es uno de los psicoanalistas más importantes de la actualidad. Tiene una capacidad que admiro profundamente: no decir lo que espero que diga, por eso cuando lo leo encuentro que sus palabras son siempre nuevas.

Leer a Nasio es un placer, en el sentido estricto de la palabra. Entre sus palabras, se filtra el eco de su voz y el significado de las palabras conduce a un sentido hondo y vivencial. Cuando leo a Nasio, siento que converso con él. Que me habla a mí y no a lectores impersonales. El placer de leerlo está en que sus libros me acompañan durante algunos días y siento –otra vez necesito usar la misma palabra­– que mis emociones se integran con las ideas que pienso, que tengo la vivencia de que sus palabras me confrontan con un problema (que él teoriza), pero también me dieron la fuerza para apropiarme de la dificultad.

Esto lo pensé durante mucho tiempo, antes de escribirlo en el párrafo anterior. Ahora con su último libro en las manos, leo que él también tiene en cuenta este aspecto: “Cada vez que preparo una lección, cada vez que les hablo no tengo más que una sola intención: influenciarlos, influenciarlos personalmente. Digo ‘personalmente’, porque, en el fondo, no me dirijo a todos ustedes sino a cada uno en particular. […] Enseñar no es solo transmitir conocimientos; es también suscitar en el auditorio la actitud mental y emocional más adecuada”.

La depresión puede tener diferentes rostros, pero su origen es una profunda desilusión respecto de una expectativa de raíz infantil

Este nuevo libro de Nasio tiene un título sugerente: La depresión es la pérdida de una ilusión. Sin embargo, antes de entrar en el comentario de sus páginas, quisiera decir algunas cuestiones más acerca del autor y su obra. No tanto de su trayectoria (discípulo directo de Lacan, a quien este le pidió la revisión de la traducción de sus Escritos) sino del camino que siguió en los últimos años.

Me refiero a que Nasio dejó de ser en este tiempo un autor que solo escribe para psicoanalistas. De su rigor como teórico del psicoanálisis nadie puede dudar ya que es uno de los comentaristas más interesantes de Freud y Lacan. Libros suyos (como El dolor de la histeria, La mirada en psicoanálisis, Los gritos del cuerpo, El acto psicoanalítico, entre otros) lo posicionan como uno de los psicoanalistas indispensables para la teoría, porque no solo explica a los maestros, sino que se convierte en maestro para quienes lo leemos por su originalidad. Lo digo de otra forma: cuando Nasio comenta, no solo explica, sino que teoriza y propone hipótesis que le corresponden.

Ahora bien, junto con su obra teórica desde hace un tiempo Nasio comenzó a hablarles a muchas más personas. Si tuviera que proponer arbitrariamente un giro en su obra, lo ubicaría en El libro del dolor y del amor. Digo que es una elección arbitraria, porque es sumamente personal. Es un libro que me encanta, porque cuando lo leí sentí que se podía enseñar de otra manera el psicoanálisis. Una que incluye en sus páginas una tensión necesaria para que leer sea también una experiencia de lectura. A veces esto se nombra como “divulgación”, pero pienso que este término tiene usos muy diferentes y que no puede simplemente reducirse a la noción de decir llanamente lo difícil.

La mala prensa de la divulgación

Hoy en día hay un prejuicio enorme con la divulgación. Quizá porque cada vez es más leída y de alguna manera reemplazó a la autoayuda. A los académicos les da urticaria, tal vez porque el rol que antes ocupaban los especialistas hoy lo ocupan los divulgadores. Ahora bien, también tenemos la situación de que la divulgación –como en el caso de Nasio– la hagan los especialistas más idóneos. ¿Por qué un especialista querría hacer divulgación?

Dije antes que la palabra “divulgación” tiene acepciones muy diferentes. La que a mí me interesa y creo que se aplica a la obra de Nasio en sus últimos libros (como ¡Sí, el psicoanálisis cura!, Por qué repetimos siempre los mismos errores o Cómo actuar con un adolescente difícil) podría expresarse de esta forma: la divulgación permite que los lectores se encuentren con criterios de reconocimiento que delimitan diferentes experiencias y les da una serie de consejos –que no son recetas o tips– para tener una orientación. Por ejemplo, un buen libro de divulgación de psicoanálisis es el que permite que el lector se introduzca en la experiencia del análisis y, eventualmente, pueda recurrir a un análisis si lo considera.

