Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti protagonizaron un animado intercambio en la 46 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, durante el cual la periodista llamó a comer con conciencia y cambiando el modo de alimentarse, y el filósofo advirtió que no solo hay un comer hegemónico, sino también un pensar y un amar hegemónicos.
En el marco de la mesa “Comer, pensar, amar”, en la concurrida sala José Hernández, se dieron cita la autora de libros como Malcomidos y Mala Leche y el popular filósofo.
En el inicio, Sztajnszrajber celebró estar en una feria “tremenda, llena, llenísima como en los viejos tiempos”, para compartir un diálogo en base a investigaciones que realizan en conjunto con Barruti, entre la filosofía y el periodismo.
El divulgador de filosofía aseveró que el dispositivo que se pone en juego es el mismo tanto en el comer como a la hora del pensar y el amar. “Es un ordenamiento previo que nos constituye a pesar de nuestra supuesta voluntad de acción”.
¿Pensamos hasta qué punto comemos realmente lo que queremos o más bien nos insertamos en un sistema previo?, se preguntó. Y añadió: “No solo hay un comer hegemónico, también hay un pensar hegemónico, donde pensar es más bien hacer cálculos, es un pensamiento estratégico, utilitario, instrumentalista. Pensar desde el estremecimiento de las paradojas, el pensar poético, el pensar imaginativo, creativo, es visto como algo infantil, como algo que no suma”.
Entonces uno cree que piensa, pero no hace más que repetir esquemas de pensamiento. “Eso que se llama sentido común. Porque si además te corres del sentido común, quedás como un anómalo, como un bicho raro”.
Y ni hablar del amor, añadió Sztajnszrajber. “Uno cree que ama, pero no hace más que ingresar a un dispositivo previo que construye nuestra subjetividad afectiva. Cuando empieza a aprender a amar, hace lo que le dicen que es el amor. Primero un beso, después esto, después lo otro, mandatos que uno no hace más que reproducir. Es como que entrás al lugar en el cual todo el mundo condiciona una forma de amar que tiene que ser esa y no puede ser de otro modo”.
Barruti, por su parte, recordó que cuando empezó a trabajar en el tema de la alimentación, lo hizo a partir de la curiosidad, para “tratar de entender qué era eso que se presentaba por comida, qué eran esas sospechas, esos mitos alrededor de la producción de pollos, de frutas, de verduras”.
Explicó que alrededor de todas las cosas que se servían como algo automático a la mesa, “había historias truculentas”, que ella se propuso a esclarecer en un periplo que le demandó un buen tiempo.
Y partió a explorar, preguntándose “¿de dónde viene eso que comemos y qué es lo que provoca que comamos eso y no comamos otra cosa? No solo en nuestros cuerpos. Como humanidad siempre nos relacionamos con la alimentación haciendo de lo que comíamos un diálogo vivo con el mundo”.
“Cuando alguien va y se compra un pancho o se mete en McDonald’s, está estableciendo un diálogo con el mundo, pero es un diálogo que no explora, porque si explorara, diría mejor tomo otra cosa, te la pensás dos veces”, apuntó la periodista.
Y alertó: “La realidad supera por mucho cualquier fantasía. Ves animales que son zombies, que no pueden levantarse sobre sus propias patas, y te metés en los campos donde se producen las frutas y verduras y todo huele a químicos de forma atroz, y la proliferación de enfermedades rarísimas, y gente sin poderlo decir, porque si lo dicen están amenazados”.
“Así estamos, en la medida en la que la mayoría de las personas prefieren no saber qué comemos. Está tan tomada nuestra subjetividad propia y la colectiva, donde el acuerdo es sostener un sistema en donde se nos pide que seamos consumidores eficientes, y van devorando el mundo sin cuestionarse y sin preguntar”, afirmó Barruti.
La periodista señaló que numerosas empresas están esperando que nos comportemos de determinada manera y aparecen inventos de “una perversidad absoluta”, como la comida infantil, con “las peores sustancias, las peores formulaciones, las menos alimentarias, las más adictivas, puestas al servicio de personas en formación que necesitan los nutrientes para desarrollarse. Los cumpleaños infantiles son bombas de tiempo de ofertas de cosas que son nocivas, adictivas, todos los límites por encima de lo permitido de sal, de colorantes, de azúcar. Y es muy difícil salir de ahí”.
“A todos los poderes de turno les conviene nuestro comportamiento zombie. ¿De qué manera podemos cortar con eso que se espera de nosotros? Yendo a lo inesperado, un cambio realmente desde lo micro y macropolítico”, instó.
Por eso, llamó a introducir en primer lugar cambios micropolíticos en las casas, modificar la comida y el modo de alimentarse. “Hagamos esa revolución posible”, manifestó la especialista en temas vinculados a la alimentación y la industria alimentaria desde el predio de La Rural, donde también predominan numerosas muestras del “fast food”, en las inmediaciones de los stands poblados de libros.
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