Campera negra, jean, borcegos lustrados y sus voz inconfundible. Ricardo Ragendorfer pasó por el stand de Leamos en la Feria del libro y empezó con esta frase: “La escritura es un acto de ilusionismo”. Entrevistado por Guillermo E. Pintos, el periodista y escritor argentino conocido como “Patán”, recorrió algunos de sus libros, parte de su carrera y dejó definiciones propias de un maestro.
“Cuando uno está en presencia de un hecho extraordinario se pregunta si la literatura imita a la vida o si la vida imita la literatura. Desde luego que es una pregunta incontestable, pero uno se la sigue haciendo pese a que no hay respuesta. Lo que sí se es que el secreto de escribir una ficción es hacerle creer al lector que está leyendo algo que sucedió, y el secreto de la crónica es hacerle creer al lector que está leyendo una novela”, sostiene.
¿Un libro iniciático? “Es difícil contestar eso”, dice. “Es como ser un jurado en un concurso de belleza cuando todas las participantes son lindas”, y continúa: “Más que un libro, lo que me empujó a este género fue una época de mi vida en la cual salía de la escuela, comía rápido e iba al kiosco de diarios y me quedaba leyendo todo. Yo era amigo del kiosquero. Ahí encontré una edición barreta de un libro...”
Hace una pausa, recuerda aquel texto. El título: Crónicas de El Hampa Porteña: 55 años entre policías y delincuentes. El autor: Gustavo Germán González, “el gran cronista policial del diario Crítica”. “Es un libro maravilloso. Leí a partir de entonces mucha novela policial y mucha noticia policial. También me fascinaba el ajedrez, la política, la literatura no policial”.
Ingresó al periodismo pero desde otro lugar: cine, información general, política, boxeo. No había un rumbo claro, todo era experimentación. Hasta que empezó a hacer crónicas policiales a mitad de la década del ochenta, ya con la dictadura concluida. Por entonces trabajaba simultáneamente en El Porteño y en Cerdos y Peces “sin suponer que sería un punto de partido de algo que jamás abandoné”.
“Si tuviese que escribir una receta de cocina le daría la estructura de un policial”, confiesa.
Sobre su época en El Porteño y en Cerdos y Peces, reflexiona: “De algún modo hicimos una forma de periodismo que, pienso yo, es irrepetible, puesto que es un periodismo que tenía que ver con la transición a la democracia y en la cual nosotros sentíamos que el futuro se había convertido en presente, y que ese presente estaba en nuestras manos. El paso del tiempo demostró que no era así”.
“En esa transgresión casi adolescente, la ambición más humilde era ser como Rimbaud”. El subnombre de esa revista, “la revista de este sitio inmundo”, “era totalmente acertado”, dice Ragendorfer. “Pienso que en la actualidad el mundo es mucho más espantoso que en aquella época”. Son revistas, jura, que las mira desde la subjetividad, con cariño, con afecto. “Cuando yo la leo, pienso que tengo entre mis manos una especie de Billiken dark”.
En el año 1997, él y Carlos Dutil publicaron La Bonaerense, un libro bisagra. Todo empezó con una nota periodísitica que, 24 horas después de haberse publicado, hubo renuncias masivas, entre ellas la del Secretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires Alberto Piotti. Un acuerdo con una editorial y un trabajo maratónico hicieron que en tres semanas esa nota se convirtiera en libro.
“Nos llamó la atención el extraordinariamente fabuloso y ostentoso tren de vida de los comisarios. Porque puede haber un comisario enriquecido si la corrupción policial fuese un caso aislado, pero eran todos así”, dice y agrega: “Éramos imprecisos pero no faltábamos a la verdad. Teníamos un sistema: le hacíamos cuatro preguntas a los comisarios, una era la que nos interesaba y las otras tres eran boludeces para que ellos se lucieran”.
“Cuando publicamos el libro pensé que se iban a enojar mucho con nosotros, pero estaban contrariados. Afortunadamente no es gente que mate por razones literarias”, recuerda.
“Me sigue interesando la figura universal de la traición”, dice sobre sus textos que hablan sobre la dictadura militar, la represión, la tortura, como por ejemplo Los Doblados, sobre las infiltraciones del Batallón 601 en la guerrilla argentina. Él mismo estuvo exiliado en aquel oscuro período. Escribir sobre eso, dice, es más que necesario; darles el micrófono a los represores es, insiste, lícito.
“Hay que saber cómo son, hay que comprender que no son monstruos, sino tipos que tienen una vida corriente pero tienen cargos en sistemas cifrados en el exterminio. Es eso lo que los hace monstruos”, sostiene y concluye, siempre con sus voz hipnótica: “son la banalidad del mal”.
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