Músico. Actor. Editor. Periodista. Y ahora escritor. Acaba de publicar Tres, su primer libro. Esa enumeración hizo Juan Gabriel Batalla cuando presentó a Antonio Birabent en el stand de Leamos, en el inicio de la conversación que tuvieron en la Feria del Libro de Buenos Aires. “Y para hacerla completa: conductor de radio y televisión. ¡No me he privado de nada!”, agrega entre risas.
Tres es, es “un legado” para su hijo Oliverio, ya que ahonda en el vínculo que tiene como padre del niño y como hijo del cantautor Moris. “Tres tiene que ver con esta línea: mi padre, yo y mi hijo; mi hijo, yo y mi padre, ida y vuelta. De repente yo me corro y los veo a los dos solos”.
En un momento de la charla, el periodista le hace un comentario, una observación, sobre la forma de narrar de Birabent en ese libro de 89 relatos y 156 páginas. “Cosas que pasan desapercibidas, como una escena de fondo, correr el foco”, le dice. El autor asiente, acuerda. “Sí, hay algo que tiene que ver con correr el foco y tratar de mirar el detalle”, responde y agrega: “Creo que tiene que ver con la curiosidad y con las ganas: la prepotencia de trabajo, diría Arlt. Y tiene que haber un poco de suerte para que las cosas sucedan, eso es inevitable”.
Luego sucede esta escena: “El detalle no sería esas dos mujeres que están ahí paradas, que ahora sonrían”, dice Birabent y señala a dos mujeres en el público. “Sería, por ejemplo, la forma en que llevan el abrigo. Lo llevan de una manera muy parecida. O cómo una se esconde un poco detrás de la otra. ¿Son familiares?”, les pregunta. Las mujeres cuentan que son madre e hija. “Me gusta más eso —continúa el autor—, el segundo plano. Es en parte timidez de escapar a lo que está muy diáfano o, volviendo a tu idea, más en foco. Lo que está fuera de foco me abre el juego a inventar”.
En este libro editado por el sello Malisia, Birabent recorrer el mundo, pasea por distintos lugares, cuenta y narra detalles de las diferentes cotidianeidades. “Todas las ciudades son la misma, ninguna es tan especial. Si te tomás el tiempo le encontrás lo especial, pero las ciudades tienen que ver con algo común, algo que se repite: gente, edificación, un ordenamiento artificial. Tal vez mi mirada es volver a ese desorden. Me enamoran las ciudad. Entro en romance al lugar donde llego”, confiesa.
También hablaron de Mauricio Birabent, “Beco”, su abuelo, lector apasionado, escritor, ingeniero, historiador. En enero se cumplieron cuarenta años de su muerte. Fue quien reconstruyó la historia de Chivilcoy y en ese trabajo que le llevó varios libros hizo un gesto vital: cuando los hechos no aparecían, cuando la documentación flaqueaba, introdujo el mito, la literatura, la ficción. Se lo conoce también como el hombre que “inventó” Chivilcoy.
“Beco era un escritor y un observador. Yo lo recuerdo aún, de hecho lo nombro en un par de cuentos, encerrado en un cuartito con su máquina de escribir. De afuera se escuchaba el ruido de esa máquina, cómo golpeaba las teclas. Él, tal vez sin querer, me sembró la semilla de la lectura”, dijo.
Y recordó una anécdota: “Un día estaba en su casa, yo tendría 8 o 9 años. Él se iba a dormir temprano con un mate, en un vaso de vidrio, y un termo. Me dijo: ‘Bueno, chau, me voy a conversar con Shakespeare’. Esa frase me resonó extraña y muy sugerente, y tardé mucho en descubrir quién era ese hombre y qué significaba irse a conversar con alguien que ya era polvo”.
Cuando el periodista le pregunta con quién conversa él, responde: “Piglia, Martínez Estrada. Hace poco leí cosas de Bolaño. Cada vez me gusta más la literatura en castellano. Me interesa dialogar con autores que hablan mi idioma. Arlt. Ahora Camila Sosa Villada. Me gusta mucho nuestro idioma, por eso trato, desde mi humildísimo lugar, de defenderlo”.
“El lenguaje, bien usado, es una arma poderosísima. Lo que pasa con la adicción tecnológica es que el lenguaje se va empobreciendo, y ahí hay una gran sumisión. Jauretche decía, seguramente lo estoy diciendo mal, que las personas tristes son más fáciles de manejar. Y yo creo que las personas que cada vez tienen un lenguaje más pobre son más fáciles de manejar”.
Su padre, Moris, también aparece en el libro. Lo llama “Él”. “Nombrarlo sería demasiado”, dice y se refiere a la paternidad de este modo: “Mi experiencia como padre ha sido desde el comienzo. Sería una persona más triste si no hubiera sido así, si no siguiera siendo así. Es una relación muy cercana con mi hijo. Es una paternidad muy alejada de un modelo masculino de otra época. Hay muchos padres que disfrutan de ese lugar”. “Si escribo otro libro espero que no sea tan autorreferencial. El libro, si hay otro, buscará otros caminos”, agrega.
Hablando de ciudades, el exilio es un tema. Batalla le dice que, a diferencia de la mirada clásica que siempre mantiene tristeza y nostalgia, la de él tiene cierta alegría. “Mis padres tuvieron una gran virtud: nos hicieron a mí y a mi hermano a entender la parte buena de tener que dejar Buenos Aires y empezar en otra ciudad. Hubo dificultades, pero enseguida nos enseñaron qué había de bueno en esa oportunidad. Salimos de Argentina cuando entraba en un túnel, y llegamos a España cuando salía del túnel franquista. Tuvimos bastante suerte”, sostiene.
“Con el tiempo pienso, volviendo a tu idea, todo tiene que ver con dónde ponés el foco”, concluye.
SEGUIR LEYENDO