La tristeza es un afecto normal que nos expone a todos a la chance de un estado depresivo sin que esto implique una depresión

El gran valor de los libros de divulgación está en que, desde mi perspectiva, reemplazó también a los libros de introducción –que eran eminentemente conceptuales y basados en definiciones. El libro divulgación, en cambio, funciona como una herramienta que, para utilizar la palabra de Nasio, permite una “influencia”.

Con esto quiero decir que, para mí, el debate entre libros “serios” (o académicos) y libros de divulgación, es completamente trivial. Porque incluso con los años, de un tiempo a esta parte, ocurrió que libros de divulgación se empezaron a incluir en los programas de estudio de carreras universitarias de grado y especialización. La conclusión, entonces, me parece que es evidente: a nuestro mundo le falta experiencia, ya que podemos hablar de todo y tener todas las ideas, pero no sabemos vivir. Un alumno puede aprobar con las mejores notas toda la carrera de Psicología y estudiar la obra completa de Freud y leer todos los seminarios de Lacan; pero eso apenas lo convertirá en un erudito en psicoanálisis, no en un psicoanalista.

No digo con esto que leer libros de divulgación forma a alguien como psicoanalista. Me refiero a que para empezar esa formación es preciso familiarizarse con una experiencia y aquí es que la divulgación ocupa hoy un lugar privilegiado, que luego puede llevar al estudio y en particular a que alguien se analice. Y si no quiere formarse como psicoanalista, tanto mejor, ya que podrá tener una relación menos interesada con esta disciplina y sacarle el mayor de los provechos. Los psicoanalistas, cuando se alejan de la experiencia en que se funda su práctica, son personas insoportablemente narcisistas y competitivas, más interesados en desacreditarse entre ellos que en proponer ideas.

Afortunadamente Nasio es de los que propone ideas. De los pocos que propone ideas y, claro, esto es un riesgo. El sentido común de nuestra época no recibe bien a quienes invitan a pensar. El sentido común del siglo XXI quiere frases hechas, no procesos de pensamiento y la más de las veces se refugia en la crítica vacía, en nombre de ideales (acerca de cómo tendrían que ser las cosas) antes que en la comprensión de conflictos y situaciones singulares que nos desafían. La depresión es uno de esos desafíos y este nuevo libro de Nasio es imprescindible porque contiene ideas y distinciones propicias para pensar uno de los males de este siglo.

La tristeza del deprimido se debe a que no pierde un amor, sino que al perder ese amor se pierde a sí mismo

En primer lugar, Nasio plantea que la depresión tiene una cara descriptiva, pero que a él le importa mucho más su causa. La depresión puede tener diferentes rostros, pero su origen es una profunda desilusión respecto de una expectativa de raíz infantil. El deprimido pierde una imagen de sí que lo protegía y elaborar esta pérdida no es para nada sencillo. Sin embargo, no es tampoco algo que sea patológico de por sí. En este punto, cabe distinguir entre “depresivo” y “deprimido”, siendo que la tristeza es un afecto normal que nos expone a todos a la chance de un estado depresivo sin que esto implique una depresión –porque “el episodio depresivo puede ceder espontáneamente sin tratamiento alguno”, dice Nasio.

Ahora bien, la depresión propiamente dicha es la que ocurre cuando alguien pierde una ilusión infantil de omnipotencia. Al mismo tiempo, la tristeza del deprimido se debe a que no pierde un amor, sino que al perder ese amor se pierde a sí mismo y por eso sucumbe a un auto-desprecio. Si se trata de un fóbico, puede ser que se queje de haber sido abandonado; si se trata de un obsesivo, puede que exprese su incompetencia; si se trata de un histérico, será en términos de desamor.

El deprimido –de acuerdo con Nasio– se relame en el menosprecio de sí mismo y encubre una profunda hostilidad –correlativa de un sentimiento de culpa que no se reconoce como tal. “Esto es terrible para el clínico que somos, porque estamos frente a un paciente que no quiere perder su identidad de enfermo. Nos dice que quiere cambiar, pero, en el fondo, tiene miedo de perder su sufrimiento porque, si deja de sufrir, deja de ser”, dice el psicoanalista.

El deprimido no pierde un amor, sino la ilusión que le permitía amar

En este punto, cabe aclarar que Nasio se dedica a las depresiones neuróticas y cuando habla de casos más específicos como la melancolía, la psicosis o el trastorno bipolar no deja de aclararlo. Además, su formación como médico lo autoriza a observaciones precisas acerca de variables neurobiológicas y de psicofarmacología. Por ejemplo, subraya que muchas veces los antidepresivos se diagnostican en situaciones normales y si bien consideraciones propias acerca de la causalidad genética no pueden faltar, también cabe subrayar el riesgo de asumir una actitud determinista que desconozca la participación personal –que no se puede desdeñar en vistas de cualquier tratamiento posible.

En efecto, Nasio plantea que la depresión supone una predisposición que se reconduce a un psicotraumatismo infantil, pero lo más interesante es que no hace del trauma una versión que victimice a quien lo padece, ya que a veces lo más traumático en la vida de una persona fue apenas un detalle irrelevante desde un punto de vista objetivo, pero fundamental según se lo vincule con una expectativa o deseo. La cuestión clave es que el traumatismo generó como respuesta una ilusión protectora, de carácter narcisista, para reparar una decepción temprana que pudo deberse a un abandono (fobia), un maltrato (obsesión) o un desamor (histeria), claro que también puede haberse debido a una combinación de estos factores.

De este modo, el deprimido actual es quien se encontró con una situación que sacudió su ilusión narcisista y, entonces, reactualizó su trauma infantil de vulnerabilidad. Así quien se deprime no es que solamente padece una pérdida, sino que también pierde su capacidad de ser y existir y, eventualmente, se pierde a sí mismo. El deprimido no pierde un amor, sino la ilusión que le permitía amar; por eso no se trata tanto de que pierda (algo), sino de cómo tramita la pérdida, es decir, según la viva como una privación, una humillación o una frustración que no le permite continuar con el sentido de su existencia.

Es preferible no discutir con el deprimido los motivos que, para él, justifican su sufrimiento. No entre en sus quejas ni en sus pensamientos obsesivos y mórbidos

Un capítulo aparte lo requiere el modo en que Nasio propone un método de tratamiento de la depresión, de acuerdo con una perspectiva psicoanalítica. En primer lugar, plantea que la tristeza depresiva debe ser sancionada, de acuerdo con una interpretación que se nombra como “rectificación subjetiva” y que consiste en decirle al paciente algo que ya sabe, pero que sabe de manera confusa.

“Para mí, una interpretación no es la revelación de algo desconocido sino la formulación de aquello que el paciente ya sabe sin jamás habérselo dicho a sí mismo”, dice el psicoanalista, que no va a debatir con el deprimido acerca de los motivos con que justifica su depresión, sino que va a ir a la causa inconsciente en la pérdida que le tocó atravesar. Por esta vía, su interpretación se acompaña de una empatía particular, que se acompaña de aquello que siente la persona más cercana al paciente y no busca ser una apreciación inteligente ni ingeniosa sino de comprensión emocional.

De acuerdo con esta dirección, hay dos misiones que deben cumplirse: por un lado, ir en busca del odio y el rencor asociado que carcome al deprimido; por otro lado, elaborar el carácter rumiante del pensar deprimido, porque es encubre una agresividad no reconocida como tal. Estos dos puntos pueden parecer abstractos, pero se ilustran con un ejemplo de la práctica de Nasio en los siguientes términos: “Recuerdo cuando le dije a Emilia, una paciente deprimida y harta de todo que se quejaba de no haber tenido nunca nada gratificante en su vida: ‘Lo que le ocurre es que, por momentos usted ha sido y sigue siendo muy exigente, ambiciosa y a veces hasta voraz. Sí, voraz, porque usted quiere tenerlo todo como la hija única que usted es y que obtenía todo lo que quería de sus padres ya mayores. Emilia, usted suena con tener todo y luego se desilusiona por no tener nada. Es como si no supiésemos distinguir lo que es posible de lo que no lo es”.

Depresión. Un mal de la época.

El “supiésemos” en la intervención anterior es crucial, porque sitúa cómo el analista se desliza en el psiquismo de la paciente; siente en él su avidez narcisista y, al mismo tiempo, le habla como si ella se hablase a sí misma sin sentir vergüenza de reconocerse voraz. De esta forma, la intervención de Nasio va en la línea de lo planteado por Freud cuando en su escrito Análisis terminable e interminable propuso que a veces un tratamiento oscila entre el análisis del Ello y el análisis del Yo. “En el primer caso, queremos hacer consciente algo del Ello; en el otro caso, queremos corregir algo del Yo”, nos recuerda Nasio.

El Yo del deprimido necesita ser corregido por su condición narcisista, para que haya un efecto del análisis que proteja de futuras recaídas y no sea solo un tratamiento sintomático crónico. Asimismo, junto a este modo de intervenir Nasio propone una estrategia específica, a la que llama “interpretación gráfica” y que se basa en la realización de una línea de tiempo en sesión, con el paciente, que se puede ir complementando con el tiempo, cuya función no solo es historizar el padecimiento, sino hacer visible lo inconsciente a través del dibujo. Respecto de este punto, el libro se acompaña de testimonios emocionantes que muestran cómo trabaja un psicoanalista y cómo su técnica no es algo que pueda separarse del modo en que la usa y le imprime su sello personal.

Hacia el final de este lúcido ensayo, Nasio se dirige hacia la pandemia que asoló a las sociedades en estos últimos años y propone una variante de depresión a la que nombra como “depresión Covid” y que se caracteriza por su reactividad, su hostilidad volcada hacia afuera, la exasperación y la ansiedad entre otros síntomas.

Nasio nos enseña a reconocer esta variante y da herramientas para acompañar a quien la padece. En este punto es taxativo: “Es preferible no discutir con el deprimido los motivos que, para él, justifican su sufrimiento. No entre en sus quejas ni en sus pensamientos obsesivos y mórbidos. Déjelo quejarse y, con respeto, escúchelo sin contradecirlo. Propóngale más bien que hable de su infancia y, en algún momento, pídale que traiga viejas fotos de familia que podrán comentarlas juntos. Sorpréndalo invitándolo a abordar en detalle tal o cual momento significativo de su historia”.

Este párrafo muestra la especial sensibilidad de Nasio, que cuenta cómo un analista es alguien que puede saber mucho, pero también se tiene que dejar sorprender. Que incluso en el encuentro con un paciente deprimido, no tiene que encasillarlo en un diagnóstico y mejor ir en busca del deseo. Donde hay una historia, hay una vida; subrayo el “respeto” de que habla Nasio en esta indicación, porque no se confunde con la obsecuencia ni con el lema “el cliente tiene la razón”, no, un psicoanalista no se conforma con aplicar un protocolo, sino que apunta al corazón del encuentro con un sufrimiento singular, a veces atravesando resistencias crueles y que ponen en peligro el tratamiento.

Fragmento de “La depresión es la pérdida de una ilusión”

Les había anunciado que en esta segunda lección íbamos a desarrollar el punto de vista psicoanalítico que define la depresión según las causas que la provocan. Y bien, si ustedes retoman la hipótesis que acabo de enunciar, distinguirán enseguida las dos causas de la depresión: el choque doloroso de una desilusión (causa desencadenante) y la neurosis predepresiva, fermento de la depresión (causa latente). No olviden que esta neurosis es el resultado de un psicotraumatismo infantil.

(...)

Si ustedes me preguntan de dónde viene la depresión, responderé que, como la mayoría de las afecciones psicopatológicas, sus causas son múltiples: genéticas, neurobiológicas, psicológicas y psicosociales. Más recientemente, se ha formulado incluso la hipótesis de una causa inmunitaria, según la cual, el deprimido sufriría una inflamación cerebral originada en una deficiencia inmunitaria localizada sobre todo en el intestino. Pero ahora quiero hablarles de la causa genética de la depresión.

Me han preguntado varias veces si la predisposición a la depresión es una predisposición genética. En efecto, cuando uso la expresión “origen de la depresión”, mi interlocutor sobreentiende “origen genético”, como si la causa desconocida de una patología solo pudiese ser genética. Seguramente los factores genéticos tienen un papel en la etiología de los trastornos depresivos, pero al día de hoy ningún estudio ha mostrado de manera clara y definitiva la acción de los genes sobre la formación de una personalidad predepresiva ni, menos aún, sobre el desencadenamiento de una depresión. Ciertamente, se ha identificado el gen que codifica la serotonina y los receptores 5HT1A y 5HT1B, e incluso el gen que codifica el factor neurotrófico BDNF, que contribuye a la supervivencia de las neuronas, pero nuestros colegas genetistas tienen todavía un largo camino por recorrer para llegar a descifrar el genoma de la depresión. No niego que la depresión sea en parte hereditaria pero, como clínico que soy, constato que la mayoría de nuestros pacientes predepresivos y deprimidos han sufrido un traumatismo en su infancia.

Quién es Juan David Nasio

♦ Nació en 1942 en Santa Fe, Argentina.

♦ Es psiquiatra, psicoanalista y escritor.

♦ Se especializó en Psiquiatría en el hospital Evita de Lanús, entonces pionero en Salud Mental.

♦ En 1969 se fue a Francia para estudiar a Jacques Lacan.

♦ Durante 30 años fue profesor de la Universidad de París VII Denis Diderot, Sorbona.

♦ Recibió la Legión de Honor francesa

